Dos meses que aterrorizaron a Avilés
Una epidemia
desconocida hizo presa en el Avilés de 1927 sembrando enfermedad y horror
Se dice que, al enemigo, ni agua, pero el agua también tiene
enemigos. El tifus es uno. Y lo fue hasta bien avanzado el siglo XX. Para
Avilés, que tardó en disfrutar del agua corriente, el tifus no era un enemigo
corriente. Era de los peores. Y ya se sabe que, en todo tiempo, el asunto del
agua suele tener consecuencias inmediatas en cuanto pierde la transparencia.
Desde siempre, a Avilés no le habían faltado ni agua ni
tampoco un buen repertorio de enfermedades con que diezmar a sus habitantes,
pero las fiebres tifoideas no estaban habitualmente dentro de ese repertorio.
No se presentaban como epidemia, a pesar de los problemas de abastecimiento de
la población y de que su parte baja confundía en muchos tramos marismas e
inmundicias y salud con las endémicas y muy dañinas fiebres tercianas,
responsables durante décadas cuando la salud faltaba en Avilés. Pero el tifus y sus afines no habían sido, históricamente,
enfermedades de preocupar. Es cierto que, en 1910, se declaró un brote
epidémico en San Cristóbal, parroquia por entonces mucho más alejada de la
trama urbana de lo que hoy está. La infección tífica estaba alejada, localizada
y, pese a afectar a quince personas y provocar seis muertos, pronto quedó
controlada. Pudo ser importante, pero quedó abortada. Bastó que la Junta de
Sanidad ordenase condenar un pozo de agua potable del que bebían las familias
de los enfermos. Entonces la epidemia desapareció.
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Lo mismo ocurrió con brotes similares en Miranda o
Villalegre, controlados con poco esfuerzo y, desde luego, sólo de incidencia
limitada. Es más, cuando en 1911 Gijón fue asolado por una terrible epidemia de
tifus que amenazaba con llegar hasta aquí, la decidida labor del ayuntamiento,
con amenazas de severas multas a todo aquel que no siguiera las normas de
profilaxis, impidió que Avilés se viese perjudicada por un desastre que parecía
demasiado cercano. Sólo se declararon quince casos, todos ellos venidos de
Gijón, y sólo dos muertos. Buen saldo para tan terrible enemigo que iba dando
anchos tajos de guadaña por donde pasaba. Parecían males viejos. De poblaciones sin abastecimientos,
sin higiene y sin medios para defenderse de aquellas enfermedades tan antiguas
como mortales, pero el tiempo pasó y lo del tifus no desapareció.
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En 1927
languidecía la dictadura de Primo de Rivera y Avilés iba, poco a poco, cerrando
su red de suministro de agua corriente, distribuida a partir de los dos
depósitos de Valparaíso. Quienes ya tenían instalado un contador disponían
también de todo el agua que pudieran pagar. Y había para todos. Para las
fuentes públicas, sin restricción alguna, para suministro de fábricas, e
incluso de forma gratuita para instituciones benéficas. Lo dicho, suministro abundante y en movimiento, pues si el
agua siempre había sido cooperador necesario en la difusión de enfermedades
tifoideas, se trataba normalmente de agua estancada, de agua de pozo. Ya se
sabe que "agua corriente no mata a la gente". Y no parecía que los
tiempos y el suministro de Avilés pudiesen permitirse tal debilidad. Esos
tiempos modernos habían traído modernas conducciones que parecían proteger de
los viejos peligros.
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Pero hay peligros que nunca envejecen y para los que jamás
encuentra uno defensa. El tifus seguía merodeando por Europa en los años
veinte, entre 1915 y 1922 afectó a 30 millones de personas en Rusia y Polonia.
Mató a tres millones. Sin ir más lejos, ese mismo año de 1927 el tifus se
declaraba en Trubia, un pueblo que, sin traída de agua, se contagió por la
infección de las fuentes que surtían a la población. Esa dañina enfermedad y
sus socios no andaban lejos, seguían merodeando por los alrededores y acabaron
llegando a Avilés. Como fantasmas, dejando ver fugazmente su cara cuando ya era
tarde. El peligro se hizo presente nada más empezar ese año.
Finalizaban los veinte pero, para estos menesteres de las enfermedades, Avilés
parecía encontrarse cerca de otros tiempos más antiguos y muy malos. Hablar de
enfermedades mortales, mencionar la posibilidad de epidemia, de inmediato se
extendía a gran velocidad por el pueblo y era causa de terror entre la
población. Ya digo que la memoria actuaba al instante para traer a la gente lo
peor de unos recuerdos que aún no eran demasiado lejanos. Infectaba más el
miedo que los microbios. Por eso, cuando empezaron a manifestarse síntomas de
enfermedad, las noticias empezaron también a correr. Fueron dos desgracias
paralelas: la batalla contra la propagación de la enfermedad y la batalla
contra la propagación de las noticias. Ambas contiendas dejaron sus víctimas,
de mediados de febrero a mediados de abril. Dos meses de pánico. He aquí la
crónica de los hechos.
