Ceferino González y Díaz Tuñón (Porträt 1885). (Wikipedia) |
Ilustración de Alfonso Zapico |
Fray Zeferino González Díaz Tuñón
está considerado como uno de los pensadores más prestigiosos del siglo XIX
español; autor de la primera Historia de la Filosofía escrita en lengua
española es, desde luego, el más conocido de todos los filósofos asturianos. En
vida fue llamado así con "Z" inicial, aunque la modernidad acabó
prefiriendo la C y con ella figura en las placas que lo honran por todo el
país, entre ellas las calles que llevan su nombre en Madrid, Oviedo, Gijón, El
Entrego, la plaza de Laviana o la inscripción del busto que lo recuerda en
Villoria, donde nació en el barrio de El Campal el 28 de enero de 1831. Perteneció a una familia humilde y
campesina, y sus padres, como hicieron otros muchos en las mismas condiciones,
buscaron para varios de sus hijos una vida más cómoda en la religión.
Uno de
sus hermanos llamado Atanasio fue sacerdote y otro, José Ramón, llegaría a ser
prior de la Orden de Predicadores en Filipinas; con su ayuda Zeferino ingresó
en el convento de dominicos de Ocaña y en 1848 ya pudo embarcar para las
misiones de Manila donde empezó a subir los peldaños de una carrera
eclesiástica que lo iba a llevar a lo más alto.
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También en la colonia tuvo una
experiencia que podemos calificar de poco habitual, cuando una monja a la que
ya habían dado por muerta volvió en sí para dirigirse a él ante el asombro de
los presentes informándo de que Dios le tenía reservado destinos altísimos, y
después de estas palabras calló para siempre. Fray Zeferino también sufrió siempre
problemas de salud y debido al mal clima de la colonia vio asomar un par de
veces la guadaña de la Parca, por lo que sus superiores lo devolvieron a España
en 1867 con varias obras escritas y los borradores de su "Philosophia
elementaria ad usum academicae ac praesertim ecclesiasticae juventutis, opera
et studio" en el arcón de viaje. Para entendernos, llamaremos a este
trabajo que tuvo su primera edición en dos volúmenes al año siguiente
"Filosofía Elemental". Esta es solo una de sus numerosísimas obras,
pero la única que quiero citar aquí junto a "La inmortalidad del alma y
sus destinos según una teoría krauso-espiritista", de 1869, porque lo que
voy a contarles hoy es la interpretación que hizo nuestro filósofo de un
fenómeno que entonces estaba en auge y contaba con seguidores entre todas las capas
sociales: el espiritismo.
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Se trata de la creencia que afirma
que las personas vivas pueden comunicarse con espíritus de los muertos por
medio de médiums o ayudados por prácticas como las de las mesas parlantes o la
escritura automática. En 1857, un pedagogo francés que empleaba el seudónimo de
Allán Kardec había escrito "El libro de los espíritus", convertido
pronto en un éxito de público y en el manual para todo el movimiento espirita
contemporáneo, desde ese momento siguió publicando libros en los que defendía
al espiritismo como una ciencia práctica basada en la observación y una
doctrina filosófica, y muy pronto sus seguidores se extendieron por todo el
mundo editando cientos de revistas con sus experiencias. En España, la primera sociedad
espirita se abrió en aquel mismo 1857, en Cádiz, y 20 años más tarde ya se
habían fundado otras en la mayor parte de las provincias por lo que fray
Zeferino decidió dedicarle a esta creencia un apartado en uno de los capítulos
de su "Filosofía elemental" dedicado a la Metafísica especial,
inmediatamente después de tratar otro tema muy parecido en sus características
pero al que la Iglesia reconocía como suyo: la naturaleza de los milagros. El dominico denominó a su artículo
"El magnetismo contemporáneo y el espiritismo" porque para él se
llamaba magnetismo al "conjunto de fenómenos extraordinarios que bajo el
nombre de manifestaciones magnéticas y espiritistas se realizan principalmente
en el hombre, aplicando al efecto varios medios, ya físicos y materiales, ya
morales y espirituales". Alguna vez les he contado mi afición por lo que
rodeó al estudio de los fantasmas en el siglo XIX, lo que con los años me ha
llevado a ir adquiriendo por rastros y librerías de viejo una pequeña colección
de libros, revistas y documentos de época sobre este tema, así que después de
muchas lecturas puedo decirles que el trabajo de fray Zeferino es un magnífico
compendio de los fenómenos y las opiniones que se conocían cuando se publicó y
fue escrito con respeto a pesar de que su condición religiosa lo llevó a una
conclusión sorprendente.
