Claudio López Brú (1853-1925), desde 1883 segundo Marqués de
Comillas
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Claudio López, segundo marqués de Comillas. |
El Marqués de Comillas y Jacinto Verdaguer (Continua)
Ejercía también Jacinto Verdaguer de limosnero de Claudio
López Brú, pero la cosa terminó mal cuando, confundido el poeta, permitió que
el presbítero pusiese piso a una admiradora, a cuenta de la generosidad del
Marqués de Comillas...
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Jacinto
Verdaguer y Santaló (Folgarolas, 17 de mayo de 1845-Vallvidrera, 10 de junio de
1902) fue un poeta y sacerdote español que escribió su obra en lengua catalana,
en cuya literatura influyó especialmente el obispo Torras y Bages que lo
calificó de «Príncipe de los poetas catalanes». También se lo conoce como
«Mossèn Cinto Verdaguer» por su condición de clérigo. Antoni Esplugas i Puig
(1852-1929) - (1902). "Mosén Jacinto Verdaguer". Álbum Salón: 157. (...).
Saber más... WIKIPEDIA. |
Filosofia.orgAsí lo cuenta la nada sospechosa enciclopedia Espasa:
«Mosén Cinto tuvo su tragedia,
como otros tantos grandes hombres. Según antes se indica, entró en casa
Comillas a ruegos de Claudio López y Brú, gran admirador del talento y de las
bondades de Verdaguer. Entró de capellán para aplicar diariamente la Santa Misa
en sufragio del primogénito López, fallecido prematuramente, pero no entró en
calidad de subalterno, con vistas a desempeñar un cargo retribuido, sino que la
familia López trató con los honores debidos al gran poeta y al famoso
sacerdote, aceptándolo como a un familiar querido y, como tal, a su mesa le
sentó siempre. Por su parte, mosén Cinto correspondió a esas pruebas de afecto.
En dicha noble casa vio llover sobre sí toda suerte de honores. En un
principio, Claudio, que poseía en alto grado el don de caridad, socorría
personalmente a unas cuantas familias necesitadas; andando el tiempo, no pudo
hacerlo y confió esa misión a mosén Cinto, quien, llevado también de su
compasión y de su caridad, vio crecer el número de candidatos a las limosnas de
casa Comillas, pero el marqués le autorizó para socorrer cuantas necesidades se
ofreciesen, y, en su virtud, Verdaguer se vio asediado a peticiones en el
propio palacio, en la calle y en el confesonario. Para el bondadoso poeta, toda
lágrima debía enjugarse; pero, con su magnanimidad de corazón, no llegaba a
discernir las que eran producidas por la miseria de las que producía la
ficción, de manera que, de las cantidades que se repartían, unas servían para
endulzar penas y sufrimientos y otras para fomentar corruptelas y disipación en
gente maleante. Su corazón compasivo le impelió a dar sin reserva; cada día
solicitaba mayores cantidades del marqués, que éste nunca encontró excesivas;
pero temiendo abusar de tamaña generosidad, repartió limosnas de casa Comillas
y repartió sus propios ahorros, y, cuando éstos se acabaron, acudió al préstamo
y contrajo deudas y más deudas, siempre impulsado por el deseo de hacer bien,
siempre víctima de descaradas audacias, hasta el extremo que torturaron su vida
y priváronle indudablemente de producir nuevas obras literarias. En vista de
ello, puestos de acuerdo el obispo Morgades, superior de mosén Cinto, y el
marqués de Comillas, propusiéronle que se alejase de tanto agobio y, dejando
para otro el reparto de limosnas, fuese él a vivir una vida más en consonancia
con su misión de poeta. Así lo aceptó, yendo a instalarse en La Gleva (26 de
Mayo de 1893), un santuario de la Virgen, de admirable situación, cerca de
Vich. Pero había de ocurrir que, quitada de en medio la mano dadivosa, se
perjudicaran intereses creados, y éstos pusieran el grito en el cielo, haciendo
correr la especie de que mosén Cinto fue echado de casa Comillas y desterrado a
La Gleva. No había tal; el poeta cantaba desde aquel santuario como en sus
buenos tiempos, díganlo los libros y poesías que desde allí compuso, y díganlo,
sobre todo, su ejemplar vida sacerdotal, dedicada a endulzar tristezas,
prodigar consuelos, repartir limosnas y demás obras caritativas de que nos da
