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23 de febrero de 2017

Un antes y un después en la minería asturiana (I)

El encierro que inició la reconversión
El castillete del Pozo Barredo en Mieres, instalado en 1941 (MTI Blog)
Dirigentes del SOMA y de CC.OO que participaron en la protesta en el pozo Barredo hace poco más de 25 años rememoran una movilización clave en el proceso de ajuste del carbón
Universidad de Mieres
El mastodóntico edificio de hormigón sobre el que pilota el campus universitario de Mieres ha tapado parcialmente el pozo Barredo, aislándolo de la ciudad. El majestuoso castillete se sigue elevando como vigilante, pero la vieja explotación es ahora un espacio que rezuma melancolía, un lugar olvidado. Algún joven accede a su explanada para pasear a su perro y poco más. Para ojos extraños podría pasar por un adorno temático vinculado a la cultura industrial de la comarca. Pero lo cierto es que esta vieja explotación de carbón acaudilló hace ahora 25 años la más icónica y significativa de las movilizaciones modernas de la minería. Durante un tenso encierro que duró 12 días, con incesantes protestas en las calles, el sector logró abrir nuevos horizontes para una actividad que agonizaba y, lo que es más relevante, logró impulsar una negociación que en los años siguientes se plasmaría en una proceso de reconversión con un cierre ordenado de pozos, ayudas a las empresas, prejubilaciones y un caudal de recursos económicos (fondos mineros) para las comarcas mineras y para toda Asturias, si bien su aprovechamiento es objeto de discusión.

Antonio Hevia y Berto Barredo de CC.OO, durante el encierro
A finales de los ochenta soplaban vientos gélidos para la minería asturiana. Del norte llegaba la amenaza de una galerna que se había llevado por delante al bien armado sindicato de los mineros británicos -National Union of Mineworkers-, que fue literalmente tragado por una ola de políticas neoliberales alimentada por el implacable empuje conservador de Margaret Thatcher. Al sur del Pajares el carbón tampoco generaba simpatías. En Madrid, el Gobierno socialista de Felipe González trabajaba en una reestructuración del sector, un plan que no dejaba de ser una liquidación poco disimulada de la actividad minera.
Castillete del pozo Barredo, junto al edificio principal del campus de Mieres.
En este intrincado escenario propicio para la derrota, dos frentes sindicales que llevaban años combatiendo encarnizadamente entre ellos en los pozos, se miraron a los ojos, enterraron momentáneamente sus disputas y se colocaron espalda con espalda embebidos en un desesperado espíritu de resistencia. Tras largos meses de una huelga casi ininterrumpida en las minas asturianas y una vez logrado que toda Asturias les secundara en su reivindicación laboral, el 22 de diciembre de 1991, un total de 36 mineros, todos ellos integrantes de las ejecutivas de SOMA-UGT y CC OO, tomaron al asalto el pozo Barredo, situado en pleno centro de Mieres. Se descolgaron en plena noche hasta su cuarta planta. Un inesperado golpe de efecto que desconcertó al Gobierno, rearmó a los mineros y trasladó el campo de la batalla política a cuatrocientos metros bajo tierra, un inhóspito terrero que cambió el signo del proceso de ajuste minero.
Los lideres sindicales José Ángel Fernández Villa y Antonio Hevia durante el encierro
La sombra de Thatcher y la unión sindical
El encierro de Barredo fue para los mineros asturianos su paso de las Termópilas. 
El pozo mierense estrechó el frente de defensa del sector hasta el punto que la resistencia fraguó en unas conversaciones de "paz" con el Gobierno Felipe González.
Antonio Hevia en la actualidad, 
La idea del encierro nació en la mente del por entonces máximo responsable minero de CC OO, Antonio Hevia. "De no ser por la capacidad de diálogo y el talante conciliador de Tonín (Hevia) no hubiera sido posible todo aquello". Varios miembros del SOMA reconocen así el importante papel que jugó el líder de CC OO. Organizar una acción conjunta entre los dos sindicatos no era tarea sencilla hace veinticinco años: "En los pozos la gente sentía que peligraban sus trabajos y había mucha crispación. En ocasiones los sindicatos íbamos a rebufo de lo que se decidía en las asambleas, nos pasaban por delante. Los enfrentamientos entre ambas centrales eran constantes, con insultos, amenazas y descalificaciones", recuerda el morciniego José Manuel Suárez, por entonces secretario de Acción Sindical del SOMA: " Cogimos miedo con lo que había pasado en Inglaterra con Thatcher y nos concienciamos de que no podíamos andar todo el tiempo a hostias. Por suerte apareció Antonio Hevia, que no era tan radical como otros dirigentes de CC OO y propició un entendimiento".
