20 de marzo de 2018

El enfrentamiento en Oviedo en octubre del 1934

Los encargos de Dios
La plaza del Ayuntamiento de Oviedo. Ilustración de Alfonso Zapico
La destrucción de la Cámara Santa de la catedral de Oviedo en 1934, en el curso de un enfrentamiento entre revolucionarios y guardias de asalto
Ilustración de Alfonso Zapico
Cuando el Dios de la Biblia encarga algo a los humanos, lo hace con detalle. El barco de Noé tenía trescientos codos de longitud, cincuenta de ancho y treinta de altura, con tres pisos divididos en departamentos donde se pudieron alojar siete parejas de cada especie de animal "limpio" y de las aves, una de los "impuros" y ocho personas de la familia del patriarca; supongo que un poco apretadas porque cada codo equivale aproximadamente a medio metro. Noé tardó en hacerla y embetunarla un siglo; aunque hay que tener en cuenta que el hombre ya contaba entonces 600 años y estaba algo mayor, pero aún así pudo vivir luego otros 350.
Una calle del centro de Oviedo. Ilustración de Alfonso Zapico
Más tarde, Yahveh volvió a encomendar a los hijos de Israel otra pieza más delicada: el Arca de la Alianza, para albergar las tablas de piedra con los diez mandamientos, pero también se acabaron guardando en ella la vara de Aarón y una olla de maná. En este caso medía dos codos y medio de longitud, un codo y medio de ancho, y otro codo y medio de altura. También era de madera, pero estaba forrada y decorada con oro puro y adornada con dos querubines del mismo metal.
Ilustración de Alfonso Zapico
El mueble lo hicieron los hombres, aunque fue el mismo Dios quien se encargó de protegerlo y no se anduvo con chiquitas: cuando la robaron los filisteos, cayeron sobre ellos epidemias de úlceras cancerosas e incurables, disenterías mortales y una plaga de ratones que destruyó sus cosechas, y fue peor aún lo que ocurrió con los bethsamitas, que se atrevieron a abrirla para ver lo que contenía: entonces el Señor irritado por esta falta de respeto hizo morir a sus jefes y con ellos a nada menos que cincuenta mil hombres.
Fábrica de Armas de la Vega, que fue saqueada durante la Revolución. Ilustración de Alfonso Zapico
Más cerca de casa, tenemos otro Arca Santa: el que se conserva en la Catedral de Oviedo. Este nos concierne más porque va unido al episodio de los infanzones de Langreo, el capítulo más interesante de la historia medieval de la Montaña Central, que ya les conté hace tiempo. El Arca, cuyo origen también se pierde en la leyenda, había estado primero en la Corte de Toledo y, tras la invasión musulmana, escondida en el monte Monsacro, antes de llegar hasta la corte asturiana.
Pero el cofre también tuvo en esta tierra un episodio dramático. Así está escrito en el pergamino del siglo XIII que se conserva en el archivo catedralicio donde se narra lo que había ocurrido pocos años antes de su apertura definitiva el 13 de marzo de 1075, con motivo de la visita del rey Alfonso VI.
El edificio de la Junta General. Ilustración de Alfonso Zapico
Entonces, el obispo Ponce, informado por algunos creyentes de las grandezas que allí se contenían, quiso comprobar si lo que contaban era verdad y mandó levantar su tapa por las bravas, sin tomar las debidas precauciones:
"Intentando, pues, acompañado de algunos de sus abades y clérigos, abrir la cubierta del arca, fue tal la luz que salió de ella que, a causa del resplandor, sus ojos no pudieron ver lo que había dentro de las paredes del arca en que se contenían las preciadas prendas de los santos de Dios, y a punto estuvieron todos de caer por tierra debido a la magnitud del espanto. En cierto modo, pues, cegados por oculto designio de Dios, dejaron las cosas tal cual hasta entonces habían estado. Algunos, sin embargo, siguieron ciegos por todos los días de su vida".
