Carbón y cuenta nueva
La capital de la cuenca del Caudal, que ha perdido 2.000 habitantes
sólo en este siglo, aún busca «un proyecto de ciudad» que defina su
lugar en el escenario de la regeneración minera y aproveche su
proximidad, su campus universitario y sus condiciones para ofrecer un
entorno residencial de calidad
Marcos PALICIO
/ Mieres (Mieres)
En lo que debería ser ya el nuevo centro de Mieres, un operario
subido a una grúa todavía remata el revestimiento de poliéster amarillo,
iba a ser metacrilato, que oculta los balcones de un gran edificio de
seis plantas y doscientas viviendas en una manzana completa entre las
calles Hermanos González Peña e Indalecio Prieto. Delante hay un solar
vacío destinado provisionalmente a aparcamiento en superficie, con un
cartel que miente localizando aquí el «parque de la Mayacina». A su lado
asoma el esqueleto de un inmueble que todavía tardará en contener 117
pisos de promoción pública en alquiler y al fondo, al fin, ahora sí, el
perfil sinuoso de un bloque terminado. Moderno, diferente, vanguardista,
Premio Nacional de Arquitectura en 2011, negro pero anunciado en un
rótulo de publicidad como «La luz de Mieres». Tiene las paredes
exteriores recubiertas de chapa y alturas desiguales, de dos a cinco
plantas; contrasta abiertamente con el entorno y envuelve un jardín
rectangular delimitado por una fachada interior hecha con listones de
madera. No hay más. En su contorno quebrado se agota lo que hay acabado
en 2012 de la Mayacina, el gran ensanche urbano de Mieres, un terreno
ganado al tren a mediados de los años ochenta y todavía en proceso de
culminación ahora, en plena crisis inmobiliaria. Aquí al lado, entre la
hierba alta de un jardín descuidado, emerge un indicio del retraso, un
monolito que sostiene una placa con una fecha de octubre de 2006,
conmemorativa de la visita de la ministra de Vivienda para inaugurar el
proyecto Vasco-Mayacina. Alguien dirá que 2006 ya era tarde, que la
imagen de esta médula urbana en proceso de fabricación puede servir para
ilustrar el «kilómetro cero» de un lugar hecho por aluvión en la
crecida de la siderurgia y la minería, para medir la fiebre de una villa
disminuida después por la sequía de sus fuentes principales de riqueza y
población, fotografiada ahora en algo parecido a un nuevo punto de
partida.
Buscando argumentos para contener la huida,
reconstruyéndose y repensándose como ciudad universitaria, eje comercial
o entorno residencial accesible, Mieres reniega de la ciudad dormitorio
en exclusiva y trata de exprimir en provecho propio el nudo de
carreteras, la Universidad, todo lo que dejó aquí a su paso una
reconversión industrial minera sin capacidad para taponar la hemorragia
demográfica. Los dos soportes básicos del proceso de huida, el empleo y
la vivienda, le dicen a Aníbal Vázquez, alcalde de Mieres por Izquierda
Unida, que «todo lo que se cerró no se transformó encima del tapín en
puestos de trabajo», que «si la Mayacina se hubiese desarrollado en los
años noventa ahora estaríamos hablando de otra cosa». Es así que «el
futuro», apostillará pronto José Fernández, director del Instituto
Bernaldo de Quirós, sigue necesitando a estas alturas «una reflexión muy
seria sobre lo que somos». Una hoja de ruta, una brújula y «un proyecto
de ciudad», todavía hoy «una definición de la villa y del concejo».
Mieres
es la capital y más de la mitad de la población del municipio que
registró en 2010 el saldo migratorio más negativo de Asturias. Mieres,
24.418 habitantes en 2011, ha perdido 2.000 sólo desde el arranque del
siglo y se ha parado, de momento, en la cifra más baja desde el
esplendor industrial. La villa decrece arrastrada por la merma de un
concejo que tuvo más de 70.000 residentes en los años setenta y que no
pasa hoy de 43.000, que ha perdido casi 6.000 en los últimos diez años a
un promedio de seiscientos al año, a una velocidad de más de uno al
día. En Mieres, esta ciudad trazada en damero perfecto al borde del río
Caudal, acostada entre la línea recta de la autopista A-66 y las curvas
del Scalextric que da salida a la Minera por el Norte, el carril de
salida tiene más adeptos que el de entrada. La villa es hoy más fiel que
nunca al apellido de su topónimo -«del camino»-, pero tiene menos gente
de la que recuerdan los mierenses con más memoria. Y a pesar de su
reciente facilidad para las comunicaciones, de que el campus
universitario es una obra de 2002 y la Autovía Minera se abrió en 2003,
la quinta localidad más habitada de la región no logra en 2012 ofrecer
razones para permanecer aquí. No consigue hacer ver las ventajas de su
oferta residencial y de servicios ni utilizar nuevos recursos para
reforzar su viejo papel como referencia urbana de la cuenca del Caudal.
