El asalto minero en Mieres, primer
episodio de lucha en la calle desde la Guerra Civil
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Ilustración de Alfonso Zapico |
“El día 12 de marzo de 1965 en Mieres
(Asturias) se convocó a las cinco de la tarde una manifestación. Son obreros y
estudiantes, mujeres, niños y ancianos, que gritan todos a coro sentimientos
muy humanos”. Así comienza el testimonio de uno de los hechos más sonados en
Asturias ocurridos mucho antes de la muerte de Franco: el asalto a la comisaría
de la localidad en protesta contra los despidos en la cuenca minera asturiana. “Desde abril del 62 en adelante, con
miedo pero sin perder la perspectiva, ya no se paró de luchar”. Las palabras de
Laudelino, miembro del PCE en la clandestinidad y uno de los participantes en
el asalto, resumen a la perfección lo que fue la lucha obrera en las cuencas
mineras asturianas en el ecuador y final de la dictadura. La importancia de esa movilización se
debe a que es el primer enfrentamiento con las Fuerzas de Orden Público desde
el final de la Guerra Civil. Una lucha que se produce en la calle, no dentro de
la mina. El historiador Pablo Alcántara, investigador de estos hechos, recuerda
a Público que fue "la primera vez que se convoca una movilización de masas
en la ciudad de Mieres desde el inicio del franquismo”.
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Noticia publicada en 'The New York Times' |
Entre 1957 y 1964 se abre una etapa de
movilizaciones en Asturias. Las desconocidas huelgas del silencio. Alcántara
relata que este episodio histórico fue de tal magnitud que llegó a las portadas
de The New York Times: “Asturian Miners rush Police Station” (“Mineros
Asturianos se abalanzan sobre el puesto de Policía”). “Se conocen así las huelgas mineras
porque quien las convocaba lo hacía simplemente no cambiándose de ropa en el
vestuario o dejando la lámpara para bajar a la mina en su sitio, y los demás le
seguían, sin mediar palabra”, señala el investigador. Estas revueltas supondrán
un duro golpe para el régimen franquista, deseoso de entrar en la Comunidad
Económica Europea.
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Ilustración de Alfonso Zapico |
Una
vía insólita: el diálogo
Estas huelgas tienen tal impacto que la
temida Brigada Político Social y los cuerpos de seguridad optan por la vía de
la represión (detenciones, intimidaciones, citaciones a comisaría, registros,
despliegue policial en la calle, censura), pero fracasan en su intento de
frenar la resistencia. Optan en este contexto por una incipiente vía de
diálogo. “Fue la primera vez que un ministro de la dictadura, José Solís,
Secretario General del Movimiento y Delegado Nacional de Sindicatos, se desplazara a Asturias y acabara recibiendo a
comisiones de obreros en torno a una mesa de negociaciones”, aclara el
historiador. A partir de agosto de 1962, la dictadura
vuelve a los métodos represivos.
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Ilustración de Alfonso Zapico |
Se crea la Comisión de Despedidos formada por
450 mineros que habían sufrido las consecuencias del régimen, desde detenciones
hasta destierros a otras zonas de España y cárcel. Sin embargo, la Comisión de
Despedidos era escuchada por el régimen, por lo que se reunía semanalmente en
la Casa Sindical de Mieres con el Sindicato Vertical. El 9 de marzo de 1965 hay
una asamblea de la Comisión a la que asiste Severino Arias, minero y portavoz
de la lucha. La policía franquista olía el ambiente a
huelga y las detenciones se pusieron en marcha durante la noche del 10 al 11 de
marzo. Los compañeros de aquellos mineros y sus mujeres sabían que estaban
custodiados en los calabozos del Ayuntamiento de Mieres.
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Ilustración de Alfonso Zapico |
La manifestación clandestina se iba
forjando. Según apunta Alcántara “se recurrió sobre todo al boca a boca entre
las personas de las diferentes organizaciones”. También se utilizaron otros
métodos. El minero Gerardo Iglesias recuerda así el suceso: “El día concreto
estábamos montados en una Vespa dando vueltas por Mieres. Empezamos tocando las
palmas y diciendo a la gente que se fueran para la Casa Sindical”. Una hora
antes de la manifestación comenzaron a llegar taxis, autobuses de la cuenca
minera de Langreo, de Gijón.
