18 de marzo de 2023

Las organizaciones de resistencia de los trabajadores en el siglo XIX

Los Orígenes del Sindicalismo y las Organizaciones Obreras
Mitin en Mieres el 1º de mayo, hacía 1914. Foto archivo.
Las primeras manifestaciones de la conflictividad obrera y el surgimiento de las organizaciones de resistencia de los trabajadores fueron en Asturias relativamente tardías, como consecuencia de la lentitud característica del proceso industrializador y de la propia formación de la clase obrera
Trabajadores de la Mina 'Poca Cosa', en L'Agüeria San Xuan de Mieres, hacía 1920. (Archivo; Marino Canga). Foto Archivo.
El blog de Acebedo
Tras los logros limitados del Sexenio democrático y el retroceso en la primera etapa de la Restauración, en los años 90 del siglo XIX, se inicia un lento resurgir, convertido en verdadera eclosión en torno al cambio de siglo. El fuerte impulso de las organizaciones obreras tras 1898 (en su doble vertiente, socialista y anarquista) suscitará una intensa ofensiva patronal que, tras inferir severas derrotas a los trabajadores, anulará muchos de sus logros anteriores, hasta que, en el paso de la segunda década del siglo XX, se consoliden estructuras sindicales más sólidas y sobre nuevas bases. Una de las consecuencias sociales más significativas de la industrialización fue sin duda el surgimiento de las protestas obreras, relativamente espontáneas y desarticuladas al principio, más organizadas después. Este fenómeno se manifestó, en todo caso, con formas e intensidades diferentes en cada país o región.
Tren de laminación en Fábrica de Mieres a finales del siglo XIX. Foto Archivo.
Concretamente en Asturias el movimiento obrero ha desempeñado un papel fundamental en coyunturas decisivas (1917, 1934, la resistencia antifranquista en los años 60); y en general ha influido notablemente en toda nuestra evolución histórica del siglo actual. Sin embargo, las organizaciones de clase surgen en la región muy tardíamente y se desarrollan (como la industrialización misma) con particular lentitud en sus fases iniciales. La primera oleada de conflictos obreros puede datarse (como tantos otros fenómenos) en los años que siguen a 1898, y las primeras organizaciones obreras de cierta solidez no se consolidan hasta 1910. Pero estos avances venían preparados por un proceso anterior de desarrollo de la clase obrera, de luchas y conflictos, que intentaremos sintetizar en las páginas que siguen.
Población obrera en Asturias por sectores a comienzos del siglo XX. Foto Archivo.
Los comienzos. la escasa incidencia de la primera internacional y el retroceso posterior.
Las primeras y débiles manifestaciones del obrerismo organizado en Asturias datan de los años del Sexenio democrático (1868-1874), época en la que se constituye la sección española de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) o Primera Internacional. Eso no significa que no puedan rastrearse muestras anteriores de descontento popular, como los motines de subsistencias en 1847 o 1854, e incluso alguna que otra huelga, como la de trabajadores del ferrocarril de Langreo en 1850 o los armeros de Oviedo en 1855. Pero se trata de conflictos esporádicos o de contenido más gremial que propio de una clase obrera moderna. Igualmente se aprecia un claro sesgo gremio-artesanal en las asociaciones mutualistas constituidas por entonces, particularmente la Sociedad de socorros mutuos de artesanos (1859) y la Sociedad de socorros mutuos de navegantes (1876) en Gijón; o La Ovetense (1859) y la Santa Bárbara (1869) en Oviedo.
Fábrica de Armas de Oviedo en 1914. Saber más... El Tesoro de Oviedo.
