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9 de octubre de 2018

Andanzas de una visita relevante en 1857

Los Duques de Montpensier en Gijón en 1857
El Duque de Montpensier
De camino hacia Inglaterra, persiguiendo la corona de España, visitarían Gijón a finales de Junio de 1857 la Serenísima hija de Fernando VII y hermana de la reina de España Isabel II, Doña María Luisa Fernanda de Borbón y su esposo el príncipe francés Don Antonio de Orleans
La Duquesa de Montpensier
Acababan de visitar Covadonga, donde oraron por el favor de la Santina de España y a los pies del sepulcro del caudillo de los asturianos. Era Junio y era verano, pero un verano asturiano en que no dejaba de llover, convirtiendo los penosos caminos en prácticamente intransitables. El día 17, el alcalde de Gijón, se dirige como puede a los límites del encharcado concejo a recibir a tan augustos visitantes, en La Venta de Veranes un arco vegetal levantado por los vecinos saluda a sus altezas reales que se ven imposibilitados a descender del carruaje por el aguacero inclemente y así dejando atrás los sones de la gaita y el tambor de los de Cenero avanzan hacia Gijón atravesando Pinzales, valle aquel surcado por uno de los primeros caminos de hierro de España.
Dársena de Gijón en 1858 en fotografía de Don Alfredo Truan.
Allí llegados, el ingeniero representante de la compañía del Ferrocarril de Langreo les ofrece el engalanado vagón real que usara la reina madre para la inauguración del mismo allá por 1852.
Amablemente declinan tan golosa como cómoda invitación y deciden seguir por el barrizal que es el camino carretero a Castilla, pues en el arco del infante los espera un pueblo entusiasta desafiando al lluvioso día. A media legua, ya visibles Gijón y el mar Cantábrico en el alto de Castañón, un descomunal arco efímero vegetal muestra con cierta gracia los atributos de la vida diaria de un agricultor de Gijón, aquí y allá entre el verde, destacan mazorcas, espigas, frutas y los útiles de todo labriego, mientras una multitud de aldeanos con las ropas típicas de su vida diaria les ofrecen cestas con fresas, otras frutas de temporada, como peras de San Juan, quesos, tórtolas, embutidos, sin cesar de dar vivas a los infantes de España que los visitan.
Pescadera 1898. (Pinterest)
Para ese entonces desde la casa del ayuntamiento sita en la plaza mayor casi enfrente del actual edificio pero haciendo esquina con la calle Trinidad, sale el resto de la corporación. Ese año Gijón tuvo tres alcaldes, el señor Don Eustoquio García, luego Don Fructuoso Prendes y a finales de año lo sería Don Zoilo García Sala, que habla bien de la ingobernabilidad de estas buenas gentes de mar y tierra. Avanzan bajo la lluvia, dejan la calle Trinidad atrás y cruzan los cuatro cantones para adentrarse en la calle Corrida a cuyo final están las tribunas dispuestas para las autoridades en las inmediaciones del Arco del Infante. Puerta de la villa de la naciente ciudad, bajo el olivo y los desmayos (Sauces babilónicos) de Jovellanos algunos se resguardan de la lluvia hasta que lleguen los carruajes, que han sido cambiados allí en el alto de Castañón y ahora sus altezas viajan en sendos carruajes cortesía del Conde de Revillagigedo y el Marqués de Gastañaga y Gil.
Puerta de la villa, Arco del Infante del archivo del Padre Patac de las Traviesas S.J.
Cuando cruzan la Puerta de la villa se disparan salvas de cañón en el cerro de Santa Catalina, una descarga de fusilería y un ensordecedor ruido de cohetes que buscan asustar los nubarrones impregnando todo aquello de un olor a pólvora y felicidad. Luego la Calle Corrida ofrece un aspecto solo mejorable si luciera el sol, pero desde los balcones descienden vítores y colgaduras de seda, banderas de este reino, guirnaldas y las hermosas mujeres de Gijón saludan a los ilustres visitantes agitando blanquísimos pañuelos, cual Heraldos de la Buenaventura. Al entrar en la calle Trinidad ya con la dársena a un lado un vistosísimo arco gótico, embellecido más si cabe con dos estatuas a su lado de Mercurio y Neptuno, dioses aquellos a quienes Gijón encomendaba su futuro sobre la alegoría de un navío efímero a cuyo bordo unas esculturas representaban genios que portaban los atributos propios del comercio y la navegación, dos factores que unidos a la laboriosidad de esta ciudad harían crecer y de qué manera a Gijón.
Puerto de Gijón. (Autoridad Portuaria de Gijón)
Los barcos surtos en la dársena estaban todos engalanados y empavesados y hacían sonar sus sirenas a manera de salutación, rumor festivo que llegó al vapor de guerra “Ulloa” que estaba en la bahía y al momento hizo disparar sus cañones, en un nuevo intento de asustar al cielo y que cesara de llover, indudablemente desconocían que esta es Asturias y que nuestro verano es así.
