La Libertad es un bien muy preciado Testimonios de la represión nacionalista en Asturias. Teresa Prieto: “Para mi tía monja era primero salvar los hábitos que la vida del hermano" |
Ilustración de Alfonso Zapico |
Asturias Republicana
"De buenos recuerdos se vive, de malos recuerdos se aprende"
Mi padre trabajaba de representante hasta que empezó a hacer reportajes en el periódico “La Prensa”. Más tarde, dejó “La Prensa” y pasó para “El Noroeste”. Tenía una hermana monja y dos casadas con militares. Eramos seis hermanos. Cuando le movilizaron durante la guerra, se que estuvo mucho tiempo de capitán habilitado de un batallón con destino en Infiesto. El no quiso evacuar. Decía que no había hecho nunca nada malo y que, por lo tanto, no tenía nada que temer; que solamente había defendido una idea y nada más. (...) Cuando acabó todo ya en Asturias, mi padre se vino para casa. No se quiso ni esconder. Un día, el veintisiete de Octubre, estábamos a la hora de comer sentados todos en la mesa. Picaron a la puerta y él mismo fue a abrir. Eran tres o cuatro falangistas de la “Bandera de Santander”: -¿Eduardo Prieto Menéndez? -preguntaron.-Un servidor -contestó mi padre.
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Ilustración de Alfonso Zapico |
Entraron y nos registraron toda la casa. Se
llevaron todo lo que quisieron: cadenas de oro, las botas de militar..., todo
lo de valor que encontraron. Se lo llevaron a él y, además, se marcharon
cargados de todo lo que les apeteció. No les debió de parecer bastante, porque
al día siguiente volvieron con la disculpa de llevarse la pistola de papá, y en
casa no estaba. Era también la hora del mediodía. A mi padre, los de Falange, le metieron en un
local que tenían donde está el Banesto de la calle Corrida, pero que se entraba
por detrás, por la calle Libertad. Creo que le llevaron también a un cuartel de
la Guardia Civil. Le dieron unas palizas de muerte. Había un guardia civil que
le tenía ganas porque, antes ya de la guerra, mi padre se había interesado y
protegido a un aldeano al que acusaban de haber prendido fuego a la casería que
llevaba en renta. Mi padre sabía que no había sido él y le escondió en casa. En
el local de Falange, le metieron en un cuarto con más presos. Entró el famoso
“Paco Lunares” y dijo: -¡Uf, buena redada tengo para esta noche! Me
duele el dedo de darle al gatillo, pero el corazón me pide sangre. |
Ilustración de Alfonso Zapico |
Nosotros lo sabemos porque uno de los que
estaban allí se salvó y se lo contó a mi tío en México. Mi madre fue a ver a una cuñada, Matilde, que
era monja Dominica, para decirle que el hermano estaba preso. Le respondió que
no podía hacer nada porque, si se metía, le quitaban los hábitos; o sea, que
para ella eran primero los hábitos que intentar salvar la vida del hermano. (...) Mi madre anduvo buscando a mi padre por
entre los presos de la Plaza de Toros, por la cárcel, por todos los sitios...
¡Y ya le habían matado! (...) Mi madre quedó viuda a los cuarenta años y con
seis hijos. Antes de la guerra, vivíamos bien, luego, nos tocó pasar hambre,
necesidades, no poder estudiar... Eduardo Valentín Prieto Menéndez, nació en
Gijón el catorce de febrero de 1896, hijo de Francisco y Ladislada, casado con
Teresa Ariza, de cuyo matrimonio dejó seis hijos. Se inscribió su defunción en
el Registro Civil de Gijón el día doce de mayo de 1941, figurando en el asiento
correspondiente que “falleció en esta villa el 28 de octubre de 1937 a
consecuencia de la guerra.”Fermín López de Vega: “Dieciséis meses y once
días pasé condenado a pena de muerte, siempre esperando oír pronunciar mi
nombre para llevarme a fusilar.” «Al derrumbarse el Frente Norte, estaba en el
sector de Buenavista, en Oviedo, como teniente del Batallón “Onofre” nº 207,
que formaba parte de la 1ª Brigada Móvil que mandaba Higinio Carrocera. (...). Yo
seguí allí, en mi puesto, desesperado, sin saber qué hacer. (...) A mí no vino
nadie a avisarme para salir por mar hacia Francia. (...) Yo no resistí que se llevaran
a mi padre por mi culpa, bajé y me entregué. Era el día tres de diciembre de
1937. Me llevaron en coche hasta El Rinconín y dieron vueltas por allí, como
que iban a “pasearme”. A eso de las cuatro de la mañana me llevaron al cuartel
de Los Campos. Aquello era... ¡terrible, terrible, terrible! ¡No puede nadie
imaginarse lo que era aquello! Las palizas eran terribles. |
Ilustración de Alfonso Zapico |
Se veían trozos de
piel humana pegada a las bridas y a las “pichas de toro”. (...). Decían que lo
peor era que te llevasen a Falange; luego, a la Guardia Civil, y, luego, a
Asalto. (...) En la aglomeración estuvimos dos o tres
días, hasta que nos clasificaron y nos mandaron para una celda, la 11 de la 2ª.
Toda la cárcel estaba repleta de gente, a rebosar. A cada uno le correspondía
el ancho de dos baldosas y dormíamos pies con cabezas, como las sardinas en la
lata. (...) Del Coto salí, junto con los otros que juzgaron cuando yo, para el
consejo de guerra. (...) Cuando llegamos a la cárcel de El Coto
de vuelta del consejo de guerra, Ramón Álvarez, que había sido dependiente de
la Ferretería de la Vasco-Asturiana y hacía de ordenanza, nos iba preguntando
lo que nos había pedido el fiscal, para clasificarnos: -A mis
, treinta años. -Dije yo, aunque fuese
mentira. -Fermín, lo siento, pero lo tuyo es gordo,
traes pena de muerte. -Me replicó él. Me mandaron coger el petate y pasar a la celda
15 de la 1ª galería. (...) En la celda éramos catorce. Llegó el día de la
“saca”. (...). |
Ilustración de Alfonso Zapico |
Le nombraron a él y a mí no, por eso estoy aquí. Aquel día
“sacaron” a ocho. Yo siempre esperaba que fueran a pronunciar mi nombre,
¡siempre! (...) Vi sacar a muchos para llevarlos a fusilar, ¡a muchos! Pasaba
el tiempo y algunos compañeros nos decían que, a nosotros, después de tanto
tiempo, ya no nos iban a fusilar, pero yo tenía tanto miedo como el primer día.