Febrero. A mediados de mes ya había enfermos en Avilés. Las
noticias no circulaban fácilmente en la villa, estaban controladas, que no
censuradas, para evitar alarmas. Pero saltaron al resto de Asturias vía Oviedo.
Los periódicos de toda la región lo sabían y contaron con gruesas letras que en
Avilés había epidemia, que había muchos enfermos y que se temía un contagio de
grandes proporciones. El primer golpe fue duro, pero intentó pararse. Se dijo que
la enfermedad que atacaba a los avilesinos era la gripe. La noticia parecía más
blanda, pero no consoló a una ciudad que, en el otoño de 1918, había recibido
la visita de la injustamente llamada "gripe española", que llegó a
afectar, de diversas formas, a 2.500 avilesinos. Su macabro recuerdo aún estaba
fresco. Más aún cuando lo que publicaba la prensa regional es que en Avilés
había unas trescientas personas atacadas por la gripe. Eso lo escribía el
gijonés "El Noroeste" del día 15, citando como fuente al Inspector
Provincial de Sanidad que, a su vez, habría recibido la información del alcalde
de Avilés. Se desmintió. Las autoridades de Avilés salieron al paso.
Convocaron al Inspector Provincial de Sanidad, que vino a la villa a visitar a
varios enfermos para, decían, no encontrar otra manifestación que la de una
gripe corriente, sin especial gravedad. En el Instituto Provincial de Higiene
se le hizo un análisis bacteriológico a una muestra de agua procedente del
domicilio de un enfermo para concluir, se dijo, que no había ni rastro del
bacilo tífico. Se repitió, una vez más, que sólo era gripe, y en proporciones
normales, teniendo en cuenta que la enfermedad se extendía por España y el
extranjero esos mismos días. Nada de tifus, campañas alarmistas. Pero entre la
gente, sobre todo entre los enfermos y sus familias, precisamente empezaba a cundir
la alarma.
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La gripe, que en efecto era epidemia mundial aquellos días,
comenzaba a remitir, pero algunos enfermos presentaban cuadros más complejos.
Se sospechaba de algo más y se enviaron nuevas muestras de agua y de sangre de
los enfermos para ser analizadas en el Instituto Provincial de Higiene. Allí,
en aquellas muestras de sangre, ya se localizó el bacilo tífico. Cuando finalizaba el mes la alarma era ya pánico y el
mismísimo alcalde, Valentín Alonso, hubo de dictar un bando, el día 26, negando
el tifus una vez más y prometiendo mano dura a cuantos sostuvieran lo
contrario: "Contra algunas personas que se dedican a esparcir rumores
alarmistas sobre el estado sanitario de la localidad, bien exagerando el número
de enfermos y defunciones, bien atribuyendo éstas a dolencias que con aquéllas
no guardan relación alguna". Gastó mucho esfuerzo el alcalde asegurando que los niveles
de mortalidad, por cualquier clase de enfermedades, eran normales en Avilés. Su
obligación era que el pueblo gozase de calma, pero esa empresa ya era casi
imposible. En marzo de 1927 las fiebres tifoideas mostraron su cara y toda la
población avilesina se vio sometida al estado de excepción de una dura epidemia. Para muchos era un secreto a voces, deformado y hasta
utilizado por alguna prensa de forma sensacionalista, pero al fin, cuando sólo
se llevaban quince días de aquellos dos meses fatales, la infección tífica era
noticia. El terror. La crónica continúa.
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Ilustración de Alfonso Zapico |
Marzo. El primero de mes concluían las especulaciones y los
paños calientes. El alcalde contaba la verdad por escrito: Avilés estaba
invadida por fiebres tifoideas. Sí, era cierto, y había que tomar precauciones.
Profilaxis general. No se podían comer alimentos sin cocer previamente. En los
recipientes de la basura no se podían sacar restos de alimentos sino sólo sus
cenizas, se prohibía visitar a los enfermos y se declaraba obligatoria la
vacunación o inyección antitífica para todos los mayores de dos años. Las
medidas empezaban a dibujar un estado de excepción imposible de disimular. La Escuela de Artes y Oficios funcionaba como laboratorio
municipal de campaña para vacunar todos los días de cinco a siete. Pronto se
amplió el horario a las mañanas. Las parroquias y las alcaldías de barrio del
término municipal colgaban bandos del Alcalde anunciando días y horas de
vacunación en cada lugar. El pánico había salido a la calle y, pese a los
intentos de lanzar mensajes positivos dentro de Avilés, la prensa de toda
España ya lo sabía. En "El Heraldo de Madrid" del día 3 se leía lo
siguiente: "En el Gobierno Civil se ha recibido un telefonema del
Alcalde de Avilés informándole de la gravedad de la epidemia tífica en aquella
ciudad y pide se envíen médicos porque la mayoría de los de Avilés enfermaron,
y los que están bien de salud se encuentran agobiados por el trabajo
incesante." Había más de un recurso literario en esa información. La
situación real no era tan grave, pero la declaración de la epidemia ya era
oficial y las medidas extraordinarias continuaban. El gobernador suspendió los
carnavales y envió al inspector provincial de salud, además de a un médico
epidemiólogo, para evaluar el alcance de la enfermedad.