cuenta Pedro Roca y Redorta, custodio que fue de La Gleva durante la
permanencia de mosén Cinto en el santuario. Lo que hay es que, quien más
perjudicado se vio con el alejamiento del limosnero de casa Comillas, no paró
hasta dar con él en La Gleva, imbuyéndole la idea del destierro y de la
persecución y deslizando a su oído tan malsanas ideas, que lograron destruir la
felicidad de mosén Cinto, quien acabó por huir de La Gleva y de su obispo, el
cual le requirió en vano oficial y oficiosamente, apelando a medios que han
dado lugar a hablarse de persecuciones. Empeoró la cosa la publicación de unas
cartas del poeta en defensa propia, dando cuenta de su triste vida, escritos
que causaron sensación, sí bien el público, lamentando tamaños infortunios no
pudo hacer nada por aliviárselos, porque una cosa contaba el poeta y otra veía
la opinión imparcial. Ramón Turró, ferviente defensor de mosén Cinto, dice,
refiriéndose al marqués de Comillas, «que su Mecenas fue siempre para él un
hombre noble y que así hay que proclamarlo y reconocerlo». Cuando el poeta
salió de Barcelona, se sabía que el marqués estaba dispuesto a pagar todas sus
deudas, a condición de que se dejase guiar y que rehuyera las compañías que le
explotaban; y siendo así, entre la gente sensata acabó de descartársele de toda
participación en las penas del poeta, máxime cuando el mismo Verdaguer publicó
en sus escritos esta carta: «Mi muy querido mosén: En cuanto que examine usted
su conciencia acerca de si ha distribuido o no bien mis limosnas, se lo prohibo,
si puedo prohibírselo; y en cuanto a que usted en casa no haya hecho nada
bueno, sólo le diré que nunca podremos pagarle el bien que nos ha dado y todo
el cariño que le debemos. Es usted muy dueño de no creerlo así por su modestia,
pero es así, y así lo creo yo. C. López Brú.» ¿Qué barrera infranqueable se
oponía a la inteligencia entre Morgades, Comillas y Verdaguer? Nos lo dirá el
doctor Turró. Habla de la bondad, candidez y sencillo corazón de mosén Cinto, y
exclama: «Sugestionable como era, su cerebro era como de blanda cera; el dedo
impreso, allí se quedaba. En estos asuntos doña Deseada era maestra; nadie como
ella intuía lo que mejor podía moverle en determinado sentido.» Esta señora,
una de las favorecidas con las limosnas de casa Comillas, se trasladó desde su
modesta habitación a un confortable piso en la calle de Puertaferrisa, y más
tarde en la de Aragón. En aquélla fue a vivir mosén Cinto y allí se hallaba
cuando se le prohibió celebrar Misa (23 de julio de 1895) fundándose en la
desobediencia a su Prelado, si bien, según dice el reverendo Roca, «en manera
alguna ha de considerarse esto como una nota fea para mosén Cinto, atendido a
que, si desobedecía, no era directamente para contrariar al Prelado, sino para
defender su derecho natural evitando la persecución y la reclusión en un
manicomio. Era porque estaba sugestionado, de tal manera, que creía que de este
modo cumplía un deber de conciencia...» Porque esto fue así y no de otro modo;
porque las obras que compuso mosén Cinto hasta serenarse su tribulación (Flors
del Calvari, Roser de tot l'any) en nada desdicen del fervor místico de sus
anteriores, si bien manan sangre en algunas de sus composiciones; por ello y
nada más que por ello le fueron devueltas por el obispo Morgades las licencias
de celebrar, el 5 de Febrero de 1898. El obispo de Barcelona, doctor Catalá, le
confirió un beneficio en Nuestra Señora de Belén, y a haberse desasido de
aquella familia, que él tomó por una segunda familia, porque decía que le
amparó en momentos angustiosos, pero en quien veía todo el mundo a la única
causante de sus desdichas, mosén Cinto, para sus propias necesidades, se
hubiera enseñoreado nuevamente de la situación, porque el pueblo catalán
adoraba en él y, al propio tiempo, lamentaba la excesiva carga que ya pesaba
sobre sus espaldas, a la cual debía añadirse el peso de las deudas que antes
contrajera, aumentadas durante dicha época con los exorbitantes gastos a que
por ellas se vio sujeto. Desde 1896, en que apareció el primer número de la
revista quincenal L'Atlántida, data una nueva era de producción verdagueriana.
