La guerra civil, en Asturias, fue una contienda en la que los dos bandos
enfrentados estaban en absoluta desigualdad de condiciones. Por el lado
de los sublevados, había un Ejército perfectamente estructurado,
experimentado, con todos sus cuadros, soldados y armamento, en el que
fue fácil incorporar a los voluntarios o reclutas llamados a filas.
Además, el coronel Aranda, al hacerse cargo de la Comandancia de
Asturias, en previsión de que se pudiera repetir otra intentona
revolucionaria como la de octubre de 1934, había aumentado la dotación
armamentística, particularmente de ametralladoras. La incorporación de
León al bando de los sublevados permitió a éstos disponer de la base
aérea de la Virgen del Camino desde la que poder enviar con facilidad
aparatos de guerra contra Asturias. La base militar naval del Ferrol
permitió también a los sublevados contar con el dominio en el
Cantábrico. Cuando los republicanos quisieron contrarrestar ese poder,
fue a costa de desproteger el estrecho de Gibraltar, lo que permitió el
paso acelerado de tropas del norte de África a la Península para apoyar a
los sublevados, como más adelante se verá.
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Ilustración de Alfonso Zapico |
Por el lado
republicano no había Ejército. El propio Gobierno se encargó de
disolverlo y en su lugar se armaron milicias de ciudadanos. Éstas
carecían de toda experiencia y formación militar, por más que algunos de
los militantes que habían participado en la Revolución de Octubre
creyeran que dominaban el arte de la milicia. Apenas tenían armas, y las
que poseían eran de los más variados calibres, lo que convertía en un
auténtico galimatías los trabajos de aprovisionamiento de municiones,
porque tampoco contaban con especialistas en lo que hoy se conoce como
logística. La falta de experiencia y de preparación quedó en evidencia,
sobre todo, en los enfrentamientos sostenidos contra las columnas
gallegas que avanzaban por el Occidente. La guerra, en ese frente, era
mucho más complicada que la lucha contra el cuartel de Simancas o el
cerco desplegado en torno a Oviedo. La inexperiencia en el despliegue y
en el movimiento en campo abierto hacía que muchas veces se produjeran
retiradas ante el miedo a ser copados, lo que facilitó el avance de las
citadas columnas, sobre todo en el primer mes y medio. Por otra parte,
una parte muy sustancial del proletariado asturiano, el de ideología
anarquista, era radicalmente opuesto a todo lo que significara
disciplina, escala de mando, etcétera.
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Ilustración de Alfonso Zapico |
La conversión de las
milicias, primero voluntarias, y luego reclutadas por las quintas, en un
Ejército medianamente organizado fue un proceso que llevó bastante
tiempo. Al igual que en la recomposición de todo el aparato estatal
republicano en Asturias hubo que partir de cero, en lo militar ocurrió
otro tanto. La experiencia frente a las columnas gallegas hizo ver al
mando republicano asturiano que para poder oponer una resistencia
efectiva y acometer operaciones ofensivas de alguna entidad se imponía
organizar más y mejor a las milicias. La actuación entusiasta y decidida
de los grupos voluntarios de las primeras semanas no era suficiente
cuando se enfrentaban en campo abierto a un contrario perfectamente
disciplinado, que movía con seguridad sus efectivos. Como contó el
dirigente faísta Ramón Álvarez Palomo a Ronald Fraser, para su historia
oral de la guerra civil («Recuérdalo tú y recuérdalo a otros»): «Lo
único que teníamos eran guerrillas. Quiero decir grupos de hombres cada
uno de los cuales iba a donde quería. Alguien gritaba: "¡Eh, una mujer
dice que los gallegos están ahí abajo y que estamos rodeados!". Cogían
sus trastos y se largaban. Por eso podían avanzar las columnas
insurgentes. No obtuvimos algunas victorias hasta que abandonamos la
lucha de guerrillas y formamos un Ejército, por muy malo que fuese y por
mucho que hubiéramos tardado en formarlo?».
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Ilustración de Alfonso Zapico |
El 29 de agosto
un editorial titulado «Las milicias populares», publicado en la prensa
controlada por los anarquistas en Gijón, reconocía: «Nosotros somos un
ejército irregular. Tenemos valor. Valor e ideales. Dos elementos
indispensables, pero insuficientes. Estamos haciendo la guerra según los
consejos y dictado de nuestro instinto. Y el instinto, como la mano que
mueve una lima, necesita el cerebro que la conduzca [...]. Convertir
las milicias en un ejército disciplinado es tarea difícil [?]. Pero la
realidad va demostrándonos todos los días que al ejército fascista,
disciplinado, por lo regular, sólo le batiremos cuando podamos oponerle
una fuerza regular y disciplinada [...]. A la disciplina de los demás,
opongamos la propia disciplina. De esa manera aproximaremos la victoria y
ahorraremos sangre. El instinto de conservación lo demanda». Tras
un mes de guerra, todas las organizaciones encuadradas en el Frente
Popular reconocían la necesidad apremiante de la disciplina y de la
acción y el mando único. Fue así como a lo largo de la última semana del
mes de agosto, en las oficinas del Banco Asturiano, en Salas, se
celebraron reuniones de mandos militares y de milicias, y de políticos,
para analizar la marcha de la guerra en el frente occidental.