Ilustración de Alfonso Zapico
Podemos dar por bueno el relato o suponer que lo divulgó intencionadamente aquel obispo, el catalán Poncio de Tabernoles, quien llevó la diócesis de Oviedo entre 1025 y 1028, y que seguramente no tuvo inconveniente en echar a andar aquella historia para acentuar la importancia del Arca Santa y atraer así a los crédulos peregrinos de la época.
El cuartel del Milán, donde se atrincheró el Ejército y que los revolucionarios no consiguieron rendir. Ilustración de Alfonso Zapico
No sé si recuerdan que cuando llegó Alfonso VI para asistir a la solemne ceremonia de su apertura, se reunió con él la flor y nata del momento, incluyendo al Cid, que fue quien sacó con sus manos las reliquias después de que se abriese la caja entre bocanadas de oloroso incienso. Dentro se guardaba un pintoresco tesoro que ahora puede verse, sin más riesgo que el de pagar los 7 euros para el tique de entrada al recinto eclesiástico, compuesto entre otras maravillas por huesos, cenizas y piel seca de profetas, santos y mártires; pan de la Última Cena; madera de la cruz de Cristo; tierra de su sepulcro; leche de la Virgen y telas de uno de sus vestidos y del sudario que supuestamente cubrió a su hijo.
Ilustración de Alfonso zapico
Llevado por la alegría del hallazgo, al día siguiente el monarca se lo agradeció a la Iglesia de Oviedo regalándole la "mandación" de Langreo, que era suya por posesión familiar desde hacía varias generaciones. Así el titular del episcopado de San Salvador de Oviedo se hizo con la circunscripción realenga, que comprendía prácticamente la totalidad del valle langreano y desde entonces sus habitantes tuvieron como primer señor al obispo ovetense.
El cuartel de carabineros de Santa Clara (hoy Hacienda), que estaba pegado al Campoamor.
A los del Nalón esto les hizo poca gracia y dos semanas más tarde se inició el famoso pleito en el que los infanzones, representando a todos los que tenían allí bienes, protestaron contra la decisión real.
No les voy a contar ahora, porque ya lo he hecho en otra ocasión los avatares de aquel juicio, que lógicamente ganó la Iglesia, pero sí debo resaltar el hecho de que quienes protestaron ante el rey hicieron valer ante él su condición de hombres libres y privilegiados. Muchos siglos más tarde, el destino quiso que los langreanos, que ya no eran infanzones sino mineros, volviesen a encontrarse de nuevo con el Arca de Dios, y también sin buscarlo, como la primera vez, aunque en esta ocasión el fuego y la destrucción la pusieron ellos y fue la caja sagrada la que se llevó la peor parte.
La antigua cárcel, escenario de duros combates
Ocurrió en la noche del 11 al 12 de octubre de octubre de 1934, en el curso de los enfrentamientos por el control de Oviedo. Unas horas antes un grupo de guardias de asalto había entrado en la Catedral parapetándose en su torre desde donde controlaban con sus disparos una amplia zona. Entonces los revolucionarios llegados desde las cuencas mineras decidieron el asalto al edificio estimando que había causar el menor daño posible a sus elementos artísticos, que para ellos estaban en la decoración gótica de la propia torre, y tomaron una de las decisiones más desafortunadas de la insurrección: dinamitar la Cámara Santa, que a su juicio tenía menos importancia.
Ilustración de Alfonso Zapico
Primero se quemó la sillería del coro y otras imágenes de gran valor y acto seguido se provocó una explosión en la capilla de Santa Leocadia, bajo la Cámara Santa, que destruyó un lugar único para nuestra historia. Parece evidente que se trató más de una cuestión de simple ignorancia que de mala fe, puesto que entre los escombros quedaron joyas que unían a su valor simbólico el económico, pero el desastre fue absoluto e incluso el diario inglés The Times lo calificó en aquel momento como "la mayor catástrofe artística del presente siglo".