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Por ejemplo, el dominico empleó una
metodología rigurosa para clasificar los fenómenos espiritistas en cuatro
apartados: mecánicos, fisiológicos, de conocimiento y trascendentales.
Los primeros engloban todos los
efectos que se pueden observar en este tipo de sesiones, como el giro, el
desplazamiento o la suspensión en el aire de mesas, sillas u otros muebles, los
golpes inexplicables y otras anomalías que entonces se daban por ciertas y
pocos años más tarde fueron desvelándose como simples trucos. Los segundos son los puramente
corporales: convulsiones, temblores, contracción y dilatación de la pupila, y
otros más complejos, del estilo de los sueños magnéticos, la debilitación o
aumento de la sensibilidad, el sonambulismo lúcido o incluso la transposición
de los sentidos que entonces practicaban algunos médiums afirmando que podían
ver con los ojos cerrados o percibir sonidos con las manos, por ejemplo. Los terceros consisten en conocer
intuitivamente las enfermedades o las cosas ocultas, ver objetos tras los
cuerpos opacos, predecir el futuro, razonar acertadamente sobre materias que no
se han estudiado y hablar lenguas desconocidas. Por último, los cuartos
engloban a muchos de los fenómenos anteriores siempre que se deban a la
evocación de los espíritus y a los que se producen por el trato con los mismos,
así el hablar en nombre de los espíritus de los difuntos o las respuestas por
palabra, golpes u otras señales a las preguntas que se les hacen. Fray Zeferino distinguía también
entre los espiritistas y los espiritualistas, considerando que pertenecían a la
primera clase los que renovando en todo o en parte las doctrinas de Pitágoras,
Platón y Orígenes creían que las almas humanas están sujetas a una serie de reencarnaciones
sucesivas, y a la segunda los que piensan que los fenómenos magnéticos proceden
de los ángeles o espíritus buenos.
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Pero, según él, las dos doctrinas
eran incompatibles con lo que determina el catolicismo sobre la vida eterna
después de la muerte, ya que ésta no contempla la posibilidad de la
reencarnación ni tampoco admite que los ángeles puedan enseñar doctrinas
contrarias a las reveladas por Dios a su Iglesia.
Y debo explicar que esto último lo
escribió nuestro filósofo alarmado porque en las sesiones espiritistas de la
segunda mitad del XIX era habitual que los médiums apoyasen en sus trances las
teorías internacionalistas manifestando que la Biblia y todas las religiones
eran falsas e incluso que los hombres debían proceder a una partición igual de
las propiedades para llevar una vida más justa.
Pero si nos sorprende el conocimiento
que fray Zeferino tuvo de estos temas, nos llama más aún la atención el cierre
de sus razonamientos considerando el auge del espiritismo como una de las
señales que anuncian el fin de los tiempos: "Debemos decir que no
consideramos completamente destituida de fundamento la opinión de los que
sospechan que el magnetismo espiritista, tan difundido y acreditado hoy en las
naciones civilizadas, es una preparación más o menos lejana y como una
incoación del misterio de iniquidad que se revelará en los últimos días".
Ilustración de Alfonso Zapico |
Y para apoyar esta idea llegó a citar
una frase de San Pablo en la que se alerta a los creyentes sobre las señales
que van a preceder al fin del mundo: "En los últimos tiempos se apartarán
algunos de la fe, atendiendo a los espíritus del error y a las doctrinas de los
demonios".
