La obra de un gigante.
http://ignaciogracianoriega.net.
Don Marcelino Menéndez Pelayo murió el 19 de mayo de 1912, al caer
la tarde, a consecuencia de una cirrosis hepática. Fernando Lázaro da
por cierto que poco antes de pronunció la conocida frase: «!Qué lástima,
cuando me queda tanto por leer!». Aquella noche, al extenderse la
noticia por Santander, el maestro Arabós, que dirigía un concierto,
cambió el programa por la marcha fúnebre de Wagner.
Sabido es que las cirrosis pueden afectar también a los abstemios,
aunque éste no era el caso de don Marcelino. Lo que le humaniza, ya que
al margen de su obra ingente, sacaba tiempo para beber o para liarse a
garrotazos con el actor Ricardo Calvo en el interior de un coche que
recorría el centro de Madrid por causa de una «demi-mondaine», o para
participar en una campaña electoral en la que optaba a un escaño de
diputado, por los conservadores, naturalmente; y durante un mitin en
Palma de Mallorca, desentendiéndose del programa político, dio una amena
charla sobre Raimundo Lulio. Detalles biográficos mínimos, si se
quiere, pero que acercan a un personaje que en modo alguno era el típico
sabio que vivía aislado en el mundo cerrado de sus erudiciones y
señalaba las páginas del libro que leía mientras comía con raspas de
sardina, o la «rata de biblioteca» desconectada con la vida, aunque a
los 20 años ya conocía la Biblioteca Nacional mejor que los
bibliotecarios. En cierta ocasión, don Antonio Cánovas del Castillo,
rarísimo caso de político español que iba a las bibliotecas, preguntó
por un libro que no aparecía por ninguna parte, y como último recurso el
bibliotecario acudió al joven Marcelino, que, como era de esperar,
sabía dónde estaba.
Se cumplen, por tanto, los cien años del fallecimiento de uno de
los españoles más grandes en medio de la indiferencia nacional y a los
pocos días de que la España oficial «doblara a duelo» por un mediocre
escritor de la «pomada», autor entre otras obras de «El espejo
enterrado», donde con galimatías de menestral ilustrado resucita el
anacronismo de la leyenda negra antiespañola. Don Marcelino amaba la
literatura hispanoamericana, aunque jamás hubiera descendido a la
bobería de admitir el término «latinoamericana», de la misma manera que
tampoco le gustaba llamar «español» al castellano, sino que prefería el
término «lenguas españolas», que incluyen el castellano, catalán,
gallego y portugués, pero presumiblemente hubiera encontrado
incomprensible a un escritor como Carlos Fuentes, no sólo por su
pedantería cosmopolita, sino porque escribía muy mal. Don Marcelino, hay
que decirlo muy alto, era ante todo un excelente y copioso escritor,
autor de una de las prosas más elocuentes y vivas de su época. Y por el
conjunto de su obra es el único escritor posterior a la muerte de
Calderón de la Barca que da la talla de los del Siglo de Oro, y, sin
duda alguna, el español moderno que más leyó y escribió, y que de manera
continua y abnegada trabajó de manera infatigable por la definición y
ordenamiento de la cultura humanística española, desde sus orígenes
hasta sus días. No hay otro que pueda comparársele. Hubo muchos
españoles grandes (él mismo rescató a muchísimos del olvido), pero nadie
que haya realizado una labor que se aproxime ni de lejos a la suya. El
ímpetu titánico de don Marcelino lo abarcó prácticamente todo, desde la
prehistoria a la historia, desde la crítica literaria a la estética,
desde la historia de la ciencia a la de las ideas, y puso en orden
materiales inmensos y caóticos como sólo un hombre de su genio, de su
tesón y de su amplitud de miras podía llevar a cabo. Hoy su obra es
gigantesca, casi inabarcable e inconcebible, no la hubiera llevado
adelante una docena de departamentos universitarios con personal
funcionario, Internet y toda la pesca, porque para ello serían
imprescindibles muchas cosas que hoy no existen: una poderosa mente
rectora, una pasión ciclópea por el material que se trabaja, las ideas
claras, una actitud antisistemática casi antiacadémica (en la medida en
que los métodos académicos cierran caminos y ponen cortapisas) y, sobre
todo, amor, mucho amor a España y a un pasado glorioso sin el que, sin
ir más lejos, la Europa que hoy conocemos no hubiera existido ni
sobrevivido.
