Aurelio Suárez, un Bosco para el siglo XX
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El pintor Aurelio Suárez, retratado por Camín. / E. C. El Comercio.
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El sorprendente
diálogo entre el más bosquiano de los pintores asturianos y el más aureliano de
los maestros universales del arte
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Cornelis Cort (grabador), retrato de Jheronimus Bosch; estampa en
Pictorum Aliquot Celebrium Germaniae Inferioris Effigies, Amberes, 1572, con un
epigrama latino de Dominicus Lampsonius cuya traducción podría decir: «¿Qué
ven, Jheronimus Bosch, tus ojos atónitos? ¿Por qué esa palidez en el rostro?
¿Acaso has visto aparecer ante ti los fantasmas de Lemuria o los espectros
voladores de Érebo? Se diría que para ti se han abierto las puertas del avaro
Plutón y las moradas del Tártaro, viendo como tu diestra mano ha podido pintar
tan bien todos los secretos del Averno» De Cornelis Cort - (...). Saber más... WIKIMEDIA.
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La Nueva España.
El escritor angloíndio Salman Rushdie contempla "El
jardín de las delicias", la obra maestra de El Bosco, y concluye: "Al
final de una novela, el escritor desvela el misterio. En este caso, el autor no
quiere que lo resuelvas. Quiere que permanezcas en ese misterio". La obra
de Jheronimus van Aken, conocido como Jheronimus Bosch y, en España simplemente
como El Bosco, se ha convertido en la sensación artística de la temporada
gracias la exposición irrepetible que se puede contemplar hasta el 11 de septiembre
en el Museo del Prado de Madrid, donde se ha logrado reunir 21 de sus 25
cuadros.
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OLOR A SOGA'. Óleo creado en 1947 sobre lienzo. El Comercio.
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Con motivo de los 500 años de la muerte del pintor
predilecto de Felipe II -su más entusiasta coleccionista-, vuelve el eterno
misterio de El Bosco; un enigma pictórico habitado por las más fantásticas
criaturas y nunca resuelto, del que han bebido numerosos artistas a lo largo de
la historia. En Asturias, este retorno del artista holandés remite
inmediatamente al pintor gijonés Aurelio Suárez (Gijón, 1910-2003), sin duda el
más bosquiano de todos los pintores asturianos. Y no sólo porque las obras de
Aurelio estén habitadas por seres tan fantasiosos e imposibles como los del
maestro nacido en el Ducado de Brabante hacia 1450. La pintura aureliana es, en
esencia, la misma pintura del Bosco: de ella también emana ese misterio
permanente del que habla Rushdie.
El arte es un territorio donde el tiempo no pasa de manera
lineal, avanza y retrocede para volver a avanzar, impulsado por la fuerza de
los creadores, que acuden a los maestros del pasado más remoto adoptándolos
como padres, usándolos de trampolín, arrastrándolos al presente. Éste fue el
caso de Aurelio Suárez con el maestro nacido en Hertogenbosch. En una de las
pocas entrevistas que en su vida concedió, firmada por el periodista Bastián
Faro, en 1949, el pintor gijonés confesaba que sus influencias había que
situarlas en las pinturas rupestres, en el Bosco, Cranach, Giotto, Patinir, El
Greco y el Goya de "los caprichos". El hijo del artista, Gonzalo
Suárez, confirma esta filiación artística: "El Bosco era el estanque de
donde bebía mi padre. Claro que sí, muchas de sus obras son muy
bosquianas". Todas las referencias pictóricas que Aurelio desveló a Faro
las había descubierto el artista naciente en el Museo del Prado. Fue durante su
estancia de juventud en Madrid para cursar unos estudios de Medicina que truncó
el estallido de la Guerra Civil. Concluida la contienda, la vida de Aurelio
Suárez se circunscribió a Gijón. Pero El Bosco quedó para siempre fijado en su
retina y también en algunos libros de su biblioteca, tal y como confirma su
hijo.
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Desde aquel encuentro entre el padre flamenco, el Bosco, y
su nuevo hijo gijonés, Aurelio, las pinturas de ambos artistas pueden leerse
casi en la misma clave. La intuición dice que ambas vienen del mismo lugar: una
poderosísima imaginación. Así explica este paralelismo el crítico de arte y
periodista Juan Carlos Gea, uno de los grandes conocedores de la obra de
Suárez, en la "Aureliopedia", principal compendio de la obra del
artista gijonés: "El concepto bosquiano de una geografía cerrada, unitaria
y múltiple, saturada de un abigarramiento de seres y situaciones fantásticos,
híbridos y extravagantes que escenifican con una apabullante cantidad de
matices la condición humana y el orden del universo (y su reverso caótico),
invita a un acercamiento interpretativo muy compatible con Aurelio. Sobre todo,
si se considera con seriedad la hipótesis de que al menos una parte de su
pintura (la del Bosco) encierra, aunque sea en clave indescifrablemente
hermética, ciertas intenciones satíricas o moralizantes, y que el conjunto de
su obra quizá pudiera contemplarse como un inmenso retablo de paraísos e
infiernos reales o imaginarios, personales y colectivos".
