Objetivo: Francisco Franco
Francisco Franco en el año 1964. (Wikipedia) |
Ilustración de Alfonso Zapico |
Como es sabido, el general Franco murió en la cama. La suya no fue una
muerte sosegada porque al final los buitres familiares que rodeaban su
lecho acabaron cebándose en él cuando todavía respiraba. Muchos
españoles consideraron que aquel punto final tenía que haber llegado
mucho antes y entendieron que el destino le había ayudado a conseguir su
última victoria con una vejez tranquila, incluso hubo quienes se
empeñaron en acelerar la historia embarcándose en proyectos de todo tipo
para lograr que fuese así?pero ninguno lo consiguió.
El
primero de que se tiene noticia lo protagonizaron tres anarquistas la
noche del 14 de julio de 1936 en Santa Cruz de Tenerife, donde Franco
estaba destinado como Comandante Militar y en las Islas Canarias ya era
un secreto a voces lo que se avecinaba. El cerebro de la operación fue
Antonio Vidal Arabi, un personaje curioso, intelectual y visionario, que
logró huir y ya en 1938 consiguió comprometer a varias kabilas del
norte de Marruecos en una rebelión contra las autoridades facciosas de
Ceuta, aunque su idea fracasó porque no tuvo la confianza de los
responsables republicanos.
Aquel plan consistía en colarse por la trampilla de una cantina inmediata al edificio de Capitanía y subir hasta el corredor que llevaba a la habitación del dictador. Los biógrafos franquistas afirman que los conjurados fueron descubiertos y huyeron antes de llegar, sin embargo otros investigadores dicen que lo consiguieron, pero que la puerta estaba cerrada por dentro y Franco, alertado por el ruido, comenzó a pedir auxilio en vez de disparar contra sus agresores, con los que podía haber acabado fácilmente. Fuese de una u otra forma, lo único seguro es que todo se frustró por una traición.
Solo tres días más tarde, el 17 de julio de 1936, tuvo lugar el segundo intento, el llamado «complot de los cabos», organizado por los veteranos del Regimiento de Infantería del Batallón del Serrallo número 8 de Ceuta José Rico y Pedro Veintemillas, fieles republicanos, que convencieron a otros dos compañeros de la misma graduación para participar en su plan.
Se acordó que José Rico disparase al general
cuando estuviese pasando revista a una formación de honor en el patio
central del cuartel, mientras los demás tenía que reducir al resto de
las tropas apuntándolas desde las ventanas que miraban a aquel
escenario. Una vez más, el proyecto fracasó por una filtración y todos
los implicados fueron detenidos antes de que Franco llegase.
Y es que dicen que el dictador estaba protegido por esa suerte que los musulmanes llaman «baraka». Por eso volvió a librarse en 1937, cuando se malogró una operación aérea para bombardearlo en Pamplona durante el funeral del general Mola. En fin, la lista de atentados abortados es muy larga, e incluye algunos tramados desde sus propias filas, como el que acabó con la ejecución del falangista Juan Bautista Pérez de Cabo, detenido en la posguerra cuando se disponía a actuar en nombre de los «camisas viejas» que consideraban que el nacional-catolicismo había traicionado sus principios.
Otro caso llamativo fue el del británico Stuart Christie, un joven de apenas 17 años, detenido en 1964 tras viajar hasta Madrid con un kilo de explosivos en su cuerpo dispuesto a colocarlos en la tribuna presidencial del estadio en el que debía celebrarse la final de la Copa del Generalísimo entre el Zaragoza y el Atlético de Madrid.
Un
año más tarde, otro grupo libertario viajó desde Francia para atentar
en las inmediaciones del Palacio del Pardo, donde habían logrado
sobornar con 200.000 pesetas a una persona del círculo del general,
aunque como era de esperar, el doble traidor no cumplió su palabra y
todo volvió a quedar en el aire. Se habrán dado cuenta de que
es imposible dedicar un par de líneas a cada uno de los intentos
frustrados -los hubo también desde el mar-, porque me quedaría sin
espacio para contarles lo que hoy quiero que sepan: los dos planes que
se vivieron en la Montaña Central. Uno se planeó desde el monte en 1946 y
el otro, menos conocido, lo idearon unos libertarios en 1955 y pudo
haber tenido éxito de no haber sido por la pasión amorosa de uno de los
implicados. Vamos al primero. El lunes 20 de mayo de 1946, el
autodenominado Caudillo de España se desplazó a nuestras cuencas para
concluir una visita de cinco días por Asturias, que ya les he contado en
otra de estas historias. Aquel día tenía previsto empezar su agenda en
Duro Felguera y la guerrilla socialista pensó seriamente en acabar con
su vida atacando a la comitiva en un tramo en el que la antigua
carretera de Oviedo se estrechaba. José Mata contó en una entrevista,
poco antes de su muerte, como se pidió autorización al Comité regional
clandestino y estos pasaron la patata caliente a la dirección del
interior, en Madrid, donde se dejó libertad para que se decidiese lo más
conveniente, teniendo en cuenta, tanto la dificultad de la acción como
la previsible dureza de las represalias posteriores.