Sello de Correos de 1954 dedicado a Marcelino Menéndez y Pelayo.
No se limitaba don Marcelino a la literatura o a la
historia españolas de una época determinada, ya que la universalidad de
sus concepciones le convierte también en el antiespecialista, que es ese
extraño personaje académico que sólo sabe de un siglo o de un autor.
Para don Marcelino no había barreras de tiempo, ni de géneros
literarios, ni de lenguas y nacionalidades, y lo mismo se ocupaba de
literatura latina que de estética alemana o del romanticismo inglés y
con el mismo que emprendió la edición de las obras del único autor
español que puede comparársele en fecundidad y torrencialidad, Lope de
Vega, acometió también la traducción de Shakespeare. Nada de lo humano
le era ajeno, aunque no por ello dejó de tener en cuenta lo divino. Por
encima de todo creía en la libertad humana y en la religión católica: se
proclamaba «católico a machacamartillo», pero en materia de arte y
letras se reconocía pagano. Aunque Juan de Valdés o Miguel Molinos
fueron herejes, reconocía que eran buenos escritores, y si arremete
contra Blanco White no fue por su protestantismo, sino porque renegó de
ser español. En realidad, el clérigo sevillano era de una especie de
afrancesados ahora en boga: los anglosajonizados. Su conservadurismo no
excluía un liberalismo de buena ley, que fue manifestándose conforme con
la madurez se serenaban sus ímpetus. La derecha ultramontana o moderada
no le merecían confianza y siempre manifestó poca simpatía hacia
algunos de sus más conspicuos representantes, como los Pidal. Su
candidatura a la dirección de la Real Academia de la Lengua dio lugar a
un sonado conflicto, ya que fue derrotada ¡porque no ostentaba título
nobiliario!, siendo apoyado en esta ocasión por escritores jóvenes como
Azaña, Pío Baroja y García Morente. Y cuando hubo de dar su veredicto
sobre cierta documentación histórica que el propio Alfonso XIII estaba
interesado en falsear y ocultar, don Marcelino hizo valer su implacable
honradez intelectual.
Don Marcelino puede aportar mucho a los desnortados españoles (o
lo que sean) de hoy. El triste complejo de inferioridad de los españoles
desde el siglo XVIII por no haber tenido Reforma ni Revolución se
resuelve en cipayismo intelectual afrancesado y en saltos en el vacío
como la Revolución del 34, que pretendió ser la soviética con
procedimientos de Pancho Villa. En los últimos siglos, los españoles se
dividen de manera enconada en dos grandes bloques: los retrógrados
cavernícolas que aborrecen lo ajeno, y los afrancesados progresistas que
desprecian lo propio. Don Marcelino mostró en todo su esplendor el
pasado español sin olvidar en ningún momento el contexto europeo en que
se desenvuelve. Nuestra cultura es latina y cristiana; no otros son los
fundamentos de Europa: latinidad y cristianismo.
Vivió épocas de desánimo como ésta que padecemos ahora. Tal vez
sea el español el único pueblo europeo que carga sobre sus espaldas un
desánimo de siglos. Las guerras carlistas y el desastre del 98 no fueron
circunstancias propicias al optimismo; en 1910, don Marcelino clama:
«Hoy presenciamos el lento suicidio de un pueblo que, engañado mil veces
por garrulos sofistas, empobrecido, mermado y desolado, emplea en
destrozarse no pocas fuerzas que le restan, y corriendo tras vanos
trampantojos de una falsa y postiza cultura, en vez de cultivar su
propio espíritu, que es el único que ennoblece y redime a las razas y a
las gentes, hace liquidación de su pasado, escarnece a cada paso las
sombras de sus progenitores, huye de todo contacto con su pensamiento,
reniega de cuanto en la historia los hizo grandes, arroja a los cuatro
vientos su riqueza artística y contempla con ojos estúpidos la
destrucción de la única España que el mundo conoce, de la única cuyo
recuerdo tiene virtud bastante para retardar nuestra agonía…». Cien años
después, España vive contra las cuerdas los efectos catastróficos de
una crisis económica que, se quiera reconocer o no, se acentúa por la
actitud derrotista de los españoles. Un pueblo que está a la deriva no
haría de más recordando el legado de un compatriota muerto hace cien
años y que nos explica con apasionada elocuencia que España, en otro
tiempo, estuvo unida, fue un pueblo y fue grande.