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Ilustración de Alfonso Zapico |
Todo estaba preparado. Según datos de la Brigada Político
Social de la época se concentraron frente a la comisaría de Mieres en pocas
horas entre 1.000 y 1.500 personas. 5.000 manifestantes eran los datos
aportados por la oposición antifranquista. Los testimonios de los que vivieron
aquello en primera persona eran, sobre todo, de euforia. “Fue una manifestación
de miedo. Nunca se vio nada igual”, relataba Pilar Alonso Cachero, mujer de un
minero. “Aquella manifestación no se vivía desde los tiempos de la Guerra
Civil. Yo nací en el 33, pasé la posguerra, pero manifestaciones como aquella
nunca vi”, cuenta otra mujer, Primitiva Sánchez.
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Ilustración de Alfonso Zapico |
En apenas dos horas se produjo la
llegada hasta la comisaría desde la Casa Sindical llegando el famoso asalto.
Cuando ya había miles de personas concentradas se intentó entrar en el
recinto,. No había nadie en el interior. Entraron varios hombres y mujeres,
pero fueron sobre todo las mujeres las que dieron mítines animando a la gente a
movilizarse, por los presos, por los detenidos y los despedidos. Según la
Policía, “se profirieron gritos pidiéndose libertad y sindicatos libres”.
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Ilustración de Alfonso Zapico |
Se decidió ir hacia a la comisaría para
buscar a los detenidos de la Comisión de Despedidos “Comenzaron a llegar más
dispositivos policiales de Oviedo, Gijón y León” afirma Alcántara. “Los gorros
de los guardias se lanzaban al aire, las mujeres tiraban zapatos a los policías”
narra el minero Constantino Alonso González, alias “Tinín”. La crónica de Mundo Obrero titulada ‘La
gran manifestación de Mieres’ relataba como miles de manifestantes se
congregaron ante la comisaría. “Un policía se dirigió a ellos desde un balcón
diciéndoles: “¿Qué queréis?” Una mujer se quitó un zapato y se lo arrojó. Y
como si hubiera sido la señal del asalto docenas de zapatos volaron hacia el
balcón y los manifestantes se lanzaron escalera arriba para liberar a los
detenidos”.
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Ilustración de Alfonso Zapico |
El
papel de las mujeres en el asalto
Anita Sirgo fue de aquellas mujeres que
vivió en primera persona las revueltas. “Yo fui a la concentración. Llevé un
zapato, porque estaba harta de recibir toletazos, corrían más que yo. Ellos van
a dar golpes, pero iban a oler mi zapato. Y lo lleve en un bolso, un zapato
viejo. Cuando estaba en la concentración, estaba en las escaleras, fue mucha
gente. Policía aún no había. Subimos un grupo de mujeres, íbamos a por los del
Sindicato Vertical. Yo me caí por las escaleras. Cogí la bolsa con el zapato.
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Ilustración de Alfonso Zapico |
Un Guardia Civil vino a por mí y le tiré el zapato a la cara y escapé. A otra
la cogieron. Me tuve que esconder después en casa de una compañera”. La policía cargó contra los
manifestantes con porras, sin utilizar pistolas. Sin embargo, hubo varios
manifestantes que sufrieron graves contusiones en la cabeza. “No hubo muertes
de verdadera casualidad”, afirma el minero Rufino Ballesteros Iglesias. Al
final de la tarde llegó la retirada y la marcha a pie. No consiguieron llegar a
los detenidos. Los mineros, sus mujeres e hijos estaban, sin embargo,
satisfechos de aquella batalla.
