La plaza del Ayuntamiento de Oviedo. Ilustración de Alfonso Zapico |
La destrucción de la Cámara
Santa de la catedral de Oviedo en 1934, en el curso de un enfrentamiento entre
revolucionarios y guardias de asalto
Ilustración de Alfonso Zapico |
Cuando el
Dios de la Biblia encarga algo a los humanos, lo hace con detalle. El barco de
Noé tenía trescientos codos de longitud, cincuenta de ancho y treinta de
altura, con tres pisos divididos en departamentos donde se pudieron alojar
siete parejas de cada especie de animal "limpio" y de las aves, una
de los "impuros" y ocho personas de la familia del patriarca; supongo
que un poco apretadas porque cada codo equivale aproximadamente a medio metro.
Noé tardó en hacerla y embetunarla un siglo; aunque hay que tener en cuenta que
el hombre ya contaba entonces 600 años y estaba algo mayor, pero aún así pudo
vivir luego otros 350.
Una calle del centro de Oviedo. Ilustración de Alfonso Zapico |
El mueble
lo hicieron los hombres, aunque fue el mismo Dios quien se encargó de
protegerlo y no se anduvo con chiquitas: cuando la robaron los filisteos,
cayeron sobre ellos epidemias de úlceras cancerosas e incurables, disenterías
mortales y una plaga de ratones que destruyó sus cosechas, y fue peor aún lo
que ocurrió con los bethsamitas, que se atrevieron a abrirla para ver lo que
contenía: entonces el Señor irritado por esta falta de respeto hizo morir a sus
jefes y con ellos a nada menos que cincuenta mil hombres.
Fábrica de Armas de la Vega, que fue saqueada durante la Revolución. Ilustración de Alfonso Zapico |
Más cerca
de casa, tenemos otro Arca Santa: el que se conserva en la Catedral de Oviedo.
Este nos concierne más porque va unido al episodio de los infanzones de
Langreo, el capítulo más interesante de la historia medieval de la Montaña
Central, que ya les conté hace tiempo. El Arca, cuyo origen también se pierde
en la leyenda, había estado primero en la Corte de Toledo y, tras la invasión
musulmana, escondida en el monte Monsacro, antes de llegar hasta la corte
asturiana.
Pero el
cofre también tuvo en esta tierra un episodio dramático. Así está escrito en el
pergamino del siglo XIII que se conserva en el archivo catedralicio donde se
narra lo que había ocurrido pocos años antes de su apertura definitiva el 13 de
marzo de 1075, con motivo de la visita del rey Alfonso VI.
Entonces, el obispo
Ponce, informado por algunos creyentes de las grandezas que allí se contenían,
quiso comprobar si lo que contaban era verdad y mandó levantar su tapa por las
bravas, sin tomar las debidas precauciones:
El edificio de la Junta General. Ilustración de Alfonso Zapico |
"Intentando,
pues, acompañado de algunos de sus abades y clérigos, abrir la cubierta del
arca, fue tal la luz que salió de ella que, a causa del resplandor, sus ojos no
pudieron ver lo que había dentro de las paredes del arca en que se contenían
las preciadas prendas de los santos de Dios, y a punto estuvieron todos de caer
por tierra debido a la magnitud del espanto. En cierto modo, pues, cegados por
oculto designio de Dios, dejaron las cosas tal cual hasta entonces habían
estado. Algunos, sin embargo, siguieron ciegos por todos los días de su
vida".
Ilustración de Alfonso Zapico |
Podemos
dar por bueno el relato o suponer que lo divulgó intencionadamente aquel
obispo, el catalán Poncio de Tabernoles, quien llevó la diócesis de Oviedo
entre 1025 y 1028, y que seguramente no tuvo inconveniente en echar a andar
aquella historia para acentuar la importancia del Arca Santa y atraer así a los
crédulos peregrinos de la época.
El cuartel del Milán, donde se atrincheró el Ejército y que los revolucionarios no consiguieron rendir. Ilustración de Alfonso Zapico |
No sé si
recuerdan que cuando llegó Alfonso VI para asistir a la solemne ceremonia de su
apertura, se reunió con él la flor y nata del momento, incluyendo al Cid, que
fue quien sacó con sus manos las reliquias después de que se abriese la caja
entre bocanadas de oloroso incienso. Dentro se guardaba un pintoresco tesoro
que ahora puede verse, sin más riesgo que el de pagar los 7 euros para el tique
de entrada al recinto eclesiástico, compuesto entre otras maravillas por
huesos, cenizas y piel seca de profetas, santos y mártires; pan de la Última
Cena; madera de la cruz de Cristo; tierra de su sepulcro; leche de la Virgen y
telas de uno de sus vestidos y del sudario que supuestamente cubrió a su hijo.
Ilustración de Alfonso zapico |
Llevado
por la alegría del hallazgo, al día siguiente el monarca se lo agradeció a la
Iglesia de Oviedo regalándole la "mandación" de Langreo, que era suya
por posesión familiar desde hacía varias generaciones. Así el titular del
episcopado de San Salvador de Oviedo se hizo con la circunscripción realenga,
que comprendía prácticamente la totalidad del valle langreano y desde entonces
sus habitantes tuvieron como primer señor al obispo ovetense.