Finalmente
el proyecto se archivó por la imposibilidad de acercarse a menos de un
kilómetro del coche oficial y la jornada transcurrió sin más incidentes
que los protagonizados por los otros fugaos -los comunistas- que
sabotearon con dinamita varias líneas telefónicas y la vía férrea entre
Peñarrubia y La Felguera. En cuanto al atentado de 1955, lo
dio a conocer Manuel Fernández Cabricano en el número 1 de la malograda
revista «Asturias 7», publicado en setiembre de 1985. El viejo luchador
anarquista, que entonces tenía 75 años, relató en aquel momento al
periodista como en una ocasión había sido interrogado por la
desaparición de una cantidad de dinamita en «Carbones de Langreo», junto
a otros compañeros que fueron detenidos, sin haber tenido arte ni parte
ni sospechas sobre el motivo de aquella acción, que posteriormente,
pudo conocer de boca de uno de los protagonistas.
Al parecer, todo había partido de una reunión celebrada en Narbona, en la que había estado presente Germinal Esgleas, el marido de la histórica Federica Montseny y luego los detalles se ultimaron en los alrededores del pueblo de Campiello. Allí se formó el comando integrado por cuatro anarquistas: Cagigal, Jesús Navarro, Angelón de Cabañaquinta y «otro del que no me acuerdo. Uno que era de la zona de El Condado. Uno de la CNT?».
Se pensó que todo podía realizarse cuando Franco
estuviese pescando salmones en El Sella, en uno de sus pozos preferidos,
muy cerca de lugar en el que se construyó el chalé para el guarda y
donde un gran castaño hundía sus raíces cerca del agua. En ellas debían
camuflarse 12 kilos de dinamita para ser activados mediante un cable
tendido hasta la otra orilla. El comando llegó a disponer de todo: la
dinamita, pistolas Star del nueve para cada uno, provisiones e incluso
el refugio, pero un despiste de Angelón de Cabañaquinta, que se
entretuvo demasiado en un encuentro amoroso y llegó con retraso hasta el
escondite previsto, dio al traste con todo. La Guardia Civil lo
descubrió y mató allí mismo a tres guerrilleros. Solo Cagigal
pudo sobrevivir y así se lo contó a Cabricano, y este a Francisco García
Pérez, reputado profesor de lengua y crítico literario que entonces ya
colaboraba en la prensa regional. Hoy, sin añadir nada de mi cosecha, se
lo recuerdo yo a ustedes.
FUENTE: ERNESTO BURGOS - HISTORIADOR
Las ilustraciones (Dibujos), son de Alfonso Zapico
Ilustración de Alfonso Zapico |
Aquel plan consistía en colarse por la trampilla de una cantina inmediata al edificio de Capitanía y subir hasta el corredor que llevaba a la habitación del dictador. Los biógrafos franquistas afirman que los conjurados fueron descubiertos y huyeron antes de llegar, sin embargo otros investigadores dicen que lo consiguieron, pero que la puerta estaba cerrada por dentro y Franco, alertado por el ruido, comenzó a pedir auxilio en vez de disparar contra sus agresores, con los que podía haber acabado fácilmente. Fuese de una u otra forma, lo único seguro es que todo se frustró por una traición.
Solo tres días más tarde, el 17 de julio de 1936, tuvo lugar el segundo intento, el llamado «complot de los cabos», organizado por los veteranos del Regimiento de Infantería del Batallón del Serrallo número 8 de Ceuta José Rico y Pedro Veintemillas, fieles republicanos, que convencieron a otros dos compañeros de la misma graduación para participar en su plan.
