Los Mártires de Valdecuna. (Pinterest) |
El
incendio del santuario de los Mártires en 1936 y el sorprendente hallazgo que
tuvo lugar años después en la reforma del templo
Ilustración de Alfonso Zapico |
En la noche que medió entre el 8 y el 9
de abril de 1936, Jueves Santo, siendo párroco don Elías Valdés Velasco, unos
desconocidos prendieron fuego al Santuario de los Mártires de Cuna. En aquellos
meses menudearon los actos violentos de todo tipo haciendo evidente la fractura
entre las dos Españas que acabaría desembocando en la guerra civil. Los
símbolos religiosos eran un objetivo preferente y por ello las guardesas del
lugar habían retirado de sus hornacinas las imágenes de Cosme y Damián para
ocultarlas temiendo alguna acción de este tipo.
Las guardesas de Los Mártires, Teresa, María y Eulalia |
Eulalia Fernández y sus hermanas Teresa y María heredaron de su
padre y de su abuelo la misión de cuidar del santuario y así lo hicieron
durante décadas. El 23 de septiembre de 1979 Eulalia contó al diario "La
Voz de Asturias" como las llamas se extendieron en aquella ocasión a
cuatro de los cinco altares convirtiendo la torre de la ermita en una chimenea,
y fue su hermano José quien pasó sobre las maderas que ardían en el suelo para
sofocar el incendio con el agua que le fueron acercando con calderos. Aunque logró salvarse la estructura del
edificio, el retablo y algunas pinturas resultaron afectados; tampoco el joven
se quemó, por un milagro de los santos Cosme y Damián -decía ella-, antes de
añadir que el bárbaro desaguisado fue obra de un grupo de fuera de Insierto en
el que los más eran guajes. El Santuario de los Mártires de Cuna,
declarado Bien de Interés Cultural (BIC) con categoría de monumento el 30 de
marzo de 1995, presenta planta de cruz latina, según un proyecto que se
atribuye al arquitecto Pedro Muñiz Somonte, y fue construido a lo largo de todo
el siglo XVIII para engrandecer otro templo más pequeño, románico, que a su vez
ya había sustituido a otro prerrománico. Luego, ya en el siglo XIX continuaron
las ampliaciones y mejoras y fue entonces cuando se edificó el pórtico y se
levantó la torre-campanario.
Bajada a la Ermita de Los Mártires de Valdecuna (Fot. José Ramón Viejo) |
Tras el incendio de 1936 los destrozos
no tardaron en repararse y tanto el culto como las fiestas de cada 27 de
septiembre, seña de identidad del concejo de Mieres, siguieron celebrándose
esperando el momento de una restauración más profunda. Por fin, en la primavera
de 1960, otro párroco, don José María Rodríguez, consiguió los permisos y la
financiación para sustituir el deteriorado altar mayor y su retablo de madera
por otro de piedra caliza que encargó a un cantero portugués, y al acometer el
trabajo surgió la sorpresa. El sacerdote Manuel Roces Ordiz, quien
tomó el relevo de la parroquia de Santa María de Valdecuna en 1966 lo narraba
así al periodista Amadeo Gancedo en LA NUEVA ESPAÑA el 26 de septiembre de
1986: "con motivo de las obras se descubrió un pequeño altar o ara, con
una caja de madera y en su interior restos que analizados en la Facultad de
Medicina de Valladolid, donde fueron enviados por Luis Fernández Cabeza, se
determinó que eran huesos. Desde entonces permanecen en la parte baja del
actual altar". Más tarde, el 24 de abril de 1992, Eulalia la guardesa
ampliaba unos detalles a otro periódico: "Era una cajina de madera que se
deshizo en astillas al cogerla el sacerdote y que guardaba dentro una vértebra
y cenizas humanas".
