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3 de marzo de 2019

Listas las palas, el hoyo dispuesto

La mina acaba con la boca cerrada
Foto del libro "Tierra negra" Volumen II Fotos de Eduardo Urdangaray y Ramón Jiménez 
Hunosa sólo sacará carbón de Nicolasa (Mieres) y a los pozos de Santiago (Aller) y Carrio (Laviana) les quedan trabajos de clausura  
(Fotos de Eduardo Urdangaray y Ramón Jiménez y un texto de José Luis Argüelles evocan el mundo que hizo de Asturias una tierra industrial)
Minero del Pozo santa Barbara (Turón-Mieres), en 1992. Foto del libro "Tierra negra" Volumen II Fotos de Eduardo Urdangaray y Ramón Jiménez
Al repasar estas imágenes que pronto serán los fragmentos y recuerdos de una mitología conclusa, sabemos que están listas las palas y que el hoyo espera dispuesto. Como ocurre con casi todos los cadáveres recientes, tal parece que el muerto quisiera decir aún algo importante, una última palabra que añadir a su epitafio. Pero somos incapaces de entender su gesto mudo, de interpretar cabalmente la intrusión del más espeso silencio en cada uno de los miembros del cuerpo a punto de descomponerse. Ahí donde las obras y el tiempo fortificaron largo tiempo una esperanza. Ahí donde la inexistencia empieza a roer la piel de las significaciones. ¿Qué consuelo extraer de la dialéctica de la destrucción y del rictus extremo de lo que expira? Jamás resulta fácil encontrar una manera recia de despedirse para siempre.
Minas de Figaredo (mieres).Foto del libro "Tierra negra" Volumen II Fotos de Eduardo Urdangaray y Ramón Jiménez 
Aunque no se acaba el mundo, estamos ante un mundo que se acaba. Será sin funerales. No vendrán presidentes, obispos, ingenieros... No vendrá nadie. Por mucho que los calendarios, los negociantes de las cláusulas de expiración y los sabelotodo advirtieran de las fechas del deceso, ¿quién va a hacerse cargo de un acabamiento? Será así, discretamente, como si de pronto nadie quisiera firmar los papeles de la inhumación pese a que están listas las palas y el hoyo dispuesto. Quizás el muerto termine por pudrirse lentamente, discreto entre óxidos y lluvias, bajo los inviernos por venir y el alfiler de los coleccionistas de tópicos, los adjetivos de los relatores de la épica y la prosa de los que esperan escribir algún día la gran novela laboral de estos dos siglos de industrialización.
Un mundo material y denso, consistente, con su propio diccionario de vocablos hermosos y el código humanista de una historia cruzada de solidaridades y arrebatos, de hechos y sueños, de paisajes y canciones, de luchas y deseos. Un mundo en el que se exploraba la vida en las mismas entrañas de la tierra y en los libros de los clásicos de la justicia social; en los hospitales y los chigres; en las lampisterías y al lado de las grandes turbinas; frente a los hastiales del sudor y en las largas huelgas ganadas y perdidas; en las comisarías, los destierros, las torturas y las cárceles; junto a los hijos que debían ir a la escuela, al instituto, a la universidad... Junto a la muerte. Frente a la muerte. Contra la muerte.
Teresa, trabajadora minera en labores exteriores. Pozo Monsacro, Morcín (1992)Foto del libro "Tierra negra" Volumen II Fotos de Eduardo Urdangaray y Ramón Jiménez 
No, nadie vendrá a decir algo sustancial ahora que aquel mundo nuestro se acaba. Listas las palas, el hoyo dispuesto. Ahora que hemos aprendido a conjugar el verbo "descarbonizar", casi palabra del año, y a sospechar que bajo el ministerial sintagma "transición energética" se esconde un apuñalamiento: el de unas comarcas minerales y vehementes; corajudas y sentimentales; dinamiteras y cultivadoras de sus tradiciones; cantarinas en el minuto feliz y silenciosas en las horas graves, camino de los cementerios; ecuménicas en el entendimiento de la pasión por la ayuda mutua, la igualdad, la misericordia... Un mundo se acaba, sí, y