La dama y el ‘Comandantín’
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Carmen Polo, señora de Meirás, a la edad de diecisiete años, cuando conoció al entonces comandante Francisco Franco Bahamonde. (Pinterest) |
Ver artículo del blog; La ovetense Carmen Polo odiaba todo lo izquierdista y
republicano
https://elblogdeacebedo.blogspot.com.es/2013/10/la-ovetense-carmen-polo-odiaba-todo-lo.html
Hace poco mas de noventa y cuatro años,
Francisco Franco y Carmen Polo contrajeron matrimonio en Oviedo en un enlace
desigual: ella, de familia aristocrática, se casaba con un hombre sin pedigrí,
pero encumbrado por la opinión pública por sus éxitos militares en África
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El comandante Francisco Franco de Joven. (Pinterest) |
El lunes 22 de octubre del año 1923
Oviedo amaneció soleado en calles y parques; en plazas y en avenidas y en todas
las esquinas y rincones salvo en uno: el del gesto con el que se había
amanecido, en el 44 de la calle Uría, el abogado Felipe Polo. El momento,
postergado mil veces, había llegado: su hija mayor se preparaba ya, en su
algodonada habitación de soltera y entre el cacareante murmullo de hermanas,
primas y tías, para casarse con un hombre de ralea tan baja como su propia
estatura. A Francisco Franco, en la capital, lo llamaban “El Comandantín” y a
Polo, aristocrático viudo de la ‘socialité’ ovetense, le hacía más bien poca
gracia que hubiera venido a casarse con la que, además, consideraba la más
guapa de todas sus hijas.
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Carmen Polo. (Pinterest) |
Quizás hubiera mirado poco por
ellas, pensó. Ramona Martínez-Valdés, la madre, había muerto tres años antes de
que “El Comandantín” llegara a la vida de su hija y él, demasiado ocupado como
para mirar por su pléyade de niñas, contrató institutrices que llenasen la
ausencia de Ramona y envió, en una apuesta casi segura por la ‘pietas’ de
Carmina, a la mayor a estudiar con las Salesas. Pero todas las apuestas,
por menos arriesgadas que sean, pueden perderse. De la promoción de Carmina, de
veintidós niñas, catorce salieron monjas. Ella, por el contrario, se encontró a
un militar gallego por la calle Uría, y con ello cambió su historia. Y la de
España, también.
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Revista Estampa |
Pocos historiadores han sido amables
con la figura de aquella muchacha que, hace ahora noventa y cuatro años, se
vistió de blanco para casarse en la iglesia de San Juan el Real con un militar
al que su padre no quería. “Era una persona que se llegó a creer que era la
dueña de España”, diría de ella, ya en 2001, el hispanista inglés Paul Preston,
“por el hecho de estar casada con quien estaba casada”. Porque, si cuando había
conocido a Franco apenas si era ese “comandantín” llegado a Asturias para
sofocar la huelga del 17, que olía a poca cosa por parte de los Polo y, aún
más, de los rancios parientes Vereterra de Carmina por parte materna, ya en el
23 la cosa había empezado a cambiar.
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Boda de Franco y Carmen Polo. (El Comercio) |
Ellos, los familiares de Carmen, siempre
habían mirado por encima del hombro a Franco, poco atractivo, de voz de pito
-parece ser que por causa de una inoportuna sinusitis- y de raíces más que poco
recomendables. Hijo de un hombre alcohólico, mujeriego y maltratador; hermano
de otro que no hacía ascos, al menos, a las dos primeras condiciones del anterior,
Franco había vuelto sin embargo, plagado de méritos de su última incursión en
África, donde había sido llamado -y esa fue una de las razones por las que la
boda se hubo de posponer- por Millán Astray para reorganizar la Legión. Ahora,
el “Comandantín” se presentaba en Oviedo con una carta de recomendación del
mismísimo Alfonso XIII, Rey de España. No lo dirían por si sonaba demasiado a
gijonesazo, pero, de golpe y porrazo, Franco se había convertido en un
“comandantón”.