El final de Fray Zeferino fue un
verdadero calvario debido a un doloroso y cruento cáncer de maxilar que se
extendió invadiendo su garganta. La prensa de la época no ahorró a sus lectores
los partes médicos, diagnósticos ni detalles sobre las operaciones quirúrgicas
proporcionando unas informaciones que ahora pueden resultarnos morbosas, pero
que entonces eran habituales cuando se trataba de personajes conocidos. Murió el 29 de noviembre de 1894 con
un currículo impresionante: Obispo de Córdoba durante diez años, Arzobispo de
Sevilla y Toledo, Patriarca de las Indias Occidentales, Cardenal Primado de
España, Capellán Mayor del rey, Vicario General castrense y Canciller Mayor de
Castilla, y tal vez si su salud lo hubiese permitido su carrera habría
terminado en la Cátedra de Roma. Ya lo dijo en su día el gran Campoamor:
"Ninguno de tan poco llegó a tanto: fraile ayer, príncipe hoy, mañana santo.
Ilustración de Alfonso Zapico |
FUENTE: ERNESTO BURGOS-HISTORIADOR
Ernesto Burgos Fernández (historiador).
Nació en Mieres (Asturias) el 7 de julio de 1957.
Licenciado
en Geografía e Historia por la Universidad de Oviedo (1979). Diploma de
Estudios Avanzados en Arqueología Histórica («La romanización en las cuencas
mineras del sur de Asturias» 2006).Profesor de Educación Secundaria, ha
trabajado en los institutos «Juan de Herrera» (Valladolid), «Sánchez Lastra»
(Mieres), «Camino de La Miranda» (Palencia), «Valle de Aller» (Moreda) y desde
2006 en el IES «Mata Jove» de Gijón. En el año 2016 el reconocido historiador
mierense fue distinguido con el reconocido galardón anual de “Mierense del año”.
Alfonso Zapico (Blimea, Asturias, 1981). Historietista e ilustrador freelance.
Profesional gráfico desde el año 2006. Trabaja en proyectos educativos del
Principado de Asturias (Aula Didáctica de
los Oficios) e impartido talleres de ilustración en centros educativos de
Asturias y Poitou-Charente (Francia). Realiza ilustraciones, diseños y campañas
para diversas agencias de publicidad, editoriales e instituciones. Es
ilustrador de prensa en diarios regionales asturianos (La Nueva España, Cuenca del Nalón, Les Noticies…). Se
estrena en 2006 con un álbum de corte histórico para el mercado franco-belga,
La guerra del profesor Bertenev (Dolmen,
2009). Su primer trabajo publicado directamente en España es Café Budapest (Astiberri, 2008), donde se mete de
lleno en una ficción determinada por los orígenes del todavía no resuelto
conflicto palestino-israelí. Acto seguido apuesta por recrear en cómic la vida
de James Joyce, Dublinés (Astiberri,
2011), que gana el Premio Nacional del Cómic 2012 y a raíz del cual surge
el cuaderno de viaje La ruta Joyce (Astiberri,
2011). Vive en la localidad francesa
de Angouléme, donde, tras realizar El otro mar (Astiberri, 2013) a caballo de su Asturias natal, a la que vuelve
con regularidad, se encuentra preparando su nueva y ambiciosa obra, “La balada
del norte”, que constará finalmente de tres tomos. Esta magnífica obra es un autentico tesoro de
la novela gráfica española y refleja la negrura de los valles mineros de
Asturias de los que surgen personajes luminosos, y bajo el ruido atronador de
las minas de carbón se escucha el susurro de una canción antigua. Los viejos y
nuevos tiempos chocan brutalmente poniendo a prueba al protagonista, pronto a
la Humanidad entera. Éste es el sonido de "La balada del norte". Sus
libros han sido traducidos al inglés, francés, alemán o polaco. (…) http://alfonsozapico.com
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