Virginia Cowles. (FronteraD) |
Ilustración de Alfonso zapico |
Marzo de 1937. Una joven y audaz periodista norteamericana llega a Madrid
para informar sobre la Guerra Civil española. Se llama Virginia Cowles. Sus
crónicas muestran la mirada sagaz y comprometida de una reportera que contempla
las consecuencias de los bombardeos, entrevista a combatientes de ambos bandos
y vive momentos gozosos junto a corresponsales legendarios como Ernest
Hemingway o Martha Gellhorn. También visitó brevemente Asturias, como deja constancia
el libro "Complicarse la vida" (Tusquets), que incluye además las
experiencias de Cowles en los dos primeros años de la Segunda Guerra Mundial. "La marcha a través del norte". Así se titula el capítulo
asturiano del libro. Que plantea así la situación: "Durante el mes de
septiembre los ejércitos de Franco avanzaron a través de la escabrosa provincia
de Asturias y pusieron fin a la campaña del norte. Aunque la derrota era
inevitable, las tropas republicanas opusieron una fiera y tenaz resistencia".
Una primera parada en Llanes: "Era un mar de uniformes. Las calles
aparecían llenas de soldados italianos; algunos estaban sentados en cuclillas y
abrían latas de carne en conserva con sus bayonetas; otros comían pan y queso y
bebían largos tragos de vino tinto. La calle principal se encontraba bloqueada
por camiones de abastecimiento que llenaban sus depósitos y, al doblar una
esquina, vimos una multitud de niños y amas de casa que contemplaban con
curiosidad un gran tanque ruso que había sido capturado dos días antes. Al
salir de la población pasamos junto a una yunta de mulas que tiraba de un cañón
de 152 milímetros".
Portada del libro 'Complicarse la vida_ de Virginia Cowles. (Planeta de los libros) |
El frío, recuerda la autora, "iba en aumento a medida que avanzábamos,
ya que ahora nos hallábamos en las estribaciones de los Picos de Europa, uno de
los sistemas montañosos más altos de Europa. Las negras montañas parecían
cercarnos por todos lados al estrecharse la carretera, que empezaba a
serpentear al atravesar los desfiladeros. Pronto comenzó a llover, pero el
capitán conducía a toda velocidad, y parecía evidente que acabaríamos
derrapando y cayendo al precipicio. Al doblar una curva nos encontramos con una
larga línea de soldados montados en mulas. Formaban una larga y silenciosa
procesión que zigzagueaba a través de las montañas".
Ilustración de Alfonso Zapico |
Una segunda parada en Oviedo, "una ciudad de Asturias que el general
Franco había tomado poco después de empezar la guerra. Las montañas que la
rodeaban seguían en poder de los republicanos y durante más de un año se había
visto sometida a un constante bombardeo artillero y aéreo. (...) Tardamos cinco
o seis horas en llegar a Oviedo, toda vez que la mayor parte del viaje fue a
través de las montañas. La carretera que conducía a la vieja ciudad, que se
encontraba en un valle, estaba bajo el fuego continuo de la artillería; como
era la única carretera que estaba abierta, los camiones cargados de alimentos y
los coches oficiales se veían obligados a arriesgarse todos los días. El chófer
pisó el acelerador y emprendimos una carrera frenética ladera abajo. A mi modo
de ver, el peligro de que se nos rompiera un eje por culpa de los agujeros que
los proyectiles habían abierto en la carretera era mucho mayor que el de ser
alcanzados por uno de ellos".
Ilustración de Alfonso Zapico |
Desde la cima del cerro, "Oviedo presentaba aspecto de normalidad,
pero al entrar en la ciudad nos costó creer que alguien pudiera seguir viviendo
en ella. Parecía que la hubiese arrasado un huracán, Ningún edificio o casa se
había librado de sufrir desperfectos; algunos parecían decorados de teatro a
los que hubiesen quitado las paredes; otros hacían pensar en un pastel de
cumpleaños cuyo centro hubiera sido vaciado a cucharadas".