El impulso inicial se produce, en realidad, con la difusión de los principios de la AIT y la libertad de asociación que sigue a la revolución de 1868. Sabemos que, por estos años, se distribuyeron en Asturias periódicos internacionalistas editados fuera de la región, como La Solidaridad o La Emancipación. A fines de 1871 y a comienzos de 1872 llegaron a constituirse sendas federaciones locales (vinculadas a la Federación Regional Española) en Oviedo y Mieres, mientras en otras localidades (como Gijón) funcionaban organizaciones obreras de resistencia. En 1872 tuvo lugar una huelga general en Gijón, seguramente promovida por republicanos federales, en defensa de la jomada de 10 horas. En mayo de 1873 se desencadenó en las cuencas mineras de Mieres y Langreo una huelga por motivos salariales que, al parecer, llegó a afectar a unos 3.000 obreros y se saldó con un éxito de los trabajadores. La Restauración borbónica (1875) y la prohibición de la AIT acabaron prontamente con estos modestos logros organizativos. La represión incidió entonces sobre una clase obrera débil y poco numerosa. Los 9.000 o 10.000 asalariados industriales que podían contarse en los años 60, y los 13 o 14.000 de dos décadas más tarde, configuraban aún un sector cuantitativamente bastante reducido.
Plano de Mina Baltasara en L'Agüeria San Xuan de Mieres. Año 1905. Foto archivo.
La primera etapa de la Restauración se caracteriza, pues, por el retroceso del incipiente movimiento obrero surgido durante el Sexenio. Las movilizaciones y las formas asociativas dirigidas, por entonces, a los trabajadores, se caracterizan por su escaso cariz reivindicativo, su claro contenido de integración de clases y su origen esencialmente burgués. A modo de ejemplos, podemos citar la participación de obreros gijoneses en la manifestación de Oviedo en 1881 contra la introducción de una indeseable variante en el previsto trayecto ferroviario de Pajares, precedida días antes de una «numerosísima reunión de la clase obrera de este pueblo» en el teatro Jovellanos de Gijón; o bien la concentración desarrollada poco después, en la localidad costera, en defensa del puerto, con 4.000 asistentes coreando lemas tan poco proletarios como el de «¡Viva el noble solar de la Patria Española!»; o, por no salimos del ámbito gijonés, la manifestación de trabajadores en marzo de 1885, reclamando la realización de obras públicas para paliar la crisis de trabajo, y en la que los periódicos republicanos detectaban la larga mano de los patronos. Los años 70 y 80 del siglo XIX, registran también las primeras iniciativas de cierto alcance, por parte de las clases acomodadas, para afrontar mediante paliativos diversos la eclosión de la entonces denominada cuestión social. Beneficencia, fomento del mutualismo e impulso de una enseñanza de adultos concebida en términos de control ideológico son algunos de los recursos que se ensayaron, con éxito más bien limitado.
El ferrocarril de Asturias que habría mercado a la Meseta en 1884. Fue el despegue industrial de la zona de Mieres. Foto Archivo.
Un ejemplo de práctica de la caridad organizada en parte con el fin de suavizar las tensiones sociales nos lo ofrece la tienda-asilo ovetense de 1888, que se encargaba de suministrar comidas baratas a los indigentes; fundada por autoridades civiles y religiosas y destacados burgueses de la ciudad, surgía con el confesado fin de remediar la pobreza «separando a las clases obreras de los extraviados caminos por donde los conducen los que explotan las miserias de aquéllas». También adquirieron cierto desarrollo las sociedades de socorros mutuos (a menudo bajo tutela y con financiación burguesa o empresarial), y las cooperativas de con-sumo. En 1886 había censadas en Asturias 16 sociedades de socorros mutuos y 5 cooperativas. Además de suministrar alimentos baratos o asistencia médico-farmacéutica y servicios funerarios a sus socios, este tipo de asociaciones defendían un modelo de relaciones sociales fundamentalmente pacificador, y propagaban el ideal de un obrero (o más bien un artesano) previsor, ahorrativo y morigerado, poco dado a radicalismos sociales, tal como lo explicaba en 1880 la Memoria anual de la gijonesa Sociedad de socorros mutuos de navegantes: «El individuo que piensa en su porvenir; que demanda su salvación y la de su familia al propio esfuerzo, que no desdeña el apoyo ajeno, pero que se fía principalmente en su previsión y en el ahorro, sienta la primera piedra que ha de construir el sólido fundamento de la regeneración social».