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Ilustración de Alfonso Zapico |
En ellas
cobró cuerpo la idea de que era necesario militarizar o profesionalizar
las milicias para poder ofrecer una respuesta conjunta y firme al
Ejército contrario. Finalmente, el 3 de septiembre de 1936 se reunieron
en Grado representantes oficiales de todos los partidos políticos
integrados en el Frente Popular, de las organizaciones sindicales, los
miembros del Comisariado de Guerra y el comandante Gállego, el militar
que ya había participado en la organización de las milicias en Gijón
desde el primer momento. En esa reunión se llegó al convencimiento de
que era imprescindible dar a las unidades armadas la necesaria
consistencia y disciplina que exigía la guerra que se estaba sosteniendo
y redactaron unas orientaciones generales que servirían de base para
imponer sanciones de carácter disciplinario. Los miembros del
Comisariado de Guerra -Ramón González Peña por los socialistas, Avelino
González Entrialgo por los anarquistas, y Juan José Manso por los
comunistas- fueron los encargados. En los días siguientes fueron
redactadas «instrucciones para los jefes de columna» y unas
«instrucciones para el combate» redactadas por el comandante Gállego.
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Ilustración de Alfonso Zapico |
De
la reunión de Grado salió el acuerdo de establecer la «disciplina y el
mando único» en las milicias. El 6 de septiembre de 1936 se publicaban
en el diario «La Prensa», de Gijón, unas «Instrucciones para los Jefes
de columna», en las que se decía: «Mando único no significa solamente
que haya una cabeza o un órgano visible que adquieran la responsabilidad
de las acciones de guerra; para que exista el mando único (y éste es el
compromiso adquirido unánimemente por todas las fuerzas militares y
políticas para sus afiliados) es indispensable que el órgano cabeza
visible sea obedecido por todos». Suscribían estas instrucciones, aparte
del comandante Gállego, Onofre G. Tirador, de la CNT-FAI; Jesús Ibáñez,
del PSOE, y Ceferino Álvarez Rey, del PCE. El mismo 6 de
septiembre, «La Prensa», en un editorial titulado «Unidad de acción y
disciplina», insistía en las mismas ideas: «La guerra tienen que hacerla
soldados (...). Con uniforme o sin él. Con un distintivo social al
cuello o con gorro; pero militar al fin. Recluta o miliciano, ha de
significar una misma cosa: disciplina, obediencia a quien mande (...).
De esa manera se borrarán muchos particularismos de partido y de escuela
y un pensamiento único posibilitará una acción única [...]. Si algunos
principios se despeñan, empujados por superiores realidades,
conformémonos».
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Ilustración de Alfonso Zapico |
Con la decisión de «militarización y mando
único» que se rubricó en Grado, Asturias se adelantó más de un mes a
varios decretos que en el mismo sentido dictó el Ministerio de la
Guerra. Entre ellos, uno de 30 de septiembre de 1936 por el que las
milicias se sometían al Código de Justicia Militar; y otro de 16 de
octubre de 1936 por el cual el Ministerio de la Guerra asumía el mando
de las milicias a través del Estado Mayor Central. El acuerdo de Grado
fue suscrito, entre otros, por Belarmino Tomás, Onofre García Tirador,
Juan Ambou, Ramón González Peña, Manuel Álvarez, Higinio Carrocera,
Rufino Duarte y Francisco M. Dutor, y algunos de ellos entrarían a
formar parte unos días después del Comité Provincial del Frente Popular
que se constituyó en Gijón el 6 de septiembre de 1936. Coincidiendo
con todo el proceso de militarización de las milicias, a comienzos de
septiembre se trasladó a Gijón, desde Sama, el Comité Provincial del
Frente Popular, con lo que se inició un proceso de centralización y
reorganización del poder republicano que se completaría con la
disolución posterior del Comité de Guerra que actuaba en Gijón. Una de
las materias en las que más se dejó sentir esta reorganización fue en la
justicia.