A los del Nalón
esto les hizo poca gracia y dos semanas más tarde se inició el famoso pleito en
el que los infanzones, representando a todos los que tenían allí bienes,
protestaron contra la decisión real.
El cuartel de carabineros de Santa Clara (hoy Hacienda), que estaba pegado al Campoamor. |
No les
voy a contar ahora, porque ya lo he hecho en otra ocasión los avatares de aquel
juicio, que lógicamente ganó la Iglesia, pero sí debo resaltar el hecho de que
quienes protestaron ante el rey hicieron valer ante él su condición de hombres
libres y privilegiados. Muchos
siglos más tarde, el destino quiso que los langreanos, que ya no eran
infanzones sino mineros, volviesen a encontrarse de nuevo con el Arca de Dios,
y también sin buscarlo, como la primera vez, aunque en esta ocasión el fuego y
la destrucción la pusieron ellos y fue la caja sagrada la que se llevó la peor
parte.
Ocurrió
en la noche del 11 al 12 de octubre de octubre de 1934, en el curso de los
enfrentamientos por el control de Oviedo. Unas horas antes un grupo de guardias
de asalto había entrado en la Catedral parapetándose en su torre desde donde
controlaban con sus disparos una amplia zona. Entonces los revolucionarios
llegados desde las cuencas mineras decidieron el asalto al edificio estimando
que había causar el menor daño posible a sus elementos artísticos, que para
ellos estaban en la decoración gótica de la propia torre, y tomaron una de las
decisiones más desafortunadas de la insurrección: dinamitar la Cámara Santa,
que a su juicio tenía menos importancia.
Ilustración de Alfonso Zapico |
Primero
se quemó la sillería del coro y otras imágenes de gran valor y acto seguido se
provocó una explosión en la capilla de Santa Leocadia, bajo la Cámara Santa,
que destruyó un lugar único para nuestra historia. Parece evidente que se trató
más de una cuestión de simple ignorancia que de mala fe, puesto que entre los
escombros quedaron joyas que unían a su valor simbólico el económico, pero el
desastre fue absoluto e incluso el diario inglés The Times lo calificó en aquel
momento como "la mayor catástrofe artística del presente siglo".
Una vista desde la torre de la Catedral, donde había francotiradores engolados. |
Allí se
deshizo el Arca Santa, y también sufrieron desperfectos la Caja de las Ágatas;
la Cruz de los Ángeles, símbolo de la ciudad de Oviedo, y la de la Victoria,
que actualmente figura en la bandera de Asturias y era de oro y piedras
envolviendo aquella de madera con la que Pelayo combatió a los invasores
musulmanes. Luego en
1942 se levantaron otra vez los muros derribados y se hizo una lamentable
reconstrucción de estas piezas, que forzó a volver a intervenir más tarde para
rehacer lo hecho. Por ejemplo, en 2014, solo la reforma de la propia Cámara
Santa financiada por el gobierno regional costó 234.000 euros, y la Cruz de la
Victoria, que no había resultado muy dañada, fue alterada por los orfebres del
franquismo hasta el punto de que corre una leyenda que dice que algunas de las
pequeñas piedras de color verde que se habían perdido fueron sustituidas por
cristales tallados procedentes de botellas de sidra.
'La balada del norte', de Alfonso Zapico, un viaje a las entrañas de la Revolución de Asturias de 1934. (Eldiario.es). Ilustración de Alfonso Zapico |
FUENTE:
ERNESTO BURGOS-HISTORIADOR
Ernesto
Burgos Fernández nació en Mieres (Asturias) el 7 de julio de 1957.
Licenciado
en Geografía e Historia por la Universidad de Oviedo (1979). Diploma de
Estudios Avanzados en Arqueología Histórica («La romanización en las cuencas
mineras del sur de Asturias» 2006).Profesor de Educación Secundaria, ha
trabajado en los institutos «Juan de Herrera» (Valladolid), «Sánchez Lastra»
(Mieres), «Camino de La Miranda» (Palencia), «Valle de Aller» (Moreda) y desde
2006 en el IES «Mata Jove» de Gijón. En el año 2016 el reconocido historiador
mierense fue distinguido con el reconocido galardón anual de “Mierense del año”.
Alfonso Zapico (Blimea, Asturias, 1981). Ilustrador y autor de cómic
español, trabaja como profesional gráfico desde 2006.
Ha realizado ilustraciones, diseños, animaciones y campañas para
diversas agencias de publicidad, editoriales o instituciones. Ha trabajado en
proyectos educativos del Principado de Asturias (Aula Didáctica de los Oficios)
e impartido talleres de ilustración en centros educativos de Asturias y
Poitou-Charente (Francia).
Colaborador de diarios regionales asturianos (La Nueva España, Cuenca
del Nalón), como autor de cómic ha publicado varias obras: La guerre du
professeur Bertenev (Paquet/Dolmen 2006), Café Budapest (Astiberri 2008),
Dublinés (Astiberri 2011) o La ruta Joyce (Astiberri 2011). Sus títulos más
recientes son El otro mar (Astiberri 2013), auspiciada por la Fundación Mare
Australe de Panamá, o Cuadernos d’Ítaca (Trabe 2014). Sus libros han sido
traducidos al inglés, francés, alemán o polaco. (…)http://alfonsozapico.com
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