El éxito de la huelga minera de 1962 supuso un punto de inflexión en las
reivindicaciones del movimiento obrero asturiano que salió reforzado de
aquella lucha. Un año más tarde, entre la última semana de julio y
finales de septiembre de 1963, más de 40.000 trabajadores volvieron a
parar, aunque en esta ocasión la novedad fue ver que las
reivindicaciones políticas y el reconocimiento de los sindicatos de
clase estuvieron presentes desde el primer día junto a las habituales
peticiones de incremento salarial y mejoras de las condiciones
laborales.
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Ilustración de Alfonso Zapico |
Las autoridades, intentando evitar otro triunfo de los
huelguistas, decidieron frenar el paro empleando la violencia policial,
deteniendo y golpeando sistemáticamente a quienes identificaban como
cabecillas de la protesta. Las noticias sobre estas palizas no
tardaron en extenderse por todo el país, amplificadas por la prensa
clandestina y la mítica radio pirenaica, sensibilizando a un amplio
sector de la población. El día 30 de septiembre el Consejo de
Ministros fue informado de los rumores que hablaban de una brutalidad
extrema contra los mineros y sus mujeres en Gijón y Sama de Langreo,
como consecuencia de la actitud del capitán de la guardia Civil Fernando
Caro Leiva, apoyado por un sargento apellidado Pérez y decidió actuar
ordenando el arresto domiciliario de los dos guardias.
Quienes en
las calles todavía dudaban sobre la veracidad de los hechos, vieron en
esta medida inusual la prueba definitiva que disipó sus dudas y, ante
esta situación, a mediados de octubre el mundo de la cultura decidió
romper su silencio y mojarse, por primera vez desde el final de la
guerra civil, para detener aquella violencia. Intelectuales de
diferentes tendencias políticas firmaron juntos una carta dirigida al
ministro de Información y Turismo Manuel Fraga, relatando los hechos que
les cuento a continuación.
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Ilustración de Alfonso Zapico |
Antes debo aclararles que en el
documento las víctimas aparecen citados con sus nombres y apellidos e
incluso en algún caso con el apodo por el que se les conocía. Muchos
viven todavía y algunos no tienen inconveniente en recordar estos
hechos, pero otros prefieren olvidarlos y, para respetar su intimidad,
voy a referirme a todos solo con sus iniciales. El listado de
atrocidades comenzaba con la supuesta muerte de R. G., minero de 36
años, a consecuencia de la paliza recibida en la Inspección de policía
de Sama de Langreo, a manos de los guardias, el sargento Pérez y el
capitán Caro, quien solía vestir un traje de deportes durante los
interrogatorios. El hecho se fechaba el 3 de septiembre, el mismo día en
el que se decía que había sido castrado S. Z y se le habían quemado los
testículos a V. G.
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Ilustración de Alfonso Zapico |
A continuación, se relataba el caso de A.,
vigilante de primera del Fondón, retirado por silicosis, maltratado por
el sargento en presencia de su mujer, quien no pudo aguantar la
situación y se arrojó contra el torturador. Como consecuencia, fue
golpeada y la cortaron el pelo al cero. Posteriormente abandonaron al
minero en un camino, donde lo recogió un compañero que lo llevó a su
casa de Lada; hasta allí había acudido el médico, que al verlo en aquel
estado había dicho que no sabía por donde empezar de tantas lesiones
como presentaba. A renglón seguido, el documento se refería a A.
Z., hospitalizado con una fractura de pómulo y la boca reventada, aunque
se hacía constar que, por la coincidencia en el nombre, podía tratarse
del mismo caso que acababan de explicar.
La carta citaba
igualmente a J. F. T. y J. R. T., que habían sido objeto de malos
tratos, y a E. C., ingresado en el manicomio de La Cadellada tras ser
detenido cuando escribía en una tubería de Duro Felguera un letrero con
la inscripción «El pueblo se vengará»; a las mujeres C. P. M., de la
Joecara y A. V., de Lada, a las que también se les habían rapado el
pelo; al minero J. A que había sido obligado a pelearse contra un
compañero en la Inspección de Sama entre las burlas de los guardias y a
una mujer embarazada, de nombre desconocido, golpeada en el vientre por
el capitán Caro, que le había gritado tras escuchar sus lamentos: «Un
comunista menos».