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Boda en la prensa. (El Comercio) |
El braguetazo comenzaba a cambiar de bando. Muestra de ello es que al día
siguiente del magno evento, al martes, EL COMERCIO abriera portada con la
noticia de que se hubieran celebrado los desposorios… de él, no de
ella. “La boda del jefe del Tercio”, se anunciaba, había hecho congregar en
Oviedo a una enorme multitud que, agolpada desde el hotel París, frente al
Campo de San Francisco, hasta San Juan el Real, quería ver más al novio, aquel
gallego pequeñito que acababa de recibir la Medalla del Mérito Militar de manos
del rey, que a Carmina, garza ella, cubiertita de flores de azahar. Al otro
lado del tablero, sin embargo, Franco seguía siendo para los Polo quien siempre
había sido, por más que ahora las circunstancias les obligasen a arrugar menos
la nariz; y quien llevó al altar del brazo al del Ferrol fue Ramona
Martínez-Valdés, la tía de Carmina, no la propia madre de Franco, otra Pilar
pero de apellido menos ostentoso: Bahamonde.
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Francisco Franco y Carmen Polo contrajeron matrimonio el 16 de octubre de 1923. (El Comercio) |
Que, además, fue de las pocas de la
familia del novio en asistir al enlace en Oviedo. Rumoreaban las malas lenguas
que Pilar Franco, la hermana del contrayente, no había asistido por sus malas
relaciones con la familia de Carmina; Nicolás y Ramón, los hermanos, alegaron
responsabilidades laborales ineludibles; el abuelo, Ladislao, estaba demasiado
mayor, y del padre, residente a la sazón en un pisito de Fuencarral con su
amante, con la que convivía desde hacía ya años, mejor ni hablar. Nada que
viera, de puertas afuera y bajo un simbólico manto de oropeles, el pueblo
agolpado a las puertas de la iglesia de San Juan. Pero sí Felipe Polo. Él, que
tanto se había opuesto al enlace -aseguraba, según afirma, ya nonagenaria,
Margaritina Suárez-Pazos, prima de Carmen Polo y, en la boda, niña de arras,
que el abogado opinaba que casar a su hija con un militar africanista era, poco
más o menos, como casarla con un torero: ¡podía morirse en cualquier momento!-,
tampoco pudo ser siquiera padrino. El honor le tocó a Antonio Losada,
gobernador militar de Asturias, en representación del mismísimo Alfonso XIII.
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Francisco Franco su esposa Carmen Polo en 1923. (pinterest) |
Los Polo podían presumir de rancio
abolengo; “el Comandantín”, de contactos. Se casó vestido en el traje de
campaña de la Legión, con condecoraciones hasta las cejas (llevó cuatro: la
Cruz del Mérito Militar, recién concedida; la placa de María Cristina; la
medalla del Mérito Militar y hasta el bastón de gentilhombre, también de
estreno); y, mientras que los testigos de ella fueron ilustres familiares; los
de él, sendos marqueses: el de Vega de Anzo y el de la Rodriga. Aquella mañana
–“mañanita”, la solían llamar los enamoradísimos contrayentes en las
entrevistas posteriores-, entre espárragos de Aranjuez y solomillos a la
Perigord, servidos con esmero por las criadas del 44 de Uría, cambió el rumbo
de dos familias radicalmente distintas y también, dicen algunos, el del propio
país. “Carmen Polo”, afirmó en su día Paul Preston, hubiera podido influir en
su marido para bien y, en cambio, no lo hizo. “Esta es la peor condena que le
puede dictar la historia”, sentencia, tajante, el inglés.
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Revista Estampa |
En un documental
realizado ya va para tres lustros sobre la figura de la que la historia
renombraría como “La señora de Meirás” o, de forma considerablemente más
despectiva, “La Collares”, Margaritina Suárez-Pazos narra una anécdota una
década posterior a la boda que, contemplada con el paso del tiempo, casi
estremece. Dice: «(…) Salió mi abuelo y dijo: “Ay, Paquín, por Dios, da un
golpe (…) Da un golpe, por Dios, Paquín, tú que eres tal, que todos te
consideran tanto, da un golpe de estado. No podemos vivir así”. Y contestó él:
“La gente todavía no está para golpes. Tienen que sufrir todavía más.”» ¡Vaya
con el “Comandantín”!
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El dictador Francisco Franco, su esposa y su hija, en enero de 1938. (Pinterest) |
FUENTE: ARANTZA MARGOLLES
Arantza Margolles Beran nació en Gijón, 1982. Licenciada en Historia por la Universidad
de Oviedo y Máster en Arqueología y Patrimonio por la Universidad Autónoma de
Madrid. Coautora de "Villafría 1934: Luz en la memoria" y "El
crimen de ayer", ambos publicados en 2012. Colaboradora semanal en El
Comercio y Noche tras Noche (RPA).
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