No debiéramos olvidar, en Asturias, lo mucho que de asturiano don
Marcelino tiene. Su padre, don Marcelino Menéndez Pintado (1823-1899)
había nacido en Castropol y fue durante muchos años catedrático de
Matemáticas en Santander (ciudad de la que fue alcalde). Y asturianos
fueron sus primeros y más importantes mentores, Gumersindo Laverde y
José Ramón de Luanco. A Don Marcelino se le debe la inscripción latina
de la base del monumento al marino Villamil en Castropol y unas
interesantes apreciaciones sobre los orígenes de la literatura bable
incluidas en «Horacio en España», en las que señala la presencia de
temas de Virgilio y Ovidio en González Reguera («Antón de
Marirreguera»), «el más antiguo de los poetas bables de nombre
conocido», y elogia las traducciones del «beatus ille» horaciano
realizadas en esa lengua por Acebal y por Álvarez Amandi.
Retrato de Marcelino Menéndez Pelayo.
FUENTE: Ignacio Gracia Noriega - Publicado por La Nueva España el 19 mayo de 2012
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Menéndez Pelayo, Marcelino (1856-1912).
Polígrafo español nacido en Santander el 3 de noviembre de 1856 y muerto en la misma ciudad el 19 de mayo de 1912.
Síntesis biográfica,
Muy precoz intelectualmente, inició sus estudios universitarios
de Filosofía y Letras en Barcelona, completándolos en Madrid y
Valladolid y ampliándolos a través de varios viajes por distintos países
europeos; en este periodo de formación fue influido intelectualmente
por Llorens, Milà i Fontanal y Laverde. En 1878, con sólo 21 años de
edad, ganó la cátedra de Literatura de la Universidad Central de Madrid;
dos años después ingresó en la Real Academia Española, y en la Real
Academia de la Historia en 1882 (sería su director en 1911); más
adelante sería también miembro de la de Ciencias Morales y Políticas
(1889) y de la de San Fernando (1892). También fue elegido varias veces
diputado y senador a partir de 1884. En 1898 abandonó la docencia para
dirigir la Biblioteca Nacional.
Escribió un gran número de libros de filosofía, poesía, historia y literatura; los más importantes fueron:
La ciencia española (c. 1874);
Horacio en España y
Epístola a Horacio (1876);
Historia de los heterodoxos españoles (1880-1882);
Calderón y su teatro (1881);
Historia de las ideas estéticas en España (1882-1886);
Estudios de crítica literaria (1884-1908);
Antología de líricos castellanos (1890-1908);
Ensayos de crítica filosófica (1892);
Antología de poetas hispanoamericanos (1893-1895);
Bibliografía hispanolatina clásica (1902); y
Orígenes de la novela
(1905-1910). Su obra, patriótica y católica, fue utilizada como ideario
por movimientos conservadores de la época de la Restauración (véase la
Restauración española
en España, Historia de (13): 1875-1931) e incluso posteriores. Llegó a
poseer una biblioteca de más de 40.000 volúmenes, con los que se
constituyó a su muerte la Biblioteca Menéndez Pelayo de Santander.
Formación de Menéndez Pelayo: un erudito precoz.
Era hijo de Marcelino Menéndez Pintado, originario de Asturias
(profesor de matemáticas y luego alcalde de Santander), y de María Jesús
Pelayo, cántabra. Inició sus estudios en su ciudad natal, destacando
pronto por su capacidad intelectual. Obtuvo premio ordinario en todas
las asignaturas de bachillerato, salvo en geometría, donde renunció a
hacer el examen (su padre era uno de los jueces). Aprendió entonces
latín e inglés (a los que añadiría luego francés, italiano y alemán).
Frecuentó con poca edad la tertulia de la librería Hernández en la que
participaba su tío Juan Pelayo. A través de su profesor de filosofía
Agustín Gutiérrez tuvo conocimiento de la escuela psicologista escocesa
fundada por Thomas Reid, por la que se interesó desde entonces.
En
1871 se trasladó a Barcelona para estudiar Filosofía y Letras,
eligiendo esta Universidad no por casualidad, sino porque allí enseñaba
el profesor José Ramón de Luanco,
amigo de su padre, y porque era uno de los pocos centros docentes que
habían escapado al racionalismo vigente en ese momento, del que no era
partidario Menéndez Pelayo. Su estancia allí tuvo gran incidencia en su
formación, recibiendo la influencia de dos profesores, especialmente el
segundo: Francesc Xavier Llorens i Barba y Manuel Milà i Fontanals.