Instituciones populares en Asturias (1875-1900). Foto Archivo.
En cuanto a la educación, los teóricos del problema social de la época la consideraban uno de los remedios más eficaces. Incluso las escuelas de Artes y Oficios creadas desde fines de los años 70 en Avilés, Oviedo y Gijón, intentaban combinar la formación profesional con el adoctrinamiento.   
Moderación en las actitudes mediante la confraternización de clases y posibilidades de promoción profesional eran, a juicio de sus mentores, algunas de las ventajas de estos centros, además de ofrecer al trabajador una alternativa saludable a las siempre peligrosas tabernas. Como apuntaba el publicista Adolfo Pérez Nieva en 1893, la Escuela de Artes y Oficios «se apodera de las noches del jornalero arrancándolo a la taberna o al club, le enseña los elementos de la ciencia con la sobriedad que su entendimiento inculto requiere, y dentro de su clase, de su esfera social, a la vez que le ilustra le ayuda a mejorar, convirtiéndolo en un buen adornista, en un tallista excelente, en un maquinista que sabe algo más que lo aprendido por la costumbre». Una función similar pretendía satisfacer otras instituciones de formación de adultos, desde perspectivas ideológicamente muy diversas, como las escuelas católicas o los ateneos obreros de inspiración laico-republicana. 
Centro obrero de Mieres. El edificio de la zona del Polear (antiguas escuelas de Requejo), en Mieres. Años 80. Foto Archivo  
Entre las primeras, los Círculos de obreros católicos. En cuanto a los ateneos obreros, la pauta la marcaba en 1881 el establecido en Gijón, bajo los auspicios de un grupo de republicanos de la localidad; luego, su ejemplo habría de ser seguido por otros (Muros, Avilés, Oviedo, Mieres, Lena, etc.). El Ateneo-Casino Obrero de Gijón, de dilatada vida, ofrece una muestra clara de este papel de conciliación de clases y de regeneración social que los sectores liberales más avanzados otorgaban a la educación. Desde las tribunas del Ateneo, se defendían la confraternización de clases y la regeneración por la cultura, recabando de la burguesía ayuda para esta labor pacificadora. Así lo apuntaba el Secretario de la entidad en la Memoria fundacional del Ateneo, agradeciendo «el generoso desprendimiento de las personas que a pesar de su posición social, vienen aquí a fraternizar, mejor dicho, a fundirse con el trabajador, como si quisieran dar público testimonio de que aceptan como axioma incontrovertible, el principio económico que define la producción como resultado del armónico concurso del trabajo y del capital: estas dos fuerzas que aisladas son del todo impotentes, forman juntas la poderosa palanca que remueve cuantos obstáculos se oponen al engrandecimiento de las naciones». Gratitud a los burgueses que se completaba con advertencias a los obreros como éstas que se deslizaban en la Memoria de 1884.
El Contratista Matías Montes García con sus obreros del taller de laminación. 1896. Foto archivo
«No esperemos nuestro mejoramiento de atrevidas y artificiosas combinaciones que precisan derribar todo el actual orden de cosas cual, si fuera castillo de naipes, para sustituirlo por otro discurrido por la imaginación ardiente de alguno de sus autores (...). Esperémosle más que de ninguna otra cosa de nuestro propio esfuerzo, que las clases sociales, como los hombres, como los pueblos, sólo conquistan su bienestar tras penosa y paulatina lucha, de siglos a veces...». En los años finales del siglo XIX la población obrera experimentó un apreciable crecimiento, especialmente en las minas y algunas especialidades fabriles. La visión liberal-progresista de la cuestión social, con su insistencia en el papel regenerador de la educación y la reforma interior del hombre, también estaba presente en el grupo krauso-institucionista de la Universidad de Oviedo. Adolfo Posada lo expresaba admirablemente en párrafos como éste: «Después de todo y bien miradas las cosas, la cuestión social o la cuestión obrera, o como quiera llamarse, ¿Qué es en el fondo más que un problema de educación? ¿Cómo, en efecto, regular jurídicamente las relaciones humanas, de suerte que el orden reine, y cada cual ocupe el lugar que su historia, sus aptitudes y sus facultades le asignan, sin sacar al hombre de la barbarie, sin inculcar en su alma los principios de justicia, de caridad, de amor, sin formar su espíritu en el ideal...? (...) La regeneración social de un hombre, de una clase, tiene que ser ante todo regeneración fisiológica y principalmente regeneración moral».