¡Dieciséis meses y once días pasé con pena de muerte encima, que se dice
rápido! Los condenados a muerte teníamos un régimen de aislamiento total: no
salíamos de la celda y no podíamos recibir paquetes ni visitas. Luego, el
régimen de la cárcel se fue suavizando un poco y nos dejaban salir al patio,
separados del resto, dos horas por la mañana. En la celda éramos todos como amigos: uno
contaba cosas, otro decía chistes, otro hacía algún juego...Y así iban pasando
los días. La comida en la cárcel era infinitamente peor que en el frente y hubo
una época, en los años 40, 41 y 42, en que todavía fue peor. Hasta que no nos
indultaron no pudimos empezar a recibir paquetes y visitas. Influía mucho el
director que hubiese en la cárcel. (...) En otra ocasión, sacaron de la celda
para llevarlos a fusilar a dos policías de Asalto. Venían cada uno de ellos por
galerías diferentes y, al juntarse, uno gritó: ¡Viva la Libertad!, y el otro:
¡Viva la República! Los guardianes les molieron allí mismo a culatazos. |
Ilustración de Alfonso Zapico |
Tuvieron que ponerles inyecciones para que reaccionasen un poco y poder
llevarlos a fusilar. Hubo también un grupo que cuando los formaron para
llevarlos a fusilar a Ceares, empezaron a cantar La Internacional. Iba cada uno
con su bandera en la solapa: la roja, la republicana, la de la CNT. Los piquetes de fusilamiento eran unas veces
de la Guardia Civil y otras, de Asalto; o sea, si la escolta era de la Guardia
Civil, fusilaban los de Asalto, y viceversa. Tres tiros a la cabeza y dos al
corazón; eso nos contaba el cura (...) Salí en libertad el veinte de octubre de
1943. (...) En la plaza del Carmen no encontré a nadie conocido, solamente a
uno que se había vuelto loco. Me entró tal tristeza, tal desmoralización, que
lo único que me apetecía era marcharme a vivir solo en un lugar apartado, como
un ermitaño. Cada quince días, tenía que ir a presentarme a la Guardia Civil.
Empecé a trabajar donde antes, en Astilleros del Cantábrico. Una vez en
libertad, contacté con Penido (...). Reanudé la actividad sindical clandestina
de la CNT. En Astilleros del Cantábrico llegué a reunir veinte cotizantes del
sindicato. (...) Poco tiempo después, detuvieron a Antonio Bermejo (...). |
Ilustración de Alfonso Zapico |
Ese
día ya no dormí en casa. Vine a despedirme de la novia y dormí en un pajar en
Jove (...). Un día, me avisaron de que había un barco que podía llevarme. (...) Atracamos
y yo y cogí el primer tren y me largué para San Sebastián. En San Sebastián,
Rafael Tomás ya estaba esperándome con el dinero para pasar a Francia. (...) Pasamos
a Francia y fuimos andando hasta Bayona. (.) De allí me mandaron a Pau y a
Toulouse, con la dirección de Ramonín Álvarez Palomo. Llegamos a Toulouse, nos
cogió Ramonín y nos llevó al comisario Tatharot, del contraespionaje, para
arreglar la documentación. (...)” Fermín López de Vega, natural y vecino de Gijón, de 24 años,
soltero, metalúrgico, militante de la CNT. Fue condenado a pena de muerte en un
consejo de guerra celebrado en Gijón el ocho de abril de 1938. La pena de
muerte le fue conmutada con fecha catorce de junio de 1938, pero no se le
notificó hasta más de un año después. |
Lucio Deago
Bullón, comandante de los batallones “Henri Barbusse” y “Llaneza”, fue
ascendido a mayor del Ejército republicano del Norte. Saber más… Asturias Republicana. |
Mª del
Carmen y Magdalena Deago: “Nuestro padre murió creyendo que también habían
“paseado” a su mujer y que nosotras íbamos a quedar huérfanas de padre y
madre.” «Éramos cinco hermanos. Yo, que soy la última,
nací el seis de octubre de 1937 y el diecinueve me vino mi padre a ver: fue la
primera y la última vez que me vio. -Nosotros no veremos el triunfo, pero esta
hija lo llegará a ver. -Le dijo mi padre a mi madre mientras me tenía en sus
brazos. Hasta cierto punto, tuvo razón. Al día siguiente, ya le hicieron prisionero en
Gijón. Mi padre iba a marcharse en los barcos que salían para Francia. Hasta mi
madre se lo había pedido. Lo que él quería, y había solicitado, era que le
pusiesen dos barcos para salir con todos sus hombres, pero eso, claro, en
aquellos momentos era imposible. El propio Belarmino Tomás se lo hizo ver. Al día siguiente, vinieron a por mi madre los
de la “cheka” fascista de Olloniego. (...). |
Ilustración de Alfonso Zapico |
Se habían llevado ya a un hermano de
mi padre, de diecisiete años, y no había vuelto. (...). Aquella noche, mataron
a un montón de gente de Olloniego que habían llevado en un camión. Al amanecer, mi madre se marchó de casa y se
fue a esconder a un pajar. Nunca se lo agradecimos bastante a aquella familia
que la escondió y le dio de comer. Llevaban la comida de los cerdos y la de mi
madre escondida dentro. A los hijos nos repartieron entre otras familias. Ella
estuvo escondida allí tres meses. En ese tiempo, saquearon totalmente la casa.