Llorens le dio, durante los pocos meses en los que pudo asistir a sus
clases antes de fallecer, sus primeros fundamentos filosóficos, mientras
que Milà le aportó su sentido estético e histórico, que tan propio
sería después de Menéndez Pelayo. Estableció además amistad con
personajes como el erudito Antoni Rubió i Lluch o el poeta Miquel Costa y Llobera.
Al
trasladarse a la Universidad de Madrid el profesor Luanco, en 1873, el
joven Menéndez Pelayo le siguió, realizando allí el curso 1873-1874.
Además de sus estudios continuó la labor erudita prontamente iniciada en
Barcelona, buscando en diversas bibliotecas información para un
proyecto de
Biblioteca de traductores españoles; también siguió colaborando en la revista barcelonesa
Miscelánea. No se presentó al examen final de Metafísica por rechazar el krausismo del profesor que impartía la asignatura, Nicolás Salmerón
(también presidente de la República). Por ello marchó a Valladolid para
aprobarla, licenciándose aquí el 27 de septiembre de 1874; fue en esta
ciudad donde conoció al filósofo Gumersindo Laverde,
el tercero de sus grandes maestros. Regresó a Madrid para doctorarse,
grado que obtuvo en junio del año siguiente con una tesis titulada
La novela entre los latinos (publicada poco después en Santander). A su búsqueda de información sobre traductores había añadido datos para una
Bibliografía de escritores españoles y unos
Estudios sobre escritores montañeses, además de escribir algunos artículos para la
España Católica.
Retrato de Marcelino Menéndez Pelayo, Fotógrafo desconocido, fecha - 1905 al 1910.
Dedicándose a partir de entonces a escribir con prodigalidad,
continuó con sus antiguos proyectos e inició varias obras y
colaboraciones, entre ellas la
Historia de los heterodoxos españoles,
Historia de la Estética en España y unas
Cartas (también llamadas
La ciencia española) que, refutando una tesis de Gumersindo de Azcárate,
defendían la existencia de una tradición científica y filosófica
españolas. Estos últimos escritos tienen valor de símbolo del estilo del
joven Menéndez Pelayo, polémico y casticista. En enero de 1875 recibió
una subvención del ayuntamiento santanderino para viajar por Europa y
estudiar la literatura de los países visitados (a esta se añadirían los
fondos aportados en mayo de 1876 por la Diputación de Santander y en
1877 por el ministerio de Fomento). Así, en septiembre de 1876 marchó a
Lisboa; luego terminó en Santander su
Horacio en España y, relacionado con esta obra, su mejor poema:
Epístola a Horacio,
autor latino cuya lírica consideraba la más perfecta. Estuvo en Italia
desde enero de 1877, recorriendo las bibliotecas Roma, Nápoles,
Florencia, Bolonia, Venecia y Milán. Estando en junio en París conoció
al poeta catalán Jacinto Verdaguer, al que elogió intensamente. Continuó su viaje por Bélgica (Bruselas y Amberes) y Holanda (Ámsterdam).
La madurez de Menéndez Pelayo: escritor, profesor, académico y político.
Visitaba la Biblioteca Colombina de Sevilla cuando tuvo conocimiento de la muerte de José Amador de los Ríos
(enero de 1878), lo cual dejaba libre la cátedra de Literatura de la
Universidad Central. Menéndez Pelayo, tras aprobarse en mayo la rebaja
de la edad mínima para poder optar a cátedras (él tenía entonces 21
años), marchó a Santander a preparar el programa de las oposiciones. En
octubre realizó con gran brillantez los tres ejercicios que se le
exigieron, el 20 de diciembre recibió el nombramiento y dos días después
tomó posesión. En enero de 1879 inició su trabajo como catedrático; en
diciembre de 1880, fallecido Eugenio de Hartzenbusch,
ocupó el sitio de éste en la Real Academia Española con sólo 24 años de
edad. En marzo de ese año había publicado el primer tomo de la
Historia de los heterodoxos españoles,
y en diciembre el segundo (el tercero y último, en 1882). Obra
apasionada de juventud al mismo tiempo que de primera madurez, en ella
examinaba a diversos intelectuales, científicos y literatos españoles
del pasado y contemporáneos. Era muy apologética en muchos de sus
pasajes, y él mismo, cuando ya había perfeccionado sus métodos de
análisis, señalaría más tarde sus defectos en unas “Advertencias
preliminares” que incluyó en una nueva edición del libro. En cualquier
caso, su publicación tuvo gran efecto en el ambiente intelectual de la
época.
