La colonia penitenciaria de El Sotón
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Ilustración de Alfonso Zapico |
Las investigaciones del geógrafo Faustino
Suárez pueden poner punto final a la polémica sobre la existencia de
barracones para presos republicanos en la explotación de San Martín del
Rey Aurelio
Nuestra última guerra civil tuvo un epílogo en la represión que tuvieron
que soportar durante décadas los vencidos. Una enorme piedra que cerró
el camino de la reconciliación y que tuvo varias facetas. La más
siniestra fueron los fusilamientos y con ellos las largas condenas
justificadas por sentencias que se firmaban en juicios de pandereta.
Además, como siempre sucede cuando alguien tiene el poder de imponer su
voluntad sin que nadie le tosa, también hubo quien aprovechó esta
situación para aumentar sus rendimientos económicos.
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El nuevo
Estado necesitaba mano de obra para reconstruir el país asolado por la
contienda, pero lo que era una catástrofe para la mayoría, constituía a
la vez una oportunidad de enriquecimiento para los grandes empresarios y
algunos la aprovecharon bien. Este fue el caso de Dragados y
Construcciones, Banús; o en Asturias, Carbones Asturianos y
Duro-Felguera. Se trataba de hacer volver a los tajos a muchos
obreros que permanecían en las prisiones por haber militado en
organizaciones de la izquierda o combatido en el bando republicano y
para ello se dictaron varias disposiciones tratando de articular como
debía producirse este proceso. Ya en junio de 1937 se publicó en Burgos
un decreto para encuadrar a los prisioneros en Batallones de
Trabajadores, dándoles la consideración de personal militarizado
«debiendo vestir el uniforme que se designará, y quedando sujetos, en su
consecuencia al Código de Justicia Militar y al Convenio de Ginebra de
27 de junio de 1929». El 1 de octubre de 1938, otra orden del
Ministerio de Justicia sobre «Redención de Penas por el Trabajo»
clasificaba a los presos en tres grados (adictos, dudosos y desafectos),
haciendo que aquellos que estuviesen entre los últimos y además
hubiesen tenido alguna responsabilidad en el bando republicano pasasen a
depender de las Auditorías de Guerra para ser juzgados en Consejo de
Guerra y cumplir su pena como penados o reclusos-trabajadores.
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Ilustración de Alfonso Zapico |
La
ley de 28 de septiembre de 1939 creó el Servicio de Colonias
Penitenciarias Militarizadas donde se especificaba una estructura
represiva definida por las Colonias Penitenciarias, Destacamentos
Penales y Batallones de Trabajadores. Por fin, a mediados de diciembre
de 1942, los Batallones de Trabajadores se transformaron en Unidades
Disciplinarias organizadas en Batallones Disciplinarios de Soldados
Trabajadores Penados (BDSTP), donde se encuadraban según un estadillo
conservado en el Archivo General Militar de Ávila, casi 50.000 hombres. La
filosofía de aquellas Colonias Penitenciarias Militarizadas perseguía
aminorar las penas de los condenados a penas inferiores a veinte años,
que después de un año de trabajo forzado acreditasen un buen rendimiento
y una conducta sin mácula. Como es lógico, con la nueva situación
económica, las minas habían pasado a tener un carácter estratégico;
entonces el valle del Nalón fue el lugar elegido para establecer algunas
de las colonias más importantes de Asturias. Para impedir
cualquier tipo de reacción o protesta, se vio la conveniencia de alejar a
los reclusos de sus lugares de residencia habitual. Por ello, los
asturianos se fueron a otras regiones -mayoritariamente a León- y hasta
aquí llegaron condenados desde distintos puntos de España. El
procedimiento para reducir la pena consistía en canjear un día de pena
por cada dos de trabajo, y estaba inspirado por el pensamiento del
jesuita José Augusto Pérez del Pulgar, quien dentro del más puro
nacional-catolicismo, pretendía que los detenidos viviesen «La
disciplina de un cuartel, la seriedad de un Banco y la caridad de un
convento».
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Ilustración de Alfonso Zapico |
A cambio de su esfuerzo, los trabajadores recibían dos
pesetas, que según el historiador Juan Antonio Sacaluga, se empleaban en
mejorar el rancho, ayudar a los familiares y ahorrar en cuentas
individuales que eran administradas por el Patronato Central para la
Redención de Penas por el Trabajo, con el compromiso de que en el
momento de la libertad los reos recibirían el total de sus depósitos. Para
el alojamiento de los mineros se construyeron barracones, regidos por
una disciplina militar que se encargaban de regular la Guardia Civil y
las tropas africanas. Desde allí, los reclusos partían cada mañana para
pasar la jornada en la explotación y retornar a la hora del descanso,
aunque las condiciones de habitación eran tan lamentables y la
alimentación tan mala, que las epidemias de todo tipo se cebaron con sus
ocupantes. Según Sacaluga, las tres estructuras más importantes
se habilitaron en los pozos «Fondón», «La Nueva» y «Mosquitera», pero
siempre se ha mantenido la duda sobre si existió otra en «El Sotón», un
pozo en el que sí trabajaron los presos republicanos durante estos años. Ahora,
en una reciente monografía sobre esta emblemática explotación de San
Martín del Rey Aurelio, publicada por el investigador Faustino Suárez
Antuña, vicepresidente de la asociación de arqueología industrial
INCUNA, se aportan los datos que pueden poner punto final a esta
polémica.