Fue gente de allí, del mismo pueblo. No dejaron nada. (...) Y todo este
sufrimiento por el simple hecho de que mi padre había llegado a comandante. A
dos hermanos de mi padre, Ramón y Manolo, pues también los mataron. Manolín era
un niño, le sacaron de casa para tomarle declaración y no volvió más. Mi madre, con dos hijas y el cielo arriba y la
tierra abajo, se fue a vivir con la madre, trabajando en lo que pintase:
cargando duelas, trabajando en las huertas a jornal, vendía pescado...; en lo
que saliese, para sacarnos adelante decentemente. (...). |
Ilustración de Alfonso Zapico |
Hubo un tiempo en que
mi madre asaba castañas y yo iba a venderlas por los bares. En una ocasión, le
dijo la chigrera a un señor, del que no te voy a dar el nombre, uno que se
acabó suicidando, pues le dijo: -Anda, hombre, cómprale unas castañas a esta
nena, que la probina no tien padre. -¿De quién es? -preguntó el hombre aquel. -De Lucio Deago -le respondí yo, inocente. -¡Ah, de Lucio Deago, eh! Pues a Lucio Deago
el primer tiro se lo di yo. Cuando subía con las manos atadas por Ceares
p’arriba, todavía nos decía: «cobardes, asesinos, si tuviera un brazo libre
volabais todos.» No le dejamos un miembro sin una bala. Y yo, inocente, se lo fui a contar todo a mi
madre... |
Ilustración de Alfonso Zapico |
A nuestra madre también le mandaban ir a
fregar al cuartel de la Guardia Civil, hasta que, gracias a la madrina de mi
madre y a otras dos mujeres que fueron allí a preguntar el porqué, y no, ya no
la volvieron a llamar más. Don José Arenas, que luego estuvo de párroco
aquí, en Gijón, vino un día a ver a mi madre, a preguntarle que por qué no iba
a misa. -Mire, don José, no voy a misa para no oír a
los asesinos de mi marido decir “Viva Cristo Rey” (...).” Lucio Deago Bullón fue miembro del PSOE y de
la UGT, participó activamente en la Revolución del 34, en la toma del cuartel
de la Guardia Civil de Olloniego. Fue hecho prisionero, juzgado y condenado a
30 años. Permaneció en la cárcel hasta el triunfo del Frente Popular en febrero
del 36. Al iniciarse la guerra, marchó voluntario para el frente. Por sus
conocimientos militares y experiencia, así como por su capacidad intelectual y
organizativa, llegó a mandar, con la graduación de comandante, los batallones
“Henri Barbusse” y “Llaneza”, siendo ascendido oficialmente a mayor en los
últimos días de resistencia del Frente Norte. Hecho prisionero en Gijón, fue
sometido a consejo de guerra, condenado a pena de muerte y fusilado.José Segurola: “Cuando volví del batallón de
trabajadores, a mi familia la habían deshecho.”
Yo era el hermano pequeño y no estaba metido
en nada de política. Venía de pasar muchos años en Francia y... ¡qué sabía yo
entonces de política! Mi hermano Emilio, el mayor, estaba detenido en un penal
de Pamplona a consecuencia de la Revolución de Octubre. Era secretario del PSOE
y presidente de la UGT en Castrillón. Era un gran dirigente, un gran luchador:
leal, fiel, dialogante; un militante cien por cien. En vísperas de las
elecciones, a los presos de aquel penal les trajeron para la cárcel del Coto y
allá le fui a ver. A los pocos días ya le soltaron. Aquí se organizó una
manifestación para ir a recibirle a la carretera. (...) La Real Compañía Asturiana tendría
entonces sus dos mil y pico trabajadores y era la empresa más importante de la
comarca. (...) Al estallar la guerra, toda la gente de Castrillón se marcharon
voluntarios para el frente. Yo, no. |
Ilustración de Alfonso Zapico |
Yo venía de Francia, que es un país
totalmente diferente a España. Mis tres hermanos: Emilio, Severino y Manuel,
sí; estuvieron en el frente hasta el último día, creo que en el Batallón “Pablo
Iglesias”. En el último momento, consiguieron embarcar, pero les capturó un
bou. (...) Cuando llamaron a la quinta del treinta
y siete, me tuve que presentar. (...) Fui a una Academia Militar que había en
unas naves del “Simancas”, en Gijón. Me reclamaron de Somiedo antes de que me
dieran el nombramiento, pero, sí, lo recibí allí a los pocos días. (...) (El
23-10-37) Llegamos a Trubia y ahí nos cogieron prisioneros. Éramos miles de
prisioneros. Poco a poco nos fueron tomando la filiación a todos. (...) Por
todos los sitios donde había prisioneros pasaban las “chekas” de Falange de
cada municipio a buscar a los que les interesaban. (...) Al cabo de unos meses, vinieron unos
camiones para llevarnos para el campo de concentración que había en el antiguo
manicomio de La Cadellada, al lado de Oviedo. Ahí fue donde se formó el batallón
de Trabajadores en el que me tocó a mí. (...) En Alicante estuvimos dos meses. Aquello
sí que fue trágico: ¡cómo corría la sangre, Dios mío! |
Ilustración de Alfonso Zapico |
Estábamos en un
campamento y todos los días, todos los días, a primera hora de la mañana,
bajaba el camión chorreando sangre. Venía cargado con los cuerpos de los que
acababan de fusilar y la sangre salía por los costados de la caja.... ¡Dios
mío, Dios mío! Llegué de vuelta a Las Chavolas y me encontré
con toda la familia deshecha. Estando en el batallón de Trabajadores, me iban
llegando cartas en las que me decían que mi hermano Emilio “estaba pasando las
vacaciones con la abuela”; más tarde, que mi hermano Severino, lo mismo; luego,
que mi hermano Manolín, igual... ¡Y mi abuela había muerto hacía veinte años!
(Sollozos) Mi padre había evacuado para Barcelona, y allí se murió. Mi madre se
quedó en casa de unos parientes, en Soto del Barco. Mi hermana no marchó de Las
Chavolas. Sufrió mucho, mucho. Le cortaron el pelo al cero varias veces. Le
pusieron un sello de tinta en la frente con el yugo y las flechas, y cuando se
le borraba, tenía que ir a que se lo pusiesen otra vez...¡Cuántas
humillaciones! ¡Cuánto sufrimiento! ¡No se puede ni imaginar, ni imaginar! A
otro hermano que me quedaba, Agustín, le fueron a buscar a casa de madrugada.