nadie vendrá a sus exequias. El viento de la historia y la mano larga de los canallas, de los desleales, de los suplantadores, de los mentirosos, han borrado todos los discursos. ¿Qué consigna sindical no entendimos? Aquí no hay consuelo. El hoyo dispuesto, listas las palas. Nos quieren librar de la contaminación por dióxido de carbono, de los ríos sucios y los bosques cenicientos, de los tajos subterráneos y la silicosis, de las escombreras y las chimeneas, de la sombra transversal del sufrimiento y de la percha de la que cuelgan los bombachos tristes de nosotros mismos. ¿No lo agradeceréis?
Casa de aseos del Pozo María Luisa (Langreo), año 1996. Foto del libro "Tierra negra" Volumen II Fotos de Eduardo Urdangaray y Ramón Jiménez 
El hoyo dispuesto, las palas a mano. Nos mira aterido el cuerpo inerte de una época que alimentó siderurgias y hogares, buques y locomotoras, la realidad hodierna y la utopía con la que se desalambraba el horizonte. Un sentido de la vida, que dijo Viktor Frankl: "Sin embargo, es en su actitud ante el dolor donde reside la posibilidad de conseguir un logro excepcional". Aquel mundo de la condición obrera, según explicó Simone Weil. Todo eso que se acaba y que me silbó un veterano minero por las calles de Mieres del Camino en un neblinoso amanecer de tragos y barras, cuando los resistentes salían de las galerías para asaltar las oficinas de un cielo trivial y encapotado de moqueta: "Se llama el 'Blues de los valles negros'; la música está, pon tú la letra".
Asamblea de trabajadores en el Pozo Entrego (San Martín del Rey Aurelio), año 1991Foto del libro "Tierra negra" Volumen II Fotos de Eduardo Urdangaray y Ramón Jiménez 
Algo así: "Nuestra muerte pagamos, / nada dejamos a deber / las gentes de los valles negros. // Nada dejamos a deber. / Con las monedas del sudor, / pagamos y pagamos siempre. // Las gentes de los valles negros / pagamos nuestra muerte. / Nada dejamos a deber. // Con las monedas del dolor, / pagamos y pagamos siempre. / Nada dejamos a deber. // Las gentes de los valles negros / pagamos y pagamos siempre".
Cerca las palas, el hoyo dispuesto. Y la exasperante paradoja de que al cumplirse aquel sueño de muchos -el de un mundo sin minas, sin grisú, sin penurias y con los hijos estudiados, que así no tienen que bajar al pozo-, se nos aboca a un tiempo distinto que tampoco nos gusta. Y un sentimiento hostil: la ácida sensación de que al final de esta época a punto para la sepultura, sin funerales, sólo hay una autovía a ninguna parte y la destrucción de las comunidades en las que aún teníamos un nombre.
Pizarra de la memoria. (Mina de Arnao). Castrillón. año 2018. Foto del libro "Tierra negra" Volumen II Fotos de Eduardo Urdangaray y Ramón Jiménez 
Un mundo que se acaba, pero sin el nacimiento de algo con que sustituir lo que perece.
Es, en fin, el temor a dejar de ser lo que fuimos y a convertirnos en los vecinos de un parque temático presidido por decenas de cruces e inscripciones junto a un castillete repintado; las piezas de un enorme museo por el que irán los trenecitos turísticos en busca de la experiencia de picar un poco de carbón con el que cargar el vagón del entretenimiento dominical; los figurantes de una extensa arqueología industrial que cantarán, finalmente, el "Blues de los valles negros" de aquel veterano de las minas. ¿Recuerdas cómo y por qué lo silbaba? A este entierro no vendrá nadie. Pagamos y pagamos siempre.
Portada del volumen 2 de la serie 'Tierra negra', que edita Luna de Abajo con diseño de Pandiella y Ocio.Foto del libro "Tierra negra" Volumen II Fotos de Eduardo Urdangaray y Ramón Jiménez  
FUENTE: JOSÉ LUIS ARGÜELLES


José Luis Argüelles (Mieres, 1960), redactor de LA NUEVA ESPAÑA, poeta y escritor. Argüelles combina su tarea como poeta y antólogo con su profesión como periodista.








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