4 de abril de 2021

El partido que fue "esencial" en los tiempos de guerra y clandestinidad

El PCE cumple cien años: de la hegemonía a la autodestrucción

Mitin de Dolores Ibárruri y Rafael Alberti. El 14 de noviembre de 1921, nació el PCE fruto de la fusión del PC Español y el PCOE. Con implantación territorial limitada, su I Congreso (1922), aprobó unas tesis de carácter muy general y eligiendo secretario general a Antonio García Quejido, veterano dirigente obrero proveniente del PCOE. Partido Comunista de España

Más que un partido: un largo siglo para una formación política que capitaneó como ninguna la oposición al franquismo, pero que, a medida que entró en la democracia, fue autodestruyéndose
Horacio Fernández Inguanzo en 1987. LNE
La Nueva España
De todos los partidos existentes en España a día de hoy, el Comunista es el tercero más antiguo, tras el PSOE (de cuya matriz nació al escindirse hace ahora cien años) y el PNV, que datan ambos del siglo XIX. En el umbral de su centenario, no puede decirse que el PCE goce de extraordinaria salud, a pesar de que paradójicamente -a través de la cartera de Comercio, ocupada por Alberto Garzón- haya regresado al Gobierno, del que no había formado parte desde 1939 (o desde 1947 si tenemos en cuenta los gobiernos republicanos en el exilio). Pero la importancia que el partido ha tenido en el devenir histórico del último siglo parece fuera de toda discusión posible. Tras una andadura inicial de notoria debilidad que se extiende hasta bien entrada la Segunda República, el PCE llegaría a convertirse en una fuerza esencial para entender el tiempo tanto de la guerra como de la dictadura franquista y la Transición. Ninguna imagen cabal podríamos obtener si del puzle de reconstrucción del devenir histórico de esos periodos sustrajéramos la pieza de los comunistas, sostenedores de la estrategia predominante en el campo republicano respecto a la guerra, activadores principales de la resistencia antifranquista y artífices indispensables del proceso constituyente.

El 14 de noviembre de 1921, las direcciones del Partido Comunista Español y el Partido Comunista Obrero acuerdan fusionarse y nace el Partido Comunista de España, que un año después elegiría como su primer secretario general a Antonio García Quejido. Entre sus dirigentes más famosos figuran Dolores Ibárruri (entre 1942 y 1960), Santiago Carrillo (1962-1982) y Julio Anguita (1988-1998). Muy Historia

Plasmación política de la fuerza de un referente muy concreto -la existencia de la Unión Soviética- y de un anhelo utópico -la voluntad de construcción de una sociedad igualitaria y la convicción de que ese es un objetivo realizable-, el PCE, como casi todos sus homólogos, obtendrá de lo primero tanto su fortaleza como alguno de sus lastres, en tanto que lo segundo explica el aliento y la fe con que la militancia comunista afrontó adversidades sin cuento. De hecho, sus momentos de mayor esplendor están ligados a los tiempos más duros, los de guerra y clandestinidad. Se trataba de un partido forjado a fuego en el stalinismo y el antifascismo que representaba una exigencia de entrega militante casi sin límite. Tanto desde dentro como desde fuera, la dureza de las condiciones de la militancia resulta extrema. El sacrificio y la disciplina eran virtudes supremas con las que se afrontan riesgos y sacrificios al servicio de una causa mayor que la propia vida. Dos lecturas que durante largo tiempo fueron casi preceptivas entre la militancia comunista resumen ese espíritu: la novela de Nicolás Ostrovski “Así se templó el acero” -que proporcionaba un canon literario del prototipo de luchador que aspiraban a encarnar- y el manual de instrucciones sobre el comportamiento de los comunistas ante la Policía -un folleto multicopiado que ofrecía instrucciones acerca de cómo afrontar los interrogatorios y las torturas que con probabilidad habrían de sufrir. Nacido, como todos los partidos comunistas, de la quiebra de los partidos obreros de estirpe marxista provocada por la onda expansiva de la revolución soviética y concebido como plasmación de la nueva ortodoxia definida por el leninismo, el arranque del PCE quedará muy por debajo del propósito de servir en lo inmediato de catalizador de las energías revolucionarias del movimiento obrero. 

