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2 de octubre de 2017

El mar de Asturias

El Cantábrico
El Mar Cantábrico (Llanes. Asturias)
El mar de Asturias o el hijo pródigo del océano
Mar Cantábrico, costa asturiana. (Pinterest)
Hermoso nombre ancestral. Rugido de mar bravío. Suave voz de madre que melancólica nos llama. Olor fuerte a algas y a resacas. Poderoso imán que nos arrastra. Palabra que nos llena la imaginación de montes, valles, ríos, playas, estuarios y aldeas tan pequeñas que parecen sacadas de un belén. Costa abrupta que inflama el alma hasta que estalla en llama. Santuario de paisajes que no pueden describirse con palabras. Espacio santo en el que hiberna dormido un dios desconocido, creador de este Paraíso Perdido, que no ha tenido un Milton que lo cantara.
TEMPORAL EN EL CANTÁBRICO. (Pinterest)
Apoteosis de montañas, praderas relucientes y desfiladeros encantados. Posesión común de los distintos pueblos y regiones a las que este mar baña. Larga orilla de un Edén cerrado por el mar, los bosques, los acantilados y las cordilleras heladas. Extensas laderas de verdes tan resplandecientes que hasta el Sol que hizo la luz las envidia. Hombres boina tallados por furias invernales, brumas, nieves, tempestades, rocas ariscas, rudas tierras, piratas, pesquerías lejanas y árboles centenarios. Espacio humilde donde se viste y se desnuda, invisible, la diosa Naturaleza, de la que sólo somos un pobre junco pensante, por decirlo con la inmortal fórmula de Pascal. Cantábrico, arpa que suena sin cuerdas, mística profunda con la que se extasía el alma. Larguísimo mirador creado para la contemplación anonadada de la Naturaleza: ramas que hablan, ríos que cantan, hojas que se mecen como en una cuna. Olor a yerba húmeda recién cortada, a ocle marino, a pedreros, a arenas de cien maneras doradas. Senderos y caminos que atraviesan los montes y las costas haciendo las más extrañas filigranas. Bosques donde reina el más profundo silencio, planicies de ensueño, y ríos que descienden rápidos por las laderas llevándose sus secretos. Tropicalidad sin trópico, exuberancia de musgos, helechos, espíritus, duendes, santas compañas, xanas o hadas.
Temporal en los Bufones de Pría. (Llanes-Asturias-2016). (Machbel)
Trópico de nieblas, nubes negras que disparan rayos que parecen balas, cielo de infinitos colores cambiantes -rosados, cobaltos, rojos fuego, la paleta completa de grises-, lluvias feroces, aldeas recónditas, palacios abandonados, señoríos que ya no existen, casonas indianas, sentimentalidades y saudades. Larga cornisa por la que corren vientos salvajes que nos amenazan. Campanas y campanarios que repican asustados por los caprichos de nuestra meteorología. Mesetas donde se oye el limpísimo tolón-tolón de vacas que pastan lejanas. Hogar de eternos aldeanos que no conocen más techo que los astros. 
Espíritu común que hermana a las tierras que van de Galicia al Bidasoa, hermanamiento que continúa hasta Escocia, Irlanda, Inglaterra o Gales, o hasta la hermosísima e íntima Bretaña, donde duerme sueño eterno, en la esquina más alta de estas aguas y entre sus feroces vientos, quien más los adoraba, el gran Chateaubriand. Tampoco ahí se para este espíritu inquieto, que salta los océanos hasta Groenlandia o hasta las ariscas costas de Canadá, de donde nos vienen, en grandes ondulaciones, las olas inmensas que se precipitan sobre nosotros como rascacielos que se derrumbaran. Somos hijos del gran océano. Habitamos desde generaciones en este pequeño mar, hijo pródigo del océano, del que somos una anécdota.
Olas gigantes en Gijón. (YouTube)
En este Paraíso Perdido estamos, casi escondidos, desde hace milenios. Venimos de antepasados que vivieron con la naturalidad que alcanza sólo el sabio que llega a una conexión mágica con la Naturaleza. Ancestros que recorrían cada día los más empinados bosques sin más interlocutores que los pájaros, durmiendo noches y noches acurrucados entre helechos y ramas. Seres humildes que vivieron adorando a estos bosques casi sagrados, y sintieron el más hondo anonadamiento ante su inmensidad sobrecogedora. Esos padres y abuelos fueron prolongación de esas yerbas y de esa tierra. A la que besaban cada día con sus palabras y un inmenso amor de enamorados. Su voz desaparecida resuena todavía en el aire de los valles, y en el carbón que se extrae de las montañas se nota aún la silueta de sus manos. El verdor de nuestra yerba es el relucir de sus ojos, en los ríos quedan huellas de sus labios, y en las aldeas reina aún esa sabia modestia que regala este cielo en la Tierra.
