Aunque parezca imposible, aún hay quien se rasga las vestiduras porque
se defienda el laicismo, que no es otra cosa que la separación de las
cosas de la política y de la religión, respetando las creencias de
todos, pero exigiendo a la vez que los unos no tengan que costear las
Iglesias de los otros. Desgraciadamente, en España todavía hay que
explicar que este concepto, asumido en todos los países democráticos
desde hace décadas, no es lo mismo que el anticlericalismo, que llevado
al extremo llega a propugnar la abolición de cualquier culto. El
laicismo sigue constituyendo una de las asignaturas pendientes de este
país, sin embargo el anticlericalismo ha pasado de moda y lo más normal
entre los ateos es que no gasten ni un minuto en discutir este tema y
respeten a quienes creen en la Gloria, con la única condición de que
estos también les dejen a ellos creer en la Paz. Sin embargo, a finales
del siglo XIX, los anticlericales asumían como un deber explicar a la
humanidad sus razones, casi como los misioneros de las religiones hacían
con las suyas, aunque el objeto de sus críticas no eran las creencias
en sí, sino en el clero.
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Ilustración de Alfonso Zapico |
Eso es lo que hacía el semanario «Las
Dominicales» del librepensamiento, que defendía, según su propia
definición, la libertad de ideas. En consecuencia su postura política
era republicana y su anticlericalismo no significaba que fuese contra
las religiones, al contrario, atacaba a la jerarquía católica y al
dogmatismo, pero respetaba todo el campo del pensamiento que abarca
desde el ateísmo al espiritismo, e incluso acompañaba siempre su
cabecera con seis sentencias atribuidas a Moisés, Sócrates, Maní,
Zoroastro Buda, Mahoma y Jesucristo. En una época en la que por
todas partes se impartían conferencias llamando a combatir a la Iglesia y
se publicaban decenas de libros y, sobre todo, revistas anticlericales,
«Las Dominicales» era el más conocido y en él se exponían toda clase de
argumentos descalificando los mensajes que tronaban desde los púlpitos y
enseñando que los libros sagrados no debían tomarse como textos
sagrados.
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Ilustración de Alfonso Zapico |
Empezó su andadura en Madrid en febrero de 1883 y salió
semanalmente hasta julio de 1900 impulsado por Ramón Chíes y Fernando
Lozano Montes, quien firmaba con el seudónimo de «Demófilo». Nada menos
que 939 números librando amenazas, denuncias, secuestros y multas del
Gobierno, como explicaban en su último ejemplar, dando las razones de su
desaparición: «... nadie nos ha indemnizado de los daños causados por
las injustas denuncias, acompañadas casi siempre de secuestro.
Recuérdese aquel período de tres años, en que todas las semanas era el
número denunciado a instancia de los Padres de familia, árbitros de los
Tribunales. Vinieron después las furiosas persecuciones de los tres años
de guerra. Y terminóse aquel Calvario con la pesadumbre de los siete
meses de censura militar». En sus páginas colaboraron ilustres
librepensadores como la asturiana Rosario Acuña, pero también simples
ciudadanos anónimos que informaban sobre actividades antirreligiosas o
denunciaban la persecución a la que se veían sometidos en las zonas más
tradicionales del país quienes se hacían notar por mantener esta
postura; también eran abundantes las colaboraciones de masones, que
aunque contaban con sus propios órganos de expresión, muchas veces
preferían este medio, por su mayor difusión.
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Ilustración de Alfonso Zapico |
El 29 de mayo de
1884, se publicó en «Las Dominicales» una carta fechada en Mieres, que
no tardó en correr por la villa levantando la curiosidad de los vecinos.