En 1881 pronunció unas conferencias sobre
Calderón y su teatro,
luego publicadas en forma de libro, y en 1882 ingresó en la Real
Academia de la Historia en lugar de José Moreno Nieto. Durante el verano
reunió materiales para la
Historia de las ideas estéticas en España,
otra de sus grandes obras (su primer volumen fue dado a la imprenta en
1882, el segundo en 1883, y terminó de publicarse en 1886, cuando salió
el tercero), que en su contenido sobrepasa con mucho el ámbito español
al relacionar la cultura hispana con la europea. En 1884 entró en
política, siendo elegido diputado por Mallorca, aunque su labor en este
campo fue muy reducida. Los años siguientes, entre otros muchos encargos
comenzó a publicar
Antología de líricos castellanos (1890-1908,
colección todavía hoy en uso) y las Obras de Milà i Fontanals quien,
muerto en 1884, le había dejado a él sus papeles. En 1889 fue nombrado
bibliotecario de la Academia de la Historia; asumió en nombre de la
Academia Española la dirección de una muy erudita edición completa de
las obras de Lope de Vega (1892-1902), y fue elegido integrante de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.
En
octubre de 1890 murió su maestro y amigo Laverde; este acontecimiento
marcó el resto de su obra, más centrada a partir de entonces en lo
literario y lo histórico que en lo filosófico. Miembro del Partido
Conservador, en 1892 (fecha de la edición de sus
Ensayos de crítica filosófica)
fue elegido diputado por Zaragoza, entre 1893 y 1895 fue senador por la
Universidad de Oviedo, y desde 1899 hasta su muerte, representante de
la Academia Española en el Senado. Desde 1895 fue también decano de la
Facultad de Letras de la Universidad Central, en tanto que continuaba
con la publicación de las
Obras de Lope de Vega y comenzó
Antología de poetas hispanoamericanos (1893-1895). En 1898, abandonando su cátedra de Literatura, sustituyó al recién fallecido Manuel Tamayo y Baus en la dirección de la Biblioteca Nacional, al tiempo que se ocupaba de la edición de la
Revista de Archivos.
En 1901 ingresó también en la Academia de San Fernando; en 1902 publicó
Bibliografía hispanolatina clásica, y en 1905 fue propuesto para el Premio Nóbel de Literatura. Desde 1905 hasta 1910 se dedicó sobre todo a
Orígenes de la novela y la edición de sus
Obras completas,
que no pudo completar más que en sus dos primeros tomos de los 19
previstos (muchos de sus trabajos sueltos fueron recogidos en
Estudios de crítica literaria,
1884-1908). En 1911 fue elegido director de la Academia de la Historia,
pero el año siguiente falleció el 2 de mayo de cirrosis, a los 51 de
edad. Legó su enorme y valiosa biblioteca de unos 40.000 libros ("
obra de mi paciente esfuerzo, única obra mía de la que me encuentro medianamente satisfecho")
a la ciudad de Santander, base de la actual Biblioteca Menéndez Pelayo,
para albergar la cual el arquitecto Leonardo Rucabado construyó un gran
edificio junto a la antigua casa del polígrafo. También se dio su
nombre a la Universidad Internacional después de la reapertura de sus
cursos, tras la Guerra Civil, en el Palacio de la Magdalena.
Marcelino Menéndez Pelayo y su obra
De gran curiosidad e increíble capacidad memorística, trabajador
constante, gastaba casi todo su sueldo (permaneció soltero toda su
vida) en adquirir libros. Inserto en el mundo cultural de su época, que
lo alabó, tuvo relación con el político e historiador Antonio Cánovas del Castillo; con el escritor y político Ramón de Campoamor; con el literato y político Gaspar Núñez de Arce; con el novelista y diplomático Juan Valera; o con Juan, Luis y Ramón Menéndez Pidal
(poeta, pintor y filólogo, respectivamente). Sobre Ramón Menéndez Pidal
tuvo gran influencia en sus comienzos, así como en toda una generación
de intelectuales que posteriormente ha estudiado su obra y el alcance de
ésta.