Vivía en La Llonguera. Los de la “cheka” de Falange dejaron el coche en la
carretera y bajaron por los prados a buscarle. |
Ilustración de Alfonso Zapico |
Le salvó la mujer que hizo
frente a los de Falange y consiguió que no se lo llevaran, porque si se lo
llevan aquella noche, lo “pasean” también. La mujer de mi hermano conocía al
jefe de Falange de Salinas y en casa de ese señor tuvo que estar mi hermano
yendo a dormir durante más de tres meses. Se salvó. Mi hermana se tuvo que
marchar a vivir a Gijón, pero la obligaban a venir todas las semanas a
presentarse al puesto de la Guardia Civil. (...) Pero no acaba ahí la cosa. Seis años
antes de jubilarme, convocaron unos exámenes para jefe de taller. Éramos cuatro
aspirantes. Todo el mundo decía: “Segurola no los ve delante a los otros tres”,
y añadían que, para mí, aquello, “iba a ser un paseo”. Me molesté al máximo,
quedé el número uno... ¿Y qué pasó? Pues que colocaron a uno que era adicto al
régimen. Emilio Segurola Pérez, natural y vecino de
Castrillón, de 33 años, casado, fue capturado cuando intentaba huir a bordo del
vapor “Gaviota”. Sometido a consejo de guerra que se celebró en Gijón el 12 de
marzo de 1938, fue condenado a pena de muerte y fusilado el seis de mayo de
dicho año. Severino Segurola Pérez, de 30 años, casado, fue capturado en el “San
Juan de Nieva”. Su consejo de guerra se celebró en Gijón el ocho de marzo de
1938, siendo condenado a pena de muerte y fusilado el veintinueve de mayo. Manuel Segurola Pérez, de 28 años, casado, fue
sometido a un consejo de guerra que se celebró en Gijón el día siete de marzo
de 1938 y en el que fue condenado a pena de muerte. Le fusilaron el seis de
Julio de ese año. Luis Quirós: “En El Pedrosu, cuando vi pasar un camión con
un cañón antiaéreo, todavía creí que la República no perdía la guerra.”. (...) Me enteré de que estallaba la guerra por
“Avance”, el periódico de los socialistas que se hacía en Oviedo. (...) Me
movilizaron al principio de todo. Nos llevaron a Begoña. Sería por septiembre,
ya había caído el Simancas. Formamos el primer batallón militarizado que no era
de milicianos, el número uno, al mando del capitán Abad. Nos llevaron a Grado a
hacer ejercicios de guerra porque venían ya las columnas gallegas. (...) El final de la guerra me cogió en El
Pedrosu, en Villaviciosa. Estaba en el Batallón “Planerías” y cuando ellos
tomaron El Mazucu, se perdió el contacto. Fuimos en tren hasta Belmonte de
Pría. Luego, continuamos por la carretera que va de Nueva a Corao y nos
establecimos en el pico Benzúa. Con una moral terrible, se les pegó una batida
a los tercios de Lacar de las Brigadas Navarras. Fue un combate terrible,
sangriento, y se les cogieron dos banderas. Tenían un machete amarrado al
mástil para poder clavarlas en el terreno. La primera compañía del Batallón
“Planerías” desfiló a los pocos días por Gijón porque había sido la primera
batalla que se ganaba después de la pérdida de El Mazuco. Luego, a los tres
días, ellos dieron una embestida terrible. Fue la vez que más aviones conté:
treinta y tres. La aviación nos desmoralizó, pero cuando llovía, no avanzaban
ni un milímetro. (...) La gente se marchaba y yo me quedé. |
Ilustración de Alfonso Zapico |
Amaneció el día siguiente y un paisano que iba por la carretera nos dijo: -¿Qué hacéis ahí, probinos? Si en Gijón ya están los falangistas. Entonces fue cuando ya se marchó todo el
mundo. (...) Entré en casa por la puerta de atrás y
estuve medio guardado. Un día, fueron a detener a mi hermano Ceferino, que era el
más significado, y me encontraron a mí. Al final, habíamos estado cinco
hermanos en el ejército republicano. Nos salvamos los cinco y sin un rasguño.
(...) Me vino a detener Julio Paquet y otros más en un coche. Seguramente que
el chivatazo se lo dio el cipayo que tenían de portero en “La Sombrerera”.
(...) Me pegaron tres palizas al declarar. Y eso que tuve suerte, porque en vez
de al cuartel de la Guardia Civil de Los Campos, me llevaron al Instituto, que
era donde estaban los de Asalto. Salvé, porque, poco antes, a un amigo mío le
llevaron a la Guardia Civil y le dieron unas palizas de miedo. En el Instituto,
la prisión estaba en la planta baja, en el ala que da para “el Parchís”.
Seríamos unos cuarenta. Recuerdo que estaban allí Alfredo Flórez, médico de
Soto del Barco; este Alfredo tenía la preocupación de que cogiesen al hermano y
que lo fusilasen; luego, resultó que le fusilaron a él y el hermano se salvó. |
Ilustración de Alfonso Zapico |
Estaban también allí “Cochambo”, que era de Cimavilla; una rapaza que se
llamaba Saturnina, porque había también cuatro mujeres allí, y esas tenían un
catre para ellas; pero cuando me pegaron la paliza a mí, me dejaron ellas la
cama para que durmiera aquella noche; estaban Ramón Duarte, Abilio el de “La
Palma”... (...) Empezó a pegarme. Un puñetazo debió de
cogerme desprevenido y me desencajó la mandíbula. Fue cuando me dejaron el
catre aquellas mujeres, y estando allí echado, yo solo me arreglé para encajar
otra vez la mandíbula en su sitio. Volvió a llamarme otro día y a pegarme otra
vez, y a preguntarme por la pistola (...). Al tercer día, tenía encima de la
mesa un tolete de Asalto y me dijo que era para mí. Me pegó bastante: un brazo
me lo dejó tumefacto, y la espalda. (...) A los catorce días, me llevaron, junto
con otros, para la cárcel del Coto en un camión abierto de los de Asalto.