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Pronto lo provisional se hizo definitivo y se organizaron
los servicios médicos apoyados en la Brigada Provincial Sanitaria y en la
presencia del Inspector General de Sanidad, Francisco Bécares, en Avilés hasta
el 11 de marzo. Los médicos locales estaban desbordados. Eran quince. Dos ya
estaban infectados y fueron sustituidos por Luis López Negrete y Antonio
Fernández Mora, que se alojaban en La Serrana. Hasta el hotel había que ir a
avisarlos o a dejar la papeleta de la beneficencia para que se desplazasen a
las casas pobres, aquellas en las que no había de nada, salvo enfermedad. La infección seguía progresando y no todos los llamados se
presentaban voluntariamente a la vacunación. Se extremaron las medidas, incluso
la de multar con 25 pesetas a quien no se vacunase o enviarlo a prisión
preventiva (donde sería vacunado).
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Ilustración de Alfonso Zapico |
Por bando de 19 de marzo se obligaba a todos
los empresarios que tuviesen personal a su cargo a entregar en la alcaldía la
relación de todos los vacunados y de los que se hubiesen negado a ello. Se iba
peinando la Villa. De diversas formas el auxilio de urgencia se puso en
movimiento. Ya el 5 de marzo visitaba Avilés el obispo de la diócesis, Juan
Bautista Luis Pérez. La cosa no era como para estar tranquilo. Una suscripción
pública distribuía socorros entre los más necesitados, también la Asociación
Patronal hacía lo mismo entre las familias de los obreros de sus industrias. La
Diputación Provincial entregó 5.000 pesetas para los mismos fines, las trajo en
mano su presidente, el avilesino Nicanor de las Alas Pumariño. Las medidas
subieron un escalón, desde la prevención a lo inevitable. El 17 de marzo el
alcalde ya prohibía conducir a hombros los cadáveres. Ni siquiera la proyección
de "El Rajá de Dharmagar", en el Palacio Valdés, distraía del problema.
Hasta Rodolfo Valentino estaba ya muerto. Entonces a la guerra contra la bacteria se sumó la guerra de
opinión que, en el fondo, era también política. Los periódicos de Avilés
estaban enfrentados entre sí y con la prensa de Oviedo, que sembró la alarma. En especial "El Carbayón", que hablaba de Avilés como foco de
infección procedente de la contaminación de las aguas. El gobernador civil
prohibió a la prensa hacer comentarios sobre el asunto.
El semanario local "El Progreso de Asturias",
dirigido por Julián Orbón, tomó parte activa en esa lucha. El avilesino José
María Graíño Obaño, ingeniero jefe de la División Hidráulica del Miño, denunció
ante el gobernador civil las obras que se estaban realizando en el manantial de
Valparaíso. Luego, desde las páginas de "El Progreso", achacaba el
mal a sus aguas. Se llevó una multa de 50 pesetas por uno de sus artículos,
publicado el día 13, además de las iras del alcalde de Avilés, que lo consideró
un mal avilesino. Alcalde e ingeniero acabaron enfrentados públicamente, aunque
ambos, desde posturas distintas, creían estar defendiendo a Avilés. El asunto de las aguas era de la mayor importancia. La
epidemia era de fiebres tifoideas, una variedad de infección intestinal
provocada por la bacteria salmonella tiphy. Sólo puede infectar a los humanos y
la principal fuente de infección es el agua contaminada. De ahí que Graíño, y
con él la prensa ovetense, atacaran al depósito municipal de Valparaíso. Pero la demostración rotunda no llegó. El día 15 el ovetense
"Región", que también había aventado la contaminación de las aguas,
reconocía su error. El propio "El Progreso" había informado sobre un
análisis hecho en un laboratorio de Gijón encontrándose un "bacilo de
paratifus". Tal análisis jamás se realizó.A pesar de los desmentidos no se pudo evitar que, con la
infección, se fueran extendiendo daños colaterales.
