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13 de abril de 2019

«Absoluta desigualdad»

Una milicia hecha ejército
Ilustración de Alfonso Zapico
El 3 de septiembre de 1936, los dirigentes del bando republicano se reunieron en Grado para dictar instrucciones que impusieran el mando único y la disciplina entre los milicianos
Ilustración de Alfonso Zapico
La guerra civil, en Asturias, fue una contienda en la que los dos bandos enfrentados estaban en absoluta desigualdad de condiciones. Por el lado de los sublevados, había un Ejército perfectamente estructurado, experimentado, con todos sus cuadros, soldados y armamento, en el que fue fácil incorporar a los voluntarios o reclutas llamados a filas. Además, el coronel Aranda, al hacerse cargo de la Comandancia de Asturias, en previsión de que se pudiera repetir otra intentona revolucionaria como la de octubre de 1934, había aumentado la dotación armamentística, particularmente de ametralladoras. La incorporación de León al bando de los sublevados permitió a éstos disponer de la base aérea de la Virgen del Camino desde la que poder enviar con facilidad aparatos de guerra contra Asturias. La base militar naval del Ferrol permitió también a los sublevados contar con el dominio en el Cantábrico. Cuando los republicanos quisieron contrarrestar ese poder, fue a costa de desproteger el estrecho de Gibraltar, lo que permitió el paso acelerado de tropas del norte de África a la Península para apoyar a los sublevados, como más adelante se verá.
Ilustración de Alfonso Zapico
Por el lado republicano no había Ejército. El propio Gobierno se encargó de disolverlo y en su lugar se armaron milicias de ciudadanos. Éstas carecían de toda experiencia y formación militar, por más que algunos de los militantes que habían participado en la Revolución de Octubre creyeran que dominaban el arte de la milicia. Apenas tenían armas, y las que poseían eran de los más variados calibres, lo que convertía en un auténtico galimatías los trabajos de aprovisionamiento de municiones, porque tampoco contaban con especialistas en lo que hoy se conoce como logística. La falta de experiencia y de preparación quedó en evidencia, sobre todo, en los enfrentamientos sostenidos contra las columnas gallegas que avanzaban por el Occidente. La guerra, en ese frente, era mucho más complicada que la lucha contra el cuartel de Simancas o el cerco desplegado en torno a Oviedo. La inexperiencia en el despliegue y en el movimiento en campo abierto hacía que muchas veces se produjeran retiradas ante el miedo a ser copados, lo que facilitó el avance de las citadas columnas, sobre todo en el primer mes y medio. Por otra parte, una parte muy sustancial del proletariado asturiano, el de ideología anarquista, era radicalmente opuesto a todo lo que significara disciplina, escala de mando, etcétera.
Ilustración de Alfonso Zapico
La conversión de las milicias, primero voluntarias, y luego reclutadas por las quintas, en un Ejército medianamente organizado fue un proceso que llevó bastante tiempo. Al igual que en la recomposición de todo el aparato estatal republicano en Asturias hubo que partir de cero, en lo militar ocurrió otro tanto. La experiencia frente a las columnas gallegas hizo ver al mando republicano asturiano que para poder oponer una resistencia efectiva y acometer operaciones ofensivas de alguna entidad se imponía organizar más y mejor a las milicias. La actuación entusiasta y decidida de los grupos voluntarios de las primeras semanas no era suficiente cuando se enfrentaban en campo abierto a un contrario perfectamente disciplinado, que movía con seguridad sus efectivos. Como contó el dirigente faísta Ramón Álvarez Palomo a Ronald Fraser, para su historia oral de la guerra civil («Recuérdalo tú y recuérdalo a otros»): «Lo único que teníamos eran guerrillas. Quiero decir grupos de hombres cada uno de los cuales iba a donde quería. Alguien gritaba: "¡Eh, una mujer dice que los gallegos están ahí abajo y que estamos rodeados!". Cogían sus trastos y se largaban. Por eso podían avanzar las columnas insurgentes. No obtuvimos algunas victorias hasta que abandonamos la lucha de guerrillas y formamos un Ejército, por muy malo que fuese y por mucho que hubiéramos tardado en formarlo?».
