Cinco historias (reales) para no dormir en el Samaín
Luna llena en la noche del Samaín. (La Voz de Galicia) |
No piense el lector que, por contar
historias de miedo en la noche del 31 de octubre, se rinde uno necesariamente
al espíritu del Tío Sam
Brujas en Samaín (Las cosas que nunca existieron) |
No es
nuevo que mucho antes de que a esta noche la llamáramos ‘Halloween’ nuestros
tatarabuelos ya contaban cuentos de terror frente al calor de un horno en el
que se cocían las castañas, en una noche que hasta hace no tanto se llamaba
Samaín. Procesiones espectrales, casas encantadas, misteriosas muertes… no solo
la mitología asturiana lo narra, también la Historia y las hemerotecas. Vayan
allá cinco historias de mucho miedo que ocurrieron, de verdad, en Asturias.
El Comercio |
Dada la normalidad con
la que trata EL COMERCIO del 25 de agosto de 1910 el hecho de que, el día
anterior, el leonés de Riaño Leandro González se plantase en una barbería
portando el pelo de su esposa muerta con la intención de trenzarlo, parece que
podemos desprender que la macabra petición era, por aquel entonces, una
costumbre habitual. No tanto, por fortuna, lo que ocurrió después. El suceso
ocurrió en la barbería de Francisco González, en el 27 del Paseo de Alfonso
XII (actual Begoña), y es escalofriante. Leandro González había acudido allí a
las siete y media de la tarde, poco más o menos; portando una mata de pelo
considerable que le había cortado a su mujer cadáver. Quería conservarlo bien
peinado y, mientras el barbero trenzaba el pelo de la muerta, le comenzó a
hablar Leandro de los problemas cardíacos que, parece ser, le venían
complicando la vida desde hacía un tiempo. Y en estas, cuando llevaba apenas
diez minutos en la barbería, se cayó al suelo. Redondo, y justo cuando el
peluquero había terminado de trenzar el pelo de la pobre mujer. De poco
sirvieron los esfuerzos por reanimarle: Leandro González había muerto de forma
fulminante.
1890. The Ghost of Bernadette Soubirous |
La
bruja que vendió su brazo al diablo
Parece ser que, allá por el siglo XVII, antes de vender el alma al diablo se le regalaba un brazo, concretamente el derecho. Eso, al menos, se puede entresacar del detalladísimo auto de fe al que, en 1648, sometieron a la llanisca Ana María García, una joven vagabunda que alternaba con pastores por medio España. “Anoche llegó aquí”, se puede leer de la denuncia que le impusieron, “una mujer asturiana que llaman La Lobera, porque por arte de hechicería llama a los demonios en figura de lobos y los envía a las cabañas para que se coman el ganado de quien no le ha dado gusto en lo que ha pedido.” Y la llanisca, natural de Posada aunque criada en Bricia, lejos de negarlo, lo afirmó y narró su historia. Dijo que ella, pronta huérfana, se había criado con una tal Catalina Juárez y que esta, al sentirse mortalmente enferma, le había enseñado a trazar un círculo en el suelo para atraer, con un simple silbido, a los lobos.
Parece ser que, allá por el siglo XVII, antes de vender el alma al diablo se le regalaba un brazo, concretamente el derecho. Eso, al menos, se puede entresacar del detalladísimo auto de fe al que, en 1648, sometieron a la llanisca Ana María García, una joven vagabunda que alternaba con pastores por medio España. “Anoche llegó aquí”, se puede leer de la denuncia que le impusieron, “una mujer asturiana que llaman La Lobera, porque por arte de hechicería llama a los demonios en figura de lobos y los envía a las cabañas para que se coman el ganado de quien no le ha dado gusto en lo que ha pedido.” Y la llanisca, natural de Posada aunque criada en Bricia, lejos de negarlo, lo afirmó y narró su historia. Dijo que ella, pronta huérfana, se había criado con una tal Catalina Juárez y que esta, al sentirse mortalmente enferma, le había enseñado a trazar un círculo en el suelo para atraer, con un simple silbido, a los lobos.