Ilustración de Alfonso Zapico |
Efectivamente, el ara se conserva in
situ cubierto por la obra actual, pero si ustedes quieren ver las imágenes de
su descubrimiento, pueden hacerlo en la página que mantienen los incansables
gestores de "Equipamientos Turísticos de Mieres", quienes las han
divulgado después de que las recuperase José Ramón Viejo al digitalizar el
interesante archivo fotográfico de don Luis Fernández Cabeza y el semanario
Comarca. Se trata de un altar compuesto por dos
piezas, una pequeña mesa y el tenante que lo soporta. El tenante es una columna
de base cuadrada, sin dibujos ni inscripciones, con 95 cm de altura y 30 de
ancho, que se aumentan en la parte más alta hasta los 38 cm y sustenta la mesa.
En su superficie superior se abre un loculus o hueco de 10 por 10 cm con un
rebaje de 2 cm donde encaja una piedra que hace de tapa para un hoyo de 5 cm
por 5 cm. Allí estaba la pequeña caja muy estropeada albergando la reliquia: un
pequeño hueso, mezclado con polvo o ceniza. La mesa por su parte, es de forma
rectangular y mide 56 cm de largo por 43 de ancho y 14,5 cm de alto.
Según el investigador Isaac Sastre de
Diego se corresponde con el mismo modelo que puede encontrarse en otras partes
de Asturias como Lillo, Deva, Bendones, Bullaso, Quinzanas y tal vez Pravia, y
que también se extendió por el País Vasco, Cantabria y Galicia.
Son unos
altares que rondan el metro de altura, basados en los que ya emplearon los
romanos, con poca o ninguna decoración y hechos en piedra de la zona, normalmente
caliza, con un pequeño hueco preparado para albergar una reliquia en el centro
de la cara superior.
Valdecuna Los santos San Cosme y San Damián. Autora. Yolanda Zapico. (Ayuntamiento de Mieres) |
Por su parte, Silverio Cerra y otros
especialistas asturianos vinculan el altar de Cuna al primer templo construido
en la colina de El Utiru en el siglo VII u VIII tras la difusión de las
reliquias de los Santos Mártires que se inició desde Roma en el siglo VI, y
también lo avala un dictamen del Instituto Antropológico Alemán de Madrid, que
ya confirmó en el mismo 1960 como este tipo de altar se usaba generalmente en
los siglos VI o VII y continuó usándose algún tiempo después.
Otro dato lo añadió en septiembre de
1993 el párroco don Manuel Roces corroborando a El Periódico de las Comarcas
Mineras que "con anterioridad existió una ermita, y hay enterramientos al
pie del templo, lo que confirma la antigüedad de una residencia de
frailes", recogiendo a la vez parte de la leyenda que señala la
posibilidad de otro hallazgo milagroso: "existe la creencia de que aquí,
en la loma a la que se asciende desde Insierto, en el lugar en el que hoy se
asienta el santuario, fueron encontrados en una arqueta parte de los restos
mortales de estos santos hace tiempo inmemorial".
Ilustración de Alfonso Zapico |
Lo indudable es que este altar prueba
que en el mismo lugar en que hoy se levanta la ermita de los Santos Mártires de
Cuna, o en un paraje muy próximo ya hubo un culto cristiano en los tiempos del
Reino de Asturias, heredero de otro anterior cuyas raíces desconocemos, aunque
no podamos vincular con seguridad las reliquias aparecidas con San Cosme y San Damián,
ya que siempre se olvida que la capilla altomedieval estaba dedicaba a San
Esteban, quien sigue siendo el titular jurídico de este templo y cuya imagen
románica aún se conserva en el interior. Es cierto que en el incendio se
perdieron dos imágenes pintadas de los santos, al parecer también románicas y
en cuya parte inferior figuraba una inscripción indicando que eran del siglo
XI, pero desgraciadamente ya no podemos saber nada más sobre lo encontrado en
1960, y es una pena que tanto las reliquias como los restos de la cajita que
las guardaba se hayan perdido, porque desde entonces los avances de la técnica
aplicada a la investigación arqueológica han sido inmensos y ahora podrían
aportarnos mucha información.
Un buen ejemplo lo tenemos con lo
ocurrido a partir del descubrimiento de otro de estos tenantes en 1995 en
Quinzanas (Pravia).