Dolores Ibárruri y Santiago Carrillo en un congreso del PCE en la década de 1950. LNE

Los apoyos obtenidos por los “terceristas” (partidarios de la adhesión a la recién creada Internacional Comunista) no se traducen más que parcialmente en abandonos del PSOE cuando se consuma la escisión y tampoco la atracción ejercida sobre otros sectores del movimiento obrero encuentra el eco que tiene en otros países, quizá porque en España la CNT conserva su fuerza y el anarcosindicalismo (en declive en otras latitudes) compite con éxito con los comunistas en la aspiración a ejercer como polo revolucionario frente al gradualismo y el reformismo de los socialistas. Las limitadas fuerzas iniciales, con algunos focos de implantación localizados en Asturias, Vizcaya y Sevilla, se ven mermadas por sus propias convulsiones internas, el sectarismo de su línea política y el efecto de la represión. La persistencia de un tosco izquierdismo no hace sino aislar al apenas un millar de militantes que reúne al filo de la proclamación de la República, recibida inicialmente con hostilidad. El giro hacia una mayor conexión con sus potenciales bases y una mayor incidencia en las luchas llegará justo a tiempo para participar en la Revolución de Octubre del 34 y formar parte luego de la constitución del Frente Popular, marcando el final de su aislamiento y la progresiva transformación en una organización de masas, proceso que culminará durante la Guerra Civil. La disyuntiva planteada en zona republicana entre quienes propugnaban que la revolución social y la guerra era una misma tarea y aquellos que defendían que ganar la guerra era la única prioridad encontrará en el PCE al principal sustento de esta segunda posición. Al mismo tiempo, ve reforzado su prestigio por la ayuda militar soviética, la única realmente efectiva que recibió una República a la que las potencias democráticas sometieron a una política de no intervención que toleraba con malévola pasividad la manifiesta intromisión de la Alemania nazi y la Italia fascista en la guerra de España. 

La pasionaria y Gerardo Iglesias en la década de los 80. LNE

Cuando la suerte de la contienda quede sellada, los comunistas sostendrán la posición de resistencia a ultranza encarnada por el presidente Negrín, en un esfuerzo por prologar el conflicto hasta hacerlo enlazar con la previsible conflagración que tan solo unos meses después se materializaría en la Segunda Guerra Mundial. Dado que esto no fue posible, tampoco la derrota del nazifascismo arrastraría en 1945 al régimen de Franco, de modo que la dictadura se prolongó en España durante otros treinta y dos años más. Los comunistas fueron, en todo ese tiempo, la fuerza principal de la resistencia al franquismo, con las armas en la mano inicialmente, hasta el desmantelamiento de la lucha guerrillera llevado a cabo de forma traumática entre 1948 y 1950, y mediante el impulso de todo el repertorio de movilización y contestación pacífica que estuvo a su alcance a partir de ese giro. La formulación de la política de Reconciliación Nacional y la táctica de aprovechamiento de los resquicios legales empleada con notable éxito tanto en el Sindicato Vertical como en los colegios de abogados permitirán al PCE ampliar su base y encontrar en el terreno concreto de la acción los aliados que les negaban la política del exilio y el clima de la Guerra Fría. De ahí vendrán sus mayores progresos en el movimiento obrero -a través del impulso de las Comisiones Obreras- y estudiantil y en prácticamente todos los frentes en los que era posible desafiar a la dictadura y conquistar de facto parcelas de libertad a un alto precio. Las cárceles se llenaban de comunistas al tiempo que su combatividad lograba atraer nuevos militantes que tomaban el relevo de los caídos, de modo que el Partido no dejó de crecer a pesar de la saña anticomunista desplegada por el régimen.

