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19 de abril de 2018

Huellas de la emigración asturiana

Historias al otro lado del charco
Emigrantes en cubierta, dibujo de Shaun Tan
Tres mujeres que emigraron a América entre finales del siglo XIX y mediados del siglo XX  y retornaron a Asturias relatan su experiencia
Dibujo de Emigrantes, libro de Shaun Tan
Muchas familias de Asturias conocen de cerca lo que es el fenómeno de la emigración. La mayoría de los asturianos tienen cerca a alguien que, en algún punto de su vida, se ha visto obligado a marcharse lejos de su hogar con el objetivo de prosperar o, simplemente, de buscarse un futuro. Varias generaciones han hecho la maleta para viajar a un país extranjero del que solo habían oído hablar en las cartas de sus conocidos, aquellos que se habían ido antes.
Martina Fernández junto a su marido, Alberto Argüelles, en su tienda de Argentina
Mientras unos buscaban suerte, otros se marchaban por necesidad. Las condiciones en las que se encontraba el país debido a la Guerra Civil provocaban que las familias buscaran soluciones desesperadas y zarpar a un país desconocido era la mejor opción para aquellos que pudieran reunir el dinero para comprar los billetes. En muchas ocasiones, las familias no podían permitirse viajar juntas, por lo que primero se iban los hombres y, cuando ya habían encontrado un trabajo y podían enviar el dinero a casa, las mujeres seguían su camino. El boom migratorio a América Latina entre finales del siglo XIX y mediados del siglo XX supuso uno de los hechos más importantes para la región. Muchos se marchaban principalmente a países en pleno desarrollo, como lo eran Argentina, Cuba, México o Uruguay. Aunque las cifras son aproximadas debido a que una parte de la población emigró de forma clandestina, se estima que unos 350.000 asturianos, de los cuales un 30 % eran mujeres, abandonaron Asturias en aquella época. Esta cantidad refleja la necesidad de huir de un lugar en el que el hambre y la inestabilidad social y política afectaba a la mayoría de los asturianos, sobre todo a aquellos que residían en la zona rural.
Billete del crucero Montevideo-Vigo de la Compañía Ybarra en 1974.
Por otro lado, cabe destacar el rol de la mujer como emigrante. El contexto social de la época estaba basado en un sistema machista, en el que el comportamiento de la mujer estaba en el punto de mira: las tareas que debían realizar, la vestimenta o su actitud se seguían con total atención. Si no era fácil empezar de cero en otro país para un hombre, lo era menos para una mujer. Estas necesitaban el permiso de su padre o marido para viajar, por lo que muchas, además de conseguir el dinero para comprar el billete, tuvieron que solucionar la parte burocrática con la ayuda de sus familias. Aquellas que no poseían el apoyo de los hombres de su entorno, no les quedaba otra opción que viajar de forma clandestina. Así, la población femenina de Asturias representa un gran papel en la emigración, ya que suponen un gran porcentaje de mujeres que se marcharon en las mismas condiciones y por las mismas razones que los hombres. Tres mujeres asturianas, que emigraron a diferentes países durante ese periodo migratorio de la región, relatan su experiencia como emigrantes.
Emigrantes. La cara menos amable de la emigración
Martina Fernández Fernández, casada para poder irse
Nacida en la villa de Salas, se marchó a Buenos Aires (Argentina) en 1955. Su pareja se crió en un ambiente privilegiado, ya que su familia poseía una carnicería en Salas. Decidido a mantenerse por sí mismo, emigró a Buenos Aires antes que Martina, ya que allí le esperaba su hermana. Cuando reunieron el dinero suficiente y llegó el momento de emigrar, Martina tuvo que «casarse por poderes», ya que en aquel entonces, la sociedad no veía con buenos ojos que una mujer viajara sin la compañía de su marido, por lo que muchas tenían que contraer el matrimonio por razones burocráticas. Una vez allí, abrieron una tienda de ultramarinos y rehicieron su vida. Fue en Buenos Aires donde nacieron sus dos hijos, Marta y Jorge, que visitaron España en el año 1966 cuando su abuelo estaba enfermo: «Vinimos para visitar a mi abuelo y aquella visita duró 52 años», afirma su hija. Una vez en Salas, la familia abrió un bar, que se convirtió en su principal fuente de ingresos.
Francisco Gayol, al fondo, en su bar de Montevideo.
 Amor Fernández Díaz, sola a Cuba
Nació en Otero, un pequeño pueblo del concejo de Salas. Cuando contaba con dos años, su madre soltera se marchó a La Habana (Cuba) y la dejó al cuidado de una de sus tías, a la que desde entonces llamaría mamá. Con 22 años su madre le envió dinero para que emigrara a La Habana (Cuba), pues le había encontrado un trabajo. Con 22 años Amor viajó durante 10 días en un barco que le llevaría hasta su nuevo país de residencia, un país en crecimiento y plena modernización en comparación con España: «Tenían lavadora, secadora, nevera y hasta baño en casa», dice Amor cuando recuerda las diferencias abismales con su casa en Asturias. «Nos moríamos de hambre y allí tenían de todo por los americanos». Trabajó durante años como empleada del hogar en tres casas distintas, donde la mayoría de sus dueños eran españoles emigrados, al igual que ella, pero con un alto nivel económico. Tiempo después, en 1953, tuvo lugar la Revolución Cubana y Fidel Castro ascendió al poder.