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Ilustración de Alfonso Zapico |
Los firmantes concluían así su escrito: «Son
hechos, excelencia, que de ser comprobados, cubrirían de ignominia a
sus autores, ignominia que también nos cubriría a nosotros en la medida
en que no interviniéramos para impedir que tales vergonzosos actos se
produzcan. Es por lo que, respetuosamente, rogamos a V.E. interese
de las autoridades competentes una investigación sobre las presuntas
actividades de dicho capitán Caro y sobre todos estos presuntos hechos
en general, así mismo solicitamos de V. E. la pertinente información
sobre todos ellos. Ruego que elevamos a V. E. sin otros títulos que los
que nos confiere nuestra condición de intelectuales atentos a la vida y a
los sufrimientos de nuestro pueblo». El 3 de octubre, el ministro
Manuel Fraga contestó a la misiva dirigiéndose a José Bergamín en
representación de todos los firmantes, señalando que algunos de ellos ya
habían hecho saber que desconocían la intención del documento.
Seguidamente exponía los tópicos políticos que en aquellos años manejaba
el Gobierno. Según él, todo venía del estilo de actuación del
comunismo que «utiliza a los intelectuales al servicio de una campaña
política, voluntaria o involuntariamente, con desprecio del prestigio de
su condición y como meros peones en el tablero de un juego cuyos
tácticos permanecen al margen o están infiltrados entre los mismos».
Y
tras acusar directamente a Radio España Independiente y a la prensa
internacional de ideología progresista de estar detrás de todo, pasaba a
desmontar cada una de las acusaciones que se hacían en la carta de
protesta:
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Ilustración de Alfonso Zapico |
Según las investigaciones de la policía, R. G. y S. Z.
no habían existido nunca y sus historias eran fantasías. En cambio V. B.
sí había pasado a la prisión de Carabanchel, pero sin que le hubiese
sometido a ningún interrogatorio; A. y A. Z. también eran reales: A., un
conocido comunista casado con otra destacada activista, era un antiguo
minero, que ahora trabajaba llevando recibos por el valle con una
motocicleta y aprovechaba esta circunstancia para repartir propaganda
subversiva, y A. Z., su amigo y camarada, acababa de salir de la prisión
de Burgos. Ninguno había sufrido tampoco malos tratos, aunque la salud
del último era precaria. También constaba la detención, pero no los malos tratos, de J.F.T y J.R.T. Sobre
el caso de E. V. P., afirmaba que esta persona ya había sido detenida
en 1962 y entonces ya presentaba síntomas de enajenación mental, por lo
que había estado en el Hospital Psiquiátrico, pero el día 10 de mayo se
le había sorprendido pintando en el horno alto de Duro Felguera con
grandes letras «Franco asesino» y «El pueblo se vengará» por lo que
volvió a ser detenido y conducido de nuevo al Hospital debido a su
esquizofrenia paranoide y a una obsesión delirante que ya manifestaba
antes de su primera detención.
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Ilustración de Alfonso Zapico |
Según el ministro de Información,
todo lo que se decía sobre los otros detenidos era falso y ninguno había
sufrido violencias. Hasta llegar a este punto, toda la argumentación no
ofrecía ninguna novedad sobre la posición que mantenía el Régimen en
aquellos años, negando cualquier acusación de torturas y recurriendo
sistemáticamente al argumento de las campañas orquestadas en el
extranjero contra los españoles que lograban engañar en el interior a
algunos «tontos útiles». Pero en el último párrafo, a don Manuel
se le fue la mano al justificar como dentro de la normalidad el castigo
de rapar el pelo a las mujeres, una vejación que figura en todos los
manuales de tortura y que en aquel 1963, todavía recordaba demasiado en
el resto de Europa a las terribles prácticas del nazismo. El político
gallego, no tenía tampoco reparos en bromear con un juego de palabras y
llamar a aquellos tristes hechos «tomadura de pelo». Lean e indígnense,
porque no tiene desperdicio: «Parece, por otra parte, posible que
se cometiese la arbitrariedad de cortar el pelo a C. P. y A. V., acto,
que de ser cierto, sería realmente discutible, aunque las sistemáticas
provocaciones de estas damas a la fuerza pública la hacían más que
explicable, pero cuya ingenuidad no dejo de señalarle, pues es claro que
la atención que dicha circunstancia provocó en torno a sus personas, en
manera alguna puede justificar una campaña de truculencias como la que
se orquestó.