El 17 de Agosto de aquel año presidió un certamen literario, organizado por el
Ateneo Graciense, en cuya fiesta leyó Lo lliri de l'Escut de Gracia. Publicó
Flors del Calvari y Santa Eularia. Dirigió las revistas La Creu del Montseny y
Lo Pensament Catalá; presidió otros certámenes en Lérida, La Bisbal, Berga y
Sarriá, recibiendo en todos esos puntos pruebas inequívocas del gran afecto que
se le guardaba, hasta que, avanzado el mes de Marzo de 1902, mosén Cinto, que,
a pesar de su estado de debilidad, se obstinaba en practicar los ayunos
cuaresmales, vio agotarse sus fuerzas y acentuarse la enfermedad que hacía años
llevaba latente en sus pulmones, precipitando con ello su desenlace. El 17 de
Mayo era trasladado a Villa Joana, una posesión situada en Vallvidriera, y a
las cinco de la tarde del 10 de junio de 1902 moría santamente el gran místico,
después de pronunciar las palabras: Jesús, Jesús, ampareume! (Jesús, Jesús,
amparadme!). Cataluña vibró de dolor ante la pérdida de su poeta.» (EUI
67:1419-1420.)
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El revolucionario ruso León Trotsky |
¿El Marqués de Comillas y Trotski?
León Trotski (1879-1940) vino a España en 1916, expulsado de
Francia por germanófilo. En 1929 la Editorial España, de Madrid, publicó en
traducción directa del ruso por Andrés Nin, su libro Mis peripecias en España.
Con un prólogo especial del autor para la edición española y un
esbozo-semblanza sobre Trotski por Julio Alvarez del Vayo. El «Prólogo a la
edición española» lo firma Trotski en su destierro de Constantinopla en julio
de 1929: «No viví en España como investigador u observador, ni siquiera como un
turista en libertad. Entré en este país como expulsado de Francia y residí en
él como detenido en Madrid y como vigilado en Cádiz, en espera de una nueva expulsión.
(...) Pero si este librito puede despertar el interés del lector español e
inducirle a penetrar en la psicología de un revolucionario ruso, no lamentaré
el trabajo que ha hecho mi amigo Nin para traducir estas páginas escuetas y sin
pretensiones.» En principio no hay por qué dudar del siguiente relato, aunque
los desajustes que contiene (¿de Rusia?, ¿a Méjico?) obligan a mantener ciertas
reservas:
«Estos días, con motivo del
centenario del nacimiento y traslado de los restos mortales del marqués de Comillas
al Seminario, he leído a través de la prensa y revistas rasgos y anécdotas de
su vida, siempre grandiosos: desde sostener en Barcelona a 300 familias hasta
el intento de compra de la ciudad de Roma para el Papa. Hay escritas del
marqués de Comillas varias biografías y entre ellas una muy completa y
emocional del Rdo. P. Regatillo. Ahora, que tanto se habla y se escribe sobre
Rusia y el comunismo, es una pena, que se silencie en ellas, de cómo consiguió
el Marqués, que el agitador internacional Trotsky saliera de España, cuando su
presencia aquí era gran amenaza y gran peligro, que el Gobierno no advertía, o,
si lo advertía, no acertaba a conjurarlo. Trotsky llegó a España fugitivo de
Rusia, y trató de poner aquí en pie la revolución. Le habían dicho que esto
podía ser fácil. Y él comenzó sus trabajos, confiado en que habrían de obtener
el resultado que buscaba. Los manejos llegan a oídos de Comillas, que envía
inmediatamente a un emisario para que conozca en cuánto cifra Trotsky un
compromiso de abandonar urgentemente el suelo español. «Quiero 5.000 pesetas y
un pasaje para Méjico», responde el agitador ruso. Comillas accede
inmediatamente a la modesta petición de quien tan encendidos planes
revolucionarios traía a España. Trotsky coge su dinero y su pasaje y sale para
Méjico. En España nadie, más que el emisario del marqués, se entera de que ha
sido Comillas quien ha librado al Gobierno de la amenaza de tal indeseable.»
