Barco que partió del Musel con más de un millar de niños. (GIJÓN En Retrovisor) |
Ante el avance de las tropas nacionales, más de un millar de
niños partieron del puerto de Gijón en la noche del 23 de septiembre de 1937 a
bordo del ‘Deriguerina’. Muchos tardaron décadas en volver. Algunos no lo
hicieron nunca
Ilustración de Alfonso Zapico |
Estas palabras –u otras
similares– las escuchó de boca de su madre uno de los niños que salieron de
Gijón en 1937. Quien lo trajo al mundo, con voz temblorosa y armada de valor,
adoptaba así la que seguramente constituyó la resolución más difícil de su
vida.«Hijos, os voy a enviar a Rusia. Permanecer aquí es muy peligroso para los
niños. Ya sabéis que la aviación sublevada nos bombardea constantemente y
tengo un miedo horroroso de encontraros un día sepultados bajo los escombros de
casa. Por eso quiero que os vayáis». El testimonio extractado
corresponde a Ángel Rodríguez. Lo recogió hace años Enrique Zafra y hoy forma
parte del archivo salmantino rebautizado como Centro Documental de la Memoria
Histórica. Se trata de uno de los llamados ‘niños de la guerra’, una categoría
en la que los historiadores y la ciudadanía de a pie reconocen a los cientos de
menores que fueron evacuados durante la guerra civil española.
En Gijón, en la playa del Arbeyal, se inauguró en el año 2005, un monumento en honor y recuerdo a estos niños. Es obra del escultor Vicente Moreira, también un niño de la guerra |
En septiembre de 1937 las
expectativas de los asturianos partidarios del Frente Popular eran de todo
menos halagüeñas. Las ofensivas sobre Oviedo habían fracasado y, bien entrado
agosto, la provincia quedó aislada tras caer Santander en manos de las tropas
sublevadas, mientras los bombardeos de la Legión Cóndor aterraban a cualquiera
que los sintiese. El desánimo empezó a cundir hasta
en los espíritus más optimistas. El avance de las brigadas navarras en
dirección a Gijón, después de haber vencido toda resistencia en la sierra del
Cuera, confirmó los peores vaticinios. En ese momento se hizo inaplazable el
proyecto de poner a salvo a los niños, igual que había sucedido en otros
lugares de la España republicana que se encontraron en situación parecida.
Niñ@s que embarcaron en Gijón. (GIJÓN En Retrovisor) |
Las autoridades frente-populistas
promovieron y ampararon dichas evacuaciones. Fueron inicialmente dirigidas por
el Ministerio de Sanidad y Asistencia Social, al que le brindaron su
colaboración el Socorro Rojo Internacional y otras organizaciones, como la
Asociación de Trabajadores de la Enseñanza de Asturias. La expedición gijonesa
resultó de las gestiones de la Consejería de Instrucción Pública del Consejo de
Asturias y León, tras aceptar un ofrecimiento del cónsul de la URSS en la
villa. Para ello se fijaron unas normas según las cuales tenían prioridad los
huérfanos de fallecidos en combate.Durante la guerra, miles de niños fueron
evacuados a diferentes países: la Unión Soviética, Francia, Bélgica, Reino
Unido y México pueden considerarse los principales. La mayoría de los
asturianos terminaron en la URSS. Los historiadores suelen distinguir cuatro
grandes evacuaciones que tuvieron este último lugar como destino final. La
primera salió de Valencia el 17 de marzo de 1937 con 72 niños procedentes de
Madrid, adonde muchos habían llegado a su vez desde varios puntos de la costa
mediterránea. La segunda, la más numerosa, partió de Santurce (Vizcaya) en la
madrugada del 13 de junio y la integraban unos 4.500 niños, entre los que no
faltaron asturianos; en torno a un millar y medio del total fueron luego
llevados a Leningrado.
