Violeta, la maga que rompió moldes
Manuelarejas |
Cuentan, dicen y comentan, sin
que podamos a ciencia cierta saber si el rumor es cierto o si más bien nada
dentro de las fértiles aguas de la leyenda, que la mujer que inspiró a Julio
Cortázar para perfilar a la Maga de su Rayuela se llamaba Manuela y vivió,
durante gran parte de la vida, en el barrio de La Luz (Aviles)
Puerto de Avilés, en 1920. (Foto Ayto. Avilés) |
Allí, en Avilés, se estableció
cuando quiso volver a ser Manuela y dejar de lado el ‘alter ego’ que la
llevaría, aun octogenaria, a ser objeto de no pocos homenajes y hasta de un
documental: Violeta Ritter. La Maga Violeta.
Todo empezó en Morazarzal de la Sierra, muy allende el Pajares. Allí, a
mediados de los años 20, nació Manuela Rejas. No lo hizo, ni mucho menos, con
un pan bajo el brazo. No la querían. Nunca lo hicieron. El padre, obsesionado
con la idea de tener un hijo varón, rechazó a Manuela desde el mismo momento en
que nació y la niña –emigrada con su familia, pocos años más tarde, a la
capital- se vio obligada a evadirse en un mundo de fantasía que le
proporcionase el cariño que su padre, asegura ella, ya anciana, en el corto
documental ‘Violeta y el baúl americano’ (Rocío González, 2008), jamás le dio.
«Nunca me dio una caricia». En estas, para empeorarlo todo, le llegó la guerra.
Pero también el circo.
Manuelarejas |
El primero que vio lo instalaron frente a su casa, en un solar gris que, de
repente, amaneció lleno de color, de baúles, de luces, de bullicio y de toda
aquella alegría que a Manuela le faltaba en casa. Allí, en la representación de
un circo ambulante en pleno barrio de Tetuán, supo que ella sería ilusionista
pasara lo que pasara, se opusiera quien se opusiera. Su padre, el primero. «¿Artista?
Tú vas a ser artista… ¡de la escoba!» Y con la escoba también aprendió a hacer
magia, pero de la de verdad, sin metáforas, Manuela. Y con vasos, y con
papeles, y frente al que se le pusiera delante, incluido el trío ambulante que,
en 1941, accedió a llevársela consigo. Tenía, por aquel entonces, dieciocho
años; ganas de conocer mundo, una incómoda minoría de edad (su condición de
mujer hacía, por entonces, que la ostentase hasta los 23 años) y también un
nombre demasiado vulgar como para ser artista. «Tú», afirmó sin esperar
respuesta su compañera de espectáculos, «te llamarás Violeta. Violeta Ritter.»
Manuelarejas |
La Maga Violeta debutó, quizás no queriendo contradecir al padre que dejaba
ahora atrás, fregando el suelo del Circo Romero mientras aprendía a hacer
magia. De tal modo se esmeró que conseguiría ser, en aquellos años de
posguerra, la primera mujer que obtuvo el carnet oficial de ilusionista, el
mágico salvoconducto que le permitiría viajar, sin toparse con problemas con
las autoridades, con gente que no era su familia… a efectos legales, claro.
Allí, en el Romero, Violeta Ritter hizo de todo. Fue acróbata y una lesión la
incapacitó, fue payasa en el mejor de los sentidos de la palabra y, sobre todo,
fue maga, una pasión que la acompañaría durante toda su vida y que era tan
fuerte que, incluso cuando se ennovió, acabó atrayendo a quien se convertiría
en su marido.
Parada del tranvía eléctrico entre Avilés y Salinas en el año 1920. |
A Valeriano lo conoció en el 48, sin que este pudiera envidiar, ni mucho
menos, la ajetreada vida que aquella chiquilla de Morazarzal, marcada con una
cruz por su padre desde su mismo nacimiento, había tenido y seguía teniendo. Si
Manuela –o, ahora mejor dicho, Violeta- había podido viajar por carretera
durante el escaso lustro que llevaba viviendo en el circo, Valeriano lo había
hecho por mar: militar de Marina que, como tantos otros, se había alistado al
ejército para poder salir de un pueblo que se le quedaba pequeño, fue quizás el
paralelismo de ambas vidas el que acabó haciendo que se enamorase de aquella
mujer de rizo moreno y labios inquisitivos, que combinaba en el mismo alma, sin
que ello resultara incongruente, la extroversión de Violeta y las soledades de
Manuela.
Calle Rivero Avilés junto la famosa Capilla y la fuente |
Juntos a partir de entonces, Violeta y Valeriano formaron dúo artístico
bajo el nombre de «The Valviolet» y pasaron, siempre con personalidad propia,
por sinfín de circos y de localidades. De su presencia en Gijón a finales de
1954 da cuenta EL COMERCIO que, definiéndolos como «excéntricos ilusionistas
internacionales», se hizo eco de su ofrecimiento a actuar en una velada benéfica
para recaudar fondos para José Antonio Uría, un crío de Jove que andaba de
médicos por el preocupante «síndrome del niño azul». «Los Valviolet», dice el
reportaje, publicado el 17 de diciembre de 1954, «son un matrimonio que tiene
varios hijos, y han leído EL COMERCIO. “Miren ustedes”, dicen, “quisiéramos
hacer algo por el muchacho (…) Supongo que muchos otros se ofrecerán.
En Gijón
creemos que hay bastantes artistas aficionados. Nosotros nos ofrecemos
desinteresadamente para todo cuanto quieran. Si es necesario, actuaremos
durante las dos horas de la función”. Y antes de marcharse nos dejan su
dirección y nos advierten», ¡pues buenos eran los Valviolet!, «que podemos
callarnos su nombre. “No queremos publicidad. Esa ya nos la darán ustedes en
otra ocasión. Ahora se trata de hacer algo por el niño azul”.»
Calle Ribero de Avilés |
Por entonces no lo sabían, pero aquella Asturias iba a ser su casa cuando
la vida del circo se hizo demasiado cuesta arriba para que los hijos de
Valeriano y Violeta pudieran prosperar, estudiar, comer, tener una casa fija. A
finales de los 60, Valeriano consiguió trabajo en Avilés y Violeta, que dejó de
serlo para reconvertirse en Manuela, desempolvó la cámara (¿se nos habrá
olvidado decirles que también era fotógrafa profesional?) para ganarse la vida.
Años más tarde, bien es cierto, tras la jubilación, cambiarían las calles de La
Luz por las más tranquilas –y, sobre todo, con mejores aires- de Veguellina de
Órbigo, pero ya parte del corazón de la Maga Violeta se había quedado en
Avilés. Dejaría de latir en 2010, hace poco se cumplieron los siete años.
Aquella fue la única vez en toda su vida que Manuela Rejas falló un truco de
magia. El mayor de todos, el más complejo. El de la vida.
FUENTE: Arantza MargollesManuelarejas |
Arantza Margolles Beran nació en Gijón, 1982. Licenciada en Historia por la Universidad
de Oviedo y Máster en Arqueología y Patrimonio por la Universidad Autónoma de
Madrid. Coautora de "Villafría 1934: Luz en la memoria" y "El
crimen de ayer", ambos publicados en 2012. Colaboradora semanal en El
Comercio y Noche tras Noche (RPA).
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