Estaba firmada por el «hermano Nataniel, grado 9º»; evidentemente el
nombre simbólico de un masón, que volvía a repetirse en el mismo
ejemplar, aportando una peseta y cincuenta céntimos, dentro de una
relación de donantes que ayudaban a pagar una multa que le había
impuesto el conde de Toreno , constituyendo a la vez un fondo de defensa
contra las persecuciones del gobierno. Les transcribo a continuación el texto íntegro, que iba dirigido a los impulsores del periódico: «Mis
muy caros amigos: aunque tengo el sentimiento de no conoceros
personalmente, os doy el dulce y simpático nombre de amigos porque a la
conformidad de nuestras creencias político religiosas, que tiempo
andando dominarán el mundo, se añade que el ilustrado Demófilo escribe
como si fuera mi hermano en Masonería, y usted querido Chíes, siéndolo
ya de corazón, promete, cumpliendo el formalismo de los ritos externos,
que así lo exigen, ingresar como aprendiz en el sacrosanto Tabernáculo
de la Humanidad.
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Ilustración de Alfonso Zapico |
»Es indudable que cuantos hemos tenido la
gratísima satisfacción de haber traspuesto los umbrales de una Logia,
vendados los ojos, para abrirlos allí a la luz, profesamos las nobles,
benéficas y generosas ideas del librepensamiento. Es asimismo innegable
que todos, absolutamente todos, los librepensadores, tienen sus
creencias similares a las de los masones, hasta el punto que me atrevo a
asegurar, si temor a que me desmienta, que no hay un solo masón que
deje de ser librepensador, como tampoco hay ningún librepensador, que en
condiciones para ello y excitado a serlo por algún hermano, dejase de
entrar en esta universal asociación, que contando millones de prosélitos
se extiende en mil diversas ramificaciones por los más apartados
confines del globo. Sí: somos como las arenas del mar innumerables e
indestructibles. »Nuestros enemigos nos ultrajan y nos
vilipendian, nosotros les compadecemos y lloramos con lágrimas de sangre
su ceguedad y su locura; ellos nos maldicen y con sus, para nosotros,
vanas y ridículas excomuniones, pretenden arrojar sobre nuestras
cabezas, no solo las iras del cielo, sino también las de las potestades
de la tierra; y nosotros en justa reciprocidad les bendecimos, les
deseamos que abran los ojos a la luz y que salgan de ese tenebrososo y
laberíntico caos que les ofusca y anonada.
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Ilustración de Alfonso Zapico |
»Y nosotros, al obrar
de este modo, seguimos las huellas de uno de los más ilustres apóstoles
que enaltecieron el mundo masónico, seguimos sus doctrinas, practicamos
sus máximas y sus principios: las huellas y los principios, las máximas y
doctrinas de Jesucristo. Os saluda y os da el cariñoso y fraternal
abrazo vuestro amigo y h:. Nataniel, gr:. 9º». Enseguida corrieron
todo tipo de especulaciones sobre su autor. Por su estilo y la riqueza
de su vocabulario no cabía duda de que se trataba de alguien que tenía
una buena formación cultural, y se pensó que debía pertenecer al grupo
de empleados y capataces de la Fábrica cuya vinculación a la fraternidad
era notoria, pero en aquel momento -como ahora- la mayor parte de los
masones cubrían su membresía con el velo de la discreción y muy pocos
conocían que entre ellos también se encontraban ciudadanos de tanto
prestigio como el secretario del Ayuntamiento José Álvarez Robles, su
suplente Carlos Álvarez Cienfuegos, el propietario Braulio Vázquez
Prada, el abogado José Sela Castañón, el abogado Inocencio Sela Sampil o
el industrial José Álvarez Close, quién luego presidiría el Círculo
republicano mierense.
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Ilustración de Alfonso Zapico |
Y aunque lo hubiesen sabido, el hermano
Nataniel no se encontraba en este grupo. Pero la vida da muchas vueltas y
ahora es fácil investigar lo que antes era casi un misterio
impenetrable. Los conservadores de la villa hubiesen dado cualquier cosa
por saber que quien estaba detrás de este nombre simbólico era Juan
Molleda Vázquez, quien efectivamente tenía entonces el grado 9º, maestro
elegido de los nueve, que hacía valer en su firma. Él se
desplazaba hasta la logia ovetense «Nueva Luz» para celebrar las tenidas
con sus hermanos del Caudal, luego, tras un breve paso por la
denominada «Caballeros de la Luz», acabó como la mayor parte de sus
compañeros integrándose en la «Juan González Río». Juan Molleda
Vázquez, era un vecino apreciado que pertenecía a una familia conocida
sobre todo porque su hermano Manuel había sido el veterinario municipal
de la villa, y si se hubiesen empeñado en la búsqueda, los buenos
lectores hubiesen dado con el autor de la carta a partir de su estilo y
su lenguaje ampuloso.