En tercer lugar se produjo la de Gijón, que en la noche
del 23 al 24 de septiembre envió unos 1.100 niños oriundos de la región y
también vascos y cántabros. A finales del 37 aún existían unas 170 colonias en
distintos puntos de la España republicana, que sumaban casi 17.000 niños. La
última salida se verificó en el otoño de 1938 desde Barcelona, aunque las
cifras varían según las fuentes entre los 76 y los 300, seguramente por
tratarse de la reunión de distintos grupos. La evacuación de Asturias se
venía pensando desde hacía tiempo. En algunos puntos de la ciudad, existían
casas requisadas o cedidas que se utilizaron para reunir a los niños e intentar
distraerlos del horror de las bombas y las balas. Es muy ilustrativa al
respecto una fotografía que tomó Constantino Suárez en la quinta Bauer, en
Somió, que entonces acogía el orfanato Rosario de Acuña. Se conserva en el
Archivo Municipal de Gijón y en ella puede verse un conjunto de niños que se
apiñan junto a la balaustrada del acceso principal, mientras que otro, solitario,
presencia la escena desde un balcón. En el grupo se distingue a uno con la
cabeza vendada.
Niños vestidos de marinero con sus profesores tras llegar a Leningrado. (GIJÓN En Retrovisor) |
Ilustración de Alfonso Zapico |
Hace siete años entrevisté a una
de las niñas que aguardaron su evacuación en distintas casas de las afueras de
la villa. Se trata de Araceli Ruiz Toribios, que en 2008 recogió en nombre de
la Asociación de Niños de la Guerra la medalla de plata con la que el
Ayuntamiento gijonés distinguió a este colectivo. Su testimonio abarca más de
10 horas y esta duración incluso es poca, tratándose de semejante experiencia
vital. Araceli recuerda que primero estuvo en la quinta Arango, en Cuatro
Caminos, y que después la llevaron a otra de Roces. De la casa en la que
permaneció esos días, Ángel Rodríguez nunca olvidó que las ventanas del sótano
estaban protegidas con sacos para evitar la metralla y que les sirvió de
refugio: «Cinco o seis veces al día teníamos que correr a ese sótano,
tapándonos los oídos para tratar de no oír el silbido de las bombas que siempre
caían demasiado cerca». En esos puntos estratégicos, los
niños esperaron el momento idóneo, un aviso que no tardó en llegar: se decidió
que la partida se efectuará el 23 de septiembre. Varios autocares condujeron a
los niños hasta El Musel. Según relata Adolfo Eustaquio Cabal en sus ‘Memorias
imborrables’, los más pequeños salieron primero. Lo hicieron por la noche,
despacio y con los focos apagados, para que no los vieran quienes patrullaban
las costas. En las aguas del puerto esperaba el ‘Deriguerina’, un carguero
francés que tenía previsto dirigirse a Burdeos.
Al mismo escenario acudió un
mes después el médico republicano Carlos Martínez, que al escribir sus
impresiones describió la zona como «una masa de sombras»: «La gente afluía sin
cesar a los muelles y la riada humana se hacía allí más densa, más fácil presa
del nerviosismo, moviéndose desorientada de un lado a otro». Los niños embarcaron junto con un
grupo de educadores y auxiliares bajo la dirección de Pablo Miaja, un viejo
maestro de Oviedo procedente de una familia muy ligada al republicanismo. Una
de las cuidadoras era Águeda Ruiz Toribios, hermana mayor de Araceli y
fallecida en 2011 a los 97 años. Buena parte de los críos eran hijos de mineros
y trabajadores de distintos oficios. En otro de los testimonios compilados por
Zafra, Adolfo Cenitagoya recuerda que el barco zarpó de madrugada «entre
lágrimas, gritos, órdenes, explosiones de obuses y bombas». Araceli habla de un
carguero sucio y sin comida. Viajaron en las bodegas, que se acondicionaron
mínimamente para la evacuación: «habían colocado paja y mantas que nos
servirían de cama y abrigo», recuerda Cabal del Cueto.
La presencia del crucero
‘Almirante Cervera’ forzó un cambio de rumbo y el barco finalmente atracó en
Saint Nazaire, en la desembocadura del río Loira. Después, un subconjunto de
los niños fue trasladado al buque soviético ‘Kooperasiia’, y tras pasar por
Londres y cambiar otra vez de barco, llegaron a Leningrado a primeros de
octubre en el ‘Felix Dzerzhinsky’. Lo primero que se hizo fue asearlos,
proporcionarles ropa nueva, alimentarlos y someterlos a una revisión médica.
Luego fueron conducidos a las denominadas Casas de Niños. Quienes embarcaron en El Musel no
fueron los últimos niños asturianos en salir de España. La revista madrileña
Crónica, por ejemplo, publicó en su número del 10 de octubre de 1937 una
fotografía de mujeres y niños evacuados de Asturias que habían llegado a
Cataluña. Sumaban unos quinientos y se les inmortalizó mientras esperaban un
autobús que los llevara a la estación de ferrocarril para viajar hasta Manresa.