Agasajados y arropados por una multitud entusiasta se dirigen a la parroquial de San Pedro a rendir culto a su fe, en un Te-Deum y un misacantorio oficiado por el dignísimo párroco Don Sebastián Benavides, sacristán mayor del concejo, finalizado lo cual y desafiando la lluvia se dirigen a pie por el Campo Valdés, admirando aquel vetusto palacio gijonés y la capilla de Nuestra Señora de Guadalupe, para perderse poco después por aquel hermoso laberinto de calles y llegarse al palacio de Revillagigedo, que será su residencia durante los días que decidan permanecer en Gijón
Delante de Palacio, el ayuntamiento ha dispuesto un monumental arco efímero del orden gótico, prolongado en sus costados de una especie de empalizada reforzada por columnas cubiertas de laurel y siempre verde y que cierran un perímetro frente al palacio a manera de plazuela. En este palacio gijonés se haría la recepción oficial, mientras en los alrededores la banda de música de la municipalidad no dejaba de amenizar la concurrencia.
Arco Gótico al final de la calle Corrida y entrada a Trinidad en 1858, en fotografía de Don Alfredo Truan.
Posteriormente se daría cuenta de un frugal almuerzo y tras el descanso pertinente, se cumpliría visita a nuestro Hospital de Caridad, frente a la Playa de San Lorenzo y de allí se iría al Instituto primorosamente engalanado con el orden Corinto, quizás por aquello de que la sabiduría nos proviene de la antigua Grecia, allí fueron saludados por todo el claustro de profesores y se les entregó una cartera contenedora de un considerable número de poemas de salutación y buenos augurios.
En la noche hubo una elegantísima recepción en el palacio de Revillagigedo a la que asistieron lo más granado de la sociedad gijonesa de aquel entonces. El día siguiente con una tregua meteorológica fueron a pie hasta la fábrica de Vidrios sita en los prados de Begoña, donde los Cifuentes, Pola y sobremanera los Truan, inventaban Gijón en torno a una industria vidriera que trajo una emigración selecta, progresista y cultísima que se desparramó por la geografía gijonesa como una bendición. De allí a bordo de una Carretela, carruaje de cuatro asientos con la virtud de tener el techo descapotable por si las lluvias hacían acto de presencia, recorrieron las calles principales para recibir la aclamación espontanea de este pueblo, que si ya aquel príncipe francés anhelaba la corona de España, estas muestras de cariño le daban más pábulo si cabe a su ambición. (Galdós, encabezaba un movimiento de admiradores a su capacidad, inteligencia y hombría en detrimento del cacareado afeminamiento del consorte de Isabel II).
Isabel II de Borbón y Francisco de Asís de Borbón. (plumaroja-plumaroja.blogspot.com)
Se dirigieron a donde los esperaba la corporación municipal que dio un almuerzo para 1.500 pobres de Gijón al que asistieron los ilustres visitantes y después del mismo mientras la duquesa descansaba haciendo sano uso de la siesta nacional, el príncipe francés y Duque de Montpensier, se fue de paseo con el alcalde y otros señores de Gijón por el muelle de la dársena donde se le mostro el proyecto de un dique exterior que protegiera el muelle, y subidos al cerro de Santa Catalina le mostraron las vastas y hermosas extensiones de terreno que disponía y disfrutaba Gijón para instalarse las industrias que le garantizasen un próspero futuro. De todo tomo nota su alteza y a todo le tuvo un comentario valorativo y esperanzador. A la tarde hubo solemne procesión por las calles engalanadas de Gijón, con la asistencia del Gobernador civil de Asturias y toda la oficialidad del vapor de guerra Ulloa en traje de gala, la ciudad estaba hermosísima cuando salió la duquesa, con una diadema de brillantes tan elegante como hermosa, embutida en un traje vistosísimo a la par que sencillo y cubiertos los hombros por un precioso manto bordado en oro, cuya cola era sostenida por Don Ramón Valdés, antiguo mayordomo de semana de su Majestad.
Los duques de Montpensier en edad madura en carta de visita ya con su hija mayor Doña María Isabel Francisca
El Duque de noble aspecto vestía el traje de reglamento de la Maestrantía de Sevilla y en su pecho de caballero mostraba el Toisón de Oro. Asi recorrieron de la mano como dos enamorados más las calles de un Gijón cautivo entre la devoción y la admiración. Ya en la noche fueron agasajados en el Teatro Jovellanos, iluminado con hachas encendidas y donde se representaba el drama: “Jugar con fuego” quizás pieza premonitoria de las desdichas del Duque movido a duelo con un infante de España al cual mataría de un tiro y ese derramamiento de sangre real le retiró definitivamente de toda aspiración a la corona, pero eso no fue en Gijón. Al día siguiente disfrutaron de un idílico paseo en los carruajes del Conde de Revillagigedo y del Marqués de Gastañaga rumbo a Candás, Luanco y Avilés, escoltados desde el mar por el vapor de guerra Ulloa que en la ría de Avilés les facilitaría unas falúas para pasear por aquel paradisiaco entorno de la ciudad del adelantado de la Florida. 