Ilustración de Alfonso Zapico |
La mayoría de los treinta mil habitantes de Oviedo, relata, "habían
sido evacuados, pero unos mil quinientos civiles se habían negado a abandonar
sus hogares. La mayor parte de ellos vivían en los sótanos de edificios en
ruinas y entraban y salían apresuradamente de sus refugios como si hubieran
estado acostumbrados a ello toda la vida. El café principal seguía abierto,
pero, como los cristales de las ventanas habían saltado por los aires hacía ya
tiempo, el viento atravesaba silbando el establecimiento y los clientes bebían
su café con el cuello del abrigo bien subido para protegerse del frío".
Ilustración de Alfonso Zapico |
Durante todo el día "se oía el ruido sordo de los proyectiles de
artillería que caían esporádicamente sobre la ciudad, pero a nadie parecía
importarle: grupos de chiquillos andrajosos jugaban en medio de la calle, un
limpiabotas se hallaba instalado en el bordillo y gritaba para atraer clientes
y en la esquina una anciana discutía con el carnicero por una tajada de carne
de buey". El hotel en el que se alojaba había sido alcanzado "por el fuego de la
artillería dieciséis veces. Sólo quedaban tres habitaciones, pero el
propietario no quería cerrar. Era un hombrecillo agradable que insistía en que
"la señora ha de tener la mejor habitación".
Me acompañó hasta ella y
pidió disculpas por el agujero de proyectil que quedaba justo sobre la cama. No
había electricidad, de modo que dejó la vela y dijo que si el bombardeo arreciaba
durante la noche, bajase al sótano. Añadió que cuando terminase la guerra tenía
planes para abrir un hotel mejor; no disponía del dinero necesario para
construirlo, por supuesto, pero eso se arreglaría por sí solo. Con la paz,
dijo, vendría todo".
Ilustración de Alfonso Zapico |
Ilustración de Alfonso Zapico |
Empezaba a comprender Cowles que "la población civil de un país
raramente interpretaba la guerra hablando de estrategia militar y haciendo uso
de 'ismos' altisonantes. La guerra significaba precios en constante aumento,
escasez de alimentos y casas llenas de agujeros causados por las bombas. En sus
opiniones influía en gran medida el efecto que todo ello tenía en su vida
personal".
Solo fue una noche. Pero nunca la olvidó.
Virginia Cowles, segunda por la izquierda, conversa con el actor Ralph Michael en junio de 1946 |
FUENTE:
TINO PERTIERRA
Con ilustraciones de Alfonso zapico
Con ilustraciones de Alfonso zapico
Alfonso
Zapico (Blimea, Asturias, 1981). Historietista e ilustrador freelance.
Profesional gráfico desde el año 2006. Trabaja en proyectos educativos del
Principado de Asturias (Aula Didáctica de
los Oficios) e impartido talleres de ilustración en centros educativos de
Asturias y Poitou-Charente (Francia). Realiza ilustraciones, diseños y campañas
para diversas agencias de publicidad, editoriales e instituciones. Es
ilustrador de prensa en diarios regionales asturianos (La Nueva España, Cuenca del Nalón, Les Noticies…).
Se estrena en 2006 con un álbum de corte
histórico para el mercado franco-belga, La guerra del profesor Bertenev (Dolmen, 2009). Su primer trabajo
publicado directamente en España es Café Budapest (Astiberri, 2008), donde se mete de lleno en una ficción
determinada por los orígenes del todavía no resuelto conflicto
palestino-israelí. Acto seguido apuesta por recrear en cómic la vida de James
Joyce, Dublinés (Astiberri, 2011),
que gana el Premio Nacional del Cómic 2012 y a raíz del cual surge el cuaderno
de viaje La ruta Joyce (Astiberri, 2011).
Vive en la localidad francesa de
Angouléme, donde, tras realizar El otro mar (Astiberri,
2013) a caballo de su Asturias natal, a la que vuelve con regularidad, se
encuentra preparando su nueva y ambiciosa obra, “La balada del norte”, que
constará finalmente de tres tomos.
Esta magnífica obra es un autentico
tesoro de la novela gráfica española y refleja la negrura de los valles mineros
de Asturias de los que surgen personajes luminosos, y bajo el ruido atronador
de las minas de carbón se escucha el susurro de una canción antigua. Los viejos
y nuevos tiempos chocan brutalmente poniendo a prueba al protagonista, pronto a
la Humanidad entera. Éste es el sonido de "La balada del norte".
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