Auto de Fé de Ana María García |
Aquello
era la teoría, claro, pero faltaba la parte práctica: para que los lobos, de
todos los tamaños y pelajes, acudieran a la llamada y se sometieran a la
voluntad de Ana María, hacía falta pactar con el diablo que, a cambio de
quedarse con el brazo izquierdo de la hechicera, le prestase a esta su poder.
Así que así lo hizo muy joven Ana María, comenzando una vida de peregrinaje
como bruja buena o mala, según: alejaba a los lobos del ganado de los pastores
que le pagaban para ello; lo acercaba a los que le hacían mal. Dos veces, a
falta de una, se le había aparecido el diablo, en forma de gigante negro con
cuernos, a reclamar su contraprestación. Y así tenía el brazo, comprometido a
Satanás, cuando la juzgó la Inquisición. La sentencia la acabó condenando
apenas a rezar unos cuantos rosarios y poco más, porque Ana María prometió,
probablemente de forma descreída, no volver a ofender a Dios. Su historia, para
quien sea capaz de leer la enmarañada letra del inquisidor, está disponible en
el Portal de Archivos Españoles (PARES), junto a otras muchas causas del Santo
Oficio.
Piedrona del sucu |
Resucitados
y enterrados vivos
Que
se sepa, hubo al menos tres en la villa de Jovellanos: dos seguro, una en
entredicho. Los dos primeros tuvieron como involuntario actor secundario a José
Sánchez Pintu, quien fuera primer enterrador del cementerio del
Sucu. Allá por 1877, recién abierto el nuevo camposanto, y mientras el Pintu se
afanaba en cavar la fosa destinada a un hombre recién fallecido, este se
dedicaba a rascar el ataúd donde le habían metido… vivo. “Rompí les tapes a la
caxa y el muertu sentóse”, transcribe de la entrevista original -que no ha
habido forma de encontrar- EL COMERCIO del día de Todos los Santos de 1985, en
un especial sobre El Sucu. “El probe tenía les manes esfolláes, al parecer de
esgatuñar l’atauz”. Pintu no sabía qué hacer con tal percal, y
acabó llevándose al cataléptico a casa, toda una semana, hasta que se le
ocurrió llevarlo al Hospital, a curarse. Mala cosa, porque, según se cuenta, al
poco el resucitado mató a hachazos a su madrastra.
Soledad Bayón (Casa del Rayán) |
El
segundo caso ocurrió treinta y tres años después, o no. Uno de nuestros
periódicos rivales por aquel entonces, “El Noroeste”, soltó la liebre y
publicó, de forma sensacional, la supuesta resucitación de la niña Ángeles
González, muerta de un síncope el día anterior y elegantemente metida ya en un
pequeño ataúd forrado de satén rosa, que rompió con sus propias uñas después de
que nadie atendiera a sus lamentos. El rumor había llegado de la Tabacalera, y
parece que no tenía gran fundamento, circunstancia que aprovechó el resto de la
prensa para atacar al otro… y la gente para asegurar, como remate de la
historia, que quienes ahora se desdecían del asunto lo hacían por haber sido
“untados” con pingües fajos de billetes por parte de las autoridades, en
descrédito absoluto.
Y uno
más, en los felices 20. Se llamaba Tiburcio, era empleado en una pañería de Los
Moros y a él, en su ataque cataléptico, no le habían cerrado el ataúd. Menos
mal, porque así pudo escaparse en cuanto despertó: tan normal, saltó el muro
del cementerio, bajó por la cuesta de Ceares y, al llegar a su casa, no se le
ocurrió cosa mejor que saludar alegremente con un “¡Hola, soy Tiburcio!”. El
susto fue morrocotonudo, pero la familia pudo disfrutar de Tiburcio unos
cuantos años más… y el propietario de la pañería, a la que comenzaron, por
cierto, a acudir en masa los gijoneses para comprobar cuál era el aspecto de un
resucitado.