Movilizaciones mineras durante el encierro del Pozo Barredo. Mieres, Asturias. Año 1991. Escudo hecho para enfrentarse a las fuerzas del orden. Archivo Histórico Minero
Antonio Hevia logró convencer a José Ángel Fernández Villa, que actualmente está expulsado de su sindicato y enfrascado en un proceso judicial por un presunto enriquecimiento ilícito. El todopoderoso secretario general del SOMA unía en 1991, a su condición de dirigente sindical, su pertenencia a la ejecutiva nacional del PSOE, partido que estaba a su vez en el Gobierno. Ciertamente su posición no era sencilla. "Esta circunstancia generaba una lógica desconfianza, ya que al estar Villa en aquella ejecutiva podría esperarse que intentase impedir las contestaciones contra su partido", explica Antonio Hevia, que finalmente logró convencer a Villa: "Es cierto que el encierro de Barredo se me ocurre a mí. Lo hablé con compañeros muy cercanos, no más de tres, y me tacharon de loco, pero hacía falta una medida contundente. Hablé con Villa en la sede de Hunosa, ya que estábamos estancados. Me dijo que era demasiado fuerte, pero que no descartaba nada. Al día siguiente me confirmó que estaba dispuesto a estudiar una movilización de este tipo, pero que entrañaba muchos riesgos".
Movilizaciones mineras durante el encierro del Pozo Barredo. Mieres, Asturias. Año 1991. Mineros enfrentándose a las fuerzas del orden. Archivo Histórico Minero
La organización del encierro se llevó en total secreto y sólo tres miembros de cada ejecutiva conocían los detalles. Raúl Casasola (SOMA) hizo los preparativos en Barredo, donde trabajaba, con gran sigilo: "Preguntaba por todo, pero intentando no levantar sospechas". Así, muchos de los dirigentes sindicales, sobre todo los del SOMA, fueron citados el mismo 22 de diciembre de 1991 sin tener conocimiento de lo que iba a suceder aquella noche: "Nos dijeron que lleváramos ropa de abrigo y que la acción podía durar más de un día, nada más", recuerdan. Tras semanas de preparativos, se eligió la fecha del 22 de diciembre, un domingo. "El gran temor que teníamos los días previos era que la policía desarticulara el operativo para acceder a la mina, lo que nos hubiera hecho hacer un ridículo espantoso. Tomamos todas las precauciones posibles", reconoce Hevia. A las seis de la tarde se comenzó a llamar a los integrantes de sus ejecutivas, en total 36 sindicalistas del SOMA y CC OO, contando a sus dos cabecillas. A las diez de la noche se citaron en el local del pasivo de Hunosa, en la calle Numa Guilhou. Fue en ese momento y no antes cuando Villa y Hevia hicieron públicos sus planes. En menos de una hora se encerrarían en la cuarta planta de Barredo. Minutos después se subieron a una comitiva de coches y, saltándose semáforos, salieron en fila india hacia la vieja explotación. "Cuando llegamos a Barredo corrimos todos hacia la jaula y un compañero tuvo que interceptar en el último momento al capataz".