Vivimos y dormimos, día tras día, junto a ese gran camaleón. El Mar. Que estaba ya aquí antes de que nosotros llegáramos. Cuenco de eternidad. Gigante inmenso de muchísimas caras. Contrapunto de la tierra, con la que vive en guerra inacabable desde hace miles de años. Lo definió sabiamente Novalis: "El agua es una llama mojada". Lo que significa espíritu de fuego en cuerpo de agua. En ese fuego frío coexisten dos almas: furia insólita de monstruo y serena majestad de santo.
Olas gigantes Asturias en el año 2014. (YouTube)
Nada calma más en el mundo que contemplar atónitos el mar cuando entra en éxtasis franciscano, y se queda quieto, sereno, plácido e inmóvil como un bienaventurado. Nada transmite más sensación de eternidad, ni más infinitud, ni más sosiego. Hasta que, de pronto, se le irritan las entrañas, y se vuelve alimaña feroz que despedaza puertos, avasalla rocas, invade playas, agrede montañas, arrastra entre sus aguas a nuestros niños, llena el cielo de vientos huracanados o muerde a la tierra con saña, como si quisiese tragarse pueblos y vecindades.
Frente a ese titán estamos nosotros, que somos la costa. Lo que quiere decir tierra valiente que se enfrenta al mar. Diminuta lengua de barro y arena en la que chocan dos colosos: el ciclópeo mar y la no menos poderosa tierra. Llevamos varios milenios viviendo bajo el imprevisible albedrío de ese titán caprichoso, el mar. Llevamos milenios observándolo perplejos, sin poder descifrar sus intenciones. Tiene ese mar la fuerza descomunal del infierno. Parte murallas y rompe hormigones. Noches y noches nos hemos dormido oyendo los bramidos de sus galernas, temiendo que nos metiese en su vientre de ballena para vomitarnos en aguas abisales. De él se defiende la tierra, que soporta impertérrita sus enfurecimientos.
Una ola rompe con fuerza en el puerto de Cudillero (Asturias). (El Mundo)
En primera línea de combate están las rocas, que, aguantan, armadas de inmensa resistencia y un suave musgo verde, sus embates. Rocas que se agarran fuertemente a la arena y resisten sin ceder un ápice. Rocas que sufren constantemente su violencia salvaje. Esos inmensos mordiscos le han dado a Asturias y a todo el Cantábrico su imponente morfología: un hermosísimo perfil de costa abrupta, cabos atrevidos que se meten sin miedo en el agua, bahías prodigiosas hechas para que repose el océano, acantilados escarpados en los que van a morir praderas inimaginablemente verdes, ríos que se deslizan silenciosos a entregarse al mar que es su muerte, kilómetros y kilómetros de asombrosa belleza. 
Eso somos. Lo canta un inmenso poema de Byron: "Hay un placer en los bosques sin senderos, / hay un éxtasis en la costa solitaria, / hay compañía allí donde nadie se hace presente, / al lado del mar profundo, y música en su rugido: / No amo menos al hombre, sino más a la Naturaleza, / a partir de nuestros encuentros, a los que asisto sigiloso, / a partir de todo lo que puedo ser, o que he visto antes, / para fundirme con el Universo y sentir / lo que nunca puedo expresar aunque me sea imposible ocultar".
Temporal en Asturias en Tazones en el año  2014. (Pinterest)
Volveremos hoy a contemplar, absortos, ese mar titánico y esa deslumbrante Naturaleza, madre que nos acompaña desde antes de que comenzase a correr el tiempo, y volveremos a venerarlos en la semana en la que celebramos la Virgen de Agosto, que en esta villa asturiana se evoca bajo el nombre, foráneo, de Virgen de Begoña, hermana menor de la Madre que reina en su cueva sobre nuestras montañas. Con la fiesta confesamos nuestro amor a esta tierra, a ella le agradecemos las bellezas prodigiosas que nos regala, y la gracia que nos concedió formándonos de sus lodos marinos. Tierra en la que nacimos y a la que volveremos un día para estar de nuevo en ella como lo estuvimos antes de la existencia. A ti, Mar Cantábrico, gigante sólo comparable a las montañas, que vendrás también hoy, como cada día, a bañar nuestras playas y a mirar de reojo nuestros cerros, te agradecemos tu fuego y tu fría llama. Y en este día de alegre adoración nos postramos ante tu salvaje belleza, hermosísimo Mar Cantábrico.
Temporal en el cantábrico. (El País)
FUENTE: LUIS MEANA 
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