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Ilustración de Alfonso Zapico |
Según el autor, las instalaciones que en alguna ocasión
se han interpretado como barracones para los presos se corresponden en
realidad con una medida pionera de la S.M. Duro Felguera para captar
mano de obra joven, ofreciendo alojamiento y manutención al lado de la
mina en una colonia residencial destinada a los trabajadores solteros. Faustino
Suárez ha determinado que el gran edificio, formado por un cuerpo
central cercano a los cien metros de longitud y varios brazos más
pequeños perpendiculares, se construyó entre 1938 y 1947. Una buena obra
que no se corresponde con lo habitual en los barracones para presos y
que por su calidad acabó albergando a mediados de la década de los 60 a
las oficinas de la empresa. El autor atribuye el origen de la
confusión al error cometido por José Barreiro en una carta dirigida a
Rodolfo Llopis y Pascual Tomás, cuando eran respectivamente secretarios
del PSOE y la UGT, en la que les proporcionaba una relación de las
colonias penitenciarias de Asturias y León, incluyendo una en el pozo
«San Luís», en el concejo de San Martín del Rey Aurelio. Como vemos, el
político se equivocó al ubicar esta explotación, confundiéndola
seguramente con el pozo «San Mamés», donde sí había un establecimiento
penitenciario. El investigador aporta también la interesante
información de que tras la liberación de Francia, durante la II Guerra
Mundial, «El Sotón» sirvió de alojamiento a un grupo de soldados
alemanes y centroeuropeos protegidos por el gobierno español de la
época, aunque estos nunca llegaron a trabajar en la mina, por lo que
resulta más difícil que -tanto por su nacionalidad como por esta
circunstancia- se hayan podido confundir con presos republicanos.
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Ilustración de Alfonso Zapico |
No
cabe duda de que el estudio que Faustino Suárez Antuña ha llevado hasta
donde ha podido, a pesar de la dificultad que supone la cerrazón de los
archivos de la empresa HUNOSA ante este tipo de investigaciones, nos
aclara casi definitivamente esta cuestión. La confirmación definitiva
tendría que venir de los testigos que aún viven y pueden contar como
trabajaron allí, aunque es casi seguro que los hombres que dejaron sus
mejores años trabajando en «El Sotón» como esclavos del Régimen y de la
empresa Duro Felguera, que se benefició de su afinidad con él, se
desplazaban diariamente desde otra colonia próxima, que tal vez era la
de «El Fondón». Allí, desde el mes de noviembre de 2008 un
monumento recuerda a aquellos penados que trabajaron en grupos de entre
85 y 91 hombres, desde su apertura en enero de 1940, hasta 1959 en que
dejó de funcionar. En cuanto a la evolución de las colonias
penitenciarias durante el primer franquismo, a partir de los años 50
casi todas tuvieron la misma historia, transformándose poco a poco en
instalaciones para los trabajadores que fueron llegando libremente desde
otras regiones para sustituir a los penados y que no contaban con otro
tipo de residencia. Su gran tamaño y la proximidad a las explotaciones
las convirtieron en albergues idóneos para los más jóvenes. Se había
pasado página.
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Ilustración de Alfonso Zapico |
FUENTE: ERNESTO BURGOS-HISTORIADOR
Ernesto Burgos Fernández (historiador).
Nació en Mieres (Asturias) el 7 de julio de 1957. Licenciado en Geografía e
Historia por la Universidad de Oviedo (1979). Diploma de Estudios Avanzados en
Arqueología Histórica («La romanización en las cuencas mineras del sur de
Asturias» 2006).Profesor de Educación Secundaria, ha trabajado en los institutos
«Juan de Herrera» (Valladolid), «Sánchez Lastra» (Mieres), «Camino de La
Miranda» (Palencia), «Valle de Aller» (Moreda) y desde 2006 en el IES «Mata
Jove» de Gijón. En el año 2016 el reconocido historiador mierense fue
distinguido con el reconocido galardón anual de
“Mierense del año”.
Alfonso Zapico (Blimea, Asturias, 1981). Historietista e ilustrador freelance.
Profesional gráfico desde el año 2006. Trabaja en proyectos educativos del
Principado de Asturias (Aula Didáctica de
los Oficios) e impartido talleres de ilustración en centros educativos de
Asturias y Poitou-Charente (Francia). Realiza ilustraciones, diseños y campañas
para diversas agencias de publicidad, editoriales e instituciones. Es
ilustrador de prensa en diarios regionales asturianos (La Nueva España, Cuenca del Nalón, Les Noticies…). Se estrena en 2006 con un álbum de corte
histórico para el mercado franco-belga, La guerra del profesor Bertenev (Dolmen, 2009). Su primer trabajo
publicado directamente en España es Café Budapest (Astiberri, 2008), donde se mete de lleno en una ficción
determinada por los orígenes del todavía no resuelto conflicto
palestino-israelí. Acto seguido apuesta por recrear en cómic la vida de James
Joyce, Dublinés (Astiberri, 2011),
que gana el Premio Nacional del Cómic 2012 y a raíz del cual surge el cuaderno
de viaje La ruta Joyce (Astiberri, 2011).
Vive en la localidad francesa de
Angouléme, donde, tras realizar El otro mar (Astiberri,
2013) a caballo de su Asturias natal, a la que vuelve con regularidad, se
encuentra preparando su nueva y ambiciosa obra, “La balada del norte”, que
constará finalmente de tres tomos. Esta
magnífica obra es un autentico tesoro de la novela gráfica española y refleja
la negrura de los valles mineros de Asturias de los que surgen personajes
luminosos, y bajo el ruido atronador de las minas de carbón se escucha el
susurro de una canción antigua. Los viejos y nuevos tiempos chocan brutalmente
poniendo a prueba al protagonista, pronto a la Humanidad entera. Éste es el
sonido de "La balada del norte". Sus libros han sido traducidos al
inglés, francés, alemán o polaco. (…) http://alfonsozapico.com
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