Plano inclinado de Mina Mariana. Mieres hacía 1897 Foto; Octavio Bellmunt. Foto archivo.
Ese mismo tipo de planteamientos se percibe sin dificultad en la Extensión Universitaria, proyecto impulsado en la crítica coyuntura del 98 y desarrollado bajo la impronta socializante del progresismo burgués en los primeros años del nuevo siglo. Es, en definitiva, el mensaje que Aniceto Sela, otro de los hombres del grupo de Oviedo, intentaba transmitir en observaciones como éstas, contenidas en la Memoria de la Extensión del año 98-99; «Se ha comprendido que en las sociedades modernas (...) sería, sobre injusto, peligroso dejar abandonada a sus propias fuerzas, desde el momento de su salida de la escuela primaria, a una gran parte, la más numerosa, de la población (...). Llamándoles a aprovecharse de los resultados de la labor científica, a contemplarla de cerca, a colaborar con ella, se borran diferencias y rivalidades odiosas, se estrechan los lazos que, por sobre todas las divisiones artificiales, deben unir a los hombres de buena voluntad, y se trabaja eficazmente por la paz del mundo y por el reinado de la fraternidad y la justicia».
Fábrica de Mieres a finales del siglo XIX. Foto archivo.
FUENTE: FRANCISCO ERICE SEBARES. Textos extraídos de tomo I de La “Historia de la Economía Asturiana” de la Editorial Prensa Asturiana S.A. © Editorial Prensa Ibérica, S.A. El Blog de Acebedo.
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AUTORES.

Francisco Erice Sebares Nacido en Colombres (Asturias), en 1955,
es profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Oviedo. Doctorado en 1988 en dicha universidad, es autor de diversos trabajos monográficos de temática económica y especialmente social, y de ámbito regional, entre ellos los libros La burguesía industrial asturiana (1885-1920), Aproximación a su estudio (Gijón, 1980) y Propietarios, comerciantes e industriales. Burguesía y desarrollo capitalista en la Asturias del siglo XIX (en prensa), así como de una breve Historia básica de Asturias (con Jorge Uría, Gijón, 1990). Ha colaborado, asimismo, en varias obras colectivas. Forma parte del Grupo de Investigación de Historia Sociocultural (GRUHSOC) de dicha institución. Es miembro de la Sección de Historia de la FIM (Fundación de Investigaciones Marxistas) y del equipo coordinador de la revista Nuestra Historia. Su trayectoria investigadora ha ido recorriendo diversos campos de la Historia contemporánea asturiana y española (formación de la burguesía, emigración, republicanismo, antifranquismo, movimientos sociales, etc.). En los últimos años, ha centrado sus publicaciones en temas relacionados con los problemas de la memoria colectiva, la historia del comunismo o la historiografía marxista. Ha colaborado en obras colectivas como E. P. Thompson. Marxismo e historia social (Siglo XXI, 2016), La revolución rusa cien años después (Akal, 2017); o Historiografía, marxismo y compromiso político en España. Del franquismo a la actualidad (Siglo XXI, 2018). FUENTE: txalaparta.eus - Libros que cambian personas que cambian el mundo.

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Esta página se editó por última vez el 19 de marzo de 2023 a las 08:32 horas.

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