Julio Anguita y Gaspar Llamazares a finales del siglo XX. LNE

En los ambientes obreros y universitarios del antifranquismo, cuando se nombraba al Partido (con mayúsculas y sin apellido) no era precisa explicación: se trataba del Partido Comunista, el partido por antonomasia. En ese papel de vertebrador de la movilización social y la reivindicación democrática acabó atrayendo a sus filas a componentes muy heterogéneos y a lo más granado de la oposición a la dictadura: intelectuales, artistas, abogados, líderes obreros, vecinales, estudiantiles… que configuraban en el umbral de la democracia un capital humano de primera magnitud. Bastaría seguir la trayectoria posterior de muchos de ellos, ya sea en su actividad profesional o política y ya estuvieran dentro o fuera del partido, para acumular una nómina abrumadora de personas indispensables para entender la sociedad española más reciente. La impronta del stalinismo y de los tiempos más duros de la clandestinidad no impedirá que progresivamente el partido se abra a nuevos componentes y que se fragüe en su seno una cultura democrática emanada tanto de la permanente reivindicación de libertades como de la práctica concreta de asambleas y movilizaciones para las que es preciso convencer, encontrar aliados y ofrecer coherencia entre discursos y actuaciones. El PCE del tardofranquismo es una fuerza viva, plural y diversa y su capacidad de movilización de masas lo convierte en pieza indispensable del escenario posfranquista. Su legalización acaba siendo la piedra de toque de la posibilidad de homologación democrática en el proceso de cambio de régimen en España. En ese tránsito se conjugarán conquistas, renuncias y frustraciones, desde el objetivo mayor de alcanzar un marco democrático, hasta la aceptación de la monarquía y su bandera, para encontrarse con un apoyo electoral muy por debajo de las expectativas que habían podido acariciar quienes imaginaban un escenario a la italiana o a la francesa.

La Pasionaria, Wenceslao Roces y José Luis Iglesias Riopedre, en Oviedo a finales de la década de los 70. LNE

El PCE fracasó a la hora de retener en democracia esas capacidades y energías acumuladas en el duro y largo túnel de la dictadura. Aunque las circunstancias exteriores no ayudaban, su disgregación fue en buena medida endógena, completando un periplo que los historiadores Carme Molinero y Pere Ysás han resumido en el título de un libro dedicado a los años que van desde la formulación de la política de Reconciliación Nacional (1956) hasta la debacle electoral (1982): de la hegemonía a la autodestrucción. Es cierto que las condiciones se habían vuelto adversas (pérdida de atractivo del modelo soviético, reflujo del movimiento obrero…) y también que el PCE no se extinguió sino que logró prolongarse a través de la creación de Izquierda Unida. Pero no lo es menos que la gestión interna de la pluralidad política y la diversidad sociológica que la militancia comunista había llegado a alcanzar resultaron ser un fracaso que dilapidó buena parte de su riqueza y potencial. A la hora de hacer balance, una vez caído el muro de Berlín y desintegrada la Unión Soviética, ha resultado fácil englobar bajo la común etiqueta de totalitarismos del siglo XX a fascismo y comunismo. El caso español ofrecería, a este respecto, un desmentido eficaz de este paralelismo reduccionista. El fascismo no contribuyó a la libertad ni a los derechos sociales en ninguna parte, ni ocupando el poder ni formando parte de la oposición, ni en democracia ni en dictadura. Fue, siempre y en todas partes, una amenaza para la democracia y las libertades allí donde existían y ejerció el poder siempre de forma dictatorial. En España, el PCE, con todas sus sombras, está no obstante indisolublemente ligado a la resistencia contra la dictadura y a la transición a la democracia, y su protagonismo en ambos casos resulta difícilmente cuestionable. Y más allá de la alta política, si descendemos a pie de obra, son innumerables los militantes comunistas que han dejado huella por su entrega a causas solidarias, por su contribución a la conquista de derechos laborales y sociales, por el tributo pagado en aras de la libertad y por la construcción de cultura democrática promovida desde los movimientos y las instituciones en que han participado.

