El Duque de Montpensier |
De
camino hacia Inglaterra, persiguiendo la corona de España, visitarían Gijón a
finales de Junio de 1857 la Serenísima hija de Fernando VII y hermana de la
reina de España Isabel II, Doña María Luisa Fernanda de Borbón y su esposo el
príncipe francés Don Antonio de Orleans
La Duquesa de Montpensier |
Acababan de visitar Covadonga, donde
oraron por el favor de la Santina de España y a los pies del sepulcro del
caudillo de los asturianos. Era Junio y era verano, pero un verano
asturiano en que no dejaba de llover, convirtiendo los penosos caminos en
prácticamente intransitables. El día 17, el alcalde de Gijón, se
dirige como puede a los límites del encharcado concejo a recibir a tan augustos
visitantes, en La Venta de Veranes un arco vegetal levantado por los vecinos
saluda a sus altezas reales que se ven imposibilitados a descender del carruaje
por el aguacero inclemente y así dejando atrás los sones de la gaita y el
tambor de los de Cenero avanzan hacia Gijón atravesando Pinzales, valle aquel
surcado por uno de los primeros caminos de hierro de España.
Dársena de Gijón en 1858 en fotografía de Don Alfredo Truan. |
Amablemente declinan tan golosa como cómoda invitación y deciden seguir por el barrizal que es el camino carretero a
Castilla, pues en el arco del infante los espera un pueblo entusiasta
desafiando al lluvioso día. A media legua, ya visibles Gijón y el
mar Cantábrico en el alto de Castañón, un descomunal arco efímero vegetal
muestra con cierta gracia los atributos de la vida diaria de un agricultor de
Gijón, aquí y allá entre el verde, destacan mazorcas, espigas, frutas y los
útiles de todo labriego, mientras una multitud de aldeanos con las ropas
típicas de su vida diaria les ofrecen cestas con fresas, otras frutas de
temporada, como peras de San Juan, quesos, tórtolas, embutidos, sin cesar de
dar vivas a los infantes de España que los visitan.
Pescadera 1898. (Pinterest) |
Para ese entonces desde la casa del
ayuntamiento sita en la plaza mayor casi enfrente del actual edificio pero
haciendo esquina con la calle Trinidad, sale el resto de la corporación. Ese
año Gijón tuvo tres alcaldes, el señor Don Eustoquio García, luego Don
Fructuoso Prendes y a finales de año lo sería Don Zoilo García Sala, que habla
bien de la ingobernabilidad de estas buenas gentes de mar y tierra. Avanzan bajo la lluvia, dejan la calle
Trinidad atrás y cruzan los cuatro cantones para adentrarse en la calle Corrida
a cuyo final están las tribunas dispuestas para las autoridades en las inmediaciones
del Arco del Infante. Puerta de la villa de la naciente
ciudad, bajo el olivo y los desmayos (Sauces babilónicos) de Jovellanos algunos
se resguardan de la lluvia hasta que lleguen los carruajes, que han sido
cambiados allí en el alto de Castañón y ahora sus altezas viajan en sendos
carruajes cortesía del Conde de Revillagigedo y el Marqués de Gastañaga y Gil.
Puerta de la villa, Arco del Infante del archivo del Padre Patac de las Traviesas S.J. |
Cuando cruzan la Puerta de la villa se
disparan salvas de cañón en el cerro de Santa Catalina, una descarga de
fusilería y un ensordecedor ruido de cohetes que buscan asustar los nubarrones
impregnando todo aquello de un olor a pólvora y felicidad. Luego la Calle Corrida ofrece un aspecto
solo mejorable si luciera el sol, pero desde los balcones descienden vítores y
colgaduras de seda, banderas de este reino, guirnaldas y las hermosas mujeres
de Gijón saludan a los ilustres visitantes agitando blanquísimos pañuelos, cual
Heraldos de la Buenaventura. Al entrar en la calle Trinidad ya con la
dársena a un lado un vistosísimo arco gótico, embellecido más si cabe con dos
estatuas a su lado de Mercurio y Neptuno, dioses aquellos a quienes Gijón
encomendaba su futuro sobre la alegoría de un navío efímero a cuyo bordo unas
esculturas representaban genios que portaban los atributos propios del comercio
y la navegación, dos factores que unidos a la laboriosidad de esta ciudad
harían crecer y de qué manera a Gijón.
Puerto de Gijón. (Autoridad Portuaria de Gijón) |
Los barcos surtos en la dársena estaban
todos engalanados y empavesados y hacían sonar sus sirenas a manera de
salutación, rumor festivo que llegó al vapor de guerra “Ulloa” que estaba en la
bahía y al momento hizo disparar sus cañones, en un nuevo intento de asustar al
cielo y que cesara de llover, indudablemente desconocían que esta es Asturias y
que nuestro verano es así.