Ver la pintura de ambos y leer lo que se ha escrito sobre
cada una es descubrir que, en algunas ocasiones, las valoraciones y los
planteamientos pictóricos son perfectamente intercambiables entre el uno y el
otro, pese a los siglos que los separan. No sólo en lo estrictamente artístico. Ambos autores tienen
su biografía personal envuelta en la niebla. De El Bosco apenas sabemos nada; y
lo que sabemos, con poca certeza. A diferencia de otros coetáneos, como Durero,
no dejó ni libros ni cartas. Lo que se conoce de su existencia procede del
archivo municipal de la localidad donde nació o del libro de cuentas de la
hermandad religiosa a la que pertenecía. Su vida es un arcano, lo mismo que
muchas de sus imágenes.
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De Aurelio, aunque se conocen muchos más datos de su
biografía en comparación, también puede decirse que es un pintor marcado por la
leyenda del genio secreto, de autor huraño que ni siquiera exponía su obra. Gea
desmonta el tópico y acude al testimonio de los allegados, que le retratan como
"cortés e incluso cordial, hospitalario y excelente conversador",
aunque también transmite el perfil de un hombre "hipercrítico, de humor
cáustico y ocasionalmente bronco e iracundo ante lo que consideraba
intromisiones en su privacidad". Este autor habla, en definitiva, de una
"voluntad de penumbra" para preservar todo lo suyo que sí alimentó
esa leyenda. Al fin y al cabo, Aurelio consideraba que el pintor debía expresar
su yo por la pintura "y solamente por la pintura. Lo demás ni tiene
importancia. No es necesario hablar, ni comentar, ni explicar", respondió
en una entrevista publicada en 1959 en LA NUEVA ESPAÑA.
La lectura de la obra de los dos autores también requiere
las mismas "gafas de ver". Contra lo que en primera instancia pudiera
pensarse, y también lo que el tópico fácil dice, no estamos en el caso de El
Bosco en un precursor del surrealismo, en un artista freudiano antes de Freud.
Tampoco Aurelio deja su pincel en manos del inconsciente. El Bosco era un
transmisor de verdades morales y espirituales (quizá por eso le apasionaba al
más católico entre los católicos: Felipe II) y su fauna aparentemente onírica
es una traducción visual de metáforas, juegos de palabras o enseñanzas de la
Iglesia. El Bosco, como Aurelio, pintaba "con la cabeza". El maestro de Brabante no ha dejado marca de fábrica de su
poética. Aurelio, aunque muy parco en intervenciones públicas, sí. "Pintar
no es copiar de la naturaleza. Es representar gráficamente lo que imagina
nuestro cerebro". En la "Aureliopedia" se cita una confesión de
Aurelio Suárez revelada a otro pintor gijonés, Melquíades Álvarez. Éste último
le preguntó cuál era "su sitio".
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Y Aurelio respondió: "Mi sitio
es mi cabeza". Cabe fantasear que lo mismo habría respondido El Bosco si
hubiéramos tenido la ocasión de hacerle la misma pregunta. En su cabeza, en esa
máquina fascinante de traducir la realidad, nacían sus monstruos y quimeras,
convertidos en expresiones visuales de su concepción del mundo. Como Aurelio,
El Bosco pinta ideas. "Yo no necesito temas concretos, ni modelos para
pintar, sino simplemente ideas", dejó dicho Aurelio en una de las pocas
entrevistas que concedió. Contemplar la obra de El Bosco es contemplar la de Aurelio.
La primera es aurelianismo, la segunda bosquiana. El filósofo Pedro Olalla
escribió sobre la obra del pintor gijonés: "El mundo está lleno de
monstruos y todo nos parece normal. Soñamos que vivimos en el mundo real y nos
negamos a despertar". El escritor holandés Cees Nooteboom dijo sobre su
compatriota: "Cuanto más miras sus cuadros, más se agranda el
enigma". ¿No hablan del mismo pintor?
FUENTE: EDUARDO LAGAR. Publicado por La nueva España el 19-06-2016-. Ver enlace.. __________________________________________________________________________
AUTORES.
Eduardo Lagar, escritor y
periodista. Redactor jefe de LA NUEVA ESPAÑA.
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García-Ruiz (09/11/1829 – 01/02/1895), “soy d´esa villa y á honra tengo
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