A
la búsqueda de los motivos, Dolores Olavarrieta, presidenta de la Unión
de Comerciantes de la comarca, ha contrastado con la Mesa de Comercio
de FADE la impresión de que «hay menos puestos de trabajo en ésta que en
la cuenca vecina», y Carlos Barros, director de la emisora mierense
Radio Parpayuela, que se percibe el interés por aproximar el lugar de
residencia y el de labor, pero que «también se marcharon de Mieres
muchos prejubilados de la minería, no sólo trabajadores buscando mejores
prestaciones». «Que viste más vivir en Oviedo», remata Olavarrieta. El
nuevo centro en fase de reconstrucción completa, el cóctel con «el
precio de la vivienda», y Barros refresca la memoria de «algún estudio
en el que Mieres no salía en este aspecto bien parada, ni siquiera en
comparación con Sama».
Ismael González Arias, director de la Casa
de Cultura «Teodoro Cuesta», encuentra sus motivos en la historia de
este municipio joven que no se desgajó de la matriz, Lena, hasta el año
1836. «Mieres no tiene raíz como concejo», explica. «Era un lugar de
trabajo y fue aumentando mientras funcionó el trabajo de los 10.000
habitantes de finales del siglo XIX hasta los más de 70.000 de los años
setenta. Pero por su propia esencia, cuando faltó el empleo, lo que fue
una curva ascendente se convirtió en descendente sin el más mínimo
problema, porque no existe el arraigo». Como no es norma su caso
-«compré casa en Mieres vendiendo en Oviedo»- y «tenemos este concejo
carente de raíces, se perdió la estructura urbana, la económica, la
histórica y la cultural. Los dos barrios históricos están destruidos»,
lamenta, y el de La Villa, el reducto de arquitectura rural tradicional
al sur de la población.
De ahí el daño demográfico
del declive industrial, por eso la urgencia de redefinirse, de buscar
la tecla para reiniciar, de pararse un momento a volver a pensar Mieres.
José Fernández deplora el concepto «funesto» de ciudad dormitorio,
«anodina, indiferente, sin identidad ni ilusión», y localiza a cambio el
hecho diferencial de la personalidad en «el filón de la historia, que
no está explotado». En el mayor instituto de la villa, seiscientos
alumnos donde el director conoció hasta 1.500, la indefinición se
verifica preguntando «¿qué somos?» y comprobando que a la interrogación
sigue las más de las veces el silencio. Mieres, responde él, «fue un
hito en la historia social europea y tiene más patrimonio industrial que
Escocia, pero totalmente abandonado».
Habla Fernández con el
rabillo del ojo puesto en el viejo castillete metálico del pozo Barredo y
en su vecina la chimenea de ladrillo que perteneció a la central que
alimentaba la explotación. Los dos siguen ahí, señalizando una
advertencia contra el abandono, «saeta de esperanza» a la espalda del
campus universitario, visibles al fondo de la calle que separa el
edificio de investigación, negro, del gris que aloja el aulario. Los
inmuebles del complejo universitario mierense ocupan el espacio donde
estuvo la plaza de la madera del pozo y la parrilla de vías de acceso a
la mina y tienen a su lado una residencia de estudiantes inaugurada sin
abrir. Aquí, en el campus, símbolo señero de la transformación de las
comarcas mineras, se esconde otra palanca para mover el futuro al decir
de los que son partidarios de remolcar toda la villa desde aquí. «Mieres
debería ser a partir de ya una ciudad universitaria», argumenta Carlos
Barros. «No tenemos una industria de referencia, ni una gran capacidad
de empleo. Por orografía es imposible recuperar el nivel de empleo que
tuvimos entonces, imposible recuperar aquella población, así que la
única posibilidad es el campus». Se refiere a una apuesta por recrecer
su oferta académica actual -cuatro titulaciones y dos másteres- y al
anuncio reciente de que los recortes la aplazarán al menos dos cursos
más. Habla de dar valor a su poder de arrastre, de hacer ver eso que el
Alcalde «vende» cuando dice que «soy muy de Mieres» y enseña su villa
como «un lujo» de urbanidad moderada, «llana por completo», «con la
medida idónea para vivir» y «siete minutos escasos para recorrerla
caminando del barrio de Santa Marina a San Pedro, de La Villa a
Requejo». Habla también, sin decirlo, de la proximidad física y de la
humana, del «llévote les bolses» de una chica a una señora mayor que
viene cargada del economato de Hunosa y cruza la calle Teodoro Cuesta
junto a la iglesia de San Juan. Por dar sólo otro ejemplo, termina el
Alcalde, «no todas las poblaciones de este país pueden decir que tienen
cubierta la escolaridad desde las escuelas de menores de 3 años hasta la
Universidad».
