Cuando fuimos refugiados
Las escenas que el
artista gijonés Germán Horacio dibujó en los campos de concentración franceses
de republicanos tras la Guerra Civil se repiten hoy entre las columnas de
sirios que huyen l Los exiliados asturianos reviven su misma tragedia 80 años
después
Germán Horacio ha perdido la guerra. Es febrero de 1939 y
está en Francia. Se ha convertido en un refugiado de guerra, uno más del medio
millón de españoles republicanos que en dos meses invadirá Francia. Hombres,
mujeres y niños llegan ateridos, protegiéndose con mantas de un invierno
inusualmente crudo. Vienen muertos de miedo, hostigados por la aviación
franquista. Horacio está en el pequeño campo de concentración de Les Haras,
unas cuadras para caballos cerca de Perpiñán. Es la antesala de los campos
playa donde los españoles serán recluidos en condiciones deplorables. A él le
tocará el de Saint Cyprien. Alambradas ante el arenal, una cárcel abierta al
mar, vigilada por soldados senegaleses. Allí les esperan el hambre, la fría
tramontana, la disentería. Tendrán que hacer sus necesidades en la playa. Sólo
podrán lavarse con agua de mar. Horacio, uno de los grandes artistas de la
Asturias republicana -el más prolífico y reconocido autor de carteles de
guerra, el que ha diseñado los "belarminos", el papel moneda del
Consejo de Asturias y León-, no deja caer el lápiz en esos primeros días de
exilio. Toma apuntes por doquier. Hoy, por ejemplo, en Les Haras, retrata a un joven
durmiendo, parece que en el suelo, cubierto por su propia chaqueta. En la
esquina superior derecha asoma la bota de otra persona. Duermen hacinados,
sobre una larga incertidumbre. Les han quitado todo. Germán Horacio esboza su
terrible presente, pero no sabe que también está dibujando el futuro: casi
ochenta años después, en septiembre de 2015, si aún viviese, podría haber hecho
el mismo apunte del natural en la estación de trenes de Budapest, donde
confluyen miles de refugiados de la guerra de Siria. Ahí, una niña duerme sobre
un paquete de pañales. El colchón es un cartón. La historia repite el mismo
trazo duro. Otra vez el sueño quebradizo de los desposeídos.
Los dibujos que Germán Horacio hizo en los campos de
concentración franceses y también a bordo del "Sinaia", el barco que
después le llevaría a México -donde fallecería en 1975-, están en poder del
Museo Casa Natal Jovellanos de Gijón, que los ha cedido para su publicación en
este reportaje. Lo que Horacio dibujó allí, los mismos gestos de dolor e
incertidumbre se están repitiendo en las columnas de refugiados que asaltan
Europa huyendo de la guerra en Siria. En estas dos páginas se hace patente ese
paralelismo.
Son imágenes que conmueven a cuantos las ven, pero acaso más
a quienes vivieron hace ya casi ochenta años una experiencia similar. Nelly
Fernández Arias, exsenadora del PSOE por Asturias, es una de esas personas.
Nació en Pravia en 1932. Cumplió en Francia 7 años después de cruzar la
frontera hacia Perpiñán, bajo la lluvia, "con los aviones volando bajo,
con las bombas casi sobre nuestra cabeza. Mucha gente, milicianos desarrapados,
descalzos... Fue horrible. La gente se deshacía de sus maletas para correr y
poder pasar al otro lado". Nelly enfermó de pulmonía. En Francia pasó cuatro
años, pero los recuerdos de la guerra la rondaron mucho tiempo. Lloró todas las
noches hasta que echó novio, el que luego sería su marido. Se sintió bien
acogida, aunque vio "de todo". "Hay que tener en cuenta que
había mucha propaganda, almanaques que pintaban a un hombre con un pañuelo rojo
clavándole una espada a un bebé. Como si España les estuviera enviando a los
salvajes".
La exsenadora socialista, que hasta hace unos meses ocupó la
presidencia de la Cruz Roja de Avilés, ve las imágenes con las columnas de
refugiados sirios y no se explica "cómo a estas alturas no hemos conseguido
vivir en paz juntos".
"El hombre es así, no aprendemos, no dejamos de hacer
el estúpido, el imbécil". Desde Toulouse habla Isabel Ginel, 93 años,
viuda de Avelino Fernández Roces, destacado militante anarquista, luego
vinculado al PSOE histórico, que durante la guerra alcanzó notoriedad por sus
artículos en Solidaridad Obrera de Barcelona. Allí Isabel lo leía con fervor,
de muy jovencita, antes de conocer al que, andando el tiempo, se convertiría en
su marido. Isabel cruzó la frontera en una de aquellas columna de espectros
vencidos, el 6 de febrero de 1939, "un día que no olvidaré jamás". Ya
en Francia, al llegar la avalancha, daban un vaso de leche a los niños, sólo
hasta los 14 años. Isabel ya los había cumplido. Su hermana no. "Le pedí
un trago. Pero ella me dijo: 'No, ¡es para mí, es para mí!' Y no me dio nada.
Vea, fíjese usted qué cosas más extrañas llegamos a hacer los hombres".
Nietos y bisnietos le preguntan si es verdad "eso de las películas",
lo que ella vivió. Y ella les dice que hay que vivirlo para comprenderlo. A su
edad mantiene intacta sus ansias de justicia: "Yo no soy patriotera, yo
soy internacional, yo soy humana. Hay que ayudar al que tienes delante, sea
blanco o rojo; ayudar al que está sufriendo". Ayudar y no tratar de
imponerse. "El que pretenda vencer sin convencer, está vencido".
