Muertes paralelas (Artículo actualizado)
Ilustración de Alfonso zapico |
Ilustración de Alfonso Zapico |
Quien llevó esta técnica a su perfección fue Plutarco, autor de «Vidas paralelas», una serie de biografías de personajes ilustres escrita de manera que siempre se comparan un griego y un romano para buscar las semejanzas entre ambas culturas. Del texto original se conservan 23 parejas y cuatro vidas aisladas y su lectura nos sirve para acercarnos al ambiente de la Antigüedad mediterránea.
Cada semana indago en la historia local
buscando temas que a ustedes les resulten originales o al menos les
sirvan para recordar algún capítulo oculto tras las nieblas de la
amnesia cultural que en las últimas décadas lo corroe todo, y el caso es
que muchas veces también encuentro acontecimientos y protagonistas de
diferentes épocas que parecen destinados a ser escritos sobre las
esquinas del mismo papel, de forma que si jugamos a plegarlo no tengan
más remedio que encontrarse.
Es el caso de hoy, en el que, parafraseando
a Plutarco, voy a contarles algo sobre dos «muertes paralelas». Son las de José Faes, el último cabecilla
carlista de las Cuencas, y Adolfo Quintana Castañón, «Quintana», el más
conocido de los «fugaos» que se echaron a los montes de Mieres tras la
última guerra civil. El primero murió en Villarejo en julio de 1874 y el
otro en El Pedroso en agosto de 1950, dos lugares, respectivamente, a
derecha e izquierda del puente de Santullano; a ambos los mataron las
balas y con cada muerte se cerró una época. El puente de Santullano fue proyectado en
1788 por el académico Manuel Reguera González -considerado por
Jovellanos como el mejor arquitecto que entonces tenía el Principado- y
junto al de Olloniego constituyó en su época la obra de mayor
envergadura acometida en el trazado de la carretera a Castilla. Desde su apertura se convirtió en el paso
obligado sobre el Caudal y, consecuentemente, en el punto más
estratégico del Valle, por ello su historia es intensa y sus pilares han
soportado desde entonces el paso de ejércitos franceses, absolutistas,
liberales, franquistas y republicanos, tropas regulares y de la Legión,
partidas carlistas, mineros revolucionarios y, en fin, de todos aquellos
que en los dos últimos siglos decidieron defender con las armas su
manera de entender la sociedad. De modo que no es extraño que sobre él, o
al lado de sus cepas, se haya derramado mucha sangre.
Plutarco, autor de «Vidas paralelas» |
Oficial de la tercera guerra carlista. http://www.imagenes.circulocarlista.com |
Un pequeño mito
De Faes ya hemos escrito en otras
ocasiones. Fue, como recordarán, un pequeño mito de su tiempo. Valiente y
apuesto, llegó a mandar una partida de 200 hombres y sus hazañas
crecían cada vez que se contaban, pero le pasó lo que a todo aquel que
corre mucho: acabó por tropezar. En 1874 el precio de su cabeza ya valía
muchos reales y alguien decidió cobrarlos. Existen dos versiones sobre su muerte, la
oficial cuenta que el 7 de julio de aquel año regresaba de una acción
por tierras leonesas donde había cortado las vías del ferrocarril
León-Busdongo, cuando fue interceptado en las cercanías de Villarejo por
un regimiento liberal que acampaba en Ujo, la cosa se lió y el héroe
local fue abatido en el curso del enfrentamiento. La segunda es más romántica y se contaba
en el Mieres decimonónico asegurando que era la que habían presenciado
los testigos; decía que Faes volvía aquella tarde después de haber
pasado el día en La Villa y tras detenerse a conversar en Santullano con
los señores de Gutiérrez -que sin ser abiertamente tradicionalistas
simpatizaban con la causa del pretendiente Carlos VII- se adelantó a sus
tropas con unos pocos leales. Entonces aún no estaba abierta la
carretera a Lillo y era obligado transitar por el camino que serpeaba la
montaña hasta Figaredo. Cuando la avanzadilla pasaba bajo Villarejo
alguien escondido tras un matorral disparó varios tiros contra el
cabecilla, que cayó fulminado desde su caballo. A pesar de que sus
hombres le trasladaron con urgencia hasta Figaredo no pudieron evitar su
muerte.
Ilustración de Alfonso Zapico |
Tal vez sea más ajustada la primera interpretación, puesto que sabemos
que en la misma jornada fallecieron también sus dos lugartenientes, José
María, «El Vizcaíno», y Ramón de Grabelón, pero lo que hoy nos importa
es que aquellos disparos supusieron el fin del carlismo en las Cuencas,
ya que la partida dirigida desde entonces por Joaquín González, «Xuacu
de la Güeria», no llegó a recuperarse nunca. Tres cuartos de siglo más tarde, en 1950,
las dos Españas seguían enfrentadas bajo otras banderas y, aunque la
guerra civil era historia, quienes se resistían a aceptar la derrota
mantenían la lucha en el monte por su cuenta esperando un milagro que
diese la vuelta a la situación. Para aquellos últimos «fugaos» que aún
seguían activos en las Cuencas aquel año resultó funesto. Muchos habían
dejado ya las armas para marchar al exilio, mientras que las bajas y las
caídas constantes iban diezmando a quienes se negaban a abandonar
Asturias.