Y, sin embargo, no se mueve.
«Mieres
despierta». La pintada está escrita con spray negro sobre la chapa verde
de la pasarela peatonal que cruza el río Caudal y la autopista A-66
desde el barrio de Vega de Arriba, en las inmediaciones del complejo
universitario, y el polígono industrial de Gonzalín. Tiene a su lado,
como corolario, otra que aboga «Por un cambio global» y juntas, si no
las firmaran los «indignados» del 15-M, podrían ser el eslogan que
resume las demandas de algunos vecinos para esta villa. Agustín Álvarez
Payo, presidente de la Federación Mierense de Asociaciones de Vecinos,
identifica «una carencia tremenda en el modelo de ciudad» y «una
desgracia» en la certeza de que «no planificamos. Improvisamos y así no
paliamos la dependencia de los que fueron nuestros pilares
fundamentales, la minería y la siderurgia». Habrá quien no tardará en
retomar el espinoso asunto del retraso, la sensación lastimera de que el
debate está estancado desde que una crisis que no es ésta tupió los
surtidores esenciales de la riqueza y del empleo. «Si esta misma
conversación la hubiésemos tenido hace 25 años», ratifica Ismael
González Arias, «estaríamos hablando de lo mismo».
Mieres extiende
su fábrica urbana entre dos de los emblemas de la reconversión
industrial y la reestructuración de las comarcas mineras. Confina al Sur
con el campus de Barredo y tiene la frontera Norte en el enlace con la
Autovía Minera. Mieres limita con las certezas de que hubo inversiones,
su retroceso demográfico pregona las evidencias de que «los fondos
mineros se crearon con unos fines determinados y se pervirtieron.
Pudieron haberse gestionado mejor». A Agustín Álvarez Payo le pesa la
sensación de que con el dinero no llovieron ni puestos de trabajo ni
argumentos para retener a la población en la villa y José Fernández
apunta la sentencia de que «detrás de esa ineptitud hay decadencia y
emigración». «El dinero que se invirtió en el campus es el futuro de
Mieres», afirma, «y no se gastó bien. Es un recurso primordial para la
villa, pero debe incardinarse, otra vez, en una definición y un concepto
global de ciudad». No falta quien conviene con Ismael Arias que este
concejo tuvo en realidad lo que pidió, que esta línea de llegada resulta
de una impericia compartida, de «una combinación de no saber pedir y no
saber dar».
Por el Mieres de hoy es difícil perseguir el rastro
de aquella villa populosa, apellido de potente empresa siderúrgica,
Fábrica de Mieres, «que salía en los libros de tercero de Bachiller» que
estudiaba el Alcalde, aquélla que Víctor Alperi noveló en los años
sesenta retratando trenes que «dejan riadas humanas que se pierden por
las calles de la ciudad». De vuelta en el presente, puede servir como
metáfora el reloj parado que cuelga en el alero exterior de la antigua
estación del Vasco, pulcramente rehabilitada y repintada de amarillo y
granate para ser Centro Municipal de Servicios Sociales. Por un lado son
siempre las siete, por el otro las dos, imposible saber si de la mañana
o de la tarde. Los transeúntes que utilizan sus aleros como refugio
saben que este Mieres es evidentemente otro, pero alguno dirá que no
tiene por qué ser peor.