Siempre trata de ponerse en el lugar del otro. Piensa, por ejemplo, que pese a
las deplorables condiciones de los campos, los franceses hicieron lo que
pudieron con los refugiados republicanos. "No sabían dónde meternos. De
golpe y porrazo les llegaron niños, ancianos, heridos, militares
escapados...".
"Fue una auténtica invasión. Pero los franceses
acogieron a medio millón de refugiados españoles y nosotros en Europa estamos
discutiendo ahora por menos de 200.000 sirios". Quien reflexiona así,
también desde Toulouse, es José Castro Mayobre, un socialista nacido en 1934 y
que se exilió a Francia en 1960, después de escapar de la Policía franquista,
tras ser interceptado el grupo en el que iba rumbo a un campo escuela para
formación de militantes de UGT. Castro, que desplegó una intensa actividad
política durante la dictadura de Franco, e incluso llegó a participar en un
plan para atentar contra el dictador durante su estancia veraniega en San
Sebastián, no vivió la primera avalancha y su exilio político coincidió con la
salida de los emigrantes económicos españoles. Su padre pasó por un campo de
concentración en la playa, pero Castro reconoce que Francia, a la postre,
auxilió a los republicanos. "Se habla mucho de la acogida en México, pero
Francia dio más carreras universitarias a los hijos de los refugiados que
México".
Alfonso Martínez Valles (Tiraña, Laviana, 1920) sabe también
lo que es perder las raíces. "Cuando sales de tu país no tienes nada. Ni
el habla tienes. Uno tiene que defenderse con lo que se pueda". Este
militante socialista pasó a Francia tras una posguerra "en la que pasaron
a sangre y fuego a toda mi familia", en la que se echó al monte para
seguir el combate guerrillero. Fue en 1948. Junto a su hermano Alfredo, y
simulando que iba a trabajar en las minas de Figueras (Girona), se acercó a la
frontera y pasó al lado francés. Encontraron trabajo de minero en Saint Eloy
les Mines, donde permanecieron hasta su jubilación. Sabe bien lo que es
convertirse en un repudiado por su propio país. Ni siquiera pudo asistir al
entierro de su madre, Inocencia Valles. Fue una jornada agridulce para él:
aquel mismo día en España también enterraban a Francisco Franco. "Espero
que nadie sufra lo que yo sufrí y que jamás se repita", dice Alfonso, que
desde 1982 está asentado en Gijón.
"Un refugiado no tiene nada. Nosotros ni cama
teníamos". Carmen Flórez, residente en Rosario (Argentina), es la viuda de
Manuel Fernández Peón, el comandante Flórez, un minero y guerrillero asturiano
fallecido en el exilio en junio de 1986. Fue uno de los últimos fugaos
evacuados con José Mata, en octubre de 1948, desde el puerto de Luanco. Se
exilió primero a Francia y luego, en 1951, se trasladó a la Argentina. A su
encuentro fue, tres años después, Carmen, una joven de Ayones (Oviedo) con la
que se había ennoviado por carta. Ella lo había conocido de niña. Su familia
había dado cobijo al guerrillero. Desde Argentina, él les iba mandando dinero
para ir tirando. La relación epistolar se afianzó y un día el comandante Flórez
le pidió que se reuniera con él en el país de las oportunidades que por
entonces era Argentina. Ella no lo dudó. Le habían prohibido dejar España, pero
Carmen tomó cinco trenes hasta llegar al puerto de Barcelona. Subió al barco,
de bandera francesa, que la llevaría al Mar del Plata. No entró al camarote.
Quedó en cubierta, aferrada a la barandilla, viendo cómo soltaban amarras. Una
hora tardó la operación. Cuando se vio saliendo el puerto, rompió a llorar, a
gritos. "¿Y sabe por qué lloraba? Porque entonces sentí la libertad. Lo
único que queríamos era ser libres. No hicimos mal a nadie. Todo lo que pasamos
fue criminal".
Germán Horacio Robles Sánchez (Gijón, 1929) fue hijo de
Emilio Robles, el popular escritor "Pachín de Melás". Durante la
Guerra Civil, desde el bando republicano, se convirtió en uno de los referentes
del cartelismo español y en el más prolífico de los artistas de su época en
Asturias. Su historia fue similar a la de miles de españoles que, tras la derrota,
tuvieron que abandonar su país. Salió con otros compañeros del puerto de Gijón
en un barco pesquero y, tras burlar al "Almirante Cervera", el
crucero que participaba en el sitio de Gijón, partieron rumbo a Galicia.
Bordearon toda la costa española hasta llegar a Cataluña. Desembarcaron en
Barcelona, aún en manos republicanas. Cuanto la derrota se consumó, pasó a pie
a Francia, allí le esperaban los campos de concentración de las playas del
sureste francés, en torno a Perpiñán. Nunca dejó de dibujar la desolación que
veía. Después, embarcó en el navío francés de bandera nigeriana
"Sinaia" rumbo a México, donde retrató a los desposeídos que allí
viajaban. Nunca volvió a Asturias. Vivió, como escribió su hijo el actor Germán
Robles, "en la soledad de la distancia". Pintó "la pérdida de su
España, de su Asturias, de su mar".
FUENTE: LA NUEVA ESPAÑA (Suplemento Siglo XXI)
NOTA: las ilustraciones son las que ilustraba el artículo de Siglo XXI de La Nueva España
NOTA: las ilustraciones son las que ilustraba el artículo de Siglo XXI de La Nueva España
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