(Carta de José Echeandia, desde Navárniz, el 29 abril 1953, en Unión Fraternal,
Comillas, mayo 1953, año XLIV, nº 173, páginas 234-236.)
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E Rey Alfonso XIII en 1916. |
Fabulosa y supuesta bilocación del Marqués de Comillas en 1917
«Su Majestad el Rey D. Alfonso
XIII (Q. S. G. H.), contó después de una comida de familia en el Grand Hotel
(Roma) en la primavera del año 1940 el siguiente episodio: En una de las más
graves crisis se encontraba el Rey desanimado, y echando de menos a Comillas
que se encontraba en Barcelona, exclamó: "Esta vez no vendrá ni Comillas,
por estar fuera de Madrid." En aquel momento se le anunció la visita del
Marqués. Como siempre, se le ofreció incondicionalmente y se permitió darle
algunos consejos. Al cabo de un rato de despedirse el Marqués, necesitó su
Majestad de su colaboración y le hizo llamar. Contestaron de su casa que el
Marqués estaba en Barcelona desde hacía una semana... Hizo entonces el Rey
telefonear a Barcelona y pudo hablar personalmente con él, recibiendo, como
siempre frases de adhesión, y lamentando no haber podido acudir personalmente a
Palacio como en otras ocasiones similares... El Rey terminó diciendo que aunque
hoy día hay gente que trata de explicar estos fenómenos, él lo atribuía a
milagro. El precedente relato le oyeron de labios del mismo Rey, además de
otras personas, su hijo D. Juan y el Secretario particular de éste, D. Ramón
Padilla, que lo atestiguan; el cual en carta al P. Regatillo añade que la
crisis política en que acaeció este caso de bilocación debió ser la de 1917,
cuando D. Antonio Maura tuvo que formar el famoso Gobierno Nacional.» (Eduardo
F. Regatillo, S. J., Un marqués modelo. El siervo de Dios Claudio López Bru,
segundo Marqués de Comillas, Sal Terrae, Santander 1950, páginas 226-227.)
Fallecimiento, causa de beatificación y Centenario
«¡Era un santo! ¡Vivió como un
santo! Y santa y dulcemente como había vivido, entregó en Madrid su alma a Dios
el 18 de abril de 1925, a los setenta y dos años de edad, el excelentísimo
señor don Claudio López Brú, segundo marqués de Comillas. La imagen del
Crucifijo fue lo último que contemplaron sus ojos al velarse; la voz de su
esposa, verdadera mujer fuerte que le ayudaba a bien morir con fortaleza y
magnanimidad admirables, el último sonido que escuchó. Su vida se extinguía,
como se apagan los últimos rayos del sol poniente. Con él desaparecía un
glorioso adalid de la Iglesia militante en nuestra Patria. Con él se iba toda
una época, toda una tradición de catolicismo práctico. España perdía en él a
uno de sus hijos más preclaros; la Iglesia, uno de sus más ilustres defensores.