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Ilustración de Alfonso Zapico |
El 12 de septiembre de 1936 un decreto, en consonancia con
otro del Gobierno de la República, creó el Tribunal Popular Provincial,
que se constituyó en Gijón el 21 del mismo mes. Pareja a la creación del
Tribunal Popular fue la disolución de cuantos «comités» venían actuando
con los nombres de «Investigación», «Vigilancia», «Salud Pública» y
otros análogos, decretada por el gobernador general, Belarmino Tomás, el
8 de octubre de 1936. La función de administración de justicia quedó
encomendada exclusivamente al Tribunal Popular. Quedaba claro el interés
de las autoridades republicanas por impedir las acciones de terror y la
actuación de los incontrolados. Belarmino Tomás, gobernador general de
Asturias y León, declaraba al periódico «La Prensa», el 27 de octubre de
1936: «Estoy dispuesto a que se garantice la seguridad personal de los
presos dentro de las cárceles. Se ha terminado eso de sacarlos de ellas
cuando se quiera». De la aplicación de estas medidas da
testimonio la causa seguida unos meses después ante el Tribunal Popular
de Gijón contra cuatro miembros de las «Milicias de Retaguardia», por la
comisión de actos de terrorismo. Designados como «incontrolados», según
el ministerio fiscal, practicaban detenciones ilegales sin que de
algunos de los detenidos por ellos se volviese a saber. El tribunal
impuso tres condenas de muerte y una de treinta años de reclusión (CNT,
29 y 30 de mayo de 1937).
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Ilustración de Alfonso Zapico |
FUENTE: JAVIER RODRÍGUEZ MUÑOZ
Javier Rodríguez Muñoz
(Mieres, 1948), historiador.
Muñoz
tiene una "acreditada trayectoria" en el estudio y la difusión de la
historia de Asturias. Entre los grandes hitos resaltó "la dirección de la
exposición '1388-1988, seis siglos de historia del Principado de Asturias' o la
coordinación de la colección 'Biblioteca histórica asturiana', compuesta por 26
títulos. Además, colaboró en el diseño del pabellón del Principado en la
Exposición Universal de Sevilla en 1992 y con labores de documentación,
catalogación y documentación, en la puesta en marcha del Museo de la Minería y
la Industria de Asturias, en El Entrego". Como autor, ha firmado cerca de
una veintena de libros sobre la historia de Asturias, entre los que destaca la
obra "La monarquía asturiana, nacimiento y expansión de un reino",
editada en 2004. Fue el comisionado para los actos conmemorativos del
decimotercer centenario de los orígenes del Reino de Asturias. Reputado
estudioso de la historia de Asturias, exdirector del Club Prensa Asturiana de
LA NUEVA ESPAÑA.
Alfonso Zapico (Blimea, Asturias,
1981). Historietista e ilustrador freelance. Profesional gráfico desde el año
2006. Trabaja en proyectos educativos del Principado de Asturias (Aula
Didáctica de los Oficios) e impartido talleres de ilustración en centros
educativos de Asturias y Poitou-Charente (Francia). Realiza ilustraciones, diseños y campañas
para diversas agencias de publicidad, editoriales e instituciones. Es
ilustrador de prensa en diarios regionales asturianos (La Nueva España, Cuenca
del Nalón, Les Noticies…). Se estrena en
2006 con un álbum de corte histórico para el mercado franco-belga, La guerra
del profesor Bertenev (Dolmen, 2009). Su primer trabajo publicado directamente
en España es Café Budapest (Astiberri, 2008), donde se mete de lleno en una
ficción determinada por los orígenes del todavía no resuelto conflicto
palestino-israelí. Acto seguido apuesta por recrear en cómic la vida de James Joyce,
Dublinés (Astiberri, 2011), que gana el Premio Nacional del Cómic 2012 y a raíz
del cual surge el cuaderno de viaje La ruta Joyce (Astiberri, 2011). Vive en la localidad francesa de Angouléme,
donde, tras realizar El otro mar (Astiberri, 2013) a caballo de su Asturias
natal, a la que vuelve con regularidad, se encuentra preparando su nueva y
ambiciosa obra, “La balada del norte”, que constará finalmente de cuatro tomos.
Esta magnífica obra es un autentico
tesoro de la novela gráfica española y refleja la negrura de los valles mineros
de Asturias de los que surgen personajes luminosos, y bajo el ruido atronador
de las minas de carbón se escucha el susurro de una canción antigua. Los viejos
y nuevos tiempos chocan brutalmente poniendo a prueba al protagonista, pronto a
la Humanidad entera. Éste es el sonido de "La balada del norte". En
un paréntesis, entre el segundo y tercer volumen de La balada del norte, Zapico
completó Los puentes de Moscú (Astiberri, 2018), para mostrar de nuevo su faceta
como reportero gráfico al poner el micro al diálogo entre el político Eduardo
Madina y el músico Fermin Muguruza. Sus libros han sido traducidos al inglés,
francés, alemán o polaco. (…). Foto Wikipedia http://alfonsozapico.com
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