Monolito erigido en Covadonga a expensas de los Duques de Montpensier, en fotografía del señor Muñiz a inicios del siglo XX
Regresaron casi de noche a Gijón, cansados sin duda pero satisfechos del afecto que les mostraba un pueblo entregado. También los hizo el vapor de guerra Ulloa que se encontró ya fondeado en Gijón al vapor de guerra que transportaría a sus altezas a Inglaterra que no era otro que el “Isabel la Católica”
Al día siguiente hubo paseos íntimos por los alrededores visitando los parajes de Somió y Cabueñes así como Tremañes y otras zonas cercanas y a la tarde un baile monumental de sociedad en el Palacio de Revillagigedo, cuyo final fue precedido por una espectacular quema de fuegos de artificio que embellecieron la noche gijonesa, en una dársena completamente engalanada y alumbrada de faroles.
Por toda la ciudad hubo arcos erigidos muchos por iniciativa popular y otros más elaborados costeados por la empresa del ferrocarril de Langreo sobretodo en la zona en que sus vías entraban hasta el muelle de la dársena.
Portada de la Reseña del viaje y visita de los Duques de Montpensier a Gijón, a cargo de Don L. González.
El Domingo 21, aconsejados por el veterano Lobo de mar y a la sazón Brigadier de la Armada española, Don Eusebio Salcedo, deciden poner fin a su estadía en Gijón y partir hacia Inglaterra en viaje oficial. El buen tiempo había que aprovecharlo y ya bastante zorro era el Cantábrico como para andar despreciando la ocasión idónea para hacerse a la mar. Con pena los vio partir el pueblo de Gijón que tan a gusto se sentía con tan ilustre visita. Los Duques hicieron gala de su generosidad y entregáronle al alcalde, los buenos propósitos de cuanto proyecto les fue confiado y que defenderían ante la corona de España, y además dejaron 1.000 reales de vellón para el Hospital de Caridad, 1.000 reales de vellón para repartir entre los más pobres de la parroquia, 500 reales de vellón para las Monjas Agustinas Recoletas, 500 para la banda de música de la municipalidad y gaiteros de Cenero, 400 reales de vellón para los tan atentos como eficientes cocheros del Conde de Revillagigedo y el marqués de Gastañaga y Gil.
Palacio de Revillagigedo en fotografía de Don Alfredo Truan para la visita de Isabel II en 1858.
También dejaron costeada la erección de un monolito en el lugar donde supuestamente fue coronado el infante Don Pelayo en Covadonga. Los vapores de guerra fueron abordados por la falúa real del vapor de guerra Isabel la Católica y tan serenísimas dignidades subieron a cubierta, ambos vapores comenzaron entonces a ciar, para luego poner proa a Inglaterra. Un Gijón lloroso los vio partir pero ya entonces se empezaba con los preparativos de la visita de la reina doña Isabel II que apuraba los dulces días de su embarazo y que en unión del pequeño príncipe de Asturias visitaría Gijón tan solo trece meses después…
Sepulcro de El Escorial donde descansan los Duques de Montpensier
FUENTE: HERNÁN PINIELLA IGLESIA
Hernán Piniella Iglesias. Maestro Industrial jubilado, Gran entusiasta y ávido  buscador de la historia local de Gijón. Tuvo una azarosa vida. A su padre lo mataron en 1963, apareció tirado con la cabeza rota de un golpe sin más señas,  en el camino de su casa. Al poco Tiempo Hernán tomó el camino a Gijón, para quedar internado en el Hogar de San José, donde estudió Maestría Industrial. Tras el servicio militar emigró a Venezuela donde residió por casi veinte años, allí a causa de un accidente tuvo que dejar de lado la mecánica industrial por un tiempo y estuvo unos diez años de gerente en tiendas de mercancías secas, Ropas y electrodomésticos, línea blanca y marrón, llegando a estar considerado como gerente A1, de Woolworth. Posteriormente y a causa de un atraco violento sufrido por su mujer, retorno a España en 1996, con sus cuatro hijas. Ya en Asturias paso por un periplo de empresas;  Trabajo en INMICRO Riaño (Langreo), Refractaria el Berrón (Siero) y en Talleres y Fundiciones Marte de Gijón. En la actualidad se encuentra jubilado y rebuscando infatigablemente en los archivos, la historia de Gijón. 
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