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Ilustración de Alfonso Zapico |
El mismo que había empleado en su novela «El hijo
del infortunio o historia de un desgraciado», publicada en Oviedo y que
se puso a la venta en 1882 , al precio de dos pesetas. En aquel
momento, la publicidad anunciaba que era una obra «bien escrita y
vehemente», pero también informaba de que se trataba de una «nueva
novela» del autor, lo que indica que hubo otras anteriores, cuyo título
desconocemos. Juan Molleda Vázquez, el hermano Nataniel, hoy está
completamente en el olvido; es casi imposible encontrar su obra y en las
bibliotecas asturianas solo hay un par de ejemplares en estanterías que
no son de acceso público. Suma y sigue.
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Ilustración de Alfonso Zapico |
FUENTE: ERNESTO BURGOS - HISTORIADOR
Ernesto Burgos Fernández nació en Mieres (Asturias) el 7 de julio de 1957.
Licenciado en Geografía e Historia
por la Universidad de Oviedo (1979). Diploma de Estudios Avanzados en
Arqueología Histórica («La romanización en las cuencas mineras del sur de
Asturias» 2006).Profesor de Educación Secundaria, ha trabajado en los
institutos «Juan de Herrera» (Valladolid), «Sánchez Lastra» (Mieres), «Camino
de La Miranda» (Palencia), «Valle de Aller» (Moreda) y desde 2006 en el IES
«Mata Jove» de Gijón. En el año 2016 el reconocido historiador mierense fue
distinguido con el reconocido galardón anual de
“Mierense del año”.
Alfonso
Zapico (Blimea, Asturias, 1981). Historietista e ilustrador freelance.
Profesional gráfico desde el año 2006. Trabaja en proyectos educativos del
Principado de Asturias (Aula Didáctica de
los Oficios) e impartido talleres de ilustración en centros educativos de
Asturias y Poitou-Charente (Francia). Realiza ilustraciones, diseños y campañas
para diversas agencias de publicidad, editoriales e instituciones. Es
ilustrador de prensa en diarios regionales asturianos (La Nueva España, Cuenca del Nalón, Les Noticies…).
Se estrena en 2006 con un álbum de corte
histórico para el mercado franco-belga, La guerra del profesor Bertenev (Dolmen, 2009). Su primer trabajo
publicado directamente en España es Café Budapest (Astiberri, 2008), donde se mete de lleno en una ficción
determinada por los orígenes del todavía no resuelto conflicto
palestino-israelí. Acto seguido apuesta por recrear en cómic la vida de James
Joyce, Dublinés (Astiberri, 2011),
que gana el Premio Nacional del Cómic 2012 y a raíz del cual surge el cuaderno
de viaje La ruta Joyce (Astiberri, 2011).
Vive en la localidad francesa de
Angouléme, donde, tras realizar El otro mar (Astiberri,
2013) a caballo de su Asturias natal, a la que vuelve con regularidad, se
encuentra preparando su nueva y ambiciosa obra, “La balada del norte”, que
constará finalmente de tres tomos.
Esta magnífica obra es un autentico
tesoro de la novela gráfica española y refleja la negrura de los valles mineros
de Asturias de los que surgen personajes luminosos, y bajo el ruido atronador
de las minas de carbón se escucha el susurro de una canción antigua. Los viejos
y nuevos tiempos chocan brutalmente poniendo a prueba al protagonista, pronto a
la Humanidad entera. Éste es el sonido de "La balada del norte".
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