Ilustración de Alfonso Zapico
El 29 de agosto un editorial titulado «Las milicias populares», publicado en la prensa controlada por los anarquistas en Gijón, reconocía: «Nosotros somos un ejército irregular. Tenemos valor. Valor e ideales. Dos elementos indispensables, pero insuficientes. Estamos haciendo la guerra según los consejos y dictado de nuestro instinto. Y el instinto, como la mano que mueve una lima, necesita el cerebro que la conduzca [...]. Convertir las milicias en un ejército disciplinado es tarea difícil [?]. Pero la realidad va demostrándonos todos los días que al ejército fascista, disciplinado, por lo regular, sólo le batiremos cuando podamos oponerle una fuerza regular y disciplinada [...]. A la disciplina de los demás, opongamos la propia disciplina. De esa manera aproximaremos la victoria y ahorraremos sangre. El instinto de conservación lo demanda». Tras un mes de guerra, todas las organizaciones encuadradas en el Frente Popular reconocían la necesidad apremiante de la disciplina y de la acción y el mando único. Fue así como a lo largo de la última semana del mes de agosto, en las oficinas del Banco Asturiano, en Salas, se celebraron reuniones de mandos militares y de milicias, y de políticos, para analizar la marcha de la guerra en el frente occidental.
Ilustración de Alfonso Zapico
En ellas cobró cuerpo la idea de que era necesario militarizar o profesionalizar las milicias para poder ofrecer una respuesta conjunta y firme al Ejército contrario. Finalmente, el 3 de septiembre de 1936 se reunieron en Grado representantes oficiales de todos los partidos políticos integrados en el Frente Popular, de las organizaciones sindicales, los miembros del Comisariado de Guerra y el comandante Gállego, el militar que ya había participado en la organización de las milicias en Gijón desde el primer momento. En esa reunión se llegó al convencimiento de que era imprescindible dar a las unidades armadas la necesaria consistencia y disciplina que exigía la guerra que se estaba sosteniendo y redactaron unas orientaciones generales que servirían de base para imponer sanciones de carácter disciplinario. Los miembros del Comisariado de Guerra -Ramón González Peña por los socialistas, Avelino González Entrialgo por los anarquistas, y Juan José Manso por los comunistas- fueron los encargados. En los días siguientes fueron redactadas «instrucciones para los jefes de columna» y unas «instrucciones para el combate» redactadas por el comandante Gállego.
Ilustración de Alfonso Zapico
De la reunión de Grado salió el acuerdo de establecer la «disciplina y el mando único» en las milicias. El 6 de septiembre de 1936 se publicaban en el diario «La Prensa», de Gijón, unas «Instrucciones para los Jefes de columna», en las que se decía: «Mando único no significa solamente que haya una cabeza o un órgano visible que adquieran la responsabilidad de las acciones de guerra; para que exista el mando único (y éste es el compromiso adquirido unánimemente por todas las fuerzas militares y políticas para sus afiliados) es indispensable que el órgano cabeza visible sea obedecido por todos». Suscribían estas instrucciones, aparte del comandante Gállego, Onofre G. Tirador, de la CNT-FAI; Jesús Ibáñez, del PSOE, y Ceferino Álvarez Rey, del PCE. El mismo 6 de septiembre, «La Prensa», en un editorial titulado «Unidad de acción y disciplina», insistía en las mismas ideas: «La guerra tienen que hacerla soldados (...). Con uniforme o sin él. Con un distintivo social al cuello o con gorro; pero militar al fin. Recluta o miliciano, ha de significar una misma cosa: disciplina, obediencia a quien mande (...). De esa manera se borrarán muchos particularismos de partido y de escuela y un pensamiento único posibilitará una acción única [...]. Si algunos principios se despeñan, empujados por superiores realidades, conformémonos».
Ilustración de Alfonso Zapico
Con la decisión de «militarización y mando único» que se rubricó en Grado, Asturias se adelantó más de un mes a varios decretos que en el mismo sentido dictó el Ministerio de la Guerra. Entre ellos, uno de 30 de septiembre de 1936 por el que las milicias se sometían al Código de Justicia Militar; y otro de 16 de octubre de 1936 por el cual el Ministerio de la Guerra asumía el mando de las milicias a través del Estado Mayor Central. El acuerdo de Grado fue suscrito, entre otros, por Belarmino Tomás, Onofre García Tirador, Juan Ambou, Ramón González Peña, Manuel Álvarez, Higinio Carrocera, Rufino Duarte y Francisco M. Dutor, y algunos de ellos entrarían a formar parte unos días después del Comité Provincial del Frente Popular que se constituyó en Gijón el 6 de septiembre de 1936. Coincidiendo con todo el proceso de militarización de las milicias, a comienzos de septiembre se trasladó a Gijón, desde Sama, el Comité Provincial del Frente Popular, con lo que se inició un proceso de centralización y reorganización del poder republicano que se completaría con la disolución posterior del Comité de Guerra que actuaba en Gijón. Una de las materias en las que más se dejó sentir esta reorganización fue en la justicia.