Agasajados y arropados por una multitud
entusiasta se dirigen a la parroquial de San Pedro a rendir culto a su fe, en
un Te-Deum y un misacantorio oficiado por el dignísimo párroco Don Sebastián
Benavides, sacristán mayor del concejo, finalizado lo cual y desafiando la
lluvia se dirigen a pie por el Campo Valdés, admirando aquel vetusto palacio
gijonés y la capilla de Nuestra Señora de Guadalupe, para perderse poco después
por aquel hermoso laberinto de calles y llegarse al palacio de Revillagigedo,
que será su residencia durante los días que decidan permanecer en Gijón
Delante de Palacio, el ayuntamiento ha
dispuesto un monumental arco efímero del orden gótico, prolongado en sus
costados de una especie de empalizada reforzada por columnas cubiertas de
laurel y siempre verde y que cierran un perímetro frente al palacio a manera de
plazuela. En este palacio gijonés se haría la recepción oficial, mientras en
los alrededores la banda de música de la municipalidad no dejaba de amenizar la
concurrencia.
Arco Gótico al final de la calle Corrida y entrada a Trinidad en 1858, en fotografía de Don Alfredo Truan. |
Posteriormente se daría cuenta de un
frugal almuerzo y tras el descanso pertinente, se cumpliría visita a nuestro
Hospital de Caridad, frente a la Playa de San Lorenzo y de allí se iría al
Instituto primorosamente engalanado con el orden Corinto, quizás por aquello de
que la sabiduría nos proviene de la antigua Grecia, allí fueron saludados por
todo el claustro de profesores y se les entregó una cartera contenedora de un
considerable número de poemas de salutación y buenos augurios.
En la noche hubo una elegantísima
recepción en el palacio de Revillagigedo a la que asistieron lo más granado de
la sociedad gijonesa de aquel entonces. El día siguiente con una tregua
meteorológica fueron a pie hasta la fábrica de Vidrios sita en los prados de
Begoña, donde los Cifuentes, Pola y sobremanera los Truan, inventaban Gijón en
torno a una industria vidriera que trajo una emigración selecta, progresista y
cultísima que se desparramó por la geografía gijonesa como una bendición. De
allí a bordo de una Carretela, carruaje de cuatro asientos con la virtud de
tener el techo descapotable por si las lluvias hacían acto de presencia,
recorrieron las calles principales para recibir la aclamación espontanea de
este pueblo, que si ya aquel príncipe francés anhelaba la corona de España,
estas muestras de cariño le daban más pábulo si cabe a su ambición. (Galdós,
encabezaba un movimiento de admiradores a su capacidad, inteligencia y hombría
en detrimento del cacareado afeminamiento del consorte de Isabel II).
Isabel II de Borbón y Francisco de Asís de Borbón. (plumaroja-plumaroja.blogspot.com) |
Se
dirigieron a donde los esperaba la corporación municipal que dio un almuerzo
para 1.500 pobres de Gijón al que asistieron los ilustres visitantes y después
del mismo mientras la duquesa descansaba haciendo sano uso de la siesta
nacional, el príncipe francés y Duque de Montpensier, se fue de paseo con el alcalde
y otros señores de Gijón por el muelle de la dársena donde se le mostro el
proyecto de un dique exterior que protegiera el muelle, y subidos al cerro de
Santa Catalina le mostraron las vastas y hermosas extensiones de terreno que
disponía y disfrutaba Gijón para instalarse las industrias que le garantizasen
un próspero futuro. De todo tomo nota su alteza y a todo le tuvo un comentario
valorativo y esperanzador. A la tarde hubo solemne procesión por
las calles engalanadas de Gijón, con la asistencia del Gobernador civil de
Asturias y toda la oficialidad del vapor de guerra Ulloa en traje de gala, la
ciudad estaba hermosísima cuando salió la duquesa, con una diadema de
brillantes tan elegante como hermosa, embutida en un traje vistosísimo a la par
que sencillo y cubiertos los hombros por un precioso manto bordado en oro, cuya
cola era sostenida por Don Ramón Valdés, antiguo mayordomo de semana de su
Majestad.
Los duques de Montpensier en edad madura en carta de visita ya con su hija mayor Doña María Isabel Francisca |
El Duque de noble aspecto vestía el
traje de reglamento de la Maestrantía de Sevilla y en su pecho de caballero
mostraba el Toisón de Oro. Asi recorrieron de la mano como dos enamorados más
las calles de un Gijón cautivo entre la devoción y la admiración. Ya en la noche fueron agasajados en el
Teatro Jovellanos, iluminado con hachas encendidas y donde se representaba el
drama: “Jugar con fuego” quizás pieza premonitoria de las desdichas del Duque
movido a duelo con un infante de España al cual mataría de un tiro y ese
derramamiento de sangre real le retiró definitivamente de toda aspiración a la
corona, pero eso no fue en Gijón. Al día siguiente disfrutaron de un
idílico paseo en los carruajes del Conde de Revillagigedo y del Marqués de
Gastañaga rumbo a Candás, Luanco y Avilés, escoltados desde el mar por el vapor
de guerra Ulloa que en la ría de Avilés les facilitaría unas falúas para pasear
por aquel paradisiaco entorno de la ciudad del adelantado de la Florida.