Adolfo Quintana Castañón con 25 años. (PSDGM) |
Un maqui viajero
En el Caudal operaba entonces Adolfo Quintana Castañón, «Quintana», al decir de los expertos, uno de los maquis más viajeros de la cornisa cantábrica, que se había desplazado varias veces a Galicia, el País Vasco y Francia para retornar siempre a la clandestinidad y que sin haber protagonizado ninguna acción de importancia era famoso por su audacia. Se comentaba que a veces se presentaba al cierre de las verbenas de los pueblos para tomar unas sidras o requebrar a alguna moza desapareciendo después como un fantasma, e incluso se sabía que cortejaba en Mieres. «Por aquí pasó Quintana», se leía en una butaca del cine Novedades y en algún banco del parque Jovellanos y aunque nadie sabía si en realidad el grabado había salido de su mano, aquello contribuía a aumentar su leyenda. Quintana se mantuvo activo una década hasta que finalmente fue delatado por dos compañeros detenidos en la frontera francesa que una vez trasladados a Asturias no pudieron soportar las torturas sin relatar dónde estaban sus refugios. La historia nos dice que Barranca y Canor, después de infinitas vejaciones, también murieron aquel invierno en el garrote vil de la cárcel de Oviedo… pero volvamos a lo nuestro.
En el Caudal operaba entonces Adolfo Quintana Castañón, «Quintana», al decir de los expertos, uno de los maquis más viajeros de la cornisa cantábrica, que se había desplazado varias veces a Galicia, el País Vasco y Francia para retornar siempre a la clandestinidad y que sin haber protagonizado ninguna acción de importancia era famoso por su audacia. Se comentaba que a veces se presentaba al cierre de las verbenas de los pueblos para tomar unas sidras o requebrar a alguna moza desapareciendo después como un fantasma, e incluso se sabía que cortejaba en Mieres. «Por aquí pasó Quintana», se leía en una butaca del cine Novedades y en algún banco del parque Jovellanos y aunque nadie sabía si en realidad el grabado había salido de su mano, aquello contribuía a aumentar su leyenda. Quintana se mantuvo activo una década hasta que finalmente fue delatado por dos compañeros detenidos en la frontera francesa que una vez trasladados a Asturias no pudieron soportar las torturas sin relatar dónde estaban sus refugios. La historia nos dice que Barranca y Canor, después de infinitas vejaciones, también murieron aquel invierno en el garrote vil de la cárcel de Oviedo… pero volvamos a lo nuestro.
Ángel Díaz Diego, «Canario». (Slideshare) |
El caso fue que a mediados de agosto
Adolfo Quintana y su compañero Ángel Díaz Diego, «Canario», fueron
localizados, cercados y abatidos en una casa de El Pedroso, justo a la
entrada del valle de Cuna. Los detalles de la refriega se han publicado
en los libros que rememoran la actividad de la guerrilla en la posguerra
y están al alcance de los interesados; luego los cadáveres fueron
expuestos en la «pedrona», donde los curiosos -niños incluidos- pudieron
cerciorarse de que los hechos que corrían de boca en boca eran ciertos. Como sucedió con Faes, tras la muerte de Quintana su partida empezó a
languidecer en el Caudal hasta que su sucesor, Manuel Rubio González,
conocido como «el Rubio de la Inverniza» o «el Rubiales», que había
heredado el sistema de enlaces y de apoyos, también acabó cayendo bajo
las balas dos años después en un encuentro cerca de San Tirso. Faes y Quintana, populares en su tiempo,
defendían dos conceptos de la sociedad totalmente opuestos, pero
coincidían en la negación de la derrota y en la fidelidad a unas ideas
hasta el punto de perder la vida en su defensa. Fueron distantes en el
tiempo pero próximos en la geografía de la muerte. Los dos se sabían
temidos por algunos y admirados por otros y jugaban a dejarse ver para
disfrutar de su fama. Aunque ambos tuvieron epígonos, sus muertes
pusieron el punto final a dos épocas violentas para dejar paso a la
política. Nunca se supo quién mató a Faes ni si fue
cierto que alguien cobró la recompensa por su cabeza. Es lo de menos.
