Huelgas con nombre de mujerMuy diferentes consecuencias tuvieron tres de las primeras, y más sonadas, huelgas femeninas del siglo XXEl Comercio Fueron paros convocados por obreras de fábricas eminentemente femeninas, como la Tabacalera o la Algodonera. Unos conflictos laborales sobre los que siempre pesaba el miedo a una alteración de los nervios de aquellas mujeres pioneras, que, sin embargo, nunca los perdieron. Varios años se prolongó el conflicto entre las obreras de la Fábrica de Tabacos gijonesa y la Patronal; tanto, y tan sonado, que aquello podría haber sido, quizás, el origen de esa fama de batalladoras que siempre ha pesado sobre les cigarreres. En 1903, en enero, la decisión de suspender la elaboración de cigarro fino, por el que las trabajadoras cobraban 80 céntimos la cajetilla, y elevar las partidas de tabaco entrefino, de peor calidad y por el que solo cobrarían 45 céntimos la cajetilla, puso en pie de guerra a ochocientas cigarreras del taller afectado.
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Operarias del taller de cigarrillos superiores, en 1906, en una fotografía de Julio Peinado Muséu del Pueblu d'Asturies. La Voz de Asturias. |
Pronto se les sumarían seiscientas más, las que manejaban el tabaco superior y que ahora, en pleno conflicto, se solidarizaron con sus compañeras negándose a asumir su función. Lideraba el asunto Etelvina Pola, cuya frase “¿Cómo vamos a resignarnos a morir de hambre, señor?”, dicha el trece de enero a un reportero de El Noroeste que cubría el conflicto, resumía por sí sola la situación que atravesaban. Con la reestructuración del trabajo -que no solo afectaba a Gijón, sino también a toda España-, las obreras pasarían de cobrar noventa pesetas al mes a veinticuatro, un salario claramente insuficiente para sostener a sus familias. Cuando el trece de enero llegó el visitador general de la Compañía, Mauro Serré, a Gijón, el Ayuntamiento, con Menéndez Acebal a la cabeza, intentó por todos los medios que este no escuchara a las obreras, temeroso de que la actitud de estas hiciera a Serré ordenar el cierre de una fábrica que alimentaba a buena cantidad de los habitantes de la villa. Las amenazas de cierre fueron constantes, pero las cigarreras de Etelvina no cedieron. La alternativa era el hambre y la miseria: pocos días más tarde, saltarían a los medios nacionales las terribles condiciones de trabajo en las que debían trabajar, a escasos diez metros de un lavadero público de aguas estancadas y pestilentes.
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Taller del
preparado de la hoja de capa (1906). Imagen: Julio Peinado (Colección del Museo
del Pueblo de Asturias). ARIAS GONZÁLEZ, Luis; MATO DÍAZ, Ángel, Liadoras,
cigarreras y pitilleras. La Fábrica de Tabacos de Gijón (1837-2002), pp. 122 y
123. (…). Saber más... Paraíso Industrial.
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Semanas más tarde el taller de entrefinos se reabrió sin cambios, pero la tenacidad de las cigarreras no fue del todo infructuosa y ninguna de ellas perdió su trabajo, como prometían las constantes amenazas del consistorio gijonés. Y siguieron dando la batalla, por supuesto: a partir de entonces, más de tres años de conflicto sin violencia se sucedieron hasta llegar a una solución favorable a las trabajadoras. Lo leemos en EL COMERCIO del veintisiete de junio de 1906, cuando se hizo pública la feliz noticia. “A partir del primero del próximo mes de julio elaborarán [las operarias de entrefinos] única y exclusivamente la clase de tabaco que les corresponde, estableciendo un taller especial para el entrefino de siete a nueve de la noche, o sea, después de la hora en que acostumbran a suspenderse los trabajos en la fábrica, en la inteligencia de que la asistencia a dicho taller no constituirá una obligación para las cigarreras y sí un acto voluntario.” Habían ganado la huelga. Por no resignarse a morir de hambre.