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Ilustración de Alfonso Zapico |
La
represión posterior: 53 detenidos
“Gracias a la censura, el resto del país
no se enteró del suceso.”, afirma Alcántara. Sin embargo, a través de la
documentación consultada en archivos y hemerotecas se ha comprobado como el
asalto fue mucho muy importante para las autoridades del régimen. La misma noche del asalto, Claudio
Ramos, jefe de la BPS en Asturias, volvió a la comisaría. Interrogaría a los
retenidos de la Comisión de Despedidos, a los que se les acusaba de ser los
cabecillas del Asalto. Se iniciaban las detenciones.
Severino Arias Morillo, portavoz de la
Comisión relata cómo la misma noche del día 12 de marzo, “Claudio Ramos me dio
varios puñetazos en el estómago y una patada en la espalda y al policía que
estaba con él, le dijo de llevar a este ciudadano soviético a la celda. Él
estaba muy cabreado y cansado. Y cuando estaba en el calabozo, me encontraron
durmiendo, y eso le cabreó” aún más.
FUENTE:
MARÍA SERRANO (Publico.es)
Las ilustraciones del artículo son de Alfonso Zapico
Alfonso
Zapico (Blimea, Asturias, 1981). Historietista e ilustrador freelance.
Profesional gráfico desde el año 2006. Trabaja en proyectos educativos del
Principado de Asturias (Aula Didáctica de
los Oficios) e impartido talleres de ilustración en centros educativos de
Asturias y Poitou-Charente (Francia). Realiza ilustraciones, diseños y campañas
para diversas agencias de publicidad, editoriales e instituciones. Es
ilustrador de prensa en diarios regionales asturianos (La Nueva España, Cuenca del Nalón, Les Noticies…).
Se estrena en 2006 con un álbum de corte
histórico para el mercado franco-belga, La guerra del profesor Bertenev (Dolmen, 2009). Su primer trabajo
publicado directamente en España es Café Budapest (Astiberri, 2008), donde se mete de lleno en una ficción
determinada por los orígenes del todavía no resuelto conflicto
palestino-israelí. Acto seguido apuesta por recrear en cómic la vida de James
Joyce, Dublinés (Astiberri, 2011),
que gana el Premio Nacional del Cómic 2012 y a raíz del cual surge el cuaderno
de viaje La ruta Joyce (Astiberri, 2011).
Vive en la localidad francesa de
Angouléme, donde, tras realizar El otro mar (Astiberri,
2013) a caballo de su Asturias natal, a la que vuelve con regularidad, se
encuentra preparando su nueva y ambiciosa obra, “La balada del norte”, que
constará finalmente de tres tomos.
Esta magnífica obra es un autentico
tesoro de la novela gráfica española y refleja la negrura de los valles mineros
de Asturias de los que surgen personajes luminosos, y bajo el ruido atronador
de las minas de carbón se escucha el susurro de una canción antigua. Los viejos
y nuevos tiempos chocan brutalmente poniendo a prueba al protagonista, pronto a
la Humanidad entera. Éste es el sonido de "La balada del norte".
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La comisaría era, en realidad, un pequeño local situado en el Barrio de la Villa, y en su interior se encontraban únicamente un par de inspectores (uno de ellos ya mayor y el otro muy joven), algún funcionario del DNI y el policía Armada, César Fernández Lombao en labores de seguridad, que le echó valor e impidió que, una vez echaron las puertas abajo, entrasen los alborotadores emprendiéndola a golpes con ellos valiéndose de lo estrecho y alto de una escalera. Decidida actitud que le valdría la cruz roja al mérito policial.
ResponderEliminarLas cargas frente a la Comisaría no duraron más de doce minutos. Y las llevó a cabo una sección incompleta de la Policía armada (34 hombres, nada de "ingentes fuerzas"), al mando del teniente Tomás, que trató de despejar la entrada de la Comisaría y liberar a los de dentro. Conseguido disolver la manifestación fue que, varias horas después, legaron desde Oviedo refuerzos.
El acuartelamiento de la Policia Armada estaba ubicado en una casona cercana a la plaza de Requejo.
8 días después se intentaría otro asalto, esta vez en la casa sindical de Sama.