La
casa del miedo de Rayán
Ocurrió
en 1910, en la casa habitada en El Rayán, en Moreda de Aller, por Eusebio Bayón
y Concepción Rodríguez, un matrimonio sumamente prolífico que, por aquellas
fechas, había traído al mundo a su decimotercer hijo, Juan. Casi por las mismas
fechas, comenzaron a oírse los ruidos: concretamente los fuertes pasos de unas
madreñas que, por las noches, subían y bajaban la escalera de la casa. A partir
de ahí, todo: lo recordaba, hace apenas una veintena de años, Soledad Bayón,
una de las hijas del matrimonio. Las luces de la casona de El Rayán se
encendían y apagaban solas, golpes sin origen determinado retumbaban sobre las
paredes y cadenas arrastrándose por el desván; objetos que salían disparados
contra el suelo o de un estante a otro…
Al
principio nada sirvió para deshacer todo este ‘Poltergeist’ en plena Cuenca
Minera. La familia aseguraba que todo aquello ocurría de verdad y por la casa
pasaron decenas de sacerdotes que, por más que la regaron de agua bendita, no
consiguieron detener un encantamiento que llegaría a su punto álgido poco
después. “Estando bastante gente del pueblo reunida en la casa”, recordaba
Soledad, “la cuna de Juan empezó a girar sobre sí misma a gran velocidad, y
acabó por elevarse en el aire sin que nadie la tocara…” Aquella vez hubo
testigos, aunque el entuerto comenzaría a deshacerse ante la presencia del
sargento de la guardia civil de Caborana. El día que este visitó la casa, no
ocurrió absolutamente nada. “También a los duendes les infunde el tricornio un
saludable pavor”, afirmó con sorna “El Noroeste”.
¿El
fin del conflicto? Parece ser que finalmente el espectro consiguió entenderse
con Concepción, diciéndole que para acabar con el encantamiento le pusiera unas
velas y le pagara unas misas a su difunta hermana. Lo hizo y ahí se acabó la
historia… De momento.
Montaje fotográfico XIX National Media Museum |
El
monomaniaco religioso
Resultó
ser que en el Gijón de 1908 frecuentaba a oírse, especialmente por la zona de
la calle de San Bernardo, un tilín tilíncadencioso por las noches,
al más puro estilo de la güestia. Faltaban los cánticos
característicos de las ánimas (decía la tradición que estas almas en pena
vagaban gritando “¡Andái de día, que la nuechi ye mía!” y así) que, según
aseguraban los cuentos de las viejas, caminaban hacia las casas de los enfermos
para avisarles de que ya pronto se unirían a la espectral procesión de los
muertos. Resultaba que el tintineo se oía ya muy avanzada la noche, cuando solo
los serenos paseaban por las calles. Pero estos, claro, no estaban libres del
miedo. “A medida que se va acercando a los agentes el sonido campanil”,
leemos en “El Noroeste” del 27 de mayo de aquel año, “van percibiéndose
salmodias fúnebres que ponen de punta la cabellera de los serenos”. ¡Como para
no! Pero
la cosa no llegó a mayores. A eso de mediados de año acabó descubriéndose que
el tilín tilínprocedía de la campanita de un vivo muy vivo: Manuel
Rodríguez, de 21 años, que había tomado como afición salir de madrugada a la
calle a entonar cánticos funerales mientras agitaba una campanilla con la mano
derecha, “para llevar el viático a los enfermos”, aseguró a los serenos. “Pues
ven, que aquí hay muchos”, le contestaron. “Y lo condujeron a la inspección,
pero sin meterlo en los sótanos, llevándole luego a su domicilio.”
Cuervo en un cementerio (La Vanguardia) |
Arantza Margolles Beran nació en Gijón, 1982. Licenciada en Historia por la Universidad
de Oviedo y Máster en Arqueología y Patrimonio por la Universidad Autónoma de
Madrid. Coautora de "Villafría 1934: Luz en la memoria" y "El
crimen de ayer", ambos publicados en 2012. Colaboradora semanal en El
Comercio y Noche tras Noche (RPA).
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