Menos ejemplar a la de las cigarreras fue la huelga de la Algodonera que siguió, pocos días más tarde de finalizado el primer asalto del paro de la Tabacalera, poniendo en un brete al Ayuntamiento. Pero menos, ya que, a tenor de lo leído en EL COMERCIO, las huelguistas de la Algodonera no contaron con tanta solidaridad como sus contemporáneas, ni siquiera dentro de su propia empresa. Resultó que las oficialas, aquellos primeros días de 1903, no vieron bien que se mejorasen las condiciones de las aprendizas y exigieron cobrar ellas 1,75 pesetas. Ofreció la patronal 1,50; no sirvió. El paro se prolongaría más de una semana, con rifirrafes continuos entre las huelguistas y las operarias del taller de hilados, que no querían secundar la huelga… pero no les quedaba otra: sin el hilo que fabricaban las paradas, no podía haber hilados. En febrero de 1903 terminó el primer asalto, con despidos, sustituciones forzosas y desacuerdo por ambas partes. Buena fue la que se montó entre las obreras de la Algodonera, aunque esta vez las de 1908, cinco años después del anterior paro, cuando se enteraron de que al anterior gerente de la fábrica, José Medina, asturiano de pro y parece ser que bastante querido por sus empleadas, había sido sustituido por un jefe… catalán.
Se llamaba el interfecto Carlos Soler y, según las huelguistas, que decretaron el paro el 23 de noviembre, maltrataba a las hiladoras, las obreras insurgentes que -como en el caso de 1903- forzaron al paro general, ya que la suya era la función sobre la que se sustentaban todas las demás. Se puso la cosa fea el 26. Ese día, Soler dio un ultimátum a las obreras: si no persistían de su actitud, se cerrarían las puertas de la fábrica. No volvieron, evidentemente, porque, si no, su protesta (que consistía, básicamente, en echar al catalán) probablemente no estaríamos hoy aquí, recordándolas. Se reunieron con Saturnino Alvargonzález, el presidente del Consejo de Administración, sin éxito; con el comisionado, José Menéndez, y tampoco. Era aquella una huelga, en opinión de EL COMERCIO, “de amor propio” y, por tanto, de previsibles consecuencias funestas. No se confunda el lector con las actitudes del periódico hacia el paro, ya que, entre líneas, hace gala de cierta simpatía: “Las operarias dieron prueba de su cordura y sensatez”, dice el periódico el 29 de noviembre, “protestando, sí, de que no sea despedido el maestro catalán, pero en forma correcta y prudentísima.”
Casi doscientas obreras secundaron la huelga contra el catalán. Y no salió bien. Carlos Soler -cuyos malos tratos hacia las operarias nunca fueron especificados en prensa; sí, por el contrario, las dudas que existían sobre el que ellas fueran capaces de llevar a cabo la huelga “responsablemente”- no fue despedido y el último día de noviembre, cumplido el plazo del últimatum, las obreras tampoco fueron a trabajar. El uno de diciembre, la fábrica cerró. “Nadie sabe por cuánto tiempo”, lamentó EL COMERCIO, olvidando ya sus simpatías. Se tildó a las obreras de irresponsables; se las acusó de llevar a la miseria a muchas familias. Y nada más se supo. O sí. Que la Algodonera volvió a abrir, no mucho tiempo después. ¿Y Soler? A partir de entonces de él no hay referencias en prensa, solo el silencio ¿Quién salió ganando en aquella batalla de la que los periódicos no contaron un final? Presúmalo el lector. Ocurrió hace cien años y una década. Con nombre de mujer.
FUENTE: ARANTZA MARGOLLES. Publicado por El Comercio el 08-03-2018. Ver enlace.___________________________________________________________________________
AUTORES.
Arantza
Margolles Beran nació en Gijón, 1982. Licenciada en Historia por la
Universidad de Oviedo y Máster en Arqueología y Patrimonio por la Universidad
Autónoma de Madrid. Cursando actualmente estudios de Lengua y Literatura
Españolas e Historia del Arte en la UNED. Especializada en genealogía,
hemerografía y divulgación. Coautora de "Villafría 1934: Luz en la
memoria" y "El crimen de ayer", ambos publicados en 2012.
Colaboradora semanal en El Comercio y Noche tras Noche, (RTPA) y guionista del
programa 'Historias y Misterios'. Fuente: El Comercio.
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García-Ruiz (09/11/1829 – 01/02/1895), “soy d´esa villa y á honra tengo
haber nacío n’ella”. FUENTE. El Blog de Acebedo.
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