Una vista desde la torre de la Catedral, donde había francotiradores engolados.
Allí se deshizo el Arca Santa, y también sufrieron desperfectos la Caja de las Ágatas; la Cruz de los Ángeles, símbolo de la ciudad de Oviedo, y la de la Victoria, que actualmente figura en la bandera de Asturias y era de oro y piedras envolviendo aquella de madera con la que Pelayo combatió a los invasores musulmanes. Luego en 1942 se levantaron otra vez los muros derribados y se hizo una lamentable reconstrucción de estas piezas, que forzó a volver a intervenir más tarde para rehacer lo hecho. Por ejemplo, en 2014, solo la reforma de la propia Cámara Santa financiada por el gobierno regional costó 234.000 euros, y la Cruz de la Victoria, que no había resultado muy dañada, fue alterada por los orfebres del franquismo hasta el punto de que corre una leyenda que dice que algunas de las pequeñas piedras de color verde que se habían perdido fueron sustituidas por cristales tallados procedentes de botellas de sidra.
La antigua estación del Vasco en Oviedo. Ilustración de Alfonso Zapico
Y para colmo de males en 1977 fue robada y volvió a ser destrozada por un caco que otra vez ignoró lo que tenía en sus manos, con lo que sufrió una nueva restauración, en este caso más acertada, pero que dejó muy poco de la pieza primitiva. En cuanto al Arca Santa, también acaba de hacerse la cirugía estética este último septiembre: su madera estaba apolillada, el óxido impedía distinguir la plata de los dorados y le faltaban algunos fragmentos que ya han sido repuestos. Esta vez fue el Cabildo quien pagó los 56.000 de la operación en la que nadie resultó herido por la ira de Dios y ahora merece la pena verla, aunque con tantos vaivenes ya no sé si queda en ella algo de aquella que trajo el disgusto de los infanzones.
'La balada del norte', de Alfonso Zapico, un viaje a las entrañas de la Revolución de Asturias de 1934. (Eldiario.es). Ilustración de Alfonso Zapico
FUENTE: ERNESTO BURGOS-HISTORIADOR

Ernesto Burgos Fernández nació en Mieres (Asturias) el 7 de julio de 1957.
Licenciado en Geografía e Historia por la Universidad de Oviedo (1979). Diploma de Estudios Avanzados en Arqueología Histórica («La romanización en las cuencas mineras del sur de Asturias» 2006).Profesor de Educación Secundaria, ha trabajado en los institutos «Juan de Herrera» (Valladolid), «Sánchez Lastra» (Mieres), «Camino de La Miranda» (Palencia), «Valle de Aller» (Moreda) y desde 2006 en el IES «Mata Jove» de Gijón. En el año 2016 el reconocido historiador mierense fue distinguido con el reconocido galardón anual de  “Mierense del año”.


Alfonso Zapico (Blimea, Asturias, 1981). Ilustrador y autor de cómic español, trabaja como profesional gráfico desde 2006.
Ha realizado ilustraciones, diseños, animaciones y campañas para diversas agencias de publicidad, editoriales o instituciones. Ha trabajado en proyectos educativos del Principado de Asturias (Aula Didáctica de los Oficios) e impartido talleres de ilustración en centros educativos de Asturias y Poitou-Charente (Francia).
Colaborador de diarios regionales asturianos (La Nueva España, Cuenca del Nalón), como autor de cómic ha publicado varias obras: La guerre du professeur Bertenev (Paquet/Dolmen 2006), Café Budapest (Astiberri 2008), Dublinés (Astiberri 2011) o La ruta Joyce (Astiberri 2011). Sus títulos más recientes son El otro mar (Astiberri 2013), auspiciada por la Fundación Mare Australe de Panamá, o Cuadernos d’Ítaca (Trabe 2014). Sus libros han sido traducidos al inglés, francés, alemán o polaco. (…)http://alfonsozapico.com
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