Por el «paseo de la estación del Vasco»,
antigua línea de vía estrecha transformada en lugar de esparcimiento,
regresa la pregunta por el futuro. Reconversión es la palabra mágica, y
el giro que se exige es tan brusco que va a costar, pero un vistazo
afuera, descorriendo los visillos, va a confirmar que no son estas
tribulaciones únicas en el mundo. «Hubo reconversiones en otras partes
de Europa», aporta Ismael González Arias, «y en ciudades del tamaño de
Mieres. Unas salieron y otras no», pero todos los modelos ocultan
enseñanzas. «Está Glencoe, en Escocia, transformada en uno de los
parques naturales más visitados del norte de Europa, pero sin un solo
habitante. O el crecimiento basado en el desarrollo comercial de
Kingston, en los alrededores de Londres. O la apuesta distinta de
Ronchamp y la capilla diseñada por Le Corbusier, rodeada de escombreras
de hormigón. O Albertville, sin salir de Francia, que fue capaz de
albergar unos Juegos Olímpicos de invierno sin necesidad de que llegase
apenas la nieve». La moraleja global le dice que «una ciudad sólo
funciona si funciona su comercio», y de eso sí tiene Mieres.
El
paseo internacional a la búsqueda de ejemplos donde copiar otorga al
sector del intercambio comercial, a su juicio, el valor del eje
ordenador, la sensación de que «hay muchas cosas, si somos capaces de
ordenarlas a través del funcionamiento de la vida comercial». De
enseñarlas y venderlas. «Hay que arrancar el concepto del dinero fácil,
que aquí instituyó un auténtico prototipo social», afirma José
Fernández, «llegar a la conclusión de que la base del movimiento de
personas es el comercio». Y el de Mieres pide un repaso, «yo escucho que
tendría que ser valiente», apunta Barros, «y poner en práctica
estrategias competitivas». En un vistazo a Requejo, a la imagen de marca
del escanciador de bronce echando agua en la esquina de la plaza pegada
al río y a la iglesia de San Juan, con una tienda de moda y cuatro
sidrerías, resurge la sensación del que cree que puede exprimir mejor
sus recursos. Volviendo la vista atrás, Dolores Olavarrieta invita a
«valorar las ideas que tenemos», a recordar que «la unión de
comerciantes organizó el primer concurso de pinchos de Asturias, que
luego nos copiaron por todas partes, o la única Semana de la Moda, con
su pasarela de jóvenes creadores...». Sin carbón, viene a decir, sigue
habiendo materia prima. Ideas. A lo mejor falta «un compromiso social»,
remata Carlos Barros, «de todos los ámbitos ciudadanos, que yo echo de
menos y que a lo mejor deriva de la herencia del acomodamiento de las
prejubilaciones».
Barredo, fin y principio
En la
superficie, cuatro plantas por encima de la galería donde 36
sindicalistas pasaron la Navidad de 1991, han crecido tres edificios y
una amplia zona de instalaciones deportivas. El encierro del pozo
Barredo, símbolo desde entonces de la voz alzada en demanda de
alternativas al entierro de la minería asturiana del carbón, se acepta
como el punto de partida que ha vuelto a culminar aquí, en esto que hoy
es el campus universitario de Mieres, emblema de la transformación de
las cuencas. Las aulas han tomado el primer plano relegando al segundo
al castillete y componiendo la imagen, una de ellas, de las
contraprestaciones por el maltrato económico de las comarcas mineras al
salir del carbón. Barredo es el principio y el fin, el origen y la
finalidad no sólo del recorrido de esta villa fuera de sus pozos
mineros. Barredo podría pedirse más, sobre todo al decir de los que le
reclaman una integración más perfecta en el tejido social de la villa y,
además de más titulaciones, una elevación a la categoría de cabeza
tractora primordial de la capital mierense. Es la herencia natural de la
Escuela de Capataces de Minas, fundada en Mieres en 1855, y adquirió
rango universitario a partir de 2002. Al redondear diez años, sin
alcanzar aún los 6.000 alumnos que marcó el primer objetivo, recién
recrecido el campus con dos nuevos edificios e implantado el nuevo grado
en Ingeniería Civil, terminada sin abrir la residencia de estudiantes,
el símbolo del comienzo de las reivindicaciones por la supervivencia de
las comarcas mineras «es un recurso esencial», en la expresión de Carlos
Barros, para buscar un hecho diferencial que tire del futuro de Mieres.