El agosto de los buitres
La Guerra del Rif, en 1921, provocó graves incidentes en la comarca de la Montaña Central al intentar impedir la Guardia Civil el reparto de publicidad pidiendo la paz por parte de los comunistas
Ilustración de Alfonso Zapico. Alfonso Zapico (Blimea, San Martín del Rey Aurelio, Asturias, 1981) es un historietista e ilustrador español. En 2012, su novela gráfica Dublinés fue galardonada con el Premio Nacional de Cómic. Entre otros trabajos es de destacar su ambiciosa obra, La Balada del Norte. Saber más… WIKIPEDIA. |
Ilustración de Alfonso Zapico.
Alfonso Zapico (Blimea, San Martín del Rey Aurelio, Asturias, 1981) es un historietista
e ilustrador español. En 2012, su novela gráfica Dublinés fue galardonada con
el Premio Nacional de Cómic. Entre otros trabajos es de destacar su ambiciosa
obra, La Balada del Norte. Saber más… WIKIPEDIA. |
La Nueva España
En el verano de 1921 los rebeldes rifeños, con una organización incipiente, casi sin artillería y sin aviones ni barcos derrotaron al ejército colonial español, mucho más numeroso y mandado por una retahíla de oficiales que ignoraron el peso de sus medallas para correr más que nadie a la hora de la huida, abandonando a su suerte a miles de soldados. La traición de muchos indígenas, tanto civiles como militares, que habían prometido lealtad a la bandera de la metrópoli, unida a una saña salvaje que no reparó en torturas, mutilaciones y toda clase de estupros, sin respetar ni a heridos ni a rendidos, hizo lo demás y el norte de Marruecos se convirtió en un infierno tan lleno de cadáveres insepultos que se llegó a decir que los buitres podían escoger y sólo comían de comandante para arriba. Siguiendo una costumbre que no hemos perdido, España tardó en reaccionar. Mientras tanto el líder de los alzados, Abd el-Krim, pudo seguir campando a sus anchas, sumando victorias y territorio a su causa.
En el verano de 1921 los rebeldes rifeños, con una organización incipiente, casi sin artillería y sin aviones ni barcos derrotaron al ejército colonial español, mucho más numeroso y mandado por una retahíla de oficiales que ignoraron el peso de sus medallas para correr más que nadie a la hora de la huida, abandonando a su suerte a miles de soldados. La traición de muchos indígenas, tanto civiles como militares, que habían prometido lealtad a la bandera de la metrópoli, unida a una saña salvaje que no reparó en torturas, mutilaciones y toda clase de estupros, sin respetar ni a heridos ni a rendidos, hizo lo demás y el norte de Marruecos se convirtió en un infierno tan lleno de cadáveres insepultos que se llegó a decir que los buitres podían escoger y sólo comían de comandante para arriba. Siguiendo una costumbre que no hemos perdido, España tardó en reaccionar. Mientras tanto el líder de los alzados, Abd el-Krim, pudo seguir campando a sus anchas, sumando victorias y territorio a su causa.