Cuando entramos en la cárcel del Coto, nos metieron en un cuartín que había a
la izquierda, que se llamaba “el Almacén”. Te metían allí para después
clasificarte. |
Ilustración de Alfonso Zapico |
Había allí seis hombres tirados en el suelo. Estaban vivos. Había
allí un médico con bata blanca que los atendía con cierto cariño. Resulta que
era el médico que estuvo en el Simancas, Ángel Soutullo, y que estaba allí
preso. Estando yo allí, Soutullo, el médico, dijo: -Ese se muere, tiene la vejiga rota.. Esos venían del cuartel de la Guardia Civil de
Los Campos. Comparado con aquellos, lo mío no era nada, no me atrevía ni a
quejarme. (...) En la aglomeración había unas doscientas
personas, pero se estaba mejor que en las celdas porque era una sala más
grande. Todos los días se medía el espacio que correspondía por persona: 34
centímetros. (...) (el abogado) Nunca habló conmigo. Éramos
diez y nos conoció un cuarto de hora antes de empezar el consejo de guerra. Fue
leyendo los nombres de cada uno. Leyó el mío y dijo: -Lo suyo está muy mal. El consejo de guerra se celebró en la sala del
Instituto que está, según entras al patio, a la derecha. A los diez acusados
nos sentaron en un banco corrido y sin respaldo. Detrás de nosotros estaba el
público, sentado en bancos; delante, el tribunal, a la izquierda el fiscal y el
relator, y a la derecha el abogado defensor. Somonte empezaba leyendo con voz engolada los
cargos que se hacían a cada uno; luego, el fiscal iba pidiendo las penas de
muerte, todos pena de muerte, era la costumbre. Salimos de allí para El Coto
esposados de dos en dos y yo con la petición de pena de muerte.! |
Ilustración de Alfonso Zapico |
(...) A los que iban a fusilar los venían a
buscar a las seis de la mañana. Abrían la puerta de la celda, leían los nombres
e iban diciendo: “¡vístase!”, “¡vístase!” Decían la misa y los llevaban para
Ceares. Unas veces venían guardias civiles y otras, guardias de Asalto. La vez
que más llevaron fue en enero del 38 en que sacaron a sesenta y dos, y ese día
vinieron soldados; nunca volvieron a llevar tantos de una vez, se ve que eran
demasiados. Las celdas del Coto eran de cuatro metros por
dos treinta y estábamos catorce: seis, seis y dos. Cuando entraba uno de más de
uno ochenta era una desgracia porque te ponía los pies al lado de la cara. Los
dos, uno tenía la cabeza debajo del bañal (fregaredo) y el otro junto al
retrete. A la entrada, a la derecha, estaba el retrete, y a la izquierda, un
bañal (fregadero), que no tenía agua (...). Artemio Álvarez: “En el campo de concentración
de San Marcos, en León, vi los apuntes del dinero que ahorraba el comandante al
ejército matando de hambre a los prisioneros.” Yo me vine a Madrid, y en Madrid estaba cuando
estalló la guerra, a consecuencia de la cual me quedé sin trabajo. Pertenecía a
las Juventudes Socialistas que, por la intervención de Carrillo, se fusionaron
con las comunistas y adaptaron el nombre de Juventudes Socialistas Unificadas,
más conocidas por las famosas siglas de JSU. |
Ilustración de Alfonso Zapico |
En noviembre del 36, salí para el frente en un
grupo juvenil de las JSU en el que también había chicas. Nos mandaron a la
carretera de Extremadura. Fue en aquellos días en que las tropas de Franco
llegaron a las puertas de Madrid, y si no llegaron a entrar fue por cobardes,
porque les dio miedo: esa es la verdad. También pudieron creer que era una
emboscada que les tendían, el caso es que no se atrevieron a continuar
avanzando. Cuando fuimos para la carretera de Extremadura
no llevábamos nada. Nos sacaron del Palacio de Juan March, que estaba en Lista,
esquina a Núñez de Balboa. Estaba ocupado por las JSU y organizado en radios y
células, según la estructura del Partido Comunista. Antes de llegar a la Puerta
del Ángel, nos metieron en un cine, nos dieron un bocadillo y a las cuatro de
la mañana pidieron voluntarios para dinamiteros. Se levanta uno y, claro, se
levantan los demás por el qué dirán. Pero nos dijeron que no, que iban a elegir
ellos porque era una misión más delicada. A los dos días, algunas milicias,
ante el ataque de los nacionales, empezaron a retirarse. Entonces, nos llevaron
a nosotros a la Puerta del Ángel, a que les quitásemos las armas a los que
venían retirándose. Salimos en el diario “Ahora” como quitándoles los fusiles,
pero... ¡qué les íbamos a quitar!, los entregaban: ¿cómo vas a quitar un fusil
a un tío que te puede pegar un tiro? |
Ilustración de Alfonso Zapico |
Eso fue lo mismo que el golpe de mano para
tomar la “Casa del Francés”. Salimos con el rancho frío para dos días. A las cuatro
de la mañana, saltamos las trincheras y en vez de dar un golpe por sorpresa,
nos mandan a todos ponernos a cantar “La Internacional”. ¡Claro, en cuanto
estuvimos a tiro nos frieron!, y bajas a punta pala. (...) Yo pertenecía al 5º Batallón de la 43ª Brigada,
a la que llamaban “la brigada de los niños de Miaja”, pero en una
reestructuración que hubo, mientras yo estaba hospitalizado, dejaron las
brigadas con cuatro batallones cada una. (...) Al llegar a Albacete, hacia las tres de
la madrugada, tenían emplazadas las ametralladoras en la carretera para
recibirnos. Nos consideraban traidores porque abandonábamos el frente, cuando
la realidad era que se había derrumbado ya. Bueno, el caso es que Toral debió
de hablar con el gobernador de Albacete o con quien fuera y nos dieron paso.
Llegamos a Valencia y nos metieron en un local del Partido Comunista, donde nos
dieron de comer. Como se habían llevado con ellos todos los papeles y los
sellos, pues se hicieron allí mismo salvoconductos en los que se ponía que fulano
de tal iba para tal sitio en comisión de servicio. |
Ilustración de Alfonso Zapico |
A las doce de la noche, nos
dijeron que en Valencia no había barcos y que estaban en Alicante. Salimos para
Alicante de madrugada. (...) En Alicante, los italianos de la
División “Littorio” se instalaron en la calle que llevaba al puerto utilizando
sacos de lentejas como parapeto y con las tanquetas en posición. Nos decían que
el puerto se había declarado zona internacional. Estuvimos allí tres días.
Había barcos, se les veía a lo lejos, pero no venían. Luego, he leído algo de
eso. Lo de la “no intervención” fue una gran mentira, porque mientras los otros
entraban todo lo que les daba la gana, a la República se lo requisaban todo.
(...) Ahí vi a la gente volverse loca: el tío que se quiere suicidar, jefes de
brigada y comisarios que se juramentan y se disparan mutuamente, muchos casos
de esos. Al tercer día, nos dijeron que no había barcos y nos mandaron subir al
“Campo de los Almendros”, saliendo de Alicante para Valencia. Allí estuvimos a
campo libre, con una lata de sardinas y un chusco para todo el día. Eso era a
primeros de abril de 1939. En el “Campo de los Almendros” empezaron a
depurar: a unos los mandaban para la cárcel y a mí me tocó para el campo de
concentración de Albatera, donde estaría unos diez días. Albatera había sido
antes un campo republicano para desertores y castigados, con capacidad para
cincuenta o cien personas, ¡y nos metieron allí a miles! Estábamos tan
hacinados que según nos formaban, así dormíamos. Había alfalfa y la tomábamos
como ensalada o cocida.