Monolito erigido en Covadonga a expensas de los Duques de Montpensier, en fotografía del señor Muñiz a inicios del siglo XX |
Regresaron casi de noche a Gijón,
cansados sin duda pero satisfechos del afecto que les mostraba un pueblo
entregado. También los hizo el vapor de guerra Ulloa que se encontró ya
fondeado en Gijón al vapor de guerra que transportaría a sus altezas a
Inglaterra que no era otro que el “Isabel la Católica”
Al día siguiente hubo paseos íntimos por
los alrededores visitando los parajes de Somió y Cabueñes así como Tremañes y
otras zonas cercanas y a la tarde un baile monumental de sociedad en el Palacio
de Revillagigedo, cuyo final fue precedido por una espectacular quema de fuegos
de artificio que embellecieron la noche gijonesa, en una dársena completamente
engalanada y alumbrada de faroles.
Por toda la ciudad hubo arcos erigidos
muchos por iniciativa popular y otros más elaborados costeados por la empresa
del ferrocarril de Langreo sobretodo en la zona en que sus vías entraban hasta
el muelle de la dársena.
Portada de la Reseña del viaje y visita de los Duques de Montpensier a Gijón, a cargo de Don L. González. |
El Domingo 21, aconsejados por el
veterano Lobo de mar y a la sazón Brigadier de la Armada española, Don Eusebio
Salcedo, deciden poner fin a su estadía en Gijón y partir hacia Inglaterra en
viaje oficial. El buen tiempo había que aprovecharlo y
ya bastante zorro era el Cantábrico como para andar despreciando la ocasión
idónea para hacerse a la mar. Con pena los vio partir el pueblo de
Gijón que tan a gusto se sentía con tan ilustre visita. Los Duques hicieron gala de su
generosidad y entregáronle al alcalde, los buenos propósitos de cuanto proyecto
les fue confiado y que defenderían ante la corona de España, y además dejaron
1.000 reales de vellón para el Hospital de Caridad, 1.000 reales de vellón para
repartir entre los más pobres de la parroquia, 500 reales de vellón para las
Monjas Agustinas Recoletas, 500 para la banda de música de la municipalidad y
gaiteros de Cenero, 400 reales de vellón para los tan atentos como eficientes
cocheros del Conde de Revillagigedo y el marqués de Gastañaga y Gil.
Palacio de Revillagigedo en fotografía de Don Alfredo Truan para la visita de Isabel II en 1858. |
También dejaron costeada la erección de
un monolito en el lugar donde supuestamente fue coronado el infante Don Pelayo
en Covadonga. Los vapores de guerra fueron abordados
por la falúa real del vapor de guerra Isabel la Católica y tan serenísimas dignidades
subieron a cubierta, ambos vapores comenzaron entonces a ciar, para luego poner
proa a Inglaterra. Un Gijón lloroso los vio partir pero ya entonces se empezaba
con los preparativos de la visita de la reina doña Isabel II que apuraba los
dulces días de su embarazo y que en unión del pequeño príncipe de Asturias
visitaría Gijón tan solo trece meses después…
FUENTE: HERNÁN PINIELLA IGLESIA
Hernán Piniella Iglesias. Maestro Industrial jubilado, Gran entusiasta y ávido buscador de la historia local de Gijón. Tuvo
una azarosa vida. A su padre lo mataron en 1963, apareció tirado con la cabeza
rota de un golpe sin más señas, en el
camino de su casa. Al poco Tiempo Hernán tomó el camino a Gijón, para quedar
internado en el Hogar de San José, donde estudió Maestría Industrial. Tras el
servicio militar emigró a Venezuela donde residió por casi veinte años, allí a
causa de un accidente tuvo que dejar de lado la mecánica industrial por un
tiempo y estuvo unos diez años de gerente en tiendas de mercancías secas, Ropas
y electrodomésticos, línea blanca y marrón, llegando a estar considerado como
gerente A1, de Woolworth. Posteriormente y a causa de un atraco violento sufrido
por su mujer, retorno a España en 1996, con sus cuatro hijas. Ya en Asturias
paso por un periplo de empresas; Trabajo
en INMICRO Riaño (Langreo), Refractaria el Berrón (Siero) y en Talleres y Fundiciones Marte de
Gijón. En la actualidad se encuentra jubilado y rebuscando infatigablemente en
los archivos, la historia de Gijón.
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