17 de septiembre de 2018

Asesinato por 25 pesetas en 1927

Tolivia, cuna de bandoleros
A caballo.Dibujo tomado de http://elpeliciego.com
Hace MÁS DE 95 años, una pareja de bandoleros acabó con la vida de Robert Horme, inglés empleado en las minas de Buferrera. El botín apenas llegó a veinticinco pesetas
Ilustración de Daniel Castaño
A las puertas de la Audiencia Provincial, lo nunca visto. Un guaje menudo, escurrido y en madreñas miraba fijamente a la cámara de fotos con un par de esposas atenazándole las muñecas. Juan de la Fuente no llegaba a los quince años y lo único que había querido en la vida era dejar de llindar vacas. Sencillamente. Alfonso Camín, testigo de excepción, narraba así las aspiraciones truncadas del pequeño pastor: «Solía quedarse pensativo frente al horizonte que cerraba en los prados. ¿Qué habría más allá? Pensaba en América y en la guerra. En todo ese trágico juego de gentes mayores».
¡América, la gran deseada! Días atrás del juicio que le condenaría a casi tantos años de prisión como los que llevaba de vida, Juan se lo había dicho al periodista Francisco Caramés: «No sabe usted lo aburridísimo que resulta el pastoreo». Por eso, cuando Benjamín el de la Bárgana le había ofrecido embarcarse en un negocio que les reportaría el dinero suficiente como para pagarse el pasaje a América, Juan de la Fuente no se lo pensó dos veces.
Minas de Buferrera en el Parque Nacional de los Picos de Europa. (Asturias). (Pinterest)
Qué iba a saber él, entonces, de la moralmente cuestionable trayectoria de Benjamín, el de la Bárgana. Natural de Tolivia, presumía de haber matado, años atrás, a un hombre en Lugo, para robarle 30.000 pesetas y pagar con ellos el amor de una mujer. El romance fue tan fugaz como el dinero. «¡No quiera usted saber las cosas que decía de ella y de lo que la haría si la encontrara nuevamente!», exclamaba el pequeño Juanín. Para el verano de 1927 ambos se habían hecho ya inseparables, y Benjamín había logrado convertir al pastorcillo en su compinche de robos, atracos menores y fechorías varias. Pero el 31 de julio todo se les fue de las manos. El titular de EL COMERCIO del 2 de agosto abundaba en detalles: «Dos empleados ingleses en las oficinas de las minas de Bufarrera (Covadonga), salen de excursión en una moto al Pontón y, al regresar, al oscurecer, unos enmascarados asesinan a tiros a uno de ellos, cajero de las minas».
El lector bicéfalo
Aquella noche Robert Cecil Horme, cajero de las minas de manganeso de Buferrera, y el ingeniero George William Teasdale, fueron sorprendidos por «dos hombres mal vestidos, y enmascarados con pañuelos sucios (.) El primero representaba dieciocho años, y el segundo, de doce a trece». Desgraciadamente, el mayor era un hábil tirador. Horme murió de forma casi instantánea y Teasdale, presa del pánico, tiró al suelo todo lo que llevaba encima: un billete de 25 pesetas, algunas monedas y un reloj de pulsera. Ése fue el módico precio de la vida de Robert Cecil Horme, inglés de veintisiete años, «afabilísimo y alegre», afirma EL COMERCIO, «de simpatía de todos cuantos les trataban, entre éstos muchos pastores de aquellas cercanías». 
Fueron, precisamente, los pastores cangueses quienes más colaboraron en la búsqueda de los malhechores. El 4 de agosto EL COMERCIO informa de que "un pastor llamado Marino, vecino de Labra, que se encontraba ordeñando una vaca, vio que de una cueva que hay en el sitio denominado Teón salía un individuo desconocido, que se escondió en la misma cueva cuando vio que le observaban (.) Al poco tiempo, de ella salieron dos individuos que emprendieron marcha monte arriba». Los habitantes de la zona exigían justicia inmediata, la prensa se desgranaba en detalles y la policía necesitaba culpables.
Campesino sentado. Autor; José Vela Zanetti. (Artened)
Ignorando los testimonios, el joven Teasdale se vio, de la noche a la mañana y sin prueba alguna en su contra, entre rejas. ¿No había sido él, acaso, el único superviviente del crimen? ¿No era el botín demasiado ridículo como para creerse la historia de los bandoleros? Se equivocaban, de cabo a rabo, los agentes; pero, para aquel entonces, el Bárgana y de la Torre estaban ya muy lejos, disfrutando el Benjamín de la fama que les había dado el luctuoso suceso y celebrándolo a copas de ron en las tabernas lavianesas. 
Fue, precisamente, el amor por la fama del Bárgana el que le llevaría a la tumba. En noviembre de 1927 la prensa ya había atribuido centenares de robos, crímenes e, incluso, una violación, a la pareja de bandoleros. La víctima no le parecía, empero, muy hermosa a Benjamín, que así lo haría saber, muy ofendido, en una carta remitida a un diario gijonés. «¡Culparme a mí del atraco a la criada del cura de Entralgo! (.) ¡Y publica el retrato de la atracada! Sepa este señor que yo soy escogido para eso que se relaciona con el género femenino, y que soy del parecer que cuando lleve a uno el diablo se lo lleve en coche, no en una carreta del país.
Bandidos. (Todocolección)
Presumo algo más y tengo mi partidito entre las hijas de Eva». En la carta, Benjamín se definía bandolero, honrado y orgulloso lavianés. «Soy el Vivillo asturiano, natural de la Bárgana, parroquia de Tolivia, del concejo de Laviana». Todo un poeta. 
En diciembre de 1927, Benjamín y Juan aparecieron de improviso en una taberna de Tolivia. El estado etílico de ambos, especialmente el del niño, hizo posible que Juan de la Fuente fuera arrestado, pero Benjamín, malherido, consiguió escapar. Pocos días más tarde, el 14 de diciembre, la Guardia Civil daba con su paradero. Había ido a refugiarse a casa de unos tíos, donde, avisado de la inminente entrada de la Benemérita, se suicidó. Tras el fracasado intento de colgarse de una viga del techo, el Bárgana recurrió a una fórmula más expeditiva y dolorosa: degollarse a sí mismo con una navaja.
El lector bicéfalo.
Lo último que imploró a los guardias, valiéndose de la mímica, fue que le pegasen un tiro para aliviar su sufrimiento. No haría falta: apenas vivió unos minutos más. 
Mientras tanto, los sueños de un chiquillo inocente se desvanecían en una sucia celda. «Mi hermano me ha dicho» -susurró un compungido Juan de la Fuente al reportero Caramés- «que tiene usted muchos libros. Si quisiera prestarme alguno, se me pasarían mejor las horas, que aquí son interminables.» ¡Criaturita!
El lector bicéfalo
FUENTE: ARANTZA MARGOLLES


Arantza Margolles Beran nació en Gijón, 1982. Licenciada en Historia por la Universidad de Oviedo y Máster en Arqueología y Patrimonio por la Universidad Autónoma de Madrid. Coautora de "Villafría 1934: Luz en la memoria" y "El crimen de ayer", ambos publicados en 2012. Colaboradora semanal en El Comercio y Noche tras Noche (RPA).







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