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Ilustración de Alfonso Zapico |
Un día vi en Albatera al jefe de la División, a
Hortelano, porque mi jefe, como estaba herido, del puerto de Alicante se fue a
un hospital a curarse y luego se marchó. Hortelano me dijo que cómo no me había
presentado cuando llamaron a los menores de edad; porque yo tenía los veintiún
años recién cumplidos de marzo. Me dijo que cuando los volvieran a llamar que
me presentase. Así lo hice. Había allí militares y falangistas que me
preguntaron qué había estado haciendo en el frente. Les dije que me había
tenido que alistar como voluntario para intentar salvar el pellejo. Hablaron
entre ellos y me dieron permiso para salir. Me preguntaron si quería ir para
Asturias o para Madrid. Les dije que, para Madrid, que era donde tenía mi
último domicilio. Me dieron un pase y me dejaron salir de Albatera. (...) Llegué a Madrid, me fui a dar un paseo y
me pidieron la documentación. Como no tenía, me mandaron para la plaza de toros
de Vistalegre. |
Ilustración de Alfonso Zapico |
De allí salí gracias a una vecina que era artista y conocía a un
policía que le hizo un salvoconducto. Esa vecina me consiguió también un pase para
venir a Asturias a ver a mis padres. Llevaba trece años sin ver a mis padres.
Vivían en Castrosín. Cuando llegué a Cangas de Narcea, en la Guardia Civil me
dijeron que me tenía que presentar cada quince días. Por el cartero supe que
estaba declarado prófugo, así que me presenté en el ayuntamiento y les dije que
estaba dispuesto a hacer el servicio militar. (...) Nos metieron en un tren y
(...) nos llevaban a un batallón de Trabajadores, en La Bañeza. Llegamos allí y
nos dijeron que el batallón estaba en Castrocontrigo. En Castrocontrigo estaba
el puesto de mando del batallón, pero una compañía estaba en Truchas, otra en
Baíllo de Truchas. Al poco de llegar nosotros, licenciaron a
gente del batallón, entre ellos, a unos cuantos que estaban en la oficina. A mí
me sirvió haber estudiado mecanografía en Madrid. Entré en la oficina del
batallón y, al poco, me trasladaron a la oficina de la Inspección, que estaba
en San Marcos, en León, en lo que hoy es parador de San Marcos, que era
entonces un campo de concentración de órdago. |
Ilustración de Alfonso Zapico |
Allí, el señor comandante del
batallón, José Llamas del Corral, tenía en el despacho unos apuntes del dinero
que había ahorrado al Ejército matando a la gente de hambre, ¡porque devolvía
dinero de lo que le asignaban para comida! (...) Al lado nuestro había un
equipo de investigación de la Guardia Civil. Un día cualquiera, llegaba un
informe de un prisionero, le bajaban a las carboneras y al día siguiente no se
le conocía de los palos que le habían dado. (...) En los batallones de Trabajadores que
estaban en Lugo de Llanera había muchos asturianos, y los sábados y los
domingos venían las madres y las mujeres a comer con ellos en la alambrada del
campo, unos de un lado y otros, del otro. Había allí unos soldados catalanes
que estaban encargados de la vigilancia y daban leña a manta. Entonces, los
prisioneros les decían a los familiares: -Mira, ese soldado que va ahí me dio ayer unos
palos... Luego, los hermanos o lo que fuesen esperaban
a que los soldados saliesen a tomar una copa a un bar de los que había por
allí, entraban, montaban una bronca y empezaban a zurrarles a los soldados. |
Ilustración de Alfonso Zapico |
Fue
entonces cuando resolvieron llevar fuera de Asturias a todos los prisioneros
asturianos. En base a unas disposiciones que habían
salido, solicité el licenciamiento, pero me vino denegado. Entonces, me dieron
el permiso que me correspondía y me vine a Asturias, a casa de mis padres, con
la obligación de presentarme cada quince días a la Guardia Civil. Hasta que un
día me llegó el aviso de que había sido destinado a un regimiento con servicio
de armas, al “Inmemorial” nº 1, en Madrid, por lo que, al ser con servicio de
armas, ya no tenía que presentarme a la Guardia Civil. Sería el año 1944. Y en
el Regimiento “Inmemorial” nº 1... ¡pues a hacer la mili, de quinto, la
instrucción, la jura de bandera y esas cosas! La verdad es que ahora da risa
que después de haber hecho una guerra tengas que ir a hacer la instrucción. |
Desde 1936
hasta, digamos, el comienzo de los años cincuenta se registra el período más
sombrío de la historia de España. Como ya señaló el inolvidable Fernando Fernán
Gómez (“Las bicicletas son para el verano”) no llegó la paz, sino la VICTORIA.
Sin paliativos. Guerra y Victoria se vieron acompañadas por una áspera,
duradera e implacable represión. Saber más… Ángel Viñas. |
Mercedes Ordás: “A nuestra espalda, el
teniente de la Guardia Civil gritó: ¡Apunten! ¡Fuego!”
(...) Aquí entraron los nacionales rápido, en agosto
del 36, porque no hubo resistencia, ni un tiro. Solamente en el Puente del
Infierno hubo algo de tiroteo y también volaron los puentes. Nosotros quedamos
todos en casa con mi madre. Fue cuando dijeron que venían las tropas de León
arrasando con todo lo que pescaban. Aquí, cuando entraron, a todo el que cogían
lo llevaban por delante: a “Tonelada”, que tenía diecisiete años; a doña
Balbina, la maestra, que estaba embarazada; al neno aquel de Corias, de quince
o catorce años; el del “Blanquín” tirados ahí él y el padre; a la Leoncia. Porque,
aquí, en Cangas del Narcea, mataron a muchos. Y a muchas mujeres les dieron
palizas, les hacían beber aceite de ricino y les cortaban el pelo. |
Ilustración de Alfonso Zapico |
Muchas veces
denunciaban a las mujeres, sobre todo a las jóvenes, solamente para que les
cortasen el pelo, así que cuando iban para la comandancia llevaban ya una gorra
por si les cortaban el pelo. Hubo gente que enfermó con lo del aceite de
ricino. Entonces, mi madre y otra señora que estaba en
casa y tenía siete nenas decidieron marchar para el pueblo en el que ella
naciera: Las Defradas, de San Pedro de las Montañas. Querían refugiarse allí,
en un pueblo apartado de la montaña, hasta que pasara la primera avalancha.