Erudito y crítico, pero amante de la belleza, trató de dar a
sus obras sentido artístico, según su principio de “idealización de la
realidad”, la modificación que el artista impone a los objetos.
Filosóficamente no se adscribió a ninguna de las grandes escuelas
vigentes entonces, el neotomismo y el krausismo; él se declaraba
“vivista”, en referencia a la filosofía de Luis Vives,
que para él era sinónimo de libertad de pensamiento. Impulsado por su
fuerte sentido patriótico, regeneracionista y católico, creó, a modo de
aportación personal a la nación, el primer cuadro preciso de la cultura
española. Para ello estudió a fondo no sólo las fuentes en español, sino
también las literaturas españolas no castellanas y su predecesora
latina, así como obras y escritores poco conocidos hasta entonces. Este
cuadro, de indudable valor, estuvo por otra parte condicionado por sus
ideas, que a veces, sobre todo en su juventud, se convirtieron en
prejuicios conservadores y parcialidad (como por ejemplo, su
animadversión hacia lo germánico, que para él sería el opuesto del
espíritu latino-cristiano). Por su inmensa labor intelectual no se le
puede considerar únicamente un crítico literario, un historiador de la
filosofía o un poeta, sino un polígrafo interesado por todos los campos
de las humanidades.
Él mismo, al planificar la edición de sus
Obras completas distribuyó así las materias: I)
Historia de los heterodoxos españoles; II)
Historia de la poesía castellana en la Edad Media; III)
Tratado de los romances viejos; IV)
Juan Boscán; V)
Historia de la poesía hispanoamericana, desde sus orígenes hasta 1892; VI)
Orígenes de la novela española, y estudio de los novelistas anteriores a Cervantes; VII)
Estudios y discursos de crítica literaria; VIII) Ensayos de crítica filosófica; IX)
La Ciencia española; X)
Historia de las ideas estéticas en España hasta fines del siglo XVIII; XI)
Historia de las ideas estéticas en España hasta fines del siglo XIX; XII)
Historia del Romanticismo francés; XIII)
Poesías completas y traducciones de obras poéticas; XIV)
Traducción de algunas obras de Cicerón; XV)
Calderón y su teatro; XVI)
Bibliografía hispanolatina clásica; XVII)
Opúsculos de erudición y bibliografía; XVIII)
Horacio en España; y XIX)
Estudios sobre el teatro de Lope de Vega.
Marcelino Menéndez Pelayo
Enlaces en Internet
http://www.bibmp.com
; Página sobre Menéndez Pelayo (con fotos y bibliografía sobre su vida y
obra), la Casa-Museo y Biblioteca Menéndez Pelayo, la Sociedad Menéndez
Pelayo, etc. (en español).
http://www.cantabriajoven.com/santander/ocio/biblioteca.html ; Página con más información y fotos de la Biblioteca Menéndez Pelayo de Santander (en español).
http://www.cervantesvirtual.com ; Página con una sección que incluye el texto completo de algunas de las obras de Menéndez Pelayo (en español).
http://www.filosofia.org/ave/001/a040.htm ; Página con información sobre la obra completa de Menéndez Pelayo, incluida una versión en CD-Rom (en español).
Biblografía
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Menéndez Pelayo, crítico literario. (Madrid, Gredos: 1956).
ARTIGAS, M.
La vida y la obra de Menéndez Pelayo. (Zaragoza, Heraldo de Aragón: 1939).
CUENCA TORIBIO, J. M.
Menéndez Pelayo y la ciencia española. (Madrid, Cid: 1965).
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Vida y obra de Menéndez y Pelayo. (Madrid, Publicaciones Españolas: 1977).
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Menéndez Pelayo y la Hispanidad. (Madrid, Rialp: 1957).
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Biografía crítica y documental de Marcelino Menéndez Pelayo. (Santander, CSIC: 1974).
SIMÓN DÍAZ, J.
Estudios sobre Menéndez Pelayo. (Madrid, Instituto de Estudios Madrileños: 1954).
Autor
Estatua homenaje a D. Marcelino Menéndez Pelayo situada junto a la Biblioteca Municipal que lleva su nombre y frente a la Biblioteca y Casa Museo de Marcelino Menéndez Pelayo en Santander.
FUENTE:
Texto extraido de http://www.mcnbiografias.com
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