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Ilustración de Alfonso Zapico |
Vea, por tanto, como dos cortes de pelo pueden ser la única
apoyatura real para el montaje de toda una "leyenda negra" o "tomadura
de pelo", según como se mire». Manuel Fraga tuvo rápidamente
varias contestaciones, la del propio Bergamín; la de otros intelectuales
españoles y extranjeros; también los presos de Burgos, que añadieron
sus propias experiencias; incluso un grupo autodenominado «izquierda
falangista», pero sobre todas, destacó la de los propios afectados que,
salvo en el caso del asesinato, mantuvieron todas las acusaciones,
añadiendo incluso nuevos detalles sobre las torturas y sumando a los
nombres de los dos guardias el del comisario Claudio Ramos, al que se
hizo responsable de nuevos casos. Pero, hoy ya no tengo espacio para
contarles más.
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Ilustración de Alfonso Zapico |
FUENTE: ERNESTO BURGOS - HISTORIADOR
Ernesto Burgos Fernández (historiador).
Nació en Mieres (Asturias) el 7 de julio de 1957.
Licenciado
en Geografía e Historia por la Universidad de Oviedo (1979). Diploma de
Estudios Avanzados en Arqueología Histórica («La romanización en las cuencas
mineras del sur de Asturias» 2006).Profesor de Educación Secundaria, ha
trabajado en los institutos «Juan de Herrera» (Valladolid), «Sánchez Lastra»
(Mieres), «Camino de La Miranda» (Palencia), «Valle de Aller» (Moreda) y desde
2006 en el IES «Mata Jove» de Gijón. En el año 2016 el reconocido historiador
mierense fue distinguido con el reconocido galardón anual de “Mierense del año”.
Alfonso Zapico (Blimea, Asturias, 1981). Historietista e ilustrador freelance.
Profesional gráfico desde el año 2006. Trabaja en proyectos educativos del
Principado de Asturias (Aula Didáctica de
los Oficios) e impartido talleres de ilustración en centros educativos de
Asturias y Poitou-Charente (Francia). Realiza ilustraciones, diseños y campañas
para diversas agencias de publicidad, editoriales e instituciones. Es
ilustrador de prensa en diarios regionales asturianos (La Nueva España, Cuenca del Nalón, Les Noticies…).
Se
estrena en 2006 con un álbum de corte histórico para el mercado franco-belga,
La guerra del profesor Bertenev (Dolmen,
2009). Su primer trabajo publicado directamente en España es Café Budapest (Astiberri, 2008), donde se mete de
lleno en una ficción determinada por los orígenes del todavía no resuelto
conflicto palestino-israelí. Acto seguido apuesta por recrear en cómic la vida
de James Joyce, Dublinés (Astiberri,
2011), que gana el Premio Nacional del Cómic 2012 y a raíz del cual surge
el cuaderno de viaje La ruta Joyce (Astiberri,
2011). Vive en
la localidad francesa de Angouléme, donde, tras realizar El otro mar (Astiberri, 2013) a caballo de su
Asturias natal, a la que vuelve con regularidad, se encuentra preparando su
nueva y ambiciosa obra, “La balada del norte”, que constará finalmente de tres
tomos. Esta
magnífica obra es un autentico tesoro de la novela gráfica española y refleja
la negrura de los valles mineros de Asturias de los que surgen personajes
luminosos, y bajo el ruido atronador de las minas de carbón se escucha el
susurro de una canción antigua. Los viejos y nuevos tiempos chocan brutalmente
poniendo a prueba al protagonista, pronto a la Humanidad entera. Éste es el
sonido de "La balada del norte".
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