Aguardamos hasta que nos dijeron que las cosas estaban más tranquilas. Ya nos
habían desvalijado la casa y todas esas cosas. Entonces, mi madre se decidió a
bajar con nosotros para Cangas, pero a nuestro hermano Pepe, que tenía
diecisiete años, y a Jaleo, que era el sereno, (?) por si acaso, les dijeron
que se quedasen unos días más. Una noche, ellos dos, vinieron a dormir a la
cabaña de Frutos, para, al día siguiente, venir para Cangas. Aparecieron cinco
o seis vecinos por allí, de vigilancia o lo que fuera, y aquella misma noche
los mataron. Fui yo (Benigno) con mi madre a llevarle el colchón a la cárcel y
nos dijeron que no, que no hacía falta. Mi madre les dijo a gritos si es que le
querían matar. Al día siguiente, cuando mi madre le fue a llevar el desayuno,
ya no estaba, ya los hubieran matado. Todo el camino de vuelta a casa lo hizo
mi madre gritando: ¡bandidos!, ¡criminales!, ¡asesinos!... Todo lo que se le
salía. Lo recuerdo perfectamente porque yo (Nieves) era una niña de siete años
que iba caminando con ella, agarrada a la falda. Al llegar a casa, a mi madre
empezaron a darle ataques. Benigno fue a buscar a don Rafael, el médico. Cuando
llegó don Rafael, el médico, ya estaba allí la Guardia Civil que había venido a
buscarla para llevársela y matarla también. Gracias al médico que les dijo que
hiciesen el favor de salir, que aquella señora no se movía de allí bajo su
responsabilidad. Les tuvo que repetir varias veces que saliesen, que él era el
médico y que le necesitaba a él. Si no llega a ser por el médico, aquella noche
la matan sin más. Nosotros, durante la guerra, estábamos en
Cangas. A mi madre y a esta hermana mayor (Mercedes) las llevaban cada poco
para la cárcel y las volvían a soltar. Así, una vez y otra. Yo era más pequeño
y estaba en un pueblo, aquí cerca, para que no me viesen y no me llevasen
también.
|
Ilustración de Alfonso Zapico |
A Félix, el mayor, le cogió el derrumbamiento
del frente de Asturias estando herido en un hospital de Sama. Le hicieron
prisionero y de allí le llevaron ya a Luarca, a juzgar. En el consejo de guerra
le condenaron a pena de muerte. (...) Le trajeron para la cárcel de Cangas.
Llegó con la camisa pegada al cuerpo de todos los palos que le habían dado. En una celda de castigo tenían metidos a siete
condenados a muerte y entre ellos estaba nuestro hermano Félix. Eran todos de
esta zona y de Ibias, y había uno, Zapico, que era de la cuenca minera.
Nosotras fuimos muchas veces a llevarle la cena. La cena iba en un cesto de
varas que tenía una correa por la parte de abajo. Debajo de la correa era donde
metíamos las limas. Consiguieron hacer un agujero en la pared de
la celda y, una noche, cuando faltaban dos días para que los llevasen a
fusilar, se escaparon. Salieron al patio y con unas mantas anudadas, saltaron
el muro y se descolgaron al exterior. Cruzaron el río y se marcharon monte
arriba. Se dispersaron y cada uno marchó, por un lado. Félix aguantó tres años
escondido por los montes. |
Ilustración de Alfonso Zapico |
Cuando se escaparon, vino la Guardia Civil a
casa y me llevaron a mí (Mercedes) para la cárcel. A la noche siguiente, me
sacaron con otra mujer, Lola Fernández, cuyo hermano era uno de los que también
se habían escapado. Nos llevaron a las dos para que declarásemos a dónde se
habían ido. Nosotras no lo sabíamos. Así que nos subieron a uno de aquellos
camiones de los soldados. Iban soldados y guardias civiles con nosotras. Algo
antes de llegar a Pola de Allande, nos mandaron bajar a las dos. Íbamos
esposadas la una a la otra. Nos llevaron a la cuneta de la carretera y nos
pusieron de espaldas a ellos, que estaban en la carretera. Yo ya sabía que nos
iban a fusilar porque lo había visto otras veces. Resbalaba en la cuneta porque
lloviera aquella noche y estaba mojado. “Que vas a caer”, me decía Lola. “Qué
más da, si vamos a caer las dos ahora”, recuerdo que le contesté yo. El teniente
de la Guardia Civil dio la orden: ¡Apunten! ¡Fuego! Claro, pensábamos que
íbamos a morir, qué otra cosa se va a pensar. Pero dispararon por encima de
nuestras cabezas. Yo tendría dieciocho años y Lola, diecisiete. (...) Al día siguiente, fueron a buscar a
nuestra madre y se la llevaron a ella con los cinco hijos para el campo de
concentración de Figueras de Castropol. |
Ilustración de Alfonso Zapico |
En ese campo de concentración estuvimos
mucho tiempo. Una noche de Reyes (del 39, llevaban allí desde septiembre),
vinieron a buscar a Nieves y a Gil, que eran los más pequeños. A Nieves, que
tenía ocho años, la llevaron para Colloto, a un colegio de monjas, y a Gil, que
tenía diez, al reformatorio de San Agustín, en Noreña. Yo (Benigno), que tenía
doce, quedé en el campo de Figueras con otra hermana (Remedios). A mi madre y a
mí (Mercedes) nos llevaron deportadas para Plasencia, en la provincia de
Cáceres. (...) En ese campo de Figueras habría, de
media, mil hombres prisioneros y seiscientas mujeres. Había tres barracones
para dormir. Estábamos separados los hombres de las mujeres por una alambrada. A Félix le cogieron en el pajar de la casa de
la novia. Hubo un chivatazo y fueron y rodearon la casa. Le gritaban que se
entregase, pero nada. Tenía una pistola y les disparaba desde la ventana del
pajar. Como tenían miedo a entrar, prendieron fuego al pajar. Cuando se vio
perdido, con la última bala de la pistola, se asomó a la ventana, les gritó que
era Félix Ordás y se pegó un tiro.
|
Ilustración de Alfonso Zapico |
El cadáver, medio quemado, lo metieron en un
saco y lo trajeron para Cangas. Lo tuvieron tirado delante de la cárcel, en
exposición, para que la gente lo viese. Poco después, veníamos mi madre y yo
(Mercedes) de andar recogiendo castañas. Nos cruzamos con el barrendero y otros
que iban con el carro de la basura en dirección al cementerio. Nosotras no
sabíamos nada, pero notamos algo raro y nos quedamos mirando para atrás. Nos
dijeron que siguiéramos para adelante y que no miráramos: Llevaban el cuerpo de
nuestro hermano Félix. A los cuatro o cinco días fue cuando nos
soltaron a Remedios y a mí (Benigno) en el campo de concentración de Figueras. |
Ilustración de Alfonso Zapico |
Llegamos aquí el día dos de diciembre, no se me olvida, porque era el día
siguiente de la feria. También intentaron quedarse con lo que teníamos.