Ilustración de Alfonso Zapico
El 12 de septiembre de 1936 un decreto, en consonancia con otro del Gobierno de la República, creó el Tribunal Popular Provincial, que se constituyó en Gijón el 21 del mismo mes. Pareja a la creación del Tribunal Popular fue la disolución de cuantos «comités» venían actuando con los nombres de «Investigación», «Vigilancia», «Salud Pública» y otros análogos, decretada por el gobernador general, Belarmino Tomás, el 8 de octubre de 1936. La función de administración de justicia quedó encomendada exclusivamente al Tribunal Popular. Quedaba claro el interés de las autoridades republicanas por impedir las acciones de terror y la actuación de los incontrolados. Belarmino Tomás, gobernador general de Asturias y León, declaraba al periódico «La Prensa», el 27 de octubre de 1936: «Estoy dispuesto a que se garantice la seguridad personal de los presos dentro de las cárceles. Se ha terminado eso de sacarlos de ellas cuando se quiera». De la aplicación de estas medidas da testimonio la causa seguida unos meses después ante el Tribunal Popular de Gijón contra cuatro miembros de las «Milicias de Retaguardia», por la comisión de actos de terrorismo. Designados como «incontrolados», según el ministerio fiscal, practicaban detenciones ilegales sin que de algunos de los detenidos por ellos se volviese a saber. El tribunal impuso tres condenas de muerte y una de treinta años de reclusión (CNT, 29 y 30 de mayo de 1937).
Ilustración de Alfonso Zapico
 FUENTE:  JAVIER RODRÍGUEZ MUÑOZ
Javier Rodríguez Muñoz (Mieres, 1948), historiador.

Muñoz tiene una "acreditada trayectoria" en el estudio y la difusión de la historia de Asturias. Entre los grandes hitos resaltó "la dirección de la exposición '1388-1988, seis siglos de historia del Principado de Asturias' o la coordinación de la colección 'Biblioteca histórica asturiana', compuesta por 26 títulos. Además, colaboró en el diseño del pabellón del Principado en la Exposición Universal de Sevilla en 1992 y con labores de documentación, catalogación y documentación, en la puesta en marcha del Museo de la Minería y la Industria de Asturias, en El Entrego". Como autor, ha firmado cerca de una veintena de libros sobre la historia de Asturias, entre los que destaca la obra "La monarquía asturiana, nacimiento y expansión de un reino", editada en 2004. Fue el comisionado para los actos conmemorativos del decimotercer centenario de los orígenes del Reino de Asturias. Reputado estudioso de la historia de Asturias, exdirector del Club Prensa Asturiana de LA NUEVA ESPAÑA.


Alfonso Zapico (Blimea, Asturias, 1981). Historietista e ilustrador freelance. Profesional gráfico desde el año 2006. Trabaja en proyectos educativos del Principado de Asturias (Aula Didáctica de los Oficios) e impartido talleres de ilustración en centros educativos de Asturias y Poitou-Charente (Francia).  Realiza ilustraciones, diseños y campañas para diversas agencias de publicidad, editoriales e instituciones. Es ilustrador de prensa en diarios regionales asturianos (La Nueva España, Cuenca del Nalón, Les Noticies…).  Se estrena en 2006 con un álbum de corte histórico para el mercado franco-belga, La guerra del profesor Bertenev (Dolmen, 2009). Su primer trabajo publicado directamente en España es Café Budapest (Astiberri, 2008), donde se mete de lleno en una ficción determinada por los orígenes del todavía no resuelto conflicto palestino-israelí. Acto seguido apuesta por recrear en cómic la vida de James Joyce, Dublinés (Astiberri, 2011), que gana el Premio Nacional del Cómic 2012 y a raíz del cual surge el cuaderno de viaje La ruta Joyce (Astiberri, 2011).  Vive en la localidad francesa de Angouléme, donde, tras realizar El otro mar (Astiberri, 2013) a caballo de su Asturias natal, a la que vuelve con regularidad, se encuentra preparando su nueva y ambiciosa obra, “La balada del norte”, que constará finalmente de cuatro tomos.  Esta magnífica obra es un autentico tesoro de la novela gráfica española y refleja la negrura de los valles mineros de Asturias de los que surgen personajes luminosos, y bajo el ruido atronador de las minas de carbón se escucha el susurro de una canción antigua. Los viejos y nuevos tiempos chocan brutalmente poniendo a prueba al protagonista, pronto a la Humanidad entera. Éste es el sonido de "La balada del norte". En un paréntesis, entre el segundo y tercer volumen de La balada del norte, Zapico completó Los puentes de Moscú (Astiberri, 2018), para mostrar de nuevo su faceta como reportero gráfico al poner el micro al diálogo entre el político Eduardo Madina y el músico Fermin Muguruza. Sus libros han sido traducidos al inglés, francés, alemán o polaco. (…). Foto Wikipedia http://alfonsozapico.com
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