Las marcas del silencio
Iglesia de Santa Eulalia de Ujo (Mieres) en 1920. (Archivo del blog) |
Ilustración de Alfonso Zapico |
En el siglo XII Ujo era uno de esos poblachones que se
repartían por Asturias. Lo habitaban siervos, que aunque pagaban sus impuestos
se diferenciaban en poco de los esclavos, ya que podían ser vendidos o donados
junto a las heredades que trabajaban; también colonos, con la misma vida
miserable, pero mayor libertad, y campesinos que cultivaban para otros por
contratos estipulados. Sobre ellos dominaba la Iglesia ejerciendo el poder
económico y social; determinando desde el calendario a cualquier aspecto de la
vida cotidiana y las relaciones personales, ceñidas a las creencias que
guardaban el orden con un pensamiento sencillo: el mundo estaba lleno de maldad
porque así lo disponía la bondad divina y el mayor pecado -el pecado original-
era intentar comprender esta contradicción.