Bar de Francisco Gayol y Nieves Méndez en Montevideo.
«Todos los ricos se marcharon porque les quitaron todo», afirma Amor, quien tuvo que dejar Cuba debido a la falta de trabajo. «En un principio, iba a irme a Montevideo porque unos familiares me ofrecieron trabajo en una fábrica de pasta. Iba a irme desde La Habana y hacer escala en México, pero me salía mejor desde Asturias. Volví a Salas y nunca más me fui. Lo que es la vida». Tras su vuelta, Amor cuenta con tristeza que «el que marcha pierde los amigos que deja y el que vuelve, los amigos que hizo allí. También relata su vuelta a casa: «Cuando volví estaba muy cambiada, era presumida y allí… todavía vivían mal». Aunque Amor se quedó en Asturias definitivamente, siempre le quedaría el sobrenombre de Amor la Cubana.
Certificado de nacionalidad de Nieves Méndez.
Nieves Méndez Méndez, entre Uruguay y Asturias
Nació en Asturias en una familia humilde de labradores, al igual que su marido, Francisco Gayol. En el año 1953, Francisco emigró a Montevideo (Uruguay), donde encontró trabajo como camarero. Un año más tarde, su mujer le siguió y abrieron una tienda de ultramarinos en 1957. Tras años de duro trabajo, nació su hija Eva, que visitará Asturias en varias ocasiones en compañía de sus padres. Eva recuerda con cariño su vida en Montevideo, la amabilidad de la gente y la vida que llevaban sus padres: «Me acuerdo cómo mi madre cocinaba el cordero para comerlo frío en fin de año; lo celebrábamos en la calle, con toda la gente… como era verano».
Viejo Hotel de Inmigrantes, Buenos Aires. Archivo General de la Nación, Argentina.
El negocio de sus padres prosperó y pudieron permitirse abrir otro bar en el centro de la ciudad. En 1968 nació su hermano Daniel y poco tiempo después tuvo lugar el Movimiento por la Liberación Nacional de los Tupamaros. «En la tele decían: mañana toca registrar las casas de este número a este otro. Una vez estábamos en casa y entró un señor vestido de soldado. Mientras rebuscaban por toda la casa en busca de panfletos, el señor me dijo que si tocaba el piano. Y allí estaba yo, tocando pasodobles a soldados mientras registraban mi casa», rememora Eva.
Crucero en el que volvió de Montevideo la familia de Nieves Méndez. BarcoEvaPhot
En 1974, su familia decide volver a Oviedo por la inestabilidad política, que repercutía en la economía directamente. «Era una etapa de tensión continua. Había muchos secuestros. Una vez mi madre estaba en la peluquería con mi hermano y escuchamos tiros. Todos los negocios cerraron sus puertas y mi madre salió para dirigirse al bar en el que estaba mi padre. Un soldado nos ayudó a llegar hasta allí». Nieves y Francisco se trajeron todo lo que pudieron en el barco, cuyo trayecto duraba un mes. No sabían lo que se iban a encontrar en España, pues habían dejado un país pobre atrás y el contacto con la familia se había perdido en la distancia. «Nos llevamos desde mi osito de peluche hasta el piano».
La madre del emigrante Gijón (Spain). Escultura de bronce de Ramón Muriedas
En el momento en el que llegaron a Oviedo, Eva afirma que, a pesar de las diferencias con Uruguay, se sentía como en casa: «la gente saludaba por la calle, en el autobús se le cedía el sitio a la gente mayor… actuaban de la misma manera. Pero en Uruguay nunca había visto a un cura con sotana, allí iban en vaqueros y predicaban de una forma menos formal. Allí siempre había ido con las monjas y no recé un rosario hasta que llegué a España». Con el tiempo, la familia de Eva abrió una cafetería en Oviedo. «Mi madre siempre quiso volver, pero mi padre se hubiera quedad allí si hubiera podido. Nunca volvieron a ser del todo españoles».
Billete de un crucero Montevideo-Vigo de la compañía Ybarra de 1974.
 Muchos de los que huyeron para sobrevivir a un país en el que no conocían a nadie, se adaptaron a una cultura totalmente nueva para ellos, trabajaron duro para salir adelante y, en el momento de volver a su país de origen, se sintieron como extranjeros en su propia casa. Por ello, a raíz de la tradición migratoria de la región, se han formado varias asociaciones y grupos de distinta índole en Asturias. Mientras que unos se reúnen para compartir sus experiencias o mantener el contacto con la familia o amigos que se quedaron al otro lado del charco, como el Círculo Salense de La Habana o el Centro Asturiano, otros ayudan a nuevos retornados con el objetivo de facilitarles los trámites de su llegada y asesorarles en el ámbito burocrático.
Monumento al Emigrante en Navia y durante su construcción (foto de 1916). (asturiasfamiliar.blogspot.com)
FUENTE: LAURA FERNÁNDEZ FERNÁNDEZ
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