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No sólo mataba personas,
también amenazaba con matar la economía de la villa en producciones típicas de
una cabecera de comarca. Sucedía eso con las bebidas gaseosas y, sobre todo,
con el pan. El de Avilés empezó a ser rechazado en concejos limítrofes (desde
Illas a Grado) por temor a que estuviera contaminado. De poco sirvieron los
llamamientos oficiales haciendo saber que las aguas de Avilés, también las que
se usaban para hacer el pan, estaban completamente sanas. Los industriales del
ramo padecieron la epidemia aún sin contagiarse. Un ciento de noticias fluían sin cesar. Corría por Asturias
la especie de que Avilés, toda ella, era un hospital de campaña, que la gente
se caía muerta por las calles y que, para no alarmar al personal, los cadáveres
se enterraban de noche, cosa que hasta los propios avilesinos creían. Con o sin
exageraciones, marzo se despidió cobrándose cuarenta de las de las noventa
muertes acaecidas ese mes en todo el concejo. Muchos muertos para no conocer el
foco de la epidemia con certeza absoluta.
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Ilustración de Alfonso Zapico |
Abril. Al finalizar la primera semana del mes se daba por
finalizada la epidemia, retornando los médicos de refuerzo y concluyendo el
aislamiento al que se había visto sometida la villa. La suscripción pública se
cerraba con unas 30.000 pesetas recogidas y repartidas y, por decreto del
alcalde, el 21 de abril se volvía a la normalidad reanudándose el curso en escuelas
y centros de enseñanza. No se supo a ciencia cierta quién tenía razón. La versión
oficial negaba la hipótesis de la contaminación del agua, con lo que se salvaba
la responsabilidad del a Ayuntamiento y se ponía sordina a la alarma. La versión
de Graíño o "El Progreso de Asturias" no tenían dudas sobre el primer
foco de la infección. Medio centenar de avilesinos, fatalmente, ya no
preguntarían nada. Poco después de que pasase el peligro, el Ayuntamiento
arrendó todos los prados que rodeaban al depósito de Valparaíso con el fin de
evitar que se tratasen con abonos orgánicos?.
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La Parca se asomó en forma de epidemia al magro caserío de Avilés. INFOGRAFÍA DE MIGUEL DE LA MADRID |
FUENTE: JUAN CARLOS DE LA MADRID. Publicado por La nueva España.
Juan Carlos De la Madrid Álvarez es
un historiador, escritor y guionista nacido en Avilés (Asturias). Su primera
faceta es la más destacada, por ser la que comprende la mayor parte de su
producción literaria y en la que se ha centrado su formación universitaria,
siendo Doctor y Licenciado en Geografía e Historia por la Universidad de
Oviedo, Diplomado en Cinematografía por la Universidad de Valladolid y
Especialista en Gestión Cultural y Territorio (Universidad de Oviedo-IUDE),
faceta ésta última en la que ha desempeñado una larga trayectoria profesional
en la función pública y con la que aún está relacionado y en activo. Como
historiador ha escrito diecinueve libros y una veintena de capítulos en otras
obras colectivas, que se mueven dentro del terreno de la historia social, el
cine y la fotografía, los espectáculos populares, el patrimonio histórico e
industrial, la historia de la prensa, de la emigración, del deporte, del
nacionalismo y la historia local. Se ha especializado en la investigación de
los fenómenos que desembocaron en el nacimiento de los espectáculos de masas
(cine, teatro popular, prensa, fotografía, cómic, turismo, deporte…). Su último
libro, Una patria posible, fútbol y nacionalismo en España, es una síntesis del
trabajo de muchos años. (…). Ha escrito, además, centenares de artículos en
prensa, de la que es colaborador habitual, siendo también asiduo conferenciante
y, en diversas instituciones, profesor de historia, cinematografía, periodismo,
gestión cultural, patrimonio industrial o relaciones internacionales entre
otras materias. (…). Textos resumidos extraídos
del blog. Juan Carlos de la Madrid. Foto Ricardo Solís. (LNE)
El blog de Acebedo (Antología de Historia). La Historia es una disciplina
académica que aspira a comprender el pasado y la forma en que se ha
configurado el presente. Es necesaria para entender, para cambiar y para
saber cómo ha llegado a existir la sociedad en la que vivimos.
“El único deber que
tenemos con la historia es reescribirla”. (Oscar Wilde)
El Blog de Acebedo se adentra en la historia de nuestra
tierra, TODO SOBRE ASTURIAS, MIERES Y CONCEJO. navegar en este
blog, es conocernos mejor a nosotros mismos y nuestra dilatada historia. Como
decía el poeta mierense Teodoro Cuesta García-Ruiz (09/11/1829 – 01/02/1895),
“soy d´esa villa y á honra tengo haber nacío
nella”
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artículo, si no es así, se debe a que es un dato que se desconoce, así que, si
algún autor la ve en este blog, le rogamos que se ponga en contacto con “El Blog de Acebedo” para
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