Un día, llegó a casa un papel del Estado diciendo que en el plazo de
veinticuatro horas teníamos que entregar la parte de la herencia que les
correspondía a los dos hermanos que nos habían matado. Al otro hermano, a Pepe, y al sereno los
habían enterrado en una cuneta a la salida del pueblo. Sabíamos dónde era más o
menos porque una tía nuestra y otros vecinos, sintieron los tiros por la noche
y, de día, se acercaron y vieron los cadáveres. Los enterraron allí los mismos
vecinos, cada uno al lado de un castaño. Luego, yo (Nieves), de nena, iba a
llevarles flores. De aquella no pudimos hacer nada porque creo que si pedimos
permiso para llevarlo a enterrar al cementerio nos matan a nosotros. |
Ilustración de Alfonso Zapico |
Hace más de seis años solicitamos permiso al
Ayuntamiento y nos lo dieron. Fue terrible, dio mucho trabajo porque estaba
cambiado todo: los castaños ya hacía mucho que los habían cortado, la carretera
la habían arreglado, los cierres de los prados los habían movido, árboles que
habían nacido... Llevamos una pala excavadora y, con cuidado, fue removiendo la
tierra hasta que aparecieron los restos de los dos. Identificarlos fue fácil
por la longitud de los huesos y porque todavía se conocían los zapatos y el
cinturón de Pepe, que eran de cuero.» 28-5-41 Condena: Pena de muerte. Aprobada por
el Auditor de Guerra el 4-1-38; “enterado”: 2-3-38. Parece ser que se fugó de
la cárcel de Cangas de Narcea el ¿26-1-40? Falleció en Bustarel, Allande, a las
7h 27-11-40 a causa de “derrame cerebral” (L 112 F 384 Registro Civil de Cangas
de Narcea). Félix Ordás Roza, natural y vecino de Cangas
de Narcea, hijo de Amaro y Esperanza, de 27 años de edad, soltero, jornalero,
fue condenado a pena de muerte en un consejo de guerra celebrado en Luarca el
día 21 de diciembre de 1937. Consiguió huir de la cárcel de Cangas de Narcea el
día antes de ser fusilado. Falleció en el pueblo de Bustarel, Allande, el día
27 de noviembre de 1940, al rodear las fuerzas de la Guardia Civil la casa en
la que estaba escondido y prenderle fuego. |
Ilustración de Alfonso Zapico |
FUENTE: ASTURIAS REPUBLICANA. Publicado por Asturias Republicana. Ver enlace. Las ilustraciones del artículo son del ilustrador y dibujante asturiano Alfonso Zapico
______________________________________________________________________
AUTORES.
Alfonso
Zapico (Blimea, Asturias,
1981). Historietista e ilustrador freelance. Profesional gráfico desde el año
2006. Trabaja en proyectos educativos del Principado de Asturias (Aula
Didáctica de los Oficios) e impartido talleres de ilustración en centros
educativos de Asturias y Poitou-Charente (Francia). Realiza
ilustraciones, diseños y campañas para diversas agencias de publicidad,
editoriales e instituciones. Es ilustrador de prensa en diarios regionales
asturianos (La Nueva España, Cuenca del Nalón, Les Noticies…). Se
estrena en 2006 con un álbum de corte histórico para el mercado franco-belga,
La guerra del profesor Bertenev (Dolmen, 2009). Su primer trabajo publicado
directamente en España es Café Budapest (Astiberri, 2008), donde se mete de
lleno en una ficción determinada por los orígenes del todavía no resuelto
conflicto palestino-israelí. Acto seguido apuesta por recrear en cómic la vida
de James Joyce, Dublinés (Astiberri, 2011), que gana el Premio Nacional del
Cómic 2012 y a raíz del cual surge el cuaderno de viaje La ruta Joyce
(Astiberri, 2011). Vive en la localidad francesa de Angouléme,
donde, tras realizar El otro mar (Astiberri, 2013) a caballo de su Asturias
natal, a la que vuelve con regularidad, se encuentra preparando su nueva y
ambiciosa obra, “La balada del norte”, que constará finalmente de cuatro
tomos. Esta magnífica obra es un auténtico tesoro de la novela
gráfica española y refleja la negrura de los valles mineros de Asturias de los
que surgen personajes luminosos, y bajo el ruido atronador de las minas de
carbón se escucha el susurro de una canción antigua. Los viejos y nuevos
tiempos chocan brutalmente poniendo a prueba al protagonista, pronto a la
Humanidad entera. Éste es el sonido de "La balada del norte". En un
paréntesis, entre el segundo y tercer volumen de La balada del norte, Zapico
completó Los puentes de Moscú (Astiberri, 2018), para mostrar de nuevo su faceta
como reportero gráfico al poner el micro al diálogo entre el político Eduardo
Madina y el músico Fermín Muguruza. Sus libros han sido traducidos al inglés,
francés, alemán o polaco. (…). Foto Wikipedia - Twitter
EL BLOG DE ACEBEDO. (ANTOLOGÍA DE LA HISTORIA). La Historia es una disciplina académica
que aspira a comprender el pasado y la forma en que se ha configurado el
presente. Es necesaria para entender, para cambiar y para saber cómo ha llegado
a existir la sociedad en la que vivimos.
“El único deber que tenemos con la historia es reescribirla”.
(Oscar Wilde)
El Blog de Acebedo se adentra en la historia de nuestra tierra, TODO SOBRE ASTURIAS,
MIERES Y CONCEJO. navegar en este blog, es conocernos mejor a nosotros
mismos y nuestra dilatada historia. Como decía el poeta mierense Teodoro Cuesta
García-Ruiz (09/11/1829 – 01/02/1895), “soy d´esa villa y á honra tengo haber nacío
nella”
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NOTA: Los nombres de los
autores aparecen en el pie de cada imagen o al final de cada artículo, si no es
así, se debe a que es un dato que se desconoce, así que, si algún autor la ve
en este blog, le rogamos que se ponga en contacto con “El Blog de Acebedo” para hacerlo
figurar o para borrarla si es su deseo, porque es justo reconocer a los
autores.
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