Ilustración de alfonso Zapico |
Y es que dicen que el dictador estaba protegido por esa suerte que los musulmanes llaman «baraka». Por eso volvió a librarse en 1937, cuando se malogró una operación aérea para bombardearlo en Pamplona durante el funeral del general Mola. En fin, la lista de atentados abortados es muy larga, e incluye algunos tramados desde sus propias filas, como el que acabó con la ejecución del falangista Juan Bautista Pérez de Cabo, detenido en la posguerra cuando se disponía a actuar en nombre de los «camisas viejas» que consideraban que el nacional-catolicismo había traicionado sus principios.
Otro caso llamativo fue el del británico Stuart Christie, un joven de apenas 17 años, detenido en 1964 tras viajar hasta Madrid con un kilo de explosivos en su cuerpo dispuesto a colocarlos en la tribuna presidencial del estadio en el que debía celebrarse la final de la Copa del Generalísimo entre el Zaragoza y el Atlético de Madrid.
La avioneta destinada a bombardear al caudillo era un modelo cuya denominación técnica era “Nord 1202/II Norécrin II” y contaba con una velocidad máxima de 280 km/hora. |
Francisco Franco saliendo del Ayuntamiento de Mieres el día 20 de mayo de 1946 |
Al parecer, todo había partido de una reunión celebrada en Narbona, en la que había estado presente Germinal Esgleas, el marido de la histórica Federica Montseny y luego los detalles se ultimaron en los alrededores del pueblo de Campiello. Allí se formó el comando integrado por cuatro anarquistas: Cagigal, Jesús Navarro, Angelón de Cabañaquinta y «otro del que no me acuerdo. Uno que era de la zona de El Condado. Uno de la CNT?».
Manuel y Aurelio Díaz González 'CAXIGALES' en una foto de Constantino Suárez. (El blog de Antón Saavedra-WordPress.com) |
El dictador Francisco Franco, de pesca en uno de sus puntos de pesca favoritos era el río Sella (Asturias). (Pinterest) |
Las ilustraciones (Dibujos), son de Alfonso Zapico
Ernesto Burgos Fernández nació en Mieres (Asturias) el 7 de julio de 1957.
Licenciado en Geografía e Historia
por la Universidad de Oviedo (1979). Diploma de Estudios Avanzados en
Arqueología Histórica («La romanización en las cuencas mineras del sur de
Asturias» 2006).Profesor de Educación Secundaria, ha trabajado en los
institutos «Juan de Herrera» (Valladolid), «Sánchez Lastra» (Mieres), «Camino
de La Miranda» (Palencia), «Valle de Aller» (Moreda) y desde 2006 en el IES
«Mata Jove» de Gijón. En el año 2016 el reconocido historiador mierense fue
distinguido con el reconocido galardón anual de
“Mierense del año”.
Alfonso
Zapico (Blimea, Asturias, 1981). Historietista e ilustrador freelance.
Profesional gráfico desde el año 2006. Trabaja en proyectos educativos del
Principado de Asturias (Aula Didáctica de
los Oficios) e impartido talleres de ilustración en centros educativos de
Asturias y Poitou-Charente (Francia). Realiza ilustraciones, diseños y campañas
para diversas agencias de publicidad, editoriales e instituciones. Es
ilustrador de prensa en diarios regionales asturianos (La Nueva España, Cuenca del Nalón, Les Noticies…).
Se estrena en 2006 con un álbum de corte
histórico para el mercado franco-belga, La guerra del profesor Bertenev (Dolmen, 2009). Su primer trabajo
publicado directamente en España es Café Budapest (Astiberri, 2008), donde se mete de lleno en una ficción
determinada por los orígenes del todavía no resuelto conflicto
palestino-israelí. Acto seguido apuesta por recrear en cómic la vida de James
Joyce, Dublinés (Astiberri, 2011),
que gana el Premio Nacional del Cómic 2012 y a raíz del cual surge el cuaderno
de viaje La ruta Joyce (Astiberri, 2011).
Vive en la localidad francesa de
Angouléme, donde, tras realizar El otro mar (Astiberri,
2013) a caballo de su Asturias natal, a la que vuelve con regularidad, se
encuentra preparando su nueva y ambiciosa obra, “La balada del norte”, que
constará finalmente de tres tomos.
Esta magnífica obra es un autentico
tesoro de la novela gráfica española y refleja la negrura de los valles mineros
de Asturias de los que surgen personajes luminosos, y bajo el ruido atronador
de las minas de carbón se escucha el susurro de una canción antigua. Los viejos
y nuevos tiempos chocan brutalmente poniendo a prueba al protagonista, pronto a
la Humanidad entera. Éste es el sonido de "La balada del norte".
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