Ilustración de Alfonso Zapico |
Crucero Almirante Cervera. G. Moreno. artemilitarynaval.blogspot.com.es. (Pintura Militar y Naval) |
Mujeres y niños asturianos evacuados en Cataluña I, de la revista Crónica, Madrid, 10-X-1937, Biblioteca Nacional de España |
Lo que a todos ellos les deparó
el lugar de acogida es otra historia, pues las experiencias difirieron según
las personas y las circunstancias. Los recibimientos fueron sin excepción
majestuosos, pero los años posteriores no siempre resultaron fáciles. El
estallido de la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, obligó a muchos a seguir
huyendo. Las cartas de los adultos
demuestran que todos entendían que se trataba de una medida provisional y así
se lo hicieron saber a los niños: «nos decían que volveríamos a casa en cuanto
terminar la guerra», recordaba Ángel Rodríguez. Araceli sentencia: «nadie
se imaginó que era pa toda la vida». En efecto, la mayoría no regresaron hasta
después de muchos años y algunos jamás llegaron a hacerlo.
Mujeres y niños asturianos evacuados en Cataluña II, de la revista Crónica, Madrid, 10-X-1937, Biblioteca Nacional de España |
De los protagonistas de esta
diáspora infantil, unos pocos han escrito sus recuerdos, como José Fernández
Sánchez (’Memorias de un niño de Moscú: cuando salí de Ablaña’, 1999), Isabel
Argentina Álvarez Morán (’Memorias de una niña de la guerra’, 2003) o el citado
Adolfo Eustaquio Cabal (’Memorias imborrables’, 2007). A ellos remitimos a
quien desee conocer testimonios de primera mano. En cuanto a las
investigaciones sobre el particular, hay un nombre que destaca justificadamente
en el panorama historiográfico: el de la profesora Alicia Alted Vigil,
responsable de varios proyectos y autora de numerosas publicaciones.
Recorte de noticia, del periódico La Libertad, Madrid, 5-X-1937, Biblioteca Nacional de España. |
FUENTE: SERGIO
SÁNCHEZ COLLANTES
Sergio Sánchez Collantes. Investigador en el Área de Historia Contemporánea de la
Universidad de Oviedo.
Foto de LNE
Alfonso
Zapico (Blimea, Asturias, 1981). Historietista e ilustrador freelance.
Profesional gráfico desde el año 2006. Trabaja en proyectos educativos del
Principado de Asturias (Aula Didáctica de
los Oficios) e impartido talleres de ilustración en centros educativos de
Asturias y Poitou-Charente (Francia). Realiza ilustraciones, diseños y campañas
para diversas agencias de publicidad, editoriales e instituciones. Es
ilustrador de prensa en diarios regionales asturianos (La Nueva España, Cuenca del Nalón, Les Noticies…).
Se estrena en 2006 con un álbum de corte
histórico para el mercado franco-belga, La guerra del profesor Bertenev (Dolmen, 2009). Su primer trabajo
publicado directamente en España es Café Budapest (Astiberri, 2008), donde se mete de lleno en una ficción
determinada por los orígenes del todavía no resuelto conflicto
palestino-israelí. Acto seguido apuesta por recrear en cómic la vida de James
Joyce, Dublinés (Astiberri, 2011),
que gana el Premio Nacional del Cómic 2012 y a raíz del cual surge el cuaderno
de viaje La ruta Joyce (Astiberri, 2011).
Vive en la localidad francesa de
Angouléme, donde, tras realizar El otro mar (Astiberri,
2013) a caballo de su Asturias natal, a la que vuelve con regularidad, se
encuentra preparando su nueva y ambiciosa obra, “La balada del norte”, que
constará finalmente de tres tomos.
Esta magnífica obra es un autentico
tesoro de la novela gráfica española y refleja la negrura de los valles mineros
de Asturias de los que surgen personajes luminosos, y bajo el ruido atronador
de las minas de carbón se escucha el susurro de una canción antigua. Los viejos
y nuevos tiempos chocan brutalmente poniendo a prueba al protagonista, pronto a
la Humanidad entera. Éste es el sonido de "La balada del norte".
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