Santiago Carrillo, en 2012. LNE

El “Hilo Rojo” asturiano: un siglo de mitos y dirigentes
La historia y la pujanza del Partido Comunista de España no se entenderían sin la aportación asturiana. En este siglo de vida, el PCE ha contado con varios dirigentes nacidos en la región, y algunos de ellos convertidos en mitos del movimiento comunista. Un “hilo rojo” que une a figuras como Horacio Fernández Inguanzo, “El Paisano”; Wenceslao Roces, o Dolores Ibárruri, “la Pasionaria”, que, aunque vasca de nacimiento, tenía un fuerte vínculo con Asturias: fue diputada por la circunscripción de Oviedo tanto en la Segunda República como en la Transición democrática. Secretaria general del partido entre 1942 y 1960, a la Pasionaria la sucedió en el cargo el gijonés Santiago Carrillo, otra figura emblemática del partido y un nombre imprescindible para entender la Transición democrática. Cuando Carrillo dimitió, en 1982, la secretaría general pasaría a otro asturiano: el mierense Gerardo Iglesias, que en sus dos últimos años en el cargo (1986-1988) lo simultanearía con el de coordinador general de la recién fundada Izquierda Unida. Un cargo, este último, que años después ostentaría Gaspar Llamazares, aunque en su gestión marcó distancias con el PCE.

Francisco Frutos, secretario general del PCE entre 1998 y 2009, durante un encuentro con el Partido Comunista de Chile en 2005. WIKIPEDIA

FUENTE: RUBÉN VEGA. Publicado por La nueva España el 23-08-2020. VER ENLACE: 
«El historiador Rubén Vega, especialista en el movimiento obrero y en la izquierda asturiana, firma este análisis de los cien años del partido comunista de España (PCE), en el que los dirigentes asturianos tuvieron siempre un peso muy destacado»
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AUTORES.

Rubén Vega (Gijón, 1961).
Historiador, especialista en movimiento obrero durante el franquismo y la transición, y en los procesos de declive y desindustrialización en Asturias, es responsable de libros tan valiosos y necesarios como La Corriente Sindical de Izquierda. Un sindicalismo de movilización, CC. OO. de Asturias en la Transición y la Democracia o, la que fue su tesis, Crisis industrial y conflicto social. Gijón 1975-1995. También ha firmado, junto a Begoña Serrano, Clandestinidad, represión y lucha política. El movimiento obrero en Gijón bajo el Franquismo, 1937-1962; con Manuel I. Viejo, de Historia de la Cruz Roja en Asturias y de Cien años de cooperativismo. Historia de la Cooperativa de Agricultores de Gijón, 1906-2006 y, junto a Carlos Gordon, la biografía Juan Muñiz Zapico “Juanín”; y ha participado en las obras colectivas como Asturias, el declive de una región industrial y Los comunistas en Asturias 1920-1982, entre otras. Comprometido e inquieto, este prestigioso investigador es además director del Archivo de Fuentes Orales para la Historia Social de Asturias (AFOHSA), adscrito a la Universidad de Oviedo, que nace en el año 2000 por iniciativa de la Fundación Juan Muñiz Zapico y se desarrolla hasta 2003 a través de la colaboración entre ambas entidades para promover la recopilación, conservación y difusión del patrimonio oral e inmaterial de Asturias con la finalidad de acercar tanto a investigadores como interesados un rico caudal de informaciones almacenado en las memorias y experiencias de los hombres y mujeres protagonistas de nuestro pasado reciente. Un centro referencial y pionero con el que colaboran algunos de los más valiosos especialistas, como los que participan en la reciente publicación, coordinada por Vega, que lleva por título El movimiento obrero en Asturias durante el franquismo (1937-1977). Claudia Cabrero Blanco, Benigno Delmiro Coto, Holm-Detlev Kohler, Diego Díaz, Irene Díaz Martínez, Francisco Erice Sebares, Ramón García Piñeiro y Carlos Gordon firman un volumen tan interesante como imprescindible, y que nos sirve como excusa para charlar con este gran conversador, quien nos introduce por la historia reciente de los asturianos. FUENTE:
 

EL BLOG DE ACEBEDO (Antología de Historia). La Historia es una disciplina académica que aspira a comprender el pasado y la forma en que se ha configurado el presente. Es necesaria para entender, para cambiar y para saber cómo ha llegado a existir la sociedad en la que vivimos.

“El único deber que tenemos con la historia es reescribirla”. (Oscar Wilde)

El Blog de Acebedo se adentra en la historia de nuestra tierra, TODO SOBRE ASTURIAS, MIERES Y CONCEJO. navegar en este blog, es conocernos mejor a nosotros mismos y nuestra dilatada historia. Como decía el poeta mierense Teodoro Cuesta García-Ruiz (09/11/1829 – 01/02/1895), “soy d´esa villa y á honra tengo haber nacío nella”

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