En este caso tuvieron la fortuna de que fuese destinado
allí como párroco Javier Fernández Conde, uno de los medievalistas más
prestigiosos de Asturias. Con su llegada se acometieron unas obras que incluían
la restauración de sus valiosas pinturas y al desmontar un muro de piedra en el
interior del templo apareció un pie de altar, hecho en caliza blanca, muy
parecido al de Cuna, aunque decorado y con una dedicatoria a la Virgen María. También tenía en su parte superior un
hueco con un relicario tallado en madera de cedro que contenía un paquetito de
tela e hilo de oro envolviendo un pequeño hueso al que se le realizaron las
pruebas del carbono 14 en un laboratorio de EE.UU. confirmando su datación
entre los años 750 y 770. A la vez se comprobó que la tela que lo envolvía era
de seda, un material que en aquella época era exótico y lujoso para Asturias lo
que demuestra la importancia de la reliquia y la lejanía de su procedencia. En Cuna, toda esa información se perdió
entre los dedos del párroco don José María Rodríguez, pero todo indica que nos
encontramos ante una historia muy parecida. Podía haber sido aún peor: por lo
menos el altar no salió del santuario y allí sigue, otra vez escondido y oculto
a nuestros ojos, como una alegoría que refleja todo lo que nos queda por
conocer sobre el origen de esta tierra.
Silverio Cerra, de Valdecuna (Mieres). (Pinterest) |
Ilustración de Alfonso Zapico |
FUENTE:
ERNESTO BURGOS-HISTORIADOR
Ernesto Burgos Fernández nació en Mieres (Asturias) el 7 de julio de 1957.
Licenciado en Geografía e Historia
por la Universidad de Oviedo (1979). Diploma de Estudios Avanzados en
Arqueología Histórica («La romanización en las cuencas mineras del sur de
Asturias» 2006).Profesor de Educación Secundaria, ha trabajado en los
institutos «Juan de Herrera» (Valladolid), «Sánchez Lastra» (Mieres), «Camino
de La Miranda» (Palencia), «Valle de Aller» (Moreda) y desde 2006 en el IES
«Mata Jove» de Gijón. En el año 2016 el reconocido historiador mierense fue
distinguido con el reconocido galardón anual de
“Mierense del año”.
Alfonso
Zapico (Blimea, Asturias, 1981). Historietista e ilustrador freelance.
Profesional gráfico desde el año 2006. Trabaja en proyectos educativos del
Principado de Asturias (Aula Didáctica de
los Oficios) e impartido talleres de ilustración en centros educativos de
Asturias y Poitou-Charente (Francia). Realiza ilustraciones, diseños y campañas
para diversas agencias de publicidad, editoriales e instituciones. Es
ilustrador de prensa en diarios regionales asturianos (La Nueva España, Cuenca del Nalón, Les Noticies…).
Se estrena en 2006 con un álbum de corte
histórico para el mercado franco-belga, La guerra del profesor Bertenev (Dolmen, 2009). Su primer trabajo
publicado directamente en España es Café Budapest (Astiberri, 2008), donde se mete de lleno en una ficción
determinada por los orígenes del todavía no resuelto conflicto
palestino-israelí. Acto seguido apuesta por recrear en cómic la vida de James
Joyce, Dublinés (Astiberri, 2011),
que gana el Premio Nacional del Cómic 2012 y a raíz del cual surge el cuaderno
de viaje La ruta Joyce (Astiberri, 2011).
Vive en la localidad francesa de
Angouléme, donde, tras realizar El otro mar (Astiberri,
2013) a caballo de su Asturias natal, a la que vuelve con regularidad, se
encuentra preparando su nueva y ambiciosa obra, “La balada del norte”, que
constará finalmente de tres tomos.
Esta magnífica obra es un autentico
tesoro de la novela gráfica española y refleja la negrura de los valles mineros
de Asturias de los que surgen personajes luminosos, y bajo el ruido atronador
de las minas de carbón se escucha el susurro de una canción antigua. Los viejos
y nuevos tiempos chocan brutalmente poniendo a prueba al protagonista, pronto a
la Humanidad entera. Éste es el sonido de "La balada del norte".
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