(...) Delante de su cadáver acudieron a llorar cuanto de grande había en la
Corte: los Reyes, el Gobierno, los Prelados, los políticos, la nobleza. Todos,
a una, asentían a la frase del Monarca a la viuda: «Tú has perdido un esposo
modelo; nosotros y España hemos perdido más que tú.» Sí; el Rey de España, la
Monarquía y la Iglesia perdieron al mejor de sus servidores. Ninguna otra
muerte hubiera arrancado lágrimas tan sinceras de tantos ojos y de tantos
corazones. El financiero, el naviero, el industrial, el hombre de negocios
podían ser reemplazados. El gran patriota, el monárquico ferviente, el hombre
generoso, dispuesto en todo instante al sacrificio, ése, no. (...) En una
sencilla caja de caoba con aplicaciones artísticas de metal, pasaron sus
restos, amortajados con una humilde sotana de jesuita, por las calles de
nuestra capital, en el entierro más solemne –con la solemnidad de una
procesión– que haya visto Madrid. Todas las clases sociales, cuantos en vida se
relacionaron con él, cuantos debían gratitud a su generosidad, cuantos pudieron
apreciar sus dotes admirables, se dieron cita en este callado homenaje. Hasta
el Rey, a quien el protocolo impedía sumarse al fúnebre cortejo, ordenó que el
cadáver pasara ante su Palacio. Allí, desde su balcón, con una tristeza inmensa
en el semblante, dio el último adiós al más leal de sus vasallos. «Bien puedes
llorar –se decía para sus adentros el apoderado del marqués, señor Guasch,
contemplando el tristísimo ademán de Su Majestad, apoyado el brazo en el hierro
del balcón y la frente sobre la palma de la mano–, bien puedes llorar, pues se
te va el mejor de tus amigos.» El cadáver fue trasladado a la Capilla-panteón
de Comillas. Desde Torrelavega, los caminos, atestados de un gentío inmenso,
que lloraba y bendecía su memoria, hicieron de su entierro un triunfo fúnebre,
igual al que se tributa a los santos.» (Berta Pensado, El Marqués de Comillas,
Temas españoles nº 83, Publicaciones Españolas, Madrid 1954, páginas 4-5.)
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universidad pontificia comillas |
El 15 de noviembre de 1948 se entregaban a la Sagrada
Congregación de Ritos, en el Vaticano, los procesos diocesanos practicados en
España para lograr la beatificación del segundo marqués de Comillas, «el Santo
laico», «el Marqués humilde de la caridad». A partir de 1952 desde la
Universidad Pontificia de Comillas se redobla la propaganda de la causa de
beatificación del marqués:
«Dos ruegos del R. P. Rector [del
Seminario-Universidad Pontificia de Comillas] (...) B) Suplicó después la
colaboración de todos con el Seminario en la campaña proyectada de mayor
propaganda en pro de la Causa de Beatificación del que fue Segundo Fundador del
Seminario, D. Claudio López. De Roma se reciben gratísimas impresiones. El
próximo octubre (* se ha diferido el traslado para la próxima primavera) se
trasladarán, Dios mediante, los venerables restos de su cuerpo, del panteón a
la capilla de San Ignacio, de nuestra iglesia; simétrica, como todos recuerdan,
a la de San Antonio, donde descansan las cenizas del P. Tomás Gómez. Un
excelente medio para esa propaganda es dar a conocer la vida popular de D.
Claudio, escrita, en estilo ameno y con pleno conocimiento de la materia, por
el P. Regatillo.» («Desde la Cardosa», en Unión Fraternal, Comillas, noviembre
1952, año XLIII, nº 171, página 278.) «Probablemente hacia el 20 de
febrero (hoy no se puede precisar más), serán trasladados del Panteón a nuestra
iglesia pública los venerandos restos del Siervo de Dios, D. Claudio López,
segundo Marqués de Comillas. Ya han excavado el hueco para la urna que los
contenga, abierto en el muro lateral del evangelio de la capilla de San Luis.
Serán estas, como lo esperamos, la fecha y ceremonia iniciales de una
propaganda más activa a favor de su causa de beatificación, de cuya marcha en
Roma, por otra parte, se tienen buenas impresiones.» («Desde la Cardosa. Habla
la Central, 7 enero 1953», en Unión Fraternal, Comillas, febrero 1953, año
XLIV, nº 172, páginas 1-2.)
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Imagen antigua de la Universidad Pontificia de Comillas en Cantabria |
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AUTORES.
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