Los escapularios carlistas no tenían sitio en los consejos de
administración. También la pistola de Quintana resultaba anacrónica e
incluso molesta para muchos de quienes compartían su ideología, que ya
se habían dado cuenta de que la mejor manera de combatir el franquismo
era la estrategia político-sindical. Los dos cayeron junto al puente de
Santullano y algunos de los que los lloraron en público respiraron con
su desaparición.
FUENTE: ERNESTO BURGOS-HISTORIADOR
Artículo publicado en La Nueva España - Cuencas - 27/03/2007
Ernesto
Burgos Fernández nació en Mieres (Asturias) el 7 de julio de 1957.
Licenciado
en Geografía e Historia por la Universidad de Oviedo (1979). Diploma de
Estudios Avanzados en Arqueología Histórica («La romanización en las cuencas
mineras del sur de Asturias» 2006).Profesor de Educación Secundaria, ha
trabajado en los institutos «Juan de Herrera» (Valladolid), «Sánchez Lastra»
(Mieres), «Camino de La Miranda» (Palencia), «Valle de Aller» (Moreda) y desde
2006 en el IES «Mata Jove» de Gijón. En el año 2016 el reconocido historiador
mierense fue distinguido con el reconocido galardón anual de “Mierense del año”.
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Hacia el año 1944 jugábamos varias crías por los jardinillos en el barrio de Oñón cuando llegó otra niña trayendo la noticia de que en el cementerio había varios cadáveres de "fugáos", de los que se habían echado al monte, huídos de las represalias de Franco una vez terminada la guerra... alguna dijo: "Vamos a verlos".
ResponderEliminarCon ocho años que yo tenía me fui con ellas hasta el cementerio de Mieres, con temor y temblor a que en mi casa se enterasen, pues no hacía mucho tiempo que me habían dado permiso para salir del jardín de casa a jugar en los jardinillos... Cuando llegamos, (siempre con la duda de si nos dejarían entrar,) el portón estaba abierto y nadie nos impidió la entrada para ver el triste espectáculo que se ofreció ante nuestros ojos... Allí, creo recordar que a la derecha ya dentro del cementerio, en una especie de foso grande y rectangular, varios hombres yacían inertes, vestidos con monos azules como los que usaban los obreros para su trabajo, y botas altas de goma, usadas también para el mismo fin...No sé si todos estaban vestidos de ese modo, pero algunos de ellos desde luego así quedaron ante mi asombro en mi retina. Quizá fueran siete hombres, o tal vez cinco...no puedo recordar más detalles sobre esto pues, ni siquiera sé si los conté... No mucho tiempo más tarde, escuché decir a mis mayores que Franco abría el camino a los que andaban por el monte, que no tuvieran "las manos manchadas de sangre", para que salieran sin temor de sus escondites y pudieran volver a su vida normal, tras el proceso y las comprobaciones necesarias sobre su situación... De hecho, yo conocí a una persona, marido de alguien de mi familia cercana, a quien yo ni siquiera habia conocido antes por estar ya huído cuando vine al mundo, que hacia el año 1950 se presentó sin problemas a convivir normalmente entre la familia...La verdad es que tuvo gente de Mieres, de su familia política muy influyente, que salió por él...
Querida amiga, muchas gracias por tu testimonio, te lo agradezco enormemente pues eres testigo de excepción de los duros hechos acontecidos en los años de posguerra y formas parte de esa serie de personas encargadas de trasmitir las vivencias y sufrimientos de nuestros antepasados más recientes. Lo único bueno de esos testimonios atroces y que la dictadura franquista no contaba que pudiera ocurrir, es que quedaran personas como tú que fueran capaces de trasmitir a sus descendientes parte del legado de nuestra historia más reciente.
EliminarGracias de nuevo. Saludos.
Gracias a ti por interesarte por el relato de aquel triste hecho que vieron los ojos de aquella niña...y tengo la certeza de que esto ocurrió hacia el año 1944; en el año 1950 ya hacía tres años que ella vivía fuera de Asturias, y entonces ya hubiera tenido la edad suficiente para andar libremente por el centro de Mieres o por cualquier ciudad, de modo que, el triste suceso tuvo que ser en el 44 o en el 43, cuando cumplidos los siete años la dejaron salir del jardín de casa a jugar en los jardinillos de Oñón, con la condición de no alejarse para nada de aquel entorno.
ResponderEliminarUn tio abuelo,cura en mieres en la epoca de la guerra civil,tambien estuvo tirado en el monte,y luego escondido en casa de mi abuelo,porque si lo encontraban los de la republica,era fiambre.mi abuelo ,que era casi analfabeto,estuvo un buen tiempo en un campo de detenidos,por la unica razon de tener un pasar un poco mas holgado que el comun.to me lo relato mi padre,que lo vivio en directo.este cmentario es para dar la justa medida de lo que en ese tiempo se vivia.soy juan agustin alvarez,nieto de agustin alvarez velasco,de los tranvias.saludos desde argentina ..
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