Por la derecha, González Hevia y Villa, durante el encierro en el pozo Barredo
Tras un año de movilizaciones, extenuantes conversaciones y una interminable lista de reuniones oficiales con el Ministerio de Industria y con los responsables económicos del Gobierno de Felipe González, capitaneados por Carlos Solchaga, los principales líderes de los sindicatos mineros se habían atrincherado bajo tierra, donde permanecerían doce largos y agitados días. El encierro fue una impagable campaña de "marketing". La coincidencia con las fiestas de navideñas no fue una casualidad. Así, en Nochebuena, a las nueve de la noche comenzó el telediario y, tras una breve referencia a los discursos navideños del Rey y del Papa, el protagonismo fue para los mineros asturianos encerrados bajo tierra en defensa de sus puestos de trabajo: "En ese momento supimos que habíamos logrado abrir brecha. Las muestras de simpatía fueron una constante, llegando miles de telegramas de apoyo desde toda España", destaca Antonio Hevia. A esas alturas el SOMA y CC OO ya se había hecho con el control total del pozo Barredo, que se convirtió en el "búnker" desde el que Villa y Hevia dirigieron las virulentas protestas que había en el exterior, sobre todo en Mieres.
Los encerrados, durante una visita de Nicolás Redondo y Antonio Gutiérrez al pozo
Durante dos semanas la ciudad se convirtió en un campo de batalla, con constantes enfrentamientos entre mineros y antidisturbios. "Dentro estábamos muy preocupados por lo que pasaba fuera, ya que por mucha información que nos llagara teníamos una terrible sensación de aislamiento".
El 3 de enero los sindicalistas pusieron fin a su largo encierro y fueron recibidos en el exterior por una multitud que les arropó con tratamiento de héroes. "Dentro no teníamos muy claro qué tipo de recibimiento nos esperaba", reconoce Joaquín Uría. "Poco antes de salir habían llenado el pozo de folletines descalificándonos". Desde ambos sindicatos se vincula esta acción con un grupo de dirigentes de IU. Ya en el exterior, a Villa y Hevia, según este último, les esperaba otro encierro, esta vez en los despachos del Ministerio de Industria, con alguna reunión secreta en la sede del PSOE, en Ferraz. Si el espíritu combativo de CC OO había resultado determinante para desencadenar el encierro de Barredo, a su término fue la capacidad estratégica del SOMA y su ADN negociador lo que impulsó la reivindicación minera. Dos meses después, el propio Consejo de Ministros, un hecho ya de por si insólito, daba luz verde al plan de Hunosa 1991-1993, el primero que conllevaba el cierre de explotaciones, pero con compensaciones nunca antes recogidas dentro del marco del carbón.
Foto Jubar. saliendo del encierro de Barredo
Además, fue el embrión del Plan General de Minería firmado en 1996, que trajo la llegada de los fondos mineros, miles de prejubilaciones y el inicio de un ambicioso proceso de transformación social e industrial, que con el paso de los años ha quedado incompleto.
En 1991 la fuerza de la minería asturiana, con unos 20.000 trabajadores sólo en Hunosa, se concentró en Barredo, con un triunfo del movimiento obrero de unas dimensiones que no se han vuelto a ver en España. Sin embargo, aquellos históricos doce días enmarcados en plenas navidades han quedado parcialmente sepultados en el olvido. En Barredo no hay ni una placa que recuerde el encierro. Las instituciones nunca han promovido ningún acto conmemorativo. No lo han hecho ni los propios sindicatos. Un cuarto de siglo después de que Barredo se convirtiera en la última trinchera de la minería, la vieja mina convive ahora con una tranquila melancolía.
Foto Paco. Saliendo del encierro de Barredo
La primera noche, bajo la luz de una pequeña linterna
La llegada a Barredo y la primera noche que pasaron bajo tierra son horas que permanecen gravadas en la memoria de la mayoría de los 36 mineros que protagonizaron el encierro de Barredo. Cuando lograron que la jaula descendiera, la dirección del pozo decidió apagar las luces. El grupo llegó a la cuarta planta totalmente a oscuras, sin poder ver absolutamente nada.
"No podíamos dar ni una paso, estábamos atrapados". Por su suerte, uno de los 36 dirigentes obreros, en concreto Balbino Dosantos, había cogido en casa una pequeña linterna. Con aquel tenue rayo de luz los mineros fueron desembarcando uno a uno, acomodándose todos juntos contra una pared. Así pasaron la primera noche, ya que la empresa no accedió a encender la luz hasta la mañana siguiente.
En el centro de la imagen, Hevia y Villa a la salida del pozo